Si había algo que Romy Schneider odiaba con vehemencia era que en plena edad adulta aún se la “confundiera” con Sissi. Irónicamente el rol de la emperatriz Elizabeth, que encarnó desde los 16 años durante tres secuelas y la catapultó a la fama, sería el motor de su primer acto de rebeldía.
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En el documental Romy, femme libre, de Lucie Cariès y Clémentine Deroudille, se recogen las acciones, casi de guerrilla, que definirían la libertad de la actriz germana- austriaca y moldearían su corta e intensa vida, que concluyó justo hace cuatro décadas, cuando tenía 42 años.
Las directoras Lucie Cariès y Clémentine Deroudille traen al presente a Romy, a través de material de archivo y dándole voz, en primera persona, aportando así piezas perdidas o que se habían diluido en el tiempo. El retrato de Schneider que presentan es el de una mujer resoluta, osada e independiente, tanto en lo personal como en lo profesional.
Aunque se sabe que Romy vivió muchas tragedias en su vida (incluyendo la muerte de su hijo adolescente, David), el documental no se detiene en ellas, “odiaría que se la presentase como una víctima”, zanja la realizadora Lucie Cariès.
Las directoras tomaron otro camino, el de subrayar la gran capacidad de determinación y contundencia de Romy, sobre todo en una época en la que las féminas no gozaban de libertades ni de independencia.
“En un momento de su vida, ella decidió vivir como quería”, analiza Lucie Cariès en el Festival de Cannes, donde Romy, femme libre tuvo su estreno mundial, “lo notable es que tenía unos 19 o 20 años, realmente era muy joven cuando tomó la decisión de romper con todo”.
Deshacerse de Sissi, del estatus de princesa delante y detrás de la cámara, constituyó el primer paso, y no fue tan fácil. Al ser hija de actores famosos, desde que abandonara el internado de señoritas y se iniciara en la actuación junto a su madre, se vio expuesta constantemente al ámbito público. Era 1958 cuando Romy rompió con Sissi, se zafó del ala protectora de su madre, Magda, pero también de la oscura relación que sus padres habían tenido con el régimen nazi.
“Soy como un pastelito vienés que todos quieren devorar, ¡estoy harta!”, Romy dio el portazo definitivo ante la propuesta de una cuarta entrega de Sissi. Que precisamente sean esas tres películas las que tienen más repeticiones, en la televisión abierta alrededor del mundo, es uno de los misterios a resolver.
“Lo fácil me aburre”
Pero, ¿qué quería la jovensísima Romy? Pues hacer otro tipo de películas, menos ñoñas, más arriesgadas y de envergadura. Algo que no encontraría en Alemania, pero sí en la pujante cinematografía francesa.
Schneider era puro talento, intuición y belleza (¡Ah, la belleza! El deslumbrante monstruo que la perseguiría de por vida…), ya que no había tenido formación actoral profesional, algo bastante común en su época.
“Lo fácil me aburre”, diría Romy en otro momento de su vida, como verbalizando el arrojo que la describiría como actriz. De la modosa Sissi pasó pues a convertirse en objeto del deseo. Como muestra está la filmografía que emprendió en Francia y que supuso un choque para sus seguidores, pero significó su liberación.
“Ella sentía una necesidad muy grande de cambiar cómo se la percibía”, profundiza Cariès, “quería que se la mirara de otra manera, pero también deseaba estar menos sola, que es algo muy ambivalente. Sin embargo ese ‘ahora voy a vivir de la manera que quiero’, es una frase que también se aplica a su sexualidad, a su relación con su cuerpo, pero también hacia su poder de seducción y la relación con los hombres”.
Precisamente Romy, femme libre se inicia con una famosa secuencia de la película Las cosas de la vida (de Claude Sautet, 1970). “¿Qué haces?”, pregunta Schneider semi desnuda (cosa que se adivina pero no se ve por completo) mientras escribe a máquina, con Michel Piccoli a sus espaldas, “te miro”, le contesta éste evidenciando una mezcla de fascinación y deseo.
¿Era esa acaso la mirada anhelada? En el año que rodó el mencionado filme de Sautet, ya Romy era dueña de una sólida carrera, sobre todo, gracias a filmes dirigidos por grandes nombres del cine francés, pero también por su trabajo junto a reconocidos actores y actrices como Jeanne Moreau, Peter O’Toole, Orson Wells, Woody Allen o Jack Lemon.
Hasta había probado suerte en Hollywood, quizás tomando como guía las palabras del director Otto Preminger, quien le había recomendado que, si quería hacer una carrera internacional, tenía que rodar de todo, aceptar todo lo que le ofrecieran.
“Lo intenté pero no pude”, reconocería Romy años más tarde, exhausta y espantada por el star-system.
En efecto, “Romy no tenía un pensamiento de hacer carrera o de tener un estatus de icono, sin embargo era una estrella, aunque no le gustara”, ahonda la directora Lucie Cariès quien, después de estudiarla en profundidad, la describe como “un alma libre, una mujer bastante instintiva y muy inteligente”.
Quizás en su inteligencia e instinto es donde radica la clave de su sobrevivencia en la industria cinematográfica dominada por hombres.
Romy, ¿feminista?
Al revisar su vida, obra y “actos de rebeldía”, es válida la pregunta que ya en su tiempo se le hiciera reiteradamente: ¿es Romy Schneider una feminista?
“Pienso que sí era una feminista, pero sin saberlo”, se aventura a afirmar Lucie Cariès, “ésa es la razón por la que solemos escuchar la frase ‘vivió como un hombre’, lo cual también es perfectamente aplicable a sus deseos”.
Hay que situarse en la convulsa época que le tocó vivir a Schneider, tanto en Francia como en Alemania (los dos países entre los que dividía su vida), las reivindicaciones sociales eran volcanes en erupción, y una de esas grandes e imparables erupciones volcánicas lo constituía el movimiento feminista.
Que Romy Schneider no se considerara una feminista, aunque su vida, acciones y opiniones indicaran todo lo contrario, para Lucie Cariès tiene varias explicaciones, profundiza en una de ellas.
“Romy se había labrado su propio camino, llevaba las riendas de su vida y lo hacía a su manera, tuvo relaciones con diferentes hombres y con quienes quiso”, introduce la directora francesa, “lo que no quería era ser manipulada, instrumentalizada. Hay que pensar que el movimiento feminista del aquel momento se distinguía por ser bastante radical, y precisamente Romy no quería ser identificada con esa línea”.
En 1971 Romy Schneider participó en una campaña por el derecho al aborto. En la revista alemana Stern, junto a otras 373 mujeres, incluyendo celebridades como ella, aparece su foto bajo el título: Nosotras abortamos. Schneider no tuvo tapujos en contribuir a romper el silencio ni en erigirse como abanderada de los derechos y del poder de decisión de las mujeres.
Esa posición Lucie Cariès no la ve como una transformación, más bien “era un tema que formaba parte de su tiempo”, asegura, “ella era una mujer muy moderna y valiente, que no tuvo problemas de hablar de asuntos que eran parte de la lucha del feminismo”.
Al final de sus días, aún en activo, madre de una niña de cuatro años, y con estatus de icono del cine, Romy Schneider libraría otras luchas, quizás las peores, contra la tristeza por la muerte de su hijo, contra el alcohol y los somníferos, pero también luchaba por volver a reencontrarse. Un paro cardíaco la detuvo en el intento.