Dos mujeres (de 42 y 24; especifiquemos edades, como las revistas del corazón más casposas) celebran el primer domingo de mayo pensando en alto; en alto escrito. Les separan los años que marcarán la diferencia entre ser o no ser (madre); esa es la cuestión.
[Tocofobia, el motivo por el que muchas mujeres eligen no ser madres]
42: De acuerdo a lo que la estadística (esa mentirosa internacional) cuenta sobre la esperanza de vida actual, estoy en pleno ecuador del partido vital. Podría haber escrito “en pleno ecuador del viaje”, pero últimamente utilizar esa expresión como metáfora parece ser la única manera de definir casi cualquier experiencia; ¿un viaje fue el rodaje de tu última película, un viaje la relación con tu crash, incluso un viaje tu proceso terapéutico? Me niego; me niego a que todo sea un viaje, un viajazo o (el indicador indiscutible de la pertenencia, o voluntad de, a la generación Z) ¡un puto viaje! Pero ya volveremos sobre esto en próximos episodios. Vamos a lo que nos atañe hoy, que es la celebración del Día de la Madre. La mía decidió tenerme; (no sé hasta qué punto) podría haber decidido lo contrario. La maternidad es una cuestión de tiempo. Del que se tiene y del que no. Del que se dedica a tomar la decisión de ser o no ser madre. Del que, si se ha sido madre, se pone en la crianza, renunciando a todo lo que muchas veces es mejor ni recordar ni nombrar. Y también del que si, por el contrario (debo insistir; solamente puede darse una situación o la contraria), no se ha sido madre, dedicaré a explicar al mundo por qué ha sido así; ¿voluntad propia, tragedia externa…? Cuéntanos, cuéntanos.
24: Un halago, que no lo es tanto, me hace poner los ojos en blanco; es que eres “TAN JOVEN”. El superlativo me aplasta. Yo que siempre he querido ser madre, cada vez que lo he verbalizado, he sentido cómo caía un hachazo condescendiente sobre mí. La juventud te hace decir tonterías; tanta es la creencia de que eso es así que un profesor facha de literatura que tuve lo calificaba de “enfermedad”. Verbalizar la maternidad en la juventud supone un hallazgo traumático para quienes consideran que eso es para las que están en otra etapa. Como si a ser madre se tuviese que llegar con currículum. El mismo en el que se escribe con tinta invisible: Un par de traumas, un novio tóxico, una madre histriónica o un padre ausente. ¿Cuándo sabes en qué etapa estás? A mí, que me emociona aún el Rey León, pero me duele la espalda como si tuviese 60, que jamás me ha inquietado la edad de a quien he besado o de quien me abraza (¡y qué fortuna que así fuese!), a mí me hablan de etapas como si no conociese (conociésemos) a adultos atrapados en vicios adolescentes conviviendo adolescentes con almas antiguas. Quienes hablan de etapas no te hablan de tiempo, sino de convencionalismo. Quienes auguran que “me queda mucho” no entienden que vivo con la única certeza de que mañana… ¡mañana no lo sé! ¿Será eso lo de la etapa? Predecir el futuro como si fuese tuyo, adueñarte de lo que viene como si pudieses transformarlo todo. Para dejarnos de intensidades, cuando hablo de ser madre joven, creo que imaginan una adolescente con bombo a punto de dar a luz que dice melodramáticamente “Polly, ¿no sé qué decidir?” en una película de las 4 de la tarde de Antena 3. Si no entiendes esto, es que eres del 2005 y aunque te des el lote en una esquina del instituto, Netflix ha corrompido tu alma y no sabes qué es dormir con Antena3 de fondo post Monica Carrillo y Matías Prats. Todo muy embarazoso en su sentido literal y figurado. Pero ¿qué quería decir yo cuando hablaba de ser madre?.
