A mediados de los 70, se fraguó una de las mayores revoluciones de la historia de la música moderna: la revolución punk. Sus protagonistas fueron bandas neoyorquinas como The Velvet Underground, New York Dolls, The Stooges y Television, quienes con su música y su actitud contribuyeron a un cambio de paradigma en la industria musical.
Hasta entonces, las bandas más reconocidas tanto por el público como por la crítica habían sido Pink Floyd, The Who, Led Zeppelin o Queen, todas ellas conocidas por sus producciones depuradas y por el virtuosismo de sus integrantes. Era la época de las largas sinfonías rock y los grandes álbumes conceptuales, que la gente escuchaba bajo los efectos de drogas aletargantes.
La irrupción en escena de las bandas neoyorquinas no supuso la extinción de esta corriente, aunque sí la apertura de una nueva, en la que el virtuosismo y la pompa quedaban en muy segundo plano. En el punk importaban más otras cosas, como la actitud, la performance y el ruido. No hacía falta ser un virtuoso con el instrumento, tan solo ganas de hacer ruido, pasarlo bien y gritar lemas destructivos.
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Pero el punk era mucho más que música. Ser punk suponía adoptar una determinada actitud ante la vida, de subversión y de rebelión contra el orden establecido. Un orden que, en los 70, no tenía en cuenta las inquietudes de las generaciones más jóvenes, y esto es precisamente lo que el punk quiso remediar, no a través de pancartas, sino a golpe de guitarras.
Sin embargo, hubo aspectos del sistema que los punks no se molestaron en desafiar. Casi todas las formaciones del género estaban formadas por hombres, y las mujeres seguían siendo, como siempre, meras observadoras. En un fanzine punk de Londres, llamado Sniffin Glue, llegó a publicarse esta sentencia: “Punk are not girls”. Las mujeres debían mantenerse al margen de una revolución que, sin duda, era incompleta.
“Nosotras somos la banda”
La deuda que el punk tenía con el género femenino se saldó mucho más tarde, a comienzos ya de los 90. Es en esa época donde se sitúa el nacimiento del movimiento Riot Grrrl.
Todo empezó de manera informal. Varias chicas feministas de la ciudad de Olympia, una ciudad universitaria al oeste del estado de Washington, empezaron a escribir fanzines y a montar sus propias bandas de punk, a pesar de que en aquel momento la música seguía siendo un mundo de hombres.
Los fanzines habían desempeñado un papel fundamental en el surgimiento del punk, y lo mismo ocurrió con el movimiento Riot Grrrl. De hecho, fue en uno de estos fanzines, llamado Bikini Kill, donde se publicó el que se conoce como manifiesto del movimiento.
Su autora era Kathleen Hanna, aunque sus ideas, plasmadas en el manifiesto, eran probablemente compartidas por muchas más. “PORQUE las chicas morimos por libros, y discos, y fanzines que nos hablen a NOSOTRAS y NOS incluyan y que podamos entender a nuestra manera”, empezaba el manifiesto.
Hanna fue también la líder de Bikini Kill, una de las muchas bandas que surgieron entonces y que disparaban contra un mismo objetivo: el patriarcado. En las letras de todos estos grupos estaba muy presente la conciencia feminista y los problemas a los que las mujeres tenían que hacer frente en el Estados Unidos de los 90. Temas como el abuso, el aborto o el maltrato fueron la fuente de inspiración de muchas canciones escritas por aquellas mujeres rebeldes.
La banda de Kathleen Hanna no fue la única abanderada de estas ideas. Otras bandas como Bratmobile, Kicking Giant, L7 o Heavens to Betsy se sumaron también a la causa. Su objetivo era hacer caer las barreras que impedían a las mujeres formar sus propios grupos y hacer de los conciertos espacios más seguros para las chicas.
Por eso, los conciertos de Bikini Kill solían empezar con un “¡Mujeres al frente!”, con el que animaban a las chicas a acercarse al escenario y, figuradamente, a conquistar más espacios en la lucha contra el régimen patriarcal. También era habitual que, durante estos momentos de comunión musical, se pasara un micrófono por el público para que las chicas compartieran sus experiencias de discriminación.
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Otro de los lemas más famosos del movimiento era: “No hemos venido a tener sexo con la banda, nosotras somos la banda”. El papel de las mujeres no sería ya el de la groupie, o el de la chica que pretende al cantante, sino el de protagonistas encima del escenario, cuyo ejemplo además inspiraría a otras hacer lo mismo.
Nueva ola feminista
El movimiento Riot Grrrl fue un movimiento cultural que aglutinó a una pléyade de artistas multidisciplinares, que expresaban sus ideas a través de distintas manifestaciones artísticas como los fanzines, el cine, las artes plásticas y, por supuesto, la música.
Lo que tenían en común estas artistas era su empeño por difundir las ideas feministas. Pero este feminismo no era el mismo de la primera ola feminista, ni tampoco el de la segunda. De hecho, el movimiento Riot Grrrl supuso, por encima de cualquier otra cosa, una nueva reformulación del feminismo.
Lo mismo que hizo el punk con la música lo hizo el movimiento Riot grrrl con el feminismo. A partir de los 90, este dejó de pertenecer exclusivamente a las clases educadas y de la élite, abriéndose a cualquiera que quisiera participar de él. En este sentido, el movimiento Riot Grrrl supuso una popularización del movimiento feminista.
Tampoco las reivindicaciones eran las mismas que las de las anteriores olas feministas. A lo largo de casi un siglo, el movimiento de liberación de la mujer había logrado ya muchas conquistas, pero también iban surgiendo nuevos frentes, que nunca antes habían sido tratados.
El de la música era uno de ellos, pero había muchos más. Por ejemplo, la libertad sexual, la reivindicación del placer sexual femenino o los derechos de las personas transgénero. Además, las integrantes del movimiento Riot grrrl contestaron los roles de género y los cánones de belleza femenina, que estaban detrás de muchos trastornos alimenticios graves como la anorexia.
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La estela iniciada por Bikini Kill, Bratmobile y compañía fue seguida por muchas bandas que llegaron después. Dentro de la misma década de los 90, surgieron otras formaciones cuyo espíritu era muy cercano al de las pioneras.
De hecho, algunos de esos grupos se formaron a partir de miembros de aquellas. En el caso de Sleater Kinney, por ejemplo, sus dos líderes, Carrie Brownstein y Corin Tucker, se conocieron a lo largo de varias giras conjuntas de sus respectivos grupos, Excuse 17 y Heavens to Betsy.
En la actualidad, el ideario de las Riot Grrrl sigue vivo a través de la música y el arte de creadoras jóvenes que, aún en 2022, reconocen la importancia de seguir conquistando derechos y de mantenerse unidas en la lucha por la igualdad, tal y como proclamaron Bikini Kill en su himno Rebel Girl.