Alexéi Navalny ha muerto hoy con 47 años en una colonia penal del Ártico. Exactamente un cuarto de siglo después de que él y Yulia Navalnaya se conocieran en una playa turca en el año 1998, cuando ambos tenían sólo veintidós años. Su historia de amor es como un mosaico y la última tesela conforma hoy una enorme imagen que estremece al mundo entero.
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Yulia Navalnaya (Moscú, 1977) era ya una mujer valiente, según él describió en una ocasión. Nacida en Moscú, con el denso cabello rubio y enormes ojos azules, hija de un prestigioso científico y funcionaria de Ministerios de Bienes de Consumo, había estudiado Relaciones Internacionales. Alexéi Navalny era un economista, que primero se haría famoso como escritor de un blog hipercrítico con el gobierno, luego como político. Becado por la Universidad de Yale y colaborador de medios de comunicación como Forbes, era el único líder ruso a favor de la legalización del matrimonio de personas del mismo sexo.
La carrera de Yulia
Yulia Navalnaya comenzaría su carrera trabajando en banca en la capital rusa, pero luego dejaría su profesión para vender mobiliario y finalmente para acompañarle a él, adoptando siempre un rol discreto, aunque con un carisma inevitable: madre de dos hijos, Daria (que estudia en la Universidad de Stanford) y Zahar, apoyó la candidatura de su marido a la alcaldía de Moscú en 2013.
De ahí en adelante ella misma se convirtió en un activo político. Según algunos politólogos, la primera dama Navalnaya gustaba incluso a más personas que su marido, y su figura iba creciendo fuera de sus fronteras como ocurrió, salvando las diferencias, con mujeres como Grace Kelly o Eva Perón, estableciéndose inevitablemente comparaciones con Svetlana Tikhanovskaya.
El desenlace fatal
Actualmente, él cumplía una condena de diecinueve años: ambos habían regresado a Rusia demostrando un gran coraje y Navalny había sido detenido nada más posarse el avión, hace tres años. Él se había recuperado de un intento de intoxicación química al tomar un té en un aeropuerto. Algunas fuentes aseguran que ella también había sido envenenada del mismo modo, pero no tuvo tantos síntomas por su fortaleza física.
Fue la propia Navalnaya la que pidió su traslado a Alemania para que su marido, en coma, recibiera tratamiento. Estaba allí, mirándole, cuando él despertó en Berlín: al confirmarse el envenenamiento, ella puso en evidencia aquel hecho. “Yulia, me salvaste”, escribió él en Instagram entonces.
Navalnaya ha sido categórica en su reciente intervención en una Conferencia de Seguridad celebrada en Múnich, llamando a la comunidad internacional y afirmando que el gobierno ruso actual será castigado. Aunque no se dedique activamente a la política, las imágenes de ella vestida de rojo el día que le comunicaban la sentencia de condena a su marido, o su selfie desde dentro del furgón policial tras su detención en las protestas se han convertido en imágenes de gran impacto mundial.
Pocas horas antes, su marido aparecía en una videograbación compareciendo con ironía. Hoy se comunicaba su fallecimiento por parte de las autoridades rusas y su viuda se convertía, inevitablemente, en un icono de las fuerzas opositoras al Kremlin. Habrá que ver cuáles serán los pasos de Yulia Navalnaya a partir de ahora: el mosaico sigue colocando sus piezas.