42: Pleno ecuador del partido vital, decía. Y he optado por la metáfora deportiva, no por afición, y tampoco por competitividad, ya que ni siquiera tengo claro quién es mi adversario, sino más bien porque creo que, en cada decisión, por pequeña que sea, me estoy jugando algo. La sensación es que existe un objetivo que lograr, ganar, y no tanto un lugar para el término medio. Éxito o fracaso. Y este último parece que incluye el hecho de pasar por la vida sin dejar ningún tipo de huella; hijo, árbol, libro. La cuestión; el hecho de tener la posibilidad (la probabilidad ya es otro tema) de ser madre implica que, por muchos árboles que una plante y muchos libros que una escriba, no termina ganando hasta que no resuelve lo del hijo. Es decir, sintetizo, que falta me hace; el éxito, para nosotras, todavía, sí, pasa por, bien ser madre, bien justificar por qué no lo has sido. Y para eso ponemos a nuestro servicio literatura, podcasts, conferencias… es importante ventilar el tema, compartirlo sin censura para poder abstenerse de dar explicaciones luego en fiestas familiares y así seguir discutiendo entre langostino y langostino de política en abstracto en lugar de agarrarnos la mano unos a otros y sentir cómo se modifica en nuestras muñecas el latido. Ese pulso que con los años pasa del allegro prestissimo con fuoco que mamá escuchó en la consulta de sus revisiones periódicas al andantino de los experimentales veinte o al adagio de la edad adulta. La edad adulta, esa que se supone que trae las buenas decisiones, las sosegadas, las valoradas con perspectiva. ¡Bendita teoría! Maldita teoría.
24: Mi prima decidió ser madre. Durante cinco días dejó a su hija, Lina, de ocho meses, a mi cargo y el bebé buscaba mi pecho y me bajaba la camiseta de tirantes intentando algo que no iba a ocurrir. Sus ojos verdes me miraban atónitos. Mi prima y yo tenemos un físico muy parecido. Quizás nos confundía y se frustraba cuando se daba cuenta de que yo no era su madre. A mí me agobiaba verla carente, prefiriendo a su madre. Me reí de mí misma envidiando, desde el amor, la línea irrompible que se crea entre una madre y una hija. Lo intentaba todas las mañanas que estuvo conmigo. Tanto era así que dejé de usar sujetador los días que la cuidaba porque su único consuelo era el contacto con mi pecho, que la hacía sentirse segura, arropada y olvidar así que su madre no estaba. En esos días con ella, que recordaré siempre, no dormía, no comía bien, no podía hacer nada que requiriese más de 3 minutos en soledad. Aprendí a mantenerla ocupada en mis brazos mientras intentaba responder a los mensajes de su madre preguntándome por ella. Detesté Peppa Pig, bailé canciones en Alemán, me hice divertida, tolerante, amable, graciosa. Entendí el ceder por hacer feliz todo el rato a una personita que probablemente no se acuerde de tí, vi el sacrificio en tiempo y espacio que suponía llevar un moño con el pelo sucio porque me preocupaba que se quedase demasiado tiempo sola. Me enamoré de su manera de balbucear; hay quien viene con la carcajada incorporada en la cuna. Esos cinco días me hicieron ver que no era cuestión de etapas, si no de reinventarse todo el rato. No es conciliar la maternidad con el resto de la vida, es conciliarla la culpa, el amor, la autonomía, la dependencia, el miedo, la responsabilidad, tu emocionalidad, la ajena… Porque lo que sientes y padeces ya no es solamente tuyo.
