En un popular programa de televisión matutino inglés le preguntaban a Sophia sobre su pareja ideal. “Debe ser muy inteligente, comprensivo, supergenial, seguro de sí mismo”, contestó con cierto encanto y sin pensárselo mucho, aunque aseguraba ser muy joven para preocuparse por esos temas.
Sophia con su piel de silicona, 62 arquitecturas faciales, cámaras en los ojos, algoritmos para recordar rostros y hacer contacto visual, “se apellida” 2020 y es un robot humanoide desarrollado por la firma Hanson Robotic, que había sido activado el año antes –en 2016– de esa entrevista, tan surrealista que daba la sensación de estar viendo una escena desechada de Blade Runner, A.I. Inteligencia Artificial, Ex Machina o de la macabra Las esposas de Stepford.
Es abrumadora la realidad de ciencia-ficción en materia de robots e inteligencia artificial, aunque nos parezca normal que, en la vida diaria, los algoritmos lleguen hasta el punto de anticiparse a nuestras apetencias. Precisamente ese perfume de posible normalidad es uno de los aspectos que llama la atención de El hombre perfecto (Ich bin dein Mensch).
[Este robot humanoide horroriza con su increíble imitación de las expresiones humanas]
El filme, dirigido y coescrito por María Schrader y basado en un relato de Emma Braslavsky, juega con la idea de la creación de un humanoide hecho a la medida, que se basa en los deseos de quien lo ordena y paga, y con la increíble capacidad de “aprender” sobre la marcha. La desaparición de Tinder se imagina que tenía que ser por todo lo alto.
En esta historia lo menos que quiere Alma (Maren Eggert) es una pareja. La antropóloga e investigadora en el Museo de Pérgamo de Berlín, con una larga relación sentimental concluida, independiente, dueña de su vida, accede a probar el proyecto de humanoide-a-la-medida para luego escribir un reporte y determinar si es o no aconsejable la inclusión en la sociedad de humanoides.
A Alma lo que le motiva a llevarse a casa a Tom (Dan Stevens) es la promesa de más recursos económicos para su proyecto científico, que consiste en determinar la existencia de la poesía en la escritura cuneiforme.
El largo historial de películas y series dan cuenta de que, por lo general, en sus historias los robots son féminas, mientras que en El hombre perfecto sucede justo lo contrario.
“Me intrigó que esta vez es una mujer quien trata al hombre como un objeto, como una herramienta, un artefacto fabricado para cumplir los deseos de una mujer, y que esa sea la única razón de su existencia”, desgrana la directora alemana Maria Schrader.
El mito de la eterna búsqueda-espera de la pareja perfecta, lo que llamaban también ‘la media naranja’, ha sido sistemáticamente reforzado por lo que vemos en las pantallas; en ellas, las mujeres han estado definidas por ciertos patrones de conducta que han servido de “guías” para las generaciones que crecieron con el cine y la televisión. Llegó pues la hora de dinamitar esos patrones impuestos.
En ese sentido, la también directora de la miniserie Unorthodox (2020) puntualiza que en El hombre perfecto “se experimenta con cosas que, por lo general, no hacemos las mujeres, como cuando Alma le dice a Tom: "Vale, has sido diseñado y construido para mí, déjame ver tu pene".
Eso no pertenece precisamente a la narrativa que acostumbramos a tener en el cine, y sí, tal vez esta película contribuya a ese cambio de perspectiva”. La actriz Maren Eggert afirma que ese tipo de escenas, como la citada por Schrader, las hemos visto infinidad de veces pero a la inversa, con la mujer cosificada, pero en este filme no es así, apunta.
“Muchas películas están planteando la feminidad y el hecho de ser mujer desde otra perspectiva”, asegura Maren, “en muchos filmes vemos a las mujeres tratando de hallar su camino, preguntándose en qué tipo de mujer quieren convertirse, pero aquí es al revés. Es refrescante el hecho de que esta vez no sea ella la que se pregunte qué tipo de mujer quiere ser, sino el hombre el que se hace ese cuestionamiento”.
