Hoy se celebra “la fiesta del año”, la Gala del Met (el Museo Metropolitan de Nueva York). El tema de esta nueva edición es la segunda parte de la que se celebró en septiembre, un homenaje a la moda estadounidense a lo largo de los años: América: An Anthology of Fashion. Y, entre otros muchos nombres, se habla de las auténticas pioneras de la moda estadounidense, desde el siglo XIX hasta mediados del siglo XX.
Cuando hablamos de la Gala del Met, todo el mundo piensa automáticamente en Anna Wintour, todopoderosa directora del Vogue USA. Pero, mucho antes de descubrir que "el diablo viste de Prada", dos mujeres, cuyas vidas y logros no son tan conocidas por el gran público, crearon la fiesta que hoy algunos llaman "los Oscar de la Costa Este".
Eleanor Lambert Berkson es una institución en Estados Unidos, y especialmente en Nueva York, donde era conocida como “la emperatriz de la 7ª Avenida (zona en la que tenían su sede la mayoría de las empresas y proveedores de la industria textil y la confección).
Fue la primera publicista de la moda, cuando nadie se dedicaba a ello. No solo sentó las bases de la industria de la confección en su país, sino también de la comunicación, el marketing y las relaciones públicas del sector, tal y como hoy los conocemos, en Europa.
Vivió 100 años (1903-2003) que apuró al máximo, siempre anteponiendo las necesidades de sus clientes y trabajando de sol a sol, con una disciplina férrea. Como la describió su único hijo, el poeta y crítico literario Bill Berkson: “Estaba decidida a ser la mejor en cualquier cosa que hiciera, incluso si ello suponía inventar una nueva profesión”.
Nacida en un pequeño pueblo de Indiana, tras estudiar arte y moda en Chicago, renunció a su sueño de ser escultora para dedicarse a la publicidad. Se mudó a Nueva York, poco antes del famoso crack de 1929, y su formación en arte la llevó a trabajar en la promoción del Museo Whitney (especializado en arte estadounidense) y en la fundación del MOMA (Museum of Modern Art), ambos con sede en Manhattan, y de la Asociación de Marchantes de Arte de Estados Unidos.
Su papel fue clave, al colocar a Nueva York como una de las capitales internacionales de la moda, junto a París, Londres y Milán, al mismo tiempo que ponía orden en la industria textil de su país y expandía el nombre y la reputación de los diseñadores estadounidenses por el mundo.
En su larguísima trayectoria profesional (trabajó durante más de 70 años) le dio tiempo a crear varios hitos que hoy permanecen: en 1940, la primera lista de mujeres bien vestidas realizada en Estados Unidos (en inglés, International Best-Dressed List Hall of Fame); en 1942, el premio Coty de los críticos de moda estadounidenses (Coty American Fashion Critics’ Award) y, en 1943, lo que hoy se conoce como la Semana de la Moda de Nueva York (New York Fashion Week), entonces denominada Press Week (Semana de la Prensa).
Incansable, en 1948 organiza la primera Gala del Met (entonces denominada MET Ball o baile del Met) para recaudar fondos con los que financiar el Costume Institute del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York; en 1953, crea el New York Dress Institute (Instituto del Vestido de Nueva York), que agrupaba a las empresas del sector de la moda, y en 1962 creará la Asociación de Diseñadores de Moda de Estados Unidos (Council of Fashion Designers of America o CFDA).
El documental Eleanor: Godmother of American Fashion (Eleanor: madrina de la Moda Americana), dirigido por su nieto, Moses Berkson, recoge el interés de su abuela por equipar la moda al arte y darle a la primera el papel que le correspondía, así como por defender la verdadera elegancia.
A pesar de las enormes presiones que recibía, de empresarios, políticos, millonarios y productores de Hollywood, que llegaron a ofrecerle trabajo y dinero para incluir a sus esposas y a sus actrices, Lambert siempre defendió la integridad del panel de críticos y especialistas en moda que la elaboraban.
Durante los años 60, se convirtió en embajadora de la moda estadounidense por encargo del Departamento de Estado, pues su enorme influencia se extendía no solo entre los diseñadores y fabricantes de moda, sino también entre numerosos presidentes y first ladies, de Eleanor Roosvelt (que se quejaba por no salir nunca en la lista de mejor vestidas) a Jacquie Kennedy o Nancy Reagan, por citar solo algunas.
Entre sus clientes, había diseñadores americanos, como Annette Simpson, Norman Norell y Hattie Carnegie, entre otros muchos, pero también franceses, como Pierre Cardin. Su “ojo clínico” la llevó a reconocer el talento de Oscar de la Renta, antes que nadie. Donna Karan la llamaba la “Madre Teresa de la Moda” y Bill Blass, “Santa Eleanor”, por su apoyo constante a los diseñadores aunque, para ello, a veces tuviera que enfrentarse a los fabricantes.
