Es pura energía, positiva, habladora, trabajadora hasta la extenuación y clara como el agua limpia de un río desbocado. Esta mujer imparable, capaz de cambiar el nombre de las estaciones, ha luchado con la fuerza de un ciclón por sacar adelante su carrera y la compañía La Belloch Teatro, de la que es socia fundadora junto a Laura Cortón.
Dramaturga, premiada con el Calderón de la Barca en 2012 por su texto Verano en Diciembre, entre otros galardones, ha estrenado en salas pequeñas y en grandes teatros como el Valle Inclán, cuando el Centro Dramático Nacional produjo El cuaderno de Pitágoras.
Guionista de los programas de RTVE, Mujeres en La 2 y posteriormente La matemática del espejo. Escribe, actúa, dirige, produce, sueña, vive con ilusión de niña y madurez de gran dama. Está ilusionadísima con el largometraje basado en su texto dramático Verano en Diciembre que dirigirá Chema de la Peña y que ella ha guionizado, en cuyo rodaje participará como coaching de las actrices.
Ahora, Carolina África cabalga sin bridas entre la realidad y la imaginación en una sala de ensayos, donde entrega cuerpo y alma nueva al mítico texto de Peter Shaffer que revolucionó el teatro en los años 70, Equus. Estrenará el día del cumpleaños de su madre, el 28 de septiembre, en el Teatro Infanta Isabel de Madrid.
¿Cómo surge la propuesta y qué significa para usted dirigir la mítica obra de Shaffer?
Surge gracias a Okapi Producciones, de la que forma parte el actor y productor Roberto Álvarez, después de ver el montaje que dirigí de El cuaderno de Pitágoras en el Centro Dramático Nacional. Ahí pude exprimir al máximo los medios y las herramientas que tenía, en este caso en una gran producción, pero con esa misma polivalencia que aplico cuando no tengo recursos ni dinero, como me ha ocurrido en montajes anteriores de mi compañía La Belloch Teatro, con imaginación, creatividad y trabajo en equipo.
Cuando me ofrecieron dirigir Equus, algo se me encendió en el corazón, entre otras cosas porque yo tuve la suerte de ver una puesta en escena de este texto en 1975, que me atravesó como espectáculos en la vida me han tocado. Sentí respeto y miedo, por ser la primera vez que una productora privada confiaba en mí para una dirección, pero les di un sí inmenso porque es una función que me apasiona y me produce lo mismo que cuando me embarco en alguna de mis funciones: me golpea, me atraviesa, y necesito compartirlo. Aunque en este caso las palabras no sean mías, me identifico plenamente con ellas, vibran en consonancia con mi alma.
Equus, escrita en 1973, cuenta la historia de un psiquiatra cuyo paciente es un adolescente patológicamente fascinado por los caballos, conflictuado por la sexualidad y la religión, que comete un acto terrible. ¿Por qué considera que sigue siendo un texto capaz de percutir en el espectador contemporáneo?
Creo que sigue interpelando de una manera potente por la fuerza del discurso sobre la domesticación social. En nuestro caso, trabajamos con la versión de Natalio Grueso, que me parece exquisita, depurada y esencial. Le hemos dado un giro hacia este mundo nuestro 2.0 donde triunfa lo virtual y se está perdiendo la naturalidad del contacto real con el otro; el conflicto del adolescente protagonista tiene que ver con lo que ocurre hoy con las tecnologías y las redes, ¿dónde ha quedado el lado primitivo e instintivo?
Muchos adolescentes tienen la posibilidad, a través de una pantalla, de conocer Australia o de ver pornografía, pero no han tenido experiencias reales, físicas, ni contacto con la naturaleza. Hemos mantenido pilares fundamentales que están en el texto, el discurso sobre la educación, la religión o la psiquiatría; el viaje de acompañamiento del doctor al adolescente sigue siendo fascinante y actual en su análisis de la mente, de las relaciones humanas y con uno mismo, de nuestros deseos ocultos y nuestro lado primitivo, libre y sin domesticar.
En ese sentido, ¿qué opina sobre la domesticación del individuo? ¿Es necesario “curar” a las personas de obsesiones, traumas, complejos… o realmente la que está enferma es la sociedad? ¿Curarse significa adaptarse?
La sociedad está enferma, sí, lo sabemos, y a muchos niveles. No hemos sabido cuidar de nuestro planeta ni de nosotros mismos, es terrible el narcisismo de las redes sociales y nosotros, como miembros de esta sociedad, somos partícipes de la enfermedad. Si vas por libre te conviertes en un loco, con lo cual hay que elegir entre ser domesticado o ser –o parecer– un loco.
