Las salas de la Galería de Colecciones Reales (GCR) recorren cinco siglos de Historia, desde los Trastámara y los Reyes Católicos, pasando por los Austrias y los Borbones, a través de sus objetos favoritos: muebles, carruajes, tapices, retratos, vajillas, documentos, libros y hasta los objetos de tocador, pasando por unas “despabiladeras” de 1815-1816 (tijeras que se usaban para cortar la pavesa o parte ya quemada de la mecha en velas o candiles encendidos).
[Recorrido por las Galerías de las Colecciones Reales: las artes monárquicas]
Entre esos tesoros, algunas joyas de la GCR son la escultura El Arcángel San Miguel venciendo al demonio, realizada por La Roldana y, por supuesto, las armaduras. Decía el gran Bill Cunningham (1929-2016), que "la moda es la armadura para sobrevivir a la realidad del día a día".
El fotógrafo estadounidense, pionero del "street style", recorrió durante más de 40 años las calles de Manhattan para reflejar con su cámara aquellas personas, conocidas o desconocidas, cuyo estilo, personalidad y autenticidad merecían aparecer en su sección de The New York Times y pasar a su particular historia de la moda.
Bill Cunningham sabía mejor que nadie que la vestimenta refleja con mucha claridad lo que piensan cada sociedad y cultura en un determinado momento histórico: cambios de mentalidad y comportamiento, revoluciones, depresiones económicas, restricciones y liberaciones pueden deducirse al investigar la moda de cada época y lugar.
Al principio la vestimenta era únicamente protección, cuando el ser humano se cubría con pieles de animales para sobrevivir al frío; después se convirtió en símbolo de poder y estatus, y finalmente se transformó en comunicación.
A través del lenguaje de las prendas hay quienes muestran cómo son y cómo se sienten y hay quienes, por el contrario, las convierten en un disfraz con el que nadie descubra su verdadero 'yo', ese uniforme o armadura con el que enfrentarse, cada día, a un "enemigo" invisible.
Curiosamente, la palabra "armario" procede del latín armarĭum, lugar donde se guardan las armas, aunque posteriormente se generalizó para designar el mueble que sirve para guardar los objetos más diversos, entre ellos, la ropa.
A su vez, la palabra "arma" procede de ars, que significa arte u oficio, y denomina cualquier conjunto de objetos resultado de un arte u oficio como por ejemplo, la moda. Esa relación etimológica entre las palabras "armario", "armería" y "armadura" se hace todavía más patente tras visitar la Galería de las Colecciones Reales.
Porque las armaduras de lujo (no las normales de un ejército) fueron en su época lo más parecido a los vestidos de la alta costura que llegó siglos después: eran diseños exclusivos, estaban hechas a medida para una persona determinada, muy pocos clientes en el continente podían pagarlas y solo un reducido número de talleres continentales podían hacerlas.
Las armadura de lujo ya no solo se utilizaban con carácter bélico, también tenían un uso ceremonial, así en la Galería pueden verse, por ejemplo, la armadura con la que Felipe II se casó con María Tudor y la armadura de Mühlberg, realizada para Carlos V, hacia 1545, por Desiderius Helmschmid que, aunque era de lujo, también podía ser utilizada para la guerra a caballo y a pie.
"Hay un paralelismo claro entre la indumentaria y las armaduras, las dos son vestidos diferenciados únicamente por los materiales y funciones, pero los dos cubren un cuerpo humano y por tanto tienen que adaptarse a él. Con independencia de ello las armaduras toman muchas soluciones de la indumentaria, tanto técnicas como decorativas, e incluso reproducen en acero formas que sólo existían en textiles", explica Alvaro Soler del Campo.
Soler es jefe de Departamento de la Real Armería, ubicada en el Palacio Real de Madrid y considerada una de las mejores colecciones de armas del mundo. Nació en Avilés (Asturias), y es Doctor en Historia Medieval por la Universidad Complutense de Madrid. Aunque comenzó trabajando con armamento medieval, posteriormente estudió el de otras épocas hasta el siglo XIX.
Es autor de más de sesenta artículos y seis monografías. Ha sido comisario de exposiciones como Arte y Caballería en España, en el Museo de la Ciudad Prohibida de Pekín (2007), The Art of Power, en la National Gallery de Washington (2009) o Tesoros de las Colecciones Reales, en el Palacio Presidencial de México DF (2011), entre otras.
Como también sucede hoy en día, en que el uso de una marca u otra es un símbolo de la personalidad y el poder adquisitivo de quien las luce, las armaduras también transmitían un mensaje muy claro.