En la serie Halston (2021) de Netflix, la actriz Kelly Bishop interpreta a Eleanor Lambert. Como se cuenta en la serie, la publicista convence a Halston para que participe en la llamada “Batalla de Versalles”, que ella organizó en Francia, en 1973, y que se recuerda por su diversidad (Lambert logró que varios diseñadores contrataran modelos negras), a la vez que daba a conocer internacionalmente a los creadores del prêt-a-porter estadounidense, como el propio Halston y Stephen Burrows (1943-).
Murió en la cama de su piso de Nueva York, dos meses después de cumplir 100 años, después de más de 70 de trabajo ininterrumpido porque amaba profundamente lo que hacía. A él se aferró cuando murió repentinamente su marido, Seymour Berkson, a punto de cumplir los 54 años. Como le dijo a su nieto: “Cuando eres infeliz, la vida cambia para ti. No sé por qué pero, si tu corazón no está puesto en algo, te paras”.
La segunda de nuestras protagonistas es Diana Vreeland. Quienes la conocieron mientras vivió (1903-1989) saben que el verdadero “diablo” no vestía de Prada sino de Chanel. Sin embargo, mientras (casi) todo el mundo sabe quién es Anna Wintour, solo quienes se dedican al mundo de la moda o la aman apasionadamente conocen la historia de Diana Vreeland.
En 2003, Lauren Weisberger escribió El diablo viste de Prada, una novela en la que Andy Sachs, una periodista recién graduada, comienza a trabajar en Nueva York como ayudante de Miranda Priestly, la déspota y todopoderosa directora de la revista de moda Runway.
Aunque, según la escritora, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, el hecho de Lauren Weisberger hubiera trabajado durante 11 de meses como ayudante de Anna Wintour en Vogue, alimentó los rumores y, tras el personaje de Miranda Priestly, todo el mundo quiso ver a Anna Wintour, a la que algunos conocen como "la papisa de la moda".
En 2006 se estrenó la película con el mismo nombre, en la que Meryl Streep interpretaba a Miranda Priestly y Anne Hathaway, a Andrea Sachs.
Sin embargo, medio siglo antes de que el mundo conociera (presuntamente) las interioridades de trabajar con Wintour, por su carácter fuerte y un trato discutible hacia sus colaboradores, dos películas ya habían contado una historia parecida: A Funny face (1957), que en español se tradujo como Una cara con ángel), y ¿Quién eres tú, Polly Magoo? (1966), sobre la vida de una directora tiránica que hace temblar a su equipo cada vez que abre la boca.
Su nombre, Diana Vreeland. Su biografía más conocida cuenta que nació en París y que, al estallar la I Guerra Mundial, la acomodada familia Dalziel (él, inglés, y ella, una “socialite” americana) se trasladó a Nueva York. Diana, acostumbrada a frecuentar los círculos más exclusivos y a salir las revistas, en 1924, se casó con el financiero Reed Vreeland.
En 1929 se mudaron a Londres, donde Diana también conoce a la gente más influyente, entre ellos, el fotógrafo Cecil Beaton, de quien llegó a ser muy amiga. Los Vreeland llevan un alto nivel de vida. Como algunas de sus conocidas, Diana abre una tienda y hace todavía más amigas entre sus exquisitas clientas.
También conocerá a Coco Chanel que, impresionada por su estilo, le ofrece hacerle descuento cuando compre ropa de la diseñadora francesa. Durante esa época, que ella recordará siempre con nostalgia, recorre Europa, empapándose de todos los estilos y culturas posibles. Por eso, no es de extrañar que cuando, 70 años después, Lisa Immordino Vreeland realizó un documental sobre su vida, lo titulara The Eye has to Travel (2012), en español, El ojo tiene que viajar. Y en una de las muchas imágenes que hay de ella podemos verla con sombrero cordobés
En 1936, la familia Vreeland regresa a Nueva York. Diana llama la atención de Carmel Snow, directora de la revista Harper´s Bazaar, y comienza a escribir una columna en la revista titulada Why don’t you…? (¿Por qué no…?), en la que daba consejos tan frikis como ¿Por qué no les lavas el pelo rubio a tus hijos con champán?
Suyas son (en colaboración con fotógrafos como Richard Avedon o Louise Dahl-Wolfe) algunas de las portadas míticas de la revista, como la de marzo de 1943, en la que aparece como modelo una jovencísima y desconocida Lauren Bacall que, un año después, protagonizaría To Have and Have Not (Tener o no tener) con Humphrey Bogart.