Precisamente, una de las claves de Equus es que todos los personajes tienen razones muy potentes para defender su propio punto de vista y su elección, dentro de esta tragedia contemporánea.
¿Cómo se conjugan, en la función y en la vida, elementos tan diversos como: carnalidad, misticismo, sexo, devoción y belleza?
La belleza está presente a través del mundo del caballo, animal salvaje, sexual, que podría destrozarnos y, sin embargo, se rinde a nosotros para ser montado; es la metáfora de esa libertad que ansiamos y que luego no sabemos manejar.
El peso de la religión sigue vigente en nuestra sociedad, ha conseguido colarse en los momentos más trascendentes, además de la importancia de la culpa y la cultura del sacrificio, que yo misma he vivido, estudié en un colegio de monjas. Tal y como se expone en Equus, la educación lleva implícita la herida para el educador y para el educado. Por todo ello, esta obra no dejará a nadie indiferente.
¿Siente la responsabilidad de revisitar un texto que pertenece a la memoria colectiva?
Ha sido precioso que se haya puesto en contacto conmigo mucha gente que anteriormente ha hecho Equus. Todo el mundo tiene su Equus, hay toda una comunidad de gente que se desplaza por el mundo para ver cualquier nuevo montaje.
Sí, hubo un momento de presión, de ruido, pero ante el ruido he aprendido a taparme los oídos y confío en la intimidad de la sala de ensayos, en la comunión con los actores, en mi intuición como actriz y directora para sacar lo mejor de mí y del cuerpo y la imaginación de los actores, seres inteligentes, sensibles y creativos, en los que creo, junto a un equipo creativo que he podido elegir con total libertad.
Lo importante es disfrutar de este proyecto tan bonito, centrándome en crear, imaginar, soñar y ejecutar ese sueño. El día que levantemos el telón, el público juzgará.
¿Desde dónde y cómo nace su necesidad de tener una voz propia a través de la escritura?
Desde pequeña me recuerdo siempre haciendo teatro, pero mi verdadera vocación era la de ser escritora. Al inicio eran dos pasiones que yo entendía separadas. Me licencié en Periodismo con altas calificaciones, pero salí sin trabajo y no tuve más remedio que generarme mi propio sustento; tras el rechazo de un proyecto, escribí mi primer texto a raíz de un 'no' que yo transformé en 'sí'.
No fue algo elegido conscientemente. Inconscientemente, volví a la esencia de esa niña que fui. Todo ha surgido de una manera natural, escuchando las oportunidades y tratando de ser valiente. Me he lanzado al vacío, llena de inseguridades e incluso costándome mucho asumirme como autora, a pesar de los premios, hasta que he parado el ruido y he usado mis armas, la creatividad y la imaginación, plasmándolas en la escritura, la dirección o la interpretación.
Usted entrelaza comedia y drama, lo cotidiano trascendido o el falso costumbrismo…
Soy observadora de lo cotidiano, desde ahí escribo, porque creo que es en lo cotidiano donde nos definimos políticamente, socialmente y personalmente. Es a través de lo pequeño donde uno puede llegar a contar lo universal, mucho más que colocándose en un púlpito desde el que dar lecciones, cosa que yo extrapolo de la escritura porque tampoco en la vida me interesan los discursos.
¿En qué lugar o momento considera que está ahora?
Soy consciente de que nunca se llega a un lugar en el que digas: ya lo he conseguido. Esta es una carrera de fondo, en el camino hay dificultades y momentos valle. Es verdad que durante años he luchado muchísimo, con un alto nivel de entrega y sacrificio, desde la compañía La Belloch Teatro, apostando mis ahorros para sacar adelante una producción sin garantías de recuperarlos, y me he explotado a mí misma, pero quizá eso es algo en lo que la maternidad me ha cambiado y a lo ya no estoy dispuesta. Luego la vida me ha recompensado el esfuerzo, a veces incluso de maneras no previstas.
Creo que hay que saber escuchar a la vida, pararse, saber esperar las oportunidades. Y ser valiente. Ahora estoy en un momento dulce, se confía en mi trabajo, hay tranquilidad y remuneración digna, pero soy consciente de que este momento es igual de efímero que todo, que puedo volver a crear desde la nada y en la nada. Lo importante es ser igual de feliz en los dos lados, subiéndome a las tablas del Teatro Español o alquilando un local y rompiendo con mis propias manos y un mazo los muros de un espacio para generar una sala de ensayos.
Tengo la suerte de dedicarme profesionalmente a algo que me hace feliz desde pequeña. Ahora estoy disfrutando y me siento muy agradecida. El teatro te ayuda a perdonar y perdonarte, entender y entenderte, sufrirte y amarte… y en eso estamos.