42: Haber nacido con útero, ovarios y el resto del pack maternidad, y estar en el descanso del partido (que todo el mundo sabe que es un eufemismo de los quince minutos que ofrecen las reglas para replantear la estrategia de juego que no ha funcionado y tratar de poner sobre el campo una que sí lo haga) implica que, todo lo que no haya hecho hasta ahora con el pack, tengo que hacerlo en los cuarenta y cinco minutos que me quedan de partido. Cuarenta y cinco minutos es también lo que dura la primera parte pero, salvo excepciones históricas, la afición sabe que, en el segundo tiempo, el partido está muchas veces prácticamente decidido. Psicológicamente al menos. La remontada supone una fe titánica y la fe, a veces, más de las que a mí me gustaría, se coge unas bajas por agotamiento de las que ni avisa. Quizás pueda haber una prórroga, igual hasta penaltis (¡mira qué bien traído!), pero la implacable realidad es que los últimos cuarenta y cinco minutos de partido no cunden lo mismo que los cuarenta y cinco primeros. Y es que; uno, jugar bajo presión puede ser muy contraproducente, y dos, envejecer no es reversible. "Reversible" es una de esas palabras que me fascina. Envejecer me fascina menos. "Fascina” también me fascina. Pero es que "reversible" tiene muchas consonantes juntas. Y además empieza por R. La R es mi consonante favorita. Por "R" empiezan muchos nombres de hombre que me gustan. Bueno, me gusta casi cualquier nombre de hombre que tenga R. Casi. La R siempre funciona. Los hombres que me gustan no siempre funcionan. Aunque lleven R. No se le puede tener tanta fe a una consonante.
24: Yo romantizo y romantizaré la maternidad porque es la única manera que tendré de sobrevivir a ella. Omitiré de mi mente las imágenes de las náuseas, los sangrados, el pensar que en cualquier momento explotas, las patadas, las tallas que no te valdrán nunca más. Porque, si es por mí, no quiero eso. Porque ese pasaje de transformación no creo que se decida nunca a conciencia. Porque la maternidad viene desde las entrañas, no es una fórmula contractual que se firma. Tengo amigas que decidieron en estado de ebriedad ser madres y amanecieron medio-embarazadas. A diferencia de las influencers de Instagram cuyas recuperaciones me dejan atónita, mi sensación es que, si me cuesta recuperarme diez días de un resfriado de tres, mi post parto podría durar lo mismo que mi embarazo. Menuda exgerada. O no. ¿Formaré parte de ese club de madres que llegan siempre tarde a por sus hijos? Probablemente. Y me olvidaré de la sudadera para el partido de fútbol o del tutú para el ballet. Aquí, presente, la perpetuadora de estereotipos. Acepto que yo, hija y consecuencia del retraso de mi madre, en todas sus facetas, viviré corriendo la maternidad. Hay una herencia sentida en la concepción del tiempo. Creo también seré de las que mirará con envidia sana e ingenua a todas las demás que son y lucen impecables a las 7:30 de la mañana, no necesitan antiojeras y fueron al gimnasio a las 6:20, antes de acercar a los niños al colegio en un coche limpio y deslumbrante. Asumo mi desastre, el presente y el posible futuro. Odio madrugar con todas mis fuerzas y me da miedo conducir. Y eso está bien. Yo soy así para todo en la vida; me niego a creer que, de ser madre, sería otra. Si es que puedo serlo, porque de eso poco se habla. Tras revisarme la endometriosis y mis bellos ovarios poliquísticos he buscado en google todas sus consecuencias para dar con la palabra infertilidad en todas las entradas. ¿¡Qué sabrá Google!?