Durante la II Guerra Mundial, Diana Vreeland se convierte en la gran promotora de los diseñadores de Estados Unidos sobre cuya “integridad y talento” escribe en 1943, con ocasión de la creación de la Press Week por Margaret Lambert. En una Francia invadida por los nazis, el estilo ya no lo puede marcar París y, según Vreeland, era hora de que los nuevo diseñadores estadounidenses mostraran “the American style, and the American way of life” ("el estilo americano y el estilo de vida americano").
Según contaba el fotógrafo Richard Avedon (con el que trabajó durante casi 40 años), ella fue la primera editora de moda pues, anteriormente, quienes hacían los reportajes de moda eran señoritas de clase alta con un gusto un tanto cursi para combinar la ropa. Y las revistas estaban más centradas en consejos, recetas y catálogos de grandes almacenes que en hacer obras de arte: “Diana Vreeland profesionalizó el trabajo”. Su intensa colaboración con Avedon nos ha dejado imágenes que hoy ya son historia de la fotografía de moda.
Después de 26 años como editora de moda en Harper’s Bazaar, en 1962 se enfadó porque no fue elegida para sustituir a la directora de la revista, Carmel Snow, cuando esta se retiró, así que se marchó a trabajar a Vogue, donde estuvo casi una década (1962-71) como directora.
Recorrer las páginas de la revista, bajo la dirección de Vreeland es recorrer la historia de la cultura bien entrado el siglo XX: la alta Costura, los Kennedy y su Camelot, los Beatles, el movimiento hippy, los Rolling Stones, el unisex, los pantalones vaqueros, la revolución sexual, Andy Warhol y hasta la carrera espacial... todo está en esos ejemplares que llegaban puntualmente, cada mes, al quiosco.
Abrazó la imperfección e incluso la vulgaridad porque, según decía: "Demasiado buen gusto aburre". Histriónica, exagerada, siempre con los labios pintados de rojo, las uñas del mismo tono y un cigarrillo en la mano… repetía incansable: "El estilo lo es todo. Es una manera de vivir. Sin él, no eres nada."
Quizás porque ella tampoco encajaba en los cánones de belleza de la época, invento el suyo, instaurando de paso otros en los que encajaban a la perfección Twiggy, Anjelica Houston, Barbra Streisand o Lauren Hutton. Y se encargó de desmitificar la moda: "Un vestido nuevo no te lleva a ninguna parte. Lo que importa es la vida que llevas con ese vestido”.
En 1971, los enormes gastos en que incurría (era más una creadora que una gestora), llevaron a la empresa editora a sustituirla por su asistente, Grace Mirabella. Vreeland declaró después: “Yo solo tenía 70 años. Qué se suponía que tenía que hacer, retirarme?”. Pero llegó al rescate el entonces director del Metropolitan, Tom Hoving, que le ofreció convertirse en asesora del Costume Institute del Museo (el equivalente a nuestro Museo del Traje).
Allí estaría hasta 1989, organizando exposiciones que atrajeron un gran número de nuevos visitantes al Museo. Entre la docena de muestras que comisarió cabían temas tan dispares como El Mundo de Balenciaga (al que adoraba), en 1973; El Diseño Romántico y Glamuroso de Hollywood (1974-1975); Mujeres Americanas Con Estilo (1975-1976); La Gloria del Vestido Ruso (1976 –1977); Diaghilev: Vestidos y Diseños de los Ballets Rusos (1978 – 1979); La Moda de la era de los Habsburgo: Austria-Hungría (1979-1980); El Dragón Manchú: Vestidos de China (1980-1981); La Mujer del Siglo XVIII (1981-1982); Le Belle Époque (1982–1983) y una retrospectiva, Yves Saint Laurent: 25 Años, entre otras.
Fue precursora del storytelling, una forma más amena de contar historias, ya fuera en papel, en las páginas de las revistas, o en tres dimensiones, en las exposiciones del museo. Según Lisa Immordino Vreeland, directora del documental sobre su vida (que en español se tradujo como La mirada educada): “Ella era la mejor narradora de historias”.
Guiada por una intuición a prueba de bombas, “ojo” infalible para detectar tendencias y talentos, una fantasía desbordante (a veces en exceso), se dio cuenta de que, en los 60, el mundo estaba cambiando tanto como en los locos años 20 y que la nueva mujer ya no quería quedarse a cocinar en casa sino comerse el mundo.
Cuando esta noche, diseñadores, actores y actrices, modelos, cantantes y demás famosos suban la imponente escalinata del Met, bajo una lluvia de flashes, será porque hace mucho tiempo, dos mujeres; Eleanor Lambert y Diana Vreeland, tuvieron una visión: meter la moda contemporánea en los Museos y darle a esta categoría de arte. Y lo lograron.