En el espacio de mi casa donde me siento a escribir un día sí y otro también, tengo enmarcado un póster con Joanne Woodward y Paul Newman. La toma es un punto de vista desde lo alto, se besan echados en una cama, sosteniéndose mutuamente la cabeza. A diario mis ojos se topan con esa bella imagen en tonos de grises, pero desde que vi The Last Movie Stars, mi mirada ya no es la misma.
Puede que una de las 'Power Couples' de Hollywood más longevas y explosivas haya sido la constituida por Joanne Woodward y Paul Newman. Hermosos, talentosos, sexis, inteligentes. Poseían todos los ingredientes necesarios para resaltar en la jungla de la meca del cine en una época de gran florecimiento de la industria cinematográfica y de proliferación de gente que quería lo mismo que ellos. Unos desfallecieron, ellos no.
La excelente serie documental The Last Movie Stars (Las últimas estrellas de Hollywood, de HBO MAX) extraordinaria y minuciosamente recoge a lo largo de seis capítulos la trayectoria de ambos como pareja, como madre y padre, filántropos, pero también como individuos.
No es una exageración si afirmo que esta producción, dirigida por Ethan Hawke, logra descubrir por completo a la pareja en lo artístico y en lo íntimo, pero también a través de ellos se retrata el llamado Star System, así como la "evolución" de la industria audiovisual desde los años 50 hasta la primera década del nuevo milenio.
Merece la pena contar que el punto de partida de Hawke fueron miles de hojas que le llegaron en cajas a través de Clea, la hija menor de la pareja; se trataba de transcripciones de un buen número de entrevistas, con Woodward y Newman, amigos, antiguos amantes, familiares, directores, colegas. Era un material destinado a una autobiografía que escribiría Paul con su amigo el escritor Stewart Stern, pero después de casi cinco años, Newman decidió destruir las grabaciones. Para ser más precisa, las quemó.
En un afán artesanal Ethan Hawke teje la historia con la ayuda de las voces de varios actores, entre ellos George Clooney (Newman) y Laura Linney (Woodward); además de echar mano a material de archivo, fragmentos de películas, fotografías, intervenciones de intérpretes y directores, así como de las hijas y nietos de la pareja.
Valga la aclaratoria: el amor entre estas dos estrellas no fue a primera vista. Cuando en 1953 Joanne conoció a Paul –casado y con hijos- en la oficina del agente que compartían, no le hizo nada de gracia, más bien le generó cierto rechazo, "parecía como si lo hubieran conservado en hielo", rememora Joanne en la serie.
Ambos formados en el prestigioso Actors Studio, cuando coincidieron como suplentes en Broadway en la obra Picnic, saltaron las chispas, se desató una tensión sexual, una atracción que les uniría por cinco décadas.
A pesar de los altibajos, tambaleos, duros golpes, así como el alcoholismo e infidelidades de Newman, las hijas cuentan que Paul –fallecido en 2008 a causa del un cáncer terminal– y Joanne –a sus 92 años aún vive pero está retirada de la esfera pública ya que sufre de Alzheimer- no se podían quitar las manos de encima, que la pasión estuvo siempre viva.
"Cuando éramos niñas siempre nos preguntamos, por qué el dormitorio de ellos tenía doble puerta", cuenta Melissa Newman en el segundo episodio de la serie.
La power couple que se casó en 1958, unieron fuerzas en 16 películas, tres obras en Broadway y un buen número de producciones de televisión; y por separado hicieron otro buen número de filmes, obras de teatros y seriales.
¿Por qué digo que ya no miro con los mismos ojos mi póster del beso que recrea el cartel de A new Kind of Love? Porque gracias a Las últimas estrellas de Hollywood, ante mis ojos la imagen de Joanne Woodward se me ha ensanchado, se reivindica.
La estrella, la madre
Antes de que Paul Newman figurase como un cotizado actor, ya Joanne Woodward (Thomasville, Georgia, 1930) tenía estatus de estrella.
En 1958 ganó el Oscar por Las tres caras de Eva (de Nunnally Johnson). Asistió a la gala con Paul, aún desconocido en el ruedo hollywoodense, y recogió la estatuilla con un vestido de tafetán verde que había diseñado y confeccionado ella misma por 100 dólares. Definitivamente, eran otros tiempos.
Venía trabajando arduamente tanto en el teatro como en la televisión y el cine, pero aquella noche del 58 reafirmaba lo que dice en la serie Maude, una de sus tías, sobre las intenciones de Joanne, "siempre decía que quería convertirse en una estrella cinematográfica, no en una actriz, ¡en una estrella de cine!".
De hecho, su discurso en los Oscar lo inició con la confesión de haber estado soñando con ese momento desde los nueve años. Joanne, que había tenido una infancia y adolescencia marcada por la estrechez económica de una madre divorciada a cargo de dos críos, se atrevió a expresar sus ambiciones desde muy temprano, algo que ni en aquel tiempo ni en esta época suele estar bien visto. No nos engañemos, hasta el día de hoy la connotación positiva de "ser ambiciosa" poco se aplica a las mujeres.
Las carreras de ambos actores fueron en avanzada hasta que llegó el momento de la maternidad, es entonces cuando Joanne comienza desvanecerse. Ethan Hawke, que también formó una power couple con Uma Thurman, reflexiona en la serie documental sobre compartir el mismo sueño con la pareja y constatar que el de la otra persona se vuelve realidad, mientras que el tuyo sencillamente se evapora.
