Según la definieron los filósofos antiguos, la ataraxia (en griego: ἀταραξία) es una disposición anímica que consiste en la imperturbabilidad espiritual y que es la base de la felicidad. Para Epicuro, Demócrito o Lucrecio –algunos de los filósofos griegos que teorizaron sobre este concepto–, alcanzar dicho estado de serenidad en el alma requiere ser capaz de mantenerse indiferente ante las emociones, sobre todo las negativas, como pueden ser el miedo, la frustración, la ira o la ansiedad.
Todo esto recuerda mucho al concepto contiguo de apatía (del griego ἀπάθεια), hasta el punto de que algunos filósofos consideran que no es necesario hacer ninguna distinción. Lo que, en cambio, no es lícito es identificar la apatía de los antiguos con nuestra apatía actual, pues en la antigüedad el término estaba desprovisto de cualquier connotación negativa, al contrario que en la actualidad.
Bajo el punto de vista de los autores antiguos, tanto la ataraxia como la apatía eran estados de ánimo positivos, pues conducían a la felicidad, que solamente puede alcanzarse a través del dominio de las pasiones. Hay que tener en cuenta que en la filosofía griega, desde Platón, las emociones y las pasiones eran enemigas de la razón, y la felicidad verdadera del hombre dependía de que esta gobernara sobre aquellas.
La ataraxia aplicada a tus vacaciones
Pero el mundo de los antiguos era muy diferente al nuestro. Y no solo porque en el suyo hubiera mitos que explicaban la historia del mundo y los fenómenos naturales desde un punto de vista casi mágico. El mundo ha cambiado sobremanera en más de dos mil años, pero muchas de las enseñanzas de los pensadores de la Antigüedad siguen siendo vigentes.
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En concreto, la ataraxia es un concepto que se adapta muy bien a nuestro tiempo, y más ahora que llegan las vacaciones de verano, ansiadas por muchos y temidas por otros tantos. Aunque el parón veraniego debería servir para recargar las pilas y desconectar, lo cierto es que para mucha gente las vacaciones son un infierno, y hasta está certificado que en esta época del año es cuando más divorcios se producen.
Las razones de ello tienen que ver con que durante las vacaciones se pasa más tiempo junto a la familia, y esto da lugar a roces continuos sobre, por ejemplo, en qué lugar pasar las vacaciones, sobre el itinerario a seguir o sobre a quién le toca hacer la comida. También los hijos pueden ser un foco de discrepancia, y en algunos casos, hasta los suegros y los cuñados, esas figuras tan denostadas en el idearium español.
Por eso, las enseñanzas de Epicuro y compañía pueden resultar muy útiles a la hora de afrontar el verano. No se trata de mostrarse indolente en todo momento, no al menos en el sentido negativo, pero sí de tomarse las cosas con filosofía, como suele decirse. Intenta no dejarte llevar por tus emociones y todo irá bien. Y, sobre todo, recuerda que no merece la pena preocuparse por aquello que escapa a tu control.