42: Hoy reivindicaremos y celebraremos la existencia de la figura materna. Se hablará de cuidado, de flores, de pucheros… Quizás no tanto de episotomías, mastitis, abortos… Por cierto, gracias, Rigoberta Bandini, por tus tetas sin miedo. Tampoco sea quizás hoy el día para comentar los casos de las mujeres que aparcan la idea porque no quieren renunciar a ganar en lo profesional y no saben cómo sostener en el aire la crianza respetuosa, la conciliación y el sueño de presidir un país que abra camino hacia otra manera de hacer política, más empática, más cuidadosa, menos anestesiada. Y, desde luego, poco o nada se mencionarán los casos en los que el deseo heredado de “tenerlo todo” (el marido fiel, la casa con jardín, la parejita) ha procastinado la decisión de ser o no ser madre hasta anular la probabilidad. Mi madre jamás maquilló su vivencia personal; ni el parto, ni el posparto, ni nada relacionado con traer al mundo criaturas que dependían de ella. A día de hoy sigue tratando de convencerme de que no tenga hijos mientras me repite hasta la saciedad que mi hermano y yo somos su vida. Que alguien sea incongruente no quiere decir que no sea verdad. Mi madre lo es. Incongruente y verdad. Muy y muy. En cualquier caso, le agradezco infinitamente que no me mintiese. Mentir es robar; tiempo, vida, probabilidad. Así que no llames tiempo perdido al que te ha quitado quien te ha engañado. Llámale por su nombre; tiempo robado. ¡Y al que te ha engañado ni se te ocurra llamarle, de ninguna manera, por supuesto! Mi madre me educó en el “Nosotras parimos, nosotras decidimos”, así que eso estoy haciendo; elegir. Y en el camino, me encuentro con la idea omnipresente de que cualquiera de las opciones, ser o no ser (madre), insisto, no hay término medio, supondrá momentos futuros de respiro y de arrepentimiento, en todas sus combinaciones y permutaciones posibles. No hay una decisión perfecta, ¿verdad, mami? Esto es como (ojo, que viene metáfora frívola) vestirse en primavera; te pongas lo que te pongas, pasarás frío y calor. La temperatura ideal serán pequeños instantes, destellos en los que todo encaje. El equilibrio es un referente que pone en marcha la voluntad que nos ayuda a rozarlo, no una realidad tangible, y mucho menos un estado permanente. Mira alrededor. No estás sola. La primavera no perdona a nadie. ¿Te reconforta? Ya, a mí tampoco, pero a veces ayuda tener espejos.
24: Infertilidad. Porque sólo hay algo más complicado que tomar decisiones; no poder hacerlo. Me confronto con la idea sin cuidarme emocionalmente en el proceso. Pero antes de pensar si quiero serlo debería también a lo mejor aceptar la posibilidad de que no puedo. Verbalizarlo me da náuseas. Mi pesadilla sobre este tema se formó a pie de un hospital ingresada porque explotó uno de los quistes en el ovario que me acompañan desde que tengo diecinueve años. No dejaba de preguntarle al que entonces era mi pareja si eso influiría en mi maternidad futura. “No te preocupes cariño”. Me preocupo y mucho. La teoría dice: El tiempo responderá. La práctica: Ansiedad, impaciencia… El ideario social se pregunta: ¿Cómo una mujer TAN JOVEN está preocupada por esto? Pues bien, lo estoy, lo estamos muchas. Hay incertidumbre en lo que se da por sentado. Por eso, los días impares dejo que el cosmos, la vida y mi fe solucionen mis miedos a sus ritmos. Me digo que, si no soy madre, me ahorraré a la señora del super que te aconseja aunque no se lo pidas, a los pediatras guapos que te atenderán mientras tienes el pecho a rebosar de una leche que no sé si quiero dar… No me parece trágica la dependencia, pero no quiero salir de ningún juicio corriendo para que me aspire mi hijo por un pezón. Lo he visto. No lo del juicio. Sí la aspiración. Crecer en un país patriarcal en el que los hombres no forman parte del harén maternal me ha hecho creer que sería triste avanzar en esta línea individualista en la que tus hijos son tuyos y los crias tú y nadie más que tú. A mí, crecer en tribu en casa de mi abuela donde pasaba más tiempo que en la mía, me hizo absorber la multitud de batallas, caminos y decisiones que cada una de mis tías, primas y tías abuelas representaba. Soy un poco todas ellas porque mi madre no me veía tan suya. Hoy siento que gracias a esa multitud de opciones que palpé de cerca hoy puedo entender mejor a las mujeres desde sus caminos recorridos y por recorrer. Me hace hoy ser consciente de que hay sitio y lugar para todas. Y no, probablemente los gritos para llamar a los quince primos a merendar, las excursiones a la playa con seis niños en la parte de atrás del coche, y que tu trozo de tarta se lo comiese tu prima si tú no te lo acababas, no cumplan los estándares éticos de hoy en día, pero entonces la logística se daba desde el corazón. Lo importante era cooperar. Primaba el colectivo de menores que tomaban el relevo protagonista. No había tiempo para lo menos importante.
