Grandes crisantemos blancos sobre un fondo de hojas de palmeras le daban forma a una frase que nunca se debió olvidar: “Martha tenía razón”. A modo de epitafio, ese mensaje de remitente anónimo, se dejó leer en el cementerio de su natal Pine Bluff (Arkansas) el 03 de junio de 1976, donde Martha Mitchell sería enterrada a los 57 años tras sufrir cáncer de la médula ósea.
Definitivamente, Martha Mitchell fue la verdadera garganta profunda del caso Watergate, aunque no aparezca en los grandes filmes que cuentan sobre ese escándalo.
La entonces esposa de John Mitchell, fiscal general de EEUU durante el primer mandato de Richard Nixon, tras su llegada a Washington se convirtió en una celebridad, pero sobre todo en alguien que no estaba dispuesta a asumir el rol de todas las mujeres de los políticos, como lo era el de la guapa fémina, con sonrisa eterna y de punta en blanco, departiendo con sus “iguales” en una salita bien apartada de la cúpula de poder conformada por hombres.
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“La esposa de un político no es una persona normal que puede hacer o decir lo que quiera, pero yo digo lo que quiero”. Con una risotada traviesa, Martha lanzaría esta declaración de intenciones en una entrevista de televisión, ataviada en rosa y llevando un elaborado moño a la usanza de principios de la década de los 70.
Es que, como apuntaría con mordacidad la misma Martha en otra de sus tantas entrevistas, a las mujeres en general no se les permitía expresar sus opiniones. “¿Acaso es democracia si la gente no puede decir lo que piensa, decir la verdad?”, inquiría con cierto desafío.
A Martha Mitchell la intentaron silenciar, o más bien la quisieron desactivar. La sometieron a lo que se conoce como "gaslighting" (violencia de luz de gas), un maltrato psicológico a través del cual el abusador convence a su víctima de que se imagina cosas, manipula su memoria, la descalifica, la desarma poco a poco hasta llegar al punto de hacerle dudar de su estabilidad mental.
En el caso de Martha Mitchell, el abusador en cuestión fue una tríada conformada por su consorte, el presidente Nixon y el jefe de Gabinete Bob Haldeman.
Al cumplirse 50 años del Watergate, dos producciones traen al presente a Martha Mitchell. Una de ellas es la serie Gaslit (Starz), creada por Robbie Pickering con una inmensa Julia Roberts interpretando Martha, y Sean Penn encarnando a John Mitchell. La otra producción se trata del exhaustivo documental The Martha Mitchell Effect (Netflix), dirigido por Debra McClutchy y Anne Alvergue.
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Tanto la ficción con sus siete capítulos como el documental reivindican no solamente la importancia de Martha Mitchell como figura clave en el destape de esta olla podrida que sentó precedentes en la política estadounidense, sino también pone el foco en el caso de una mujer víctima de gaslighting ante los ojos de todo un país.
“Martha nunca miente”
Al inicio de la década de los 70, Estados Unidos era un candelero con muchos frentes abiertos: la Guerra de Vietnam, las protestas a favor de los derechos civiles de los afrodescendientes, así como también rugía a todo pulmón el feminismo con Gloria Steinem, Betty Friedan, Shirley Chisholm y Bella Abzug a la cabeza.
La republicana acérrima, conservadora, defensora del presidente Nixon, que poco simpatizaba con los movimientos feministas y los “revoltosos” hippies, curiosamente caía bien en el grosor de la población, por sus modos campechanos, por tender lazos estrechos de comunicación con los medios (cosa que contrastaba con el hermetismo de la Administración de turno).
En poco tiempo se convirtió en toda una celebridad que se paseaba a gusto por los diferentes programas de televisión (daba igual cuáles), y en la portavoz no oficial del gobierno y del Partido Republicano.
Los oídos de Martha estaban prestos a captar cualquier movida política que luego eran filtrados por ella misma vía telefónica a los diferentes medios. Los titulares de la época dan fe de ello: “Martha nunca miente”, “La primera dama del Gabinete”, “La voz de los estadounidenses”, “Martha Mitchell, la parlanchina”. En los saraos y reuniones donde coincidían con Martha los hombres que hacían política, se empezó a hablar a media voz, a estar más alerta, a cuidar los temas de conversación. Sin embargo, la sureña siempre se las arregló para acopiar información.
Con el tiempo aumentarían al unísono su credibilidad ante los ciudadanos y el ser percibida por los hombres del gobierno como una amenaza. Cuando a bordo del Air Force One le dijo a la periodista Helen Thomas (corresponsal de la agencia de noticias UPI en la Casa Blanca), así como a los otros reporteros presentes, que la Guerra de Vietnam apestaba, se produjo algo parecido a un microcataclismo.