"Cuando se casaron Joanne era la estrella, pero lentamente ella comenzó a cambiar pañales, a preparar papillas para bebés", comenta Hawke, "no lograr lo que quieres es difícil, pero conseguir lo que quieres y luego ver cómo te lo quitan poco a poco, es diferente".
Joanne se ocupó, no solamente de sus tres hijas (Nell, Melissa y Clea), sino también de los hijos del primer matrimonio de Paul con Jackie Witte (Susan, Stephanie y Scott, fallecido en 1978). Sus hijas reconocen que la carrera de la actriz pudo haber sido diferente de no haberse dedicado a los niños, y que como madre hizo todo lo mejor que pudo.
En primera persona, Joanne relata que sentía terror al compartirse entre la vida familiar y el trabajo, y que la culpa la perseguía por igual: filmando su pensamiento estaba en los niños, y en casa no dejaba de pensar en que Shirley MacLaine, y otras como esta, ocuparían su lugar.
"De joven lo que quería era actuar, admito que no permití que nada se interpusiera en mi camino hasta que tuve hijos", diría Joanne tiempo después, "espero que mis hijas me entiendan. Les adoro sin dudas, pero si tuviera que hacerlo todo de nuevo, podría no haberlas tenido. Los actores no son buenos padres".
Una demoledora declaración, aunque Woodward sabía que la maternidad apenas era uno de los elementos que le jugó en contra. A pesar de que había dado suficientes pruebas de su gran capacidad interpretativa, a medida que la fama de su esposo crecía, convertido además en un símbolo sexual, a la actriz le empezaron a mermar las ofertas.
Brillar en technicolor
Aparte de las estructuras sociales que dictaminaban que las féminas de aquellas épocas tenían que construir su vida en función de un hombre, "fue muy difícil para las mujeres de mi generación romper con eso", diría, Joanne también se enfrentó al funcionamiento de la industria cinematográfica.
Por una parte, la misma le imponía una fecha de caducidad a las actrices, y por otra, se mantenía en su fijación hacia un estilo determinado, los tipos de Grace Kelly o Marilyn Monroe se calcaban, repetían y eran referenciales.
En la disminución de ofertas de roles, quizás lo que más llama la atención es que cada vez más los proyectos tenían más posibilidad de ser realizados si contaban con la participación de Paul Newman.
Después de The Fugitive Kind (Sidney Lumet), From the Terrace (Mark Robson), ambas de 1960, y la osada Paris Blues (Martin Ritt, 1961), estas dos últimas con Newman, Joanne quiso sacar adelante una película difícil de realizar, y le mostró el guion a Paul con la idea de que participara. Se trataba de A new Kind of Love. La anécdota narrada por una de las hijas en The Last Movie Stars no tiene desperdicio.
A Newman la comedia romántica no le convenció, le parecía que era sencillamente horrible. Joanne, enfurecida, se le enfrentó: "Crié a nuestras hijas, ayudé a criar a los tuyos, los cuidé a todos, y ¿ahora no quieres hacer esta película conmigo en la que puedo llevar un vestuario hermoso, usar maquillaje y peinados espectaculares?".
Ante tal explosión, a Paul no le quedó más remedio que recular, "es el mejor guion que he leído y no veo la hora de comenzar a rodar ese filme", se dio por vencido. Si bien Samantha (de Melville Shavelson), como se llamó en español, no resultó un éxito de taquilla, Woodward brilló en technicolor.
La valía interpretativa de Joanne era indiscutible, la seguridad en todo lo que hacía y que siempre demostró contrastaba con los complejos de Newman. Joanne tuvo que auparlo, cosa que él reconoce, como también la hace meritoria de haber contribuido a que se le considerase un sex symbol. "Habría que hacer un desfile en su honor por ser la creadora", diría el actor.
Joanne, quien además era una mujer de gran belleza y atractivo, tuvo que tomarse con algo de humor su sentimiento de invisibilización. En la calle era él el reconocido con nombre y apellido, mientras que Woodward era nombrada como "ella" o "la esposa". Y en los programas de televisión y en entrevistas se le preguntaba más por su marido que por sus trabajos.
Pasaron muchos años, hasta que en su madurez admitió que sintió rivalidad hacia Newman. "Siempre me incomodó que Paul se convirtiera en alguien mucho más grande que yo, y es legítimo", confesaba delante de una cámara, "hubo un tiempo en el que deseé no quedarme en casa y cuidar bebés, yo quería ser una gran estrella de cine, pero ya sabes, la gente cambia".
Joanne Woodward encontró la manera de no desaparecer, de construir un camino propio pero a la vez compartido, a veces evitando que no la encandilara la luz de Newman, otras uniendo la que ambos irradiaban por separado, eso sí, procurando que su luminosidad no fuera opacada.
Regresó al teatro y a la televisión, siguió haciendo cine, se dedicó a la filantropía y a formar nuevas generaciones de intérpretes, y muchos de ellos al momento de ser premiados, le agradecieron con su nombre y apellido.
Las últimas estrellas de Hollywood ha hecho que ya no vea con los mismos ojos mi póster de Woodward y Newman besándose. Ahora veo con mayor claridad a Joanne, una mujer que supo pulir con inteligencia su talento y habilidades, que se atrevió a mucho con sus roles avanzados en el tiempo y a los que les otorgó tantísima verdad. Veo a la estrella, pero sobre todo veo a una mujer que se negó a desaparecer.