42: A la menarquia y a la menopausia las separan unos treinta años. De estos, en la actualidad, los diez primeros los pasas estudiando para forjarte un futuro económico que te haga independiente, los diez siguientes tratando de descifrar de qué va esto del amor, y los diez últimos a caballo entre la congelación de óvulos, la carrera por los méritos profesionales (que, tras el posible parto, sabes que puede acabar a la misma temperatura a la que alojabas a tu proyecto de criatura) y la caída del guindo con respecto a lo que buscas en una pareja; si es que es una pareja lo que buscas, que probablemente tampoco lo tengas siempre tan claro. En la actualidad del primer mundo, especifico. Porque todas estas decisiones son eso; problemas del primer mundo. Hoy hay lugares, no tan lejanos, donde estos treinta años entre la primera y la última menstruación son un recorrido sin opción a bifurcarse. Sí, hoy hay mujeres que ni siquiera saben poner nombre a lo que sacrifican porque desconocen que haya más posibilidades. Hay madres ejerciendo de tales en campos de refugiados, en aldeas sin agua potable, en ciudades en guerra. Hay madres que todavía están aprendiendo a ser hijas y no pueden saborear de qué va esto del amor, madres que son obligadas a casarse con hombres a los que ni siquiera conocen y a parir hijos en los que, quizás para sobrevivir, volcarán sus sueños, porque en algún sitio hay que ponerlos; a la espalda los sueños pesan demasiado. Madres. Muchas forzadas, pudiendo solamente elegir entre seguir o no seguir viviendo. No, no todas tenemos opción a decidir ser o no ser madre; esto es para privilegiadas. Para afortunadas, como yo, que tengo la snob idea antigua de que el amor es un terreno sagrado, la pareja una manera de vida que elegiré solamente si mejora mi soledad y la maternidad un tema sobre el que escribir cómodamente sentada frente a mi iPad un sábado de resaca mientras graniza (sí, graniza a las puertas de mayo, negacionistas del cambio climático y de otros cambios) tras las católicas cúpulas de Madrid.
24: Tengo que acabar de escribir este artículo. Tengo preguntas. Llamo a mi madre. A puñados de verdad me recuerda cómo de niña no me estaba quieta. Fui prematura, quizás tenía prisa (la sigo teniendo ahora), pesaba poquísimo y necesité incubadora. Necesité. Tuve mi primera crisis de asma con cinco meses. 4:00 de la madrugada, mi madre se pensaba que era hipo; era el comienzo de una enfermedad crónica. Noches en vela, una sanidad pública nefasta, todo lo que ocurría en Marruecos a principios de los 2000 y no hablemos de lo que sigue ocurriendo. Ahí fuera, mientras yo tenía acceso a una sanidad privada de pago, había miles de mujeres incapaces de costear tratamientos para sus hijos, sufriendo prohibiciones de métodos anticonceptivos, asumiendo que su destino es una maternidad forzosa y un matrimonio de sumisión. Ese Marruecos del que no se habla, porque sus poderosos y privilegiados caminan por encima de los cuellos de sus mujeres pobres y subordinadas. Si hay algo peor que ser súbdito es ser súbdita. No sé si recuerdo o recreo ahora, tras hablar con ella, su angustia y su miedo, el temblor de sus manos al preparar mis aerosoles, o la máquina de oxígeno que teníamos en casa, pero viene a mí nítidamente el recorrido hacia el hospital, en coche, de madrugada. Al volver a casa mi madre dormía apoyando en mi almohada la cabeza para comprobar que respiraba. Mi guardiana. Hoy sé, que muchas de sus arrugas llevan mi nombre. Son sus cicatrices de guerrera, su prueba de que el tiempo ha pasado y de qué manera. Hoy respiro mejor. Hoy puedo coger el teléfono y llamarla si me ahogo, y no necesariamente por mi asma.
A todas, por todas sus decisiones, gracias.