Así mismo es significativo que Alma no sea la típica mujer en la búsqueda incansable de un hombre para llenar una vida vacía. Ni busca ni su vida carece de sentido. Tampoco está interesada en la ternura, en un acercamiento íntimo, en miradas profundas a los ojos, en mariposas en el estómago, ni en piropos extraído del catálogo de romanticismo casposo. Alma es una mujer plena que asume su ironía y cinismo, su lugar en la vida, su entrega a su trabajo.
Por otro lado, está Tom que, por razones obvias, lo tiene todo: es guapo, encantador, inteligente, ingenioso, baila rumba sin perder los papeles y hasta tiene un ligero acento inglés.
“Mi algoritmo está programado para hacerte feliz”, Tom sonríe como si fuera el genio de la lámpara. Pero Alma, abrumada por tanta perfección, sin saber a qué atenerse, dice que lo único que le hace feliz es que la deje en paz.
¿Quo vadis masculinidad?
El suelo cubierto de pétalos de rosa, la bañera con espuma como nubes, velas aromáticas que proporcionan la luz adecuada... Al alcance de la mano hay fresas y champán. Tom, con la más seductora de las sonrisas, la espera paciente sentado al borde de la bañera completamente vestido. “Necesitas relajarte, trabajar tanto no es bueno para ti”, suena protector.
Alma, con los ojos desorbitados y cara de desconcierto, ve la puesta en escena. Él, extrañado, le dice que el 93% de las mujeres alemanas sueñan con una velada como esa; ella, con ironía, replica: “Ya sabrás a qué grupo pertenezco yo...”.
De esto nos queda claro que los algoritmos, aunque aprenden con pasmosa rapidez, también se equivocan, como también nos surge la pregunta ¿de dónde viene esa concepción tan singular –por calificarlo de alguna manera– de lo “romántico”?
“Tom experimenta una crisis, porque al principio quiere ser el clásico amante pero, de inmediato, lo rechaza y opta por otro patrón de comportamiento”, describe Dan Stevens, “se cuestiona qué tipo de hombre debería ser y esa es una pregunta que los hombres nos tendríamos que formular constantemente”.
Desde el aristócrata Matthew Crawley de Downton Abbey al cantante ruso Alexander Lemtov de Eurovision Song Contest, pasando por el Tom de El hombre perfecto, Stevens asegura prestarle mucha atención a la dirección en la que apunta la masculinidad de su personaje.
“Encuentro mucho humor en la crisis de la masculinidad, de cómo se le derrumban su mundo, sus cimientos y estereotipos patriarcales”, afirma el actor inglés, quien dice sentir mucho placer cuando examina la crisis de la masculinidad, ese proceso de redefinición de su agitado y hasta tormentoso quo vadis, del que esperamos que, para su bien, permeen los feminismos.
“Estamos cuestionando la masculinidad abiertamente y en muchos aspectos”, analiza Stevens, “cómo podemos mejorar nuestras relaciones con las mujeres, cuál es nuestro puesto en la sociedad... entre otras cosas que pertenecen a la reevaluación diaria a la que nos tenemos que someter”.
¿Acaso este humanoide, capacitado para analizar con precisión las emociones humanas, es el mejor ejemplo de cómo debe ser un hombre? ¿Estaríamos dispuestas a tener un humanoide proactivo e interactivo en la cama?
“Si en el futuro llegara a existir un robot como Tom, los humanos no tendríamos nada más que hacer, probablemente echarnos en una esquina y morir”, valora Schrader medio en broma, “quizás los humanos lo que podamos ofrecer sea el instinto, la estupidez, la irracionalidad, la furia, la creatividad”.
Con todos los avances tecnológicos a disposición, más los que vendrán en un futuro inmediato, y tras sobrevivir a una pandemia que terminó de decretar a la soledad como un flagelo que afecta considerablemente a los seres sociales que somos, a propósito de los robots como el Tom de la ficción y la Sophia 2020 de la realidad, Maria Schrader deja caer una última reflexión.
“Cabe preguntarse si alguien que no es imperfecto como nosotros, que además es inmortal, que por ende nunca se enferma, y cuyas acciones no están motivadas por instintos, celos, miedos ni ansiedades, puede ser un individuo que ofrezca consuelo”, calibra la directora de El hombre perfecto, “hay que preguntarnos si alguien así puede ser la pareja que soñamos tener”.