La demodé Covid
Me encantaría poder contarles que he tenido una semana fantástica. Pero qué va… La Covid, que recordemos que es femenino, me ha dado una paliza que me ha retenido en casa hasta el viernes.
Tenía una cita en Cádiz para presentar Maldito Hamor que me apetecía muchísimo. Me iba hasta allí con mi amiga Ana Pérez —a quien adoro— y Celia Ollero, Reyes Pacheco y los demás organizadores llevaban varios meses preparándolo.
Y yo, cuando parece que esto ya no va con nosotros, vuelvo a caer como el anterior mes de julio. He pasado una semana sin energía, viviendo casi sin combustible e intentando reunir las fuerzas suficientes para trabajar a ratos.
Claro está, sin poder quejarme, porque no ha sido más que estar exhausta y con dolor de garganta. Les pido que se cuiden. Las vacaciones son para desconectar y debemos estar lo más sanos posibles.
La Reina Leticia en los Premios de periodismo de ABC
Vaya por delante mi enhorabuena a ABC y a mi querido Luis Enríquez por esa formidable entrega de premios, en su edición número 103.
Por supuesto, a los premiados. Al sabio Pedro García Cuartango por el Luca de Tena, al sutil Manuel Jabois por el Mariano de Cavia y a la pionera Flavita Banana por el Mingote. Digo pionera, por eso de ser la primera mujer que recibe ese galardón.
Felicitados queden todos ellos. Nos pasamos la vida hablando de cómo van vestidas las royals. La Reina estaba bellísima. Yo solamente me he puesto un vestido de Maksu y fue para una producción que organizaba mi querido Dani Carande, pero he de reconocer que me quedé fascinada por esta firma española.
Cómoda, sin pretensiones, proper. Así me gustaría estar siempre y así veo yo a Letizia en todas las ocasiones. Proper o lo que es lo mismo adecuada.
Cuando vi las fotografías en las que aparecía vestida con ese tono tan favorecedor, pensé en aquello de los príncipes azules, esos que no existen y que tantas fantasías han provocado y tantas expectativas han hecho quebrar.
Y pensé que ese azul, el de las flores de lis y los brocados, ese azul cobalto o Francia, ese color que reviste paredes y ventanas de palacios y que puede verse en las ricas porcelanas de las Colecciones Reales, ese azul procede del alma.
Y no hay mejor alma que la que tiene impresa el sentimiento del deber. Así avanzaba Letizia, con paso firme como el que marcará la Princesa Leonor este octubre, el paso firme del rigor que nunca debe perder la máxima institución del Estado.
El peso de la corona no es por el oro y los quilates de las joyas, es por la representación que encarnan de todos nosotros.
Ese azul reina es el azul del cumplimiento de las obligaciones. Y la sangre roja, como la de todos nosotros.
Cynthia Nixon
Y eso de haberme pasado toda la semana en casa ha tenido como parte positiva que he acudido puntual a mi cita con And just like that. Cuando yo tenía 30 años y me divorcié, era la época de Sexo en Nueva York.
Por entonces, yo guardaba un cierto parecido físico con la actriz que daba vida a Charlotte York. Ahora ya menos. Hemos madurado de forma diferente, pero entonces me paraban por la calle en muchas ocasiones para decírmelo y la gente me lo recordaba en conversaciones sin que viniera a cuento.
Creo que hasta algún piropo prestado recibí por esas cuatro neoyorquinas de adopción que nos enseñaron que otra vida, más allá de la tradicional, podría ser una buena vida.
Cuando tienes 30 años, un hijo de cinco y tienes que sacarlo adelante en una ciudad que no es la tuya, se agradecen esos mensajes positivos de que, cualquier opción es un escenario perfecto para ser feliz.
De las cuatro, Miranda (Cynthia Nixon) era la que representaba un papel menos pegado a las convenciones que todavía pesaban sobre las chicas de nuestra edad.
Ella era feliz con el sexo ocasional desprovisto de corazones, anteponía el éxito de su carrera profesional como abogada, mantenía las emociones a raya, era la menos atractiva mirándolo según los cánones de comienzos de este siglo…
O sea, una rara avis de esas de la independencia y la autonomía que no necesitaba lujos ni ser la más deseada en una sociedad competitiva como la americana. La que parecía que mejor pintaba su futuro. Y hasta la más egoísta en el sentido en el que muchos utilizan peyorativamente esta palabra.