Según Alvaro Soler del Campo, "se utilizaban como soporte físico de unos motivos decorativos que transmitían el poder de su linaje o sus principios políticos y religiosos. Este uso de la armadura como símbolo de poder se pierde en el tiempo, pero fue el emperador Maximiliano I de Austria, abuelo de Carlos V, quien supo potenciarlo y extender la idea por toda Europa".
Desde finales del siglo XV los "vestidos de acero" constituyen la alta costura del momento y son los objetos más preciados de los monarcas e incluso sus joyas más caras, pues pagaban cantidades impensables por ellas: "Tenemos un caso documentado en el Archivo General de Simancas. Una armadura de parada de Felipe II 3.000 ducados de oro, su retrato por Tiziano 1.000 ducados de oro".
Por eso, los sucesivos monarcas aparecían retratados con sus armaduras en cuadros, esculturas y otras obras de arte que se mostraban en palacios, monasterios o residencias de recreo, para exhibir su majestad o sus dotes políticas.
En la exposición en el Museo del Prado El arte del poder. La Real Armería y el retrato de corte (2010), también comisariada por Soler del Campo, se mostraba cómo, durante casi 500 años, monarcas, príncipes y aristócratas mostraban su poder con la ayuda de pintores, escritores y escultores (como los actuales asesores de los políticos, famosos y millonarios) y, por supuesto, de sus armaduras.
Carlos V, por ejemplo, en más de una ocasión eligió para sus retratos la armadura que el armero Alemán Helmschmid creó para él cuando logró la victoria en la batalla de Mülberg en la que derrotó a los príncipes protestantes alemanes, y que puede verse, representada de tres formas distintas, en la Galería de las Colecciones Reales.
"Al simbolizar el poder de un personaje o de una dinastía transmiten esa connotación a lo largo del tiempo. Armaduras retratadas por Tiziano que están hoy en la Real Armería volvieron a ser utilizadas como imagen de reivindicación dinástica incluso por Felipe V, siendo muy joven, en la Guerra de Sucesión contra Carlos de Austria por el trono de español", afirma Soler del Campo.
E igual que hoy los monarcas tienen sus marcas y diseñadores favoritos, en cada época tenían su "maestro armero" favorito y, entre ellos, había una competencia feroz. ¿Quiénes eran los maestros de la alta costura de la época?: "Los principales eran la familia Helmschmid de Augsburgo, la familia Negroli de Milán y los Grosschedel de Landshut", aclara el experto y Doctor en Historia Medieval.
Algunas eran tan bellas que aquellos armeros alemanes e italianos del Renacimiento fueron admirados y reconocidos por otros artistas como tales. Entre los "diores" y "chaneles" de la época destacaba Negroli, único armero registrado por el pintor y arquitecto italiano Giorgio Vasari en su obra Las vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos, en la que recoge una serie de biografías de los artistas italianos del siglo XVI.
Esos grandes talleres se alejan del concepto romántico que tenemos ahora de un armero solo, martilleando una pieza, "eran muy parecidos a una fábrica, con especialistas de todo tipo: armeros, doradores, grabadores, damasquinadores, guarnicioneros, expertos en textiles para los forros interiores etc . El armero titular hacía los diseños y supervisaba toda la producción", explica Alvaro Soler.
Exactamente igual que en las míticas casas de alta costura de moda, donde existía un modisto titular o creador, como Cristóbal Balenciaga o Christian Dior, a quien ayudaba una legión de costureras, patronistas, bordadoras y proveedores de pasamanería, botones, encajes, plumas o flores de tela, sombrereros, zapateros, etc.
[Así se hace un vestido que cuesta lo mismo que un piso: la leyenda de la 'maison' Dior]
Otro elemento que comparten las armaduras y los vestidos de alta costura es que, al exigir tanta dedicación, esfuerzo e inversión, en ambos sectores están desapareciendo los talleres de artesanos capaces de hacer esos trabajos maravillosos.
En el caso de las armaduras, es todavía más misterioso cómo alguien podía hacer una obra de arte semejante, con esos materiales en bruto y golpeando sólo con el martillo: "Por desgracia ahora no tendríamos personas capaces de hacerlas a ese nivel, es un arte perdido", se lamenta Alvaro Soler.
Hoy ese oficio solo sobrevive gracias a Hollywood y a películas y series como El Señor de los Anillos o Juego de Tronos, porque siguen existiendo fábricas de armaduras pero más dirigidas al atrezzo turístico o cinematográfico, "nada que ver con las originales", matiza Soler.
Al igual que sucede en la moda, que cambia cada temporada pero los especialistas en indumentaria pueden distinguir el estilo de distintas épocas y diseñadores, un experto como Alvaro Soler del Campo podría diferenciar, por ejemplo, entre las armaduras renacentistas y las barrocas "e incluso podemos distinguir producciones entre décadas, como pasa con la moda actual".
