España entra en el ecuador de la época estival acumulando temperaturas que invitan más a quedarse en el interior que a enfrentarse al calor del asfalto. El aire acondicionado se convierte en el mejor aliado para afrontar la estación, pero para las mujeres, sobre todo en la oficina, también acaba dando lugar a una época de constipados y batallas por conseguir que los grados de la habitación se eleven al menos en un par de cifras.
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La postal veraniega en el entorno laboral suele ser siempre la misma: ellos, con la manga de camisa remangada; ellas, obligadas a llevar consigo chaquetas de punto y otras prendas impropias de la temporada.
Una diferencia que ha costado años empezar a percibir, y que renueva el debate sobre los códigos de vestimenta y el bienestar de la mujer en el trabajo.
Hoy podría pensarse que una cuestión tan, a priori, superficial como esta solo requeriría algo de comunicación para atajarla sin necesidad de avivar un debate. Sin embargo, las últimas olas de calor han demostrado lo contrario, y han reavivado una polémica que lleva dando de qué hablar desde hace más de tres años.
Corría el mes de julio de 2020 cuando un pleno del Ayuntamiento de Alicante se convirtió en el primer escenario en abordar el dilema de la denominada brecha térmica. "En esta zona estamos congeladas de frío, esto también se llama micromachismo", denunciaba por entonces Vanesa Romero, edil de Unidas Podemos en la ciudad valenciana.
"Apagamos el aire y sudamos en igualdad", le espetó irónicamente Luis Barcala ante su petición. Tras este desencuentro, el nombre de la concejal no tardó en copar titulares por relacionar la baja temperatura a la que se encontraba la sala con la desigualdad y la "falta de consideración" con las compañeras de trabajo.
Un argumento susceptible de herir sensibilidades, pero que, en realidad, trae como base un corpus documental que apunta a que, sí, el aire acondicionado sí que se dirige a un perfil masculino.
Un modelo por revisar
Cinco años antes de su intervención, un estudio publicado en Nature documentó que las oficinas se climatizan basándose en las necesidades de un hombre de mediana edad, 70 kilos de peso y vestido con traje y corbata.
Así queda estipulado, desde los sesenta, en las guías del estándar ASHRAE 55, un modelo que, tal como revela la revista, no tiene en cuenta que el cuerpo femenino demanda vivir a unos tres grados más que el de los varones.
Ante la exposición a temperaturas bruscas, ellas también se exponen hasta cinco veces más a la posibilidad de desarrollar disfonías, dolores faríngeos y empeorar los síntomas de trastornos como el de Raynaud, una patología que provoca el colapso de los vasos sanguíneos al sentir frío o estrés.
La brecha térmica constituye, según quienes defienden este concepto, un problema que atraviesa desde la salud hasta la propia productividad. Así lo indica otro estudio conjunto dirigido desde el Centro de Ciencias Sociales de Berlín (WZB), en el que participaron más de 500 participantes en la capital alemana.
Según la investigación, las mujeres desempeñan mejor las tareas cuando la temperatura es más alta, mientras que en el caso masculino ocurre lo contrario. Agne Kajackaite, investigadora del centro y una de las autoras del estudio, concluyó que "la brecha desaparece al elevar la temperatura".
Ellas pasan frío, ellos calor
Atendiendo a lo que dicta la fisiología de ambos géneros al respecto, los hombres tienen una temperatura media de 36,55 °C, mientras que la de las mujeres se sitúa en torno a los 36,33 °C.
Una cifra similar en ambas mitades de la población, por lo que, ¿dónde está el problema? La respuesta está en las extremidades. Los brazos y las piernas son las zonas del cuerpo en las que ellas pasan más frío: las mujeres suelen tener 30,66 °C, casi dos grados por debajo de ellos.
Tampoco ayuda en esta cuestión la normativa que viste a uno y otro sexo. Aunque los márgenes de la formalidad han ido ensanchándose conforme nos hemos adentrado en la era digital, los códigos de vestimenta forman parte indispensable de la filosofía de muchas empresas, pese a que para ellos pueden llegar a resultar especialmente incómodos.
Tanto es así que, en 2017, en Francia, varios conductores de autobús y tranvía de Semitan, la empresa de transportes de Nantes, protestaron por las limitaciones de estas normas que les prohibían llevar pantalón corto a sus puestos de trabajo. ¿Su respuesta? Acudir con falda para demostrar "lo absurdo de estas condiciones en plena ola de calor".
Sin embargo, tal como ya explicó EL ESPAÑOL en aquel momento, la compañía no cedió a las presiones. "Es difícil para ellos, pero son solo unos pocos días al año", explica Pascal Bolo, presidente de Semitan, que considera que dotar a los trabajadores de un nuevo uniforme con pantalones cortos implicaría "un coste adicional" que no estuvieron dispuestos a asumir.
Una protesta que también se extendió al ámbito académico. Por esas mismas fechas, los alumnos de la Isca Academy de Exeter (Devon, Inglaterra) se fotografiaron llegando a clase con faldas reglamentarias que habían pedido prestadas a sus compañeras.
En la oficina, las guías recomiendan a los hombres el uso de trajes de chaqueta y corbata, zapato cerrado y, además, todo el conjunto en tonos oscuros (como el negro o el azul marino) que obligan al público masculino a pasar más calor.
Para sus compañeras, los colores a usar suelen ser más flexibles, y las faldas permiten que la temperatura en la zona de las piernas esté más aliviada. Todo esto contribuye a que, cuando toca sentarse frente al escritorio, ellas pasen más frío y ellos pidan que se encienda el aire.
¿Existe el sesgo térmico?
Si el desacuerdo en la climatización de las oficinas forma parte de la lista de micromachismos a revisar o no es algo en lo que todavía no ha llegado a consenso. En todo caso, lleva años sembrando el debate en los países occidentales, desde Estados Unidos —donde Cynthia Nixon convirtió la temperatura de los platós televisivos en una cuestión de Estado— hasta España.
Al respecto de este término explica Gloria Zueco, psicóloga y directora de Espacio Propio, que "los individuos reproducen automáticamente conductas que desde comentarios a gestos del día a día" que refuerzan las dinámicas de poder y la jerarquía social por géneros.
"Los micromachismos engloban los actos y conductas cotidianas que reflejan el sistema machista y la misoginia existente. No son pequeños ni velados, simplemente están normalizados". También añade sobre ellos que "no siempre tienen la intencionalidad de los efectos que efectivamente generan".
La polémica continúa en redes, donde mientras unos usuarios critican que "estas cuestiones desvirtúan el sentido del movimiento feminista" otros lamentan que, si en la sociedad todavía se cuestiona la existencia de la violencia de género, no es de extrañar que aún no se perciban este tipo de detalles.
La reacción en España
En marzo de 2023, el Instituto de las Mujeres lanzó un informe sobre los sesgos de género en la inteligencia artificial. Entre sus 50 páginas se destaca un apartado, el dedicado a la arquitectura, en el que la crítica se centra en los termostatos inteligentes y cómo su regulación afecta al bienestar femenino.
El Ministerio de Igualdad lamentó que dicha fórmula no haya sido revisada desde "la era de las oficinas dominadas por los hombres", y coincide con la propuesta del Plan para la Administración General del Estado, ideado en 2022 con el objetivo de reducir el consumo energético en los locales climatizados.
Subir la temperatura del aire acondicionado es un objetivo que, en cualquiera de los casos, las empresas deben marcarse para apoyar el cumplimiento de los ODS establecidos por la Agenda 2030. Cada grado que se añade a la pantalla supone el ahorro de hasta un 7% de energía. Una medida que, en cualquiera de los casos, va más allá del debate social, y es tan beneficiosa para la salud pública como lo será para el planeta a largo plazo.