Además, durante estas décadas, en la vida real, la hemos visto alardear de su homosexualidad convirtiéndose en un icono para muchos, coquetear con la política postulándose a la alcaldía de Nueva York, continuar con un espacio como actriz al margen del corsé de la mundialmente famosa serie y producir y dirigir este nuevo éxito que está suponiendo And just like that.
Sí, sí… todo pintaba muy bien… hasta que se olvidó de sí misma. O mejor dicho, los guionistas, siguiendo las indicaciones de la autora de la novela, hicieron que se olvidara.
Miranda se enamoró y se quedó embarazada, no recuerdo bien por qué orden y acabó cayendo en todo lo que supone un '¿qué más da?', que es la bandera blanca en la batalla de los deseos, esa que mostramos cuando nos rendimos.
Cedió al sueño de Steve, su marido, y se instaló en una casa de Brooklyn para que él cumpliera con sus sueños de jardín y bricolaje. Ella tuvo que renunciar a su adorado Manhattan.
Se sintió la peor madre del mundo cuando no podía asistir a las fiestas del colegio por los problemas de conciliación. Abandonó el despacho, el estrés, la lucha y se dedicó a su marido, a su pobre suegra con Alzheimer a la que cuidó en casa y a un hijo que ha resultado ser un niñato malcriado.
Dijo adiós al deporte, a las citas, a sus sueños profesionales, a sus caprichos y fue haciendo que la vida de los demás funcionara. Hasta el Scout, el bar de Steve, se convirtió en un negocio próspero.
Y llegaron sus cincuenta. Y en esa foto de todo el mundo contento, ¿dónde está ella ahora?
Volver a la universidad a buscar sus aparcadas aspiraciones intelectuales, reconocerse a sí misma su alcoholismo, descubrir que le gusta una mujer mucho más que su marido y mantener ahora una relación con una persona no binaria, postergar el paso del divorcio por su Steve y por su hijo Brady, que ha decidido no seguir estudiando…
En fin, no quiero hacer un reprochable spoiler. En este sexto capítulo descubrirán que ella no está en la foto de su vida. Es un personaje secundario y necesario para la vida de las personas a las que quiere. Nada más.
Todos los 'te quiero' que oía no eran más que 'te necesito' y eso es una plaga en la sociedad. Para que los demás sean felices contigo, primero tienes que serlo tú. Las renuncias se pagan todas de golpe.
Extendemos cheques generosos a los demás y un día nos damos cuenta de que la cuenta en la que depositamos las fuerzas tiene unos números rojos que nunca se recuperarán. Es el momento de romper con todo lo que no te permita estar contigo. Miranda: ¡vive! ¡Vive y sé feliz!
Que nunca nos pase eso. Sobre todo, con un espectáculo tan tremendo como el que estamos viviendo quienes seguimos las seis temporadas de Sex and the City y las dos películas. Miranda, la mujer más dura, la que aconsejaba siempre a sus amigas que pensaran en ellas, es la mayor víctima de sí misma.
Eso sí, esa es Miranda. En la vida real, y en eso de cumplir años, Cynthia Nixon les da sopitas con ondas a sus compañeras.
Winnifred Banks
Ssssssht… Silencio, por favor. Es jornada de reflexión. Hoy no se habla sobre política… Es nuestra segunda jornada para pensar en dos meses. Piensen, recapaciten y mañana vayan a votar, a quienes ustedes quieran, pero voten.
He de decir que en esta montaña rusa emocional, a la que nos aboca la suma de dos elecciones, todas las personas que conozco me han reconocido, en una u otra altura de la campaña, su deseo de no acudir a votar. Yo misma, lo he sentido a veces, o incluso el de transformar el voto en una protesta.
Pero, enseguida me sentí la Mrs. Scrooge de este Cuento de Navidad y las fantasmas de las elecciones pasadas sobrevolaron mi cabeza.
Mi primera imagen de una sufragista proviene de mi más tierna infancia. Se llamaba Winnifred Banks y era la madre de Jane y Michael en Mary Poppins. Aquella rubia, adelantada a su tiempo, que pedía vehementemente que las inglesas pudieran votar, fue solo la primera de tantas defensoras del voto que me fascinaron luego.
Entre Victoria Kent y Clara Campoamor, mi corazón se posiciona 'claramente'. Aunque eso es anecdótico. El caso es que todos podemos votar. Los políticos que no nos gustan no pueden alejarnos de nuestro compromiso ciudadano con la democracia.
Voten mañana. A quienes más le convenzan. Pero voten. Hoy es un derecho, hace tiempo no era ni una posibilidad. Les deseo que ganemos todos.