Carlos V y Felipe II fueron los mayores coleccionistas de armaduras pero a este último no le gustaban tanto como a su padre porque él ya no era un rey guerrero sino un jefe de estado moderno. Aún así en muchos retratos aparece con armaduras "a la romana" (la que copia o se inspira en modelos de la Roma de la Antigüedad).
"En la Galería de Colecciones Reales no, pero en la Real Armería sí pueden verse algunas armaduras que siguen esa tendencia", explica Soler del Campo. Cuando le preguntamos qué otros tesoros se guardan en la Real Armería del Palacio Real, cuya visita se puede hacer antes o después de la Galería de las Colecciones Reales, responde sin dudar: "Toda la colección es un tesoro, y no es broma".
Las armaduras influyeron en el arte de su época exactamente igual que hoy las pasarelas de moda inspiran al resto de disciplinas artísticas: "Hasta el siglo XVII el arte cortesano no se entiende sin ellas, eran los objetos predilectos mientras prevaleció la cultura caballeresca y están omnipresentes, creando además un género propio como el retrato en armadura", explica Alvaro Soler.
En la Galería de las Colecciones Reales se exponen también algunas armaduras de infantes labradas imitando los tejidos de aquellas épocas. Las hay para niños y adultos, pero siempre para hombre, ¿hay algún caso de armadura para mujer en nuestro país?, le preguntamos: "No que yo conozca. Las armaduras de mujer son muy inusuales por cuestiones de rol social, aunque desde el siglo XVII sí se conoce alguna, pero ligada a representaciones teatrales".
Y, como sucede en los tejidos creados y bordados a mano que utiliza la alta costura desde la primera mitad del siglo XX, cada armadura era una verdadera joya llena de alusiones mitológicas o religiosas.
Entre los estampados o motivos más populares en las armaduras, "el catálogo es extensísimo, desde lo floral a lo geométrico, pasando por los motivos alegóricos de la virtud que debe acompañar a un príncipe, además de otros dinásticos y heráldicos que quizá sean los más importantes", cuenta el jefe de la Real Armería del Palacio Real de Madrid.
Frente a quien pueda pensar que las armaduras eran demasiado pesadas ("solo" 20 kilos) para ser comparadas con un vestido, Alvaro Soler del Campo afirma que "ese peso, repartido por todo el cuerpo en una prenda a medida no es tanto, es muy inferior al equipo de un combatiente actual y no tiene nada que ver con imágenes cotidianas como las señoras mayores que tiran, con un solo brazo y en una postura forzada, de un carro de la compra en cualquier mercado, eso sí que requiere un esfuerzo", precisa el experto.
Así que, al utilizar la "tecnología" más puntera de cada época, llevándolas se podía hasta bailar "un rock and roll y cualquier cosa. Con ellas tenían que escalar muros, subirse o tirarse de un caballo en marcha, correr, combatir, poder hacer una voltereta etc, etc, etc. La movilidad era total, si no, corrías un serio peligro: te podías jugar la vida si no te podías mover", añade.
A raíz de la Guerra de los Treinta Años 1618-1648, la evolución de las armas de fuego deja obsoletas las armadura y se abandona el uso de estas, "lo cual no quiere decir que algunos elementos como cascos, petos y espaldares no sobrevivan como recuerdo de ese sueño de la caballería", añade Soler.
En la nueva Galería de las Colecciones Reales, que los reyes Felipe y Letizia inauguran el martes 25 de julio, no solo las armaduras están relacionadas con la moda: pueden verse también algunas prendas textiles que marcaron las tendencias de su época.
Por ejemplo, el manto capitular de la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III, que perteneció a Fernando VII, y es el más antiguo que se conserva en las Colecciones Reales (1814). La Real y Distinguida Orden Española, creada por Carlos III en 1771, fue la primera orden para premiar tanto a militares como a civiles. que hubieran servido al rey con especial virtud y mérito.
El manto de gran maestre de Fernando VII está confeccionado en seda color azul celeste, cuajado de estrellas bordadas en hilo de plata y lleva en las cenefas los emblemas del monarca.
Prácticamente idéntica (pero en otro tamaño) es la que se hizo en torno a 1833, cuando su hija Isabel II asciende al trono como reina de España, sin haber cumplido todavía los tres años de edad, tras la muerte de su padre (el rey Fernando VII), que se puede ver casi al final del recorrido. Este manto infantil está asimismo realizado en seda bordada con hilo entorchado de plata.
