Moldavia es uno de los países más envejecidos y despoblados del mundo. Sin embargo, en las últimas semanas, según informa para EFE Marcel Gascón, su fisionomía ha empezado a transformarse lentamente. La llegada de decenas de miles de familias ucranianas, en su mayoría mujeres con niños, que esperan el cese de la ofensiva militar rusa en Ucrania, está cambiando las calles de la capital, Chisináu.
Actualmente, según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), este país vecino de Ucrania estaría acogiendo a 379.204 –cifra del 25 de marzo– que han huido de la invasión rusa. Eso en un país que cerraba el año pasado con un total de 2.620.495 de habitantes.
Estos días, aprovechando la llegada de la primavera, informa EFE, las refugiadas –pues en su mayoría son mujeres– han salido a pasear con los niños por los parques y los bulevares de una capital que, como el resto de Moldavia, se está volcando en ayudar a sus vecinos ucranianos en estos momentos difíciles.
A pesar de la buena acogida recibida por los moldavos, el portal de información humanitaria ReliefWeb, dependiente de la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA), alerta de que la mayoría de las familias que llegan al país y se quedan en él pertenecen a las comunidades más vulnerables de Ucrania.
"Forman parte de sectores empobrecidos de la población ucraniana y no tienen la capacidad económica ni los medios para seguir viajando", asegura esta entidad de la ONU. Y añade: "Necesitan ayuda humanitaria, protección y apoyo urgente".
Camino de Hungría
"Nos han recibido muy bien porque nos entienden y temen ser los próximos en sufrir un ataque de Rusia", dice a EFE Viktoria Aybakirova, una estudiante ucraniana natural de Mykoláiv que llegó a Moldavia el 28 de febrero con su hermana, su madre y su abuela.
Aybakirova cuenta su historia en un parque del centro de Chisináu mientras una mujer moldava canta viejos éxitos rusos, acompañada por la música de un altavoz. Jubilados moldavos bailan agarrados al ritmo de la música y la joven y su familia cantan y saltan a la pista de baile con algunas canciones.
La familia está hospedada en casa de un tío que vive en Moldavia, y planea viajar a través de Rumanía a Hungría, donde creen que pueden encontrar más oportunidades de trabajo hasta que termine la guerra.
"No sabemos qué va a pasar con nuestro país, con nuestra ciudad, y estamos preocupados por mi padre, que está luchando con el ejército ucraniano", dice Aybakirova con una sonrisa, contenta de poder practicar su inglés.
La pequeña Odesa
Desde tiempos del Imperio ruso, las élites de lo que hoy es Moldavia han viajado a Odesa, puerto principal del mar Negro, para divertirse, estudiar y buscar trabajo. La campaña militar rusa contra Ucrania ha invertido este fenómeno, y hoy son muchos los ucranianos de esa ciudad que han recorrido los 180 kilómetros que la separan de Chisináu huyendo de la amenaza militar rusa.
"He venido de Odesa con mi madre, mi hermana y mi hijo de once años", dice a EFE Helena Prokovskaya mientras hace cola junto a otras mujeres para recibir comida en un punto de ayuda habilitado en el centro de la capital moldava.
Como la mayoría de las refugiadas, Prokovskaya y su familia están siendo acogidas por una de las decenas de miles de familias moldavas que han abierto sus casas a desconocidos y están ayudando al Estado a gestionar la emergencia humanitaria.
Una ciudad cambiada
Los fines de semana, cuando cae la tarde en todas las ciudades de Europa, grupos de entusiastas adolescentes toman en bandadas los centros comerciales y las hamburgueserías. La clientela de estos lugares es distinta en Chisináu estos días.
Quienes salen a distraerse con la puesta del sol son aquí las madres con sus hijos pequeños y adolescentes y los abuelos de estos, que se reconocen al cruzarse y se saludan en señal de solidaridad en su idioma.
Otro sitio dominado por los jóvenes en toda Europa son los albergues. En los de Chisináu ahora corretean niños mientras sus madres y abuelas preparan la comida o friegan los platos.
Protestas en la embajada
Frente a la embajada rusa, decenas de jóvenes moldavos y refugiados ucranianos se manifiestan durante horas cada tarde con pancartas a favor de Ucrania y carteles que animan a los coches a pitar en protesta contra la guerra de Rusia. Conductores de vehículos con matrículas de Moldavia y de Ucrania responden tocando el claxon y saludan con la mano detrás de la ventanilla.
Los convocantes son Diana Mazurova y Vladimir Ternavschi, dos jóvenes moldavos que se conocieron en ese mismo lugar hace un año mientras se manifestaban en apoyo al disidente ruso Alexéi Navalni.
Tanto Mazurova como Ternavschi hablan ruso en su vida diaria, al igual que una importante parte de la población de esta pequeña república, que se independizó con el colapso de la Unión Soviética a principios de la década de 1990.