Enviada especial a Valencia
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La arena cubre completamente la carretera. Aún faltan 4 kilómetros para llegar a Picanya, pero los escombros