Contemplar los cuadros de reyes y reinas repartidos por las distintas plantas de la Galería de las Colecciones Reales es recorrer la historia de la moda, tanto masculina como femenina, tal y como la lucían las celebrities de cada época, es decir, los monarcas. Por ejemplo, en los retratos que Louis-Michel Van Loo realizó de Fernando VI y su esposa, Bárbara de Braganza, hacia 1750, se pueden ver prendas y accesorios muy diversos, entre ellos, la peluca del rey y las joyas de la reina.
Del mismo autor es el retrato de Isabel de Farnesio, pintado unos años antes, en 1737. Más de un siglo lo separa del que Casado del Alisal hizo en 1865 de Isabel II, por ejemplo. Pero ambos son deslumbrantes representaciones de la moda femenina y de los vestidos de corte de su época.
Entre el retrato de pedida de María Luisa de Parma, pintado por Giuseppe Baldrighi hacia 1765, y el de María Luisa de Borbón, infanta de España y gran duquesa de Toscana (1770), obra de Antonio Rafael Mengs en 1770, solo hay cinco años de diferencia y, sin embargo, se aprecian diferencias evidentes en los vestidos de ambas, según las distintas tendencias que se llevaban en la corte de cada país.
En el retrato que Goya pintó en 1799 de María Luis de Parma en traje de corte ya se puede apreciar el talle imperio que causaría furor en su época y en el que la reina lucía los brazos al aire, otra tendencia que se extendió por el mundo.
La moda masculina está presente en el retrato que ese mismo año el pintor aragonés hizo de Carlos IV en uniforme de coronel de Reales Guardias de Corps, donde el color rojo es predominante y denotaba poder, pues el tinte en este tono era muy difícil de conseguir.
Los amantes de la moda podrán disfrutar también de la evolución del color negro, en los cuadros de Felipe V en traje español, pintado en 1701 por Hyacinthe Rigaud. En el puede verse al rey "vestido a la española", de raso negro y con cuello de golilla blanca, otra tendencia que España ‘exportó’ al resto del mundo.
Muy distinta es la moda masculina del retrato El príncipe Alfonso, cazador, realizado por la artista Cecile Ferrère en 1869, durante el exilio de Isabel II y sus hijos en París. En él, el joven príncipe viste de este color, a sus 12 años, para enfatizar su condición de heredero de la Corona.
También negro es un traje compuesto por calzón, chupa y casaca realizados en terciopelo labrado miniatura y raso de seda bordado bordados al matiz con hilos de seda de colores. De estilo francés, como entonces estaba de moda en toda Europa, perteneció a Ignacio Lacaba Vila, cirujano de cámara de Carlos IV, y es un magnífico ejemplo de la moda masculina cortesana en la España de finales del siglo XVIII.
Porque, cuando se abandonó el uso de las armaduras, el poder y el prestigio se lograban encargando vestidos con impresionantes tejidos y joyas: sastres, modistos y joyeros sustituyeron a los maestros armeros en la tarea de mostrar la majestuosidad de los monarcas.
Pero las armaduras, corazas y cotas de malla no desaparecieron: saltaron de los ejércitos de soldados a las legiones de fashionistas de la mano del gran Paco Rabanne, primero, y de sus "herederos" después, de Azzedine Alaïa a Tom Ford, pasando por Alexander McQueen, Olivier Rousteing en Balmain, Jonathan Anderson para Loewe o Daniel Roseberry (tras los pasos de Elsa Schiaparelli) e Iris van Herpen… Y, en nuestro país, Maya Hansen y Ulises Mérida, por citar solo unos pocos entre los muchos nombres que convirtieron las armaduras en pura moda.
E igual que en una exposición de vestidos, estos se muestra en maniquíes, las armaduras de la Galería de las Colecciones Reales (GCR) se muestran en unos que han sido diseñados por la misma persona que hizo los maniquíes del Museo del Traje de Madrid, siguiendo un proceso inverso al de la alta costura.
Así, mientras en las maisons de moda cada vestido se hace a partir del cuerpo de la clienta, que es quien lo lucirá por el mundo, para exhibir estos "vestidos de acero" ha habido que construir los maniquíes partiendo de la propia armadura, es decir, del vestido al cuerpo y no del cuerpo al vestido.
Estos son solo algunos ejemplos de los cuadros y objetos que, en la nueva Galería de las Colecciones Reales, nos cuentan nuestra historia y, como parte de esta, la moda y el estilo de vida durante cinco siglos.
Obras de arte que ahora son patrimonio de todos y que nos enseñan que la moda no es algo frívolo sino parte de nuestra herencia histórico-artística y de nuestra cultura. Y, si alguien discrepa, "las reclamaciones, al maestro armero".