Tanto en Gaslit como en The Martha Mitchell Effect este constituye un significativo momento de inflexión; a quien se ganaría el alias de “The Mouth of the South” ya no le permitieron abordar el avión presidencial.
En público, John Mitchell diría de la incontinencia verbal de su esposa era “un misil no guiado”, mientras que desde la agazapada “privacidad” de la sala oval, Nixon se referiría a ella como “una mosca cojonera”, alguien que le daba miedo y que no soportaba, tal como recogen Debra McClutchy y Anne Alvergue en el citado documental.
Mientras se cocinaba lo que pasaría a la historia como el caso Watergate, hacia inicios de 1972, Martha continuaba con sus acostumbradas andanzas de celebridad republicana que empezó a usar como parte de la estrategia de campaña para la reelección de Richard Nixon.
Intuitiva por naturaleza, algo se debió oler cuando John Mitchell, que había depuesto su cargo de fiscal para encabezar el Comité de Reelección, la engatusó para ir con él a California a una gala de recaudación de fondos.
Martha no sospechaba lo que le esperaba.
La heroína del Watergate
Al final de la película dirigida por Debra McClutchy y Anne Alvergue, así como en el primer capítulo del pódcast Slow Burn (de Leon Neyfakh), en el cual se apoya Gaslif, se cuenta que el "Efecto Martha Mitchell" es un término acuñado por Brendan Maher, profesor de Psicología en Harvard. Tal fenómeno se produce cuando las creencias de una persona se consideran delirantes, pero luego resultan ser ciertas.
Para que Maher llegara a esta conclusión en 1988, había estudiado a fondo el caso de la mujer que fue retenida en contra de su voluntad en California, aislada e incomunicada durante casi una semana, custodiada por cinco hombres que, según ella, la maltrataron, golpearon y la drogaron para mantenerla bajo control.
“Martha ha llegado demasiado lejos, hemos creado una especie de Frankestein con la prensa”, se escucha en el documental a John Mitchell en conversación con Nixon y Haldeman en una de las grabaciones secretas de la Casa Blanca. Apaciguando los nervios de sus interlocutores, promete tomar medidas, acepta la patraña de la dimisión de todo cargo político “por amor a mi mujer”, dándole así play al gaslighting que viviría Martha Mitchell.
“Muchas mujeres de su edad sufren de paranoia”, le dice en el encierro californiano un médico a la Martha de Julia Roberts, mientras le atiza un calmante que la tumba. Tanto en la ficción como en el documental se plantea que para cuando regresa a Washington, enterada e indignada por lo del Watergate, aún confiando en John, al relatar de su cautiverio y al señalar a Nixon como responsable del escándalo, se da de bruces con la campaña sucia en su contra.
Pirada, alcohólica, problemática, enferma, volátil, histérica, confundida, loca… Figura en la prensa. Con Nixon reelegido, Martha fue prácticamente la primera persona que pidió la dimisión del presidente.
Mientras que en Gaslit se dramatiza de manera prolija y efectiva el declive de Martha, con flashback sobre sus orígenes y vida en Arkansas, así como cuando conoció a John y su “idílico” matrimonio hasta que apareció Richard Nixon. En The Martha Mitchell Effect se reúnen testimonios tanto en primera persona como de terceros que avalan la historia, pero también cuentan lo que sucedió después de la separación de John, así como lo que ocurrió luego de la renuncia del presidente en 1974.
Hasta el mismo Bod Woodward, el periodista de The Washington Post que junto a Carl Bersntein reportearon sobre el caso Watergate y la campaña sucia de Nixon para lograr su reelección, reconoce que parte de la misma consistió en sacar de circulación a Martha Mitchell.
“Carl y yo nos dimos cuenta de que Martha era el coro griego porque decía la verdad”, concluye Woodward en The Martha Mitchell Effect. Y, por si fuera poco, en 1977, el mismo Richard Nixon confesaría en una de las entrevistas concedidas al periodista estrella David Frost que estaba convencido de que, de no haber sido por Martha, no hubiera habido Watergate, con el que cayó él y su cúpula cercana, incluyendo a John Mitchell.
Puede que Martha Mitchell psicológicamente no se recuperase del todo del gaslighting. Terminaron por llamarle “la heroína del Watergate” y al menos le alcanzó la vida para constatar que la dejaron de llamar “loca”, cosa que los crisantemos en forma de “Martha tenía razón” en su funeral recalcaron. Reivindicarla cinco décadas más tarde al contar fidedignamente su historia en Gaslit y The Martha Mitchell Effect, era una cuenta pendiente.