Esta semana en el programa ‘Y ahora Sonsoles’ en Antena 3 hablamos de la rotura de stocks de las farmacias de productos tan necesarios como antibióticos, medicamentos para la hipertensión, antidepresivos y ansiolíticos.
Comenté a mis compañeros mi preocupación porque no hemos sabido perfeccionar el sistema tras una pandemia como la que hemos vivido.
Es un poco lo que nos pasa en todos los ámbitos de la vida. Cada vez que estalla una crisis migratoria con África, ponemos el grito en el cielo, nos enfadamos, discutimos, mostramos nuestras diferentes posiciones … Cuando sucede, parece que sea un punto de inflexión.
Y luego, nada. Nos olvidamos, volvemos a entrar en la misma espiral y el problema persiste hasta la nueva crisis. Por eso, mi primera reflexión sobre la pandemia es cuánto aprendizaje hemos desperdiciado y un mantra permanente: ‘ojalá no nos pase de nuevo’.
Otra cosa que he ratificado estos años es la importancia de la salud mental.
Yo me cuido mucho y soy consciente de la importancia de trabajar mis vulnerabilidades y mis debilidades. Creo que así vivo haciéndome el menor daño posible a mí misma y evito hacer daño a los demás. Pero debe ser muy difícil decirlo así de claro.
He pasado la semana escuchando anécdotas en las que sus protagonistas tienen problemas personales que vuelcan sobre los demás. ¡La maldita frustración y sus estragos! Cuánto mal ocasiona.
Tras oír historias ajenas, una persona cercana tuvo un episodio de crueldad verbal intolerable hacia quien más le quiere y quien más le cuida. Analizando la situación, necesitaría claramente un psicólogo o un psiquiatra. Pero el entorno calla porque no sabe cómo manejarlo.
Esa persona no quiere que se la tome por ‘loca’. Cuánto daño hace la ignorancia. La salud mental es tan necesaria como la física y hay que despojarse de todos los tabúes. Por eso, yo me empeño en contar últimamente que cada vez que he necesitado ‘mejorar’ mi autoconocimiento y analizar mis conductas, he ido a un profesional.
En las películas americanas, vemos siempre que ir al terapeuta es un lujo como el de ir al spa para atender el bienestar físico. Ojalá esa persona fuera consciente de que el mundo ha cambiado y que su miedo a los prejuicios no supone un argumento suficiente para herir a quien más le quiere.
Salud mental, que no vuelva a pasarnos y aquí va la tercera de las lecciones que aprendí sobre bienestar durante los últimos años: la medicina preventiva.
Ya tengo más de 50 y procuro hacerme chequeos periódicos para que el día que me pase algo, podamos cogerlo a tiempo. Nos guste más o nos guste menos, a todos nos pasan cosas y el común de los mortales tenemos el mismo final.
Esta semana pasé por ‘boxes’ en HM Hospitales. Estaba en Sanchinarro pasando por todas las pruebas y llegó el momento de la colonoscopia. Lo peor de esa prueba es la preparación. ¡Qué hambre tenía! Soñaba con la tortilla de patatas de la cafetería que me encanta.
Cuando estaba preparada para mi dosis de propofol y pasar a esa sedación que nos alivia de las molestias, tuve una visión que me reconfortó.
Me había puesto la vía una enfermera con rasgos orientales tan española como yo. Eficaz, amable y no me hizo nada de daño. Su compañera es negra. Beatriz Etombayambo tiene el mismo pasaporte que yo, ha estudiado en nuestra universidad, pero nació en Guinea y pertenece a la etnia bubi.
Jana Hermannova, la anestesista de origen eslovaco, fue encantadora pidiéndome que no pensara en trabajo mientras me dormía. Había un ambiente estupendo. Les dije que me parecía una escena fabulosa.
-Algo estaremos haciendo bien las mujeres para haber llegado a esta situación. Me encanta.
-Bueno, todos somos iguales, ¿no? -me dijo Beatriz sonriente-. Aunque nos falta un doctor. Es un hombre.
-Claro que somos todos iguales, pero me gusta esto de que llegue el doctor. Aquí falta la cuota masculina.
‘Mens sana in corpore sano’ y buen fin de semana.