Yo tenía una compañera de trabajo que solía aparecer por la redacción —ubicada en un desapacible polígono industrial de Madrid— con un vaso tamaño XXL, cuajado de cristales de Swarovski rosas, del que bebía café a través de una pajita. Era (y es) mexicana, defendía sus posturas con vehemencia y siempre pensaba a lo grande. Acabaron despidiéndola: brillaba tanto que una de sus jefas no soportó la idea de que pudiera hacerle sombra, así que aprovechó la primera oportunidad que tuvo delante para quitársela de en medio.
Me he acordado de mi compañera al ver el documental Halftime, que repasa la trayectoria de Jennifer Lopez tomando como hilo conductor su espectacular actuación junto a Shakira en el intermedio de la Super Bowl de 2020 ante 150 millones de espectadores.
La asociación que ha hecho mi cabeza es obvia: en varios planos de la cinta, JLo aparece yendo de aquí para allá con un vaso gigante de cristales de Swarovski en sus manos, casi idéntico al que utilizaba aquella estilista mexicana. Pero entrelíneas he atisbado un paralelismo más, el de la fuerza de las mujeres latinas que luchan por hacer carrera en países que mayoritariamente no comparten su acento.
Creo que es imposible ver Halftime y no acabar sintiendo empatía hacia Jennifer Lopez. Conmueven su esfuerzo, su afán de superación, su deseo de dejar una huella positiva en las niñas que vienen detrás y ese dolor que le causa saber que en el fondo nadie la toma muy en serio. Como resume un periodista al desgranar un perfil sobre ella, es “una de las personas más conocidas del planeta; conocida universalmente, pero no siempre respetada universalmente”.
En el documental de hora y media de duración que emite Netflix, hay una escena especialmente elocuente. La artista viaja en el asiento trasero de un coche junto a su equipo y coge su teléfono para entrar en el chat que comparte con sus padres y sus dos hermanas.
Acaba de presentar en el Festival de Cine de Toronto la película Estafadoras de Wall Street (Hustlers, según su título en inglés) y está recibiendo críticas muy positivas por su interpretación en la misma, hasta el punto de que hay quien habla de que ese papel podría llevarla directa a los Oscar.
Pero en el chat familiar apenas dedican dos escuetos mensajes a ese hito; el resto de la conversación se centra en animar a los Jets, el equipo de fútbol americano del que al parecer son fans padres e hijas. Finalmente, Jennifer, que está emocionada ante la posibilidad de alcanzar al fin el olimpo de Hollywood, sólo se arranca a escribir un par de palabras en su móvil: “Vamos, Jets”.
“Toda mi vida ha sido una batalla para que se me escuche, para que se me vea”, dice la cantante, actriz y productora, la mujer que ha vendido más de 80 millones de discos y aparecido en unas 40 películas, y que, sin embargo, masca chicle con la boca abierta como si nunca hubiera salido del Bronx, el barrio neoyorkino en el que nació hace 52 años fruto del matrimonio de dos puertorriqueños que la criaron en un apartamento sin ascensor y con solo una habitación.
“Yo tenía poca autoestima”, confiesa en un momento de la serie, y también: “De joven aceptaba todos los trabajos que me ofrecían”, aunque en otra ocasión se refiere a sí misma como la “JLo a la que disparas y no se cae”. En la Super Bowl canta Let’s get loud –“hagamos ruido”– y también I’m still Jenny from the block –“sigo siendo Jenny la del bloque”– porque ella representa ambas cosas: una superestrella que acumula miles de portadas en las revistas y una chica latina que aún no ha logrado deshacerse de todos sus complejos.
Tal vez Jennifer Lopez nunca consiga un Oscar, pero se merece todo el respeto y la atención porque a estas alturas ya ha demostrado que es mucho más que una bailarina capaz de serpentear por una barra americana. En un momento del documental, la artista pregunta ante las cámaras, al referirse a las múltiples vertientes de su carrera: “¿Por qué no podemos hacerlo todo?”.
Otra de sus citas estelares es la siguiente: “No se trata de buscar a alguien que te dé una casa, sino de hacértela tú misma”. Esas frases son quizá los elementos que mejor definen su esencia. Eso, y su vaso cuajado de brillantes cristales de Swarovski.