Diana perdió a su bebé cuando estaba embarazada de 24 semanas. María, a las 32. El de Sofía murió durante el parto, y el corazón del de Ana, que nació con vida, se paró 23 horas después, antes de que ella y su pareja pudiesen tan siquiera acunarlo. Todos ellos son casos ficticios de una realidad trágica, más común de lo que podríamos pensar, y silenciosa –o silenciada–.
Hasta el 9 de agosto de este año, todos los bebés del ejemplo, nacidos muertos o fallecidos durante las 24 primeras horas tras el alumbramiento, quedaban en el olvido para el mundo –que no para sus familias–. “Hasta la fecha, estos nacidos se inscribían en un registro de criaturas abortivas”, explica a Magas la abogada experta en derecho de familia, Isabel Winkels. Y apunta: “Ya simplemente el nombre de criatura abortiva a mí, personalmente, me genera rechazo”.
Ahora, y desde que ese 9 de agosto entrase en vigor una orden del 21 de julio, todas esas familias verán cómo el Registro Civil reconoce a sus hijos, a los que les permitirá, de forma voluntaria, dar nombre, dentro de la 'Declaración de nacidos sin vida tras los seis meses de gestación'. Una decisión que, en realidad, explica Winkels, “no tiene ningún tipo de consecuencia jurídica”.
[Los bebés fallecidos con seis meses de gestación deberán ser inscritos en el Registro Civil]
Sin embargo, lo que sí tiene es “una gran carga simbólica”. Así lo reivindica el sociólogo Paul Cassidy, miembro de la junta e investigador en la asociación Umamanita, especializada en apoyo, sensibilización y humanización de la atención a la muerte y el duelo perinatal. Porque las familias que se encuentran en esta situación, explica, “lo que quieren es reconocimiento, que su duelo no quede empañado”.
“Ante estos casos, los sanitarios ya estábamos acompañando a las madres, a los progenitores, preguntándoles el nombre de su bebé nacido muerto, llamándole por ese nombre, ayudando así a que pudiesen despedirse de él o ella”, asegura Sonia Pastor, enfermera e investigadora experta en cuidados a la pérdida y duelo perinatal. Lo que no tenía sentido, dice, es que la ley no acompañase a lo que ya se hacía desde la medicina.
Porque, aunque el proceso de cada persona sea diferente, la mayoría de esas madres necesitan “reconocer a ese bebé que ha nacido muerto”, “abrazarlo, besarlo, cortarle un mechoncito de pelo, llamarle por su nombre…”. Todo, asegura Pastor, para poder empezar a transitar su propio duelo.
[La batalla de las familias para poder ver a los bebés que nacen sin vida]
Hasta ahora, sin embargo, indica Cassidy, al salir del hospital parecía que “el bebé nunca hubiese existido”. Y como lo que no se nombra parece que no existe, a esas familias se les hacía “muy cuesta arriba” volver a la normalidad.
El legajo de criaturas abortivas
El legajo de criaturas abortivas, registro en el que se incluían a todos los nacidos sin vida y los fallecidos durante las primeras 24 horas de vida hasta este verano, estaba, explica Cassidy, “unido al nombre de la madre, pero no con el resto de la familia”.
Ahora, más allá de la inclusión en esa nueva 'Declaración de nacidos sin vida tras los seis meses de gestación’' “los progenitores podrán decidir si quieren o no darle un nombre al bebé”, explica el investigador. Además, añade, podrán incluir el nombre de los dos progenitores.
También es verdad, indica, en esta lista se incluía también a los bebés nacidos con vida, pero que fallecieron durante las primeras 24 horas. Ahora, sus familias podrán decidir realizar el traslado de sus expedientes a la nueva declaración y sacarlo del legajo de criaturas abortivas.
Sin embargo, no todas las madres están por la labor: “En Umamanita tenemos a una madre que no va a hacer el traslado porque considera que no es real, su bebé nació con vida y no quiere que oficialmente siga constando como que no”, indica Cassidy.
¿Hay debate?
El debate parece situarse en cómo llegar a esas familias que sienten el duelo por la pérdida de sus bebés, pero no encajan tampoco en la nueva terminología. Más allá de eso, la inscripción en el Registro Civil de los nacidos muertos es, explica Cassidy, una reivindicación “histórica” de los sanitarios y familias que han vivido una muerte perinatal.
Pastor añade que la nueva instrucción llevaba esperándose desde que entrara en vigor la Ley 20/2011 del Registro Civil. La enfermera asegura, además, que así se “humaniza el lenguaje”, es decir, la norma se torna “sensible” con el lenguaje y con la difícil situación de las familias.
Para Cassidy, esta nueva disposición se trata de “una propuesta feminista”, pues “reconoce el sufrimiento de la madre, promueve el empoderamiento de la mujer, le ofrece información en un momento complicado y le permite tomar la decisión que le ayude mejor a vivir su duelo”. Esto es, inscribir al bebé nacido muerto con nombre y apellidos en el Registro Civil.
Y recuerda: “No es una obligación, le puedes poner nombre solo si quieres”. Porque, hasta ahora, quedaba registrado como “hembra/macho y el nombre de la madre”. Ahora, además, el nombre del segundo progenitor también quedará registrado.
También indica que puede entender que haya quien pueda ver aquí una oportunidad para encontrar resquicios y atacar el derecho a la interrupción voluntaria al embarazo. Pero, insiste, nada más lejos. Y recuerda que las asociaciones que han luchado por este reconocimiento apoyan los derechos de las mujeres, entre los que se encuentra el derecho al aborto. Aquí, repite, se está hablando de embarazos deseados y llevados a término que, por circunstancias de la vida, acaban en fallecimiento.
A nivel legal, el debate es inexistente: “Es una cuestión más formal y de respeto puro y duro en la convivencia”, asegura Winkels. Porque, matiza, “habrá personas a las que la pérdida de este bebé después de seis meses gestación no les afecta, pero a otras muchas que sí”.
La abogada pone el foco en casos reales que ella ha llevado: “He conocido a padres que arrastran secuelas por haber perdido bebés en estas circunstancias, y lo hacen durante años. Para esas personas, de alguna manera, ponerle un nombre, la constancia de figurar en un registro implica un efecto balsámico o de recuperación a la hora de hacer un duelo”.
Por otro lado, como recuerda Cassidy, el hecho de que se hable de los nacidos sin vida tras los seis meses de gestación implica “visibilizar” a nivel social una situación, normalmente, “invisible”. “Lanza el mensaje de que no estás sola, hay otras mujeres que han perdido a su bebé ahí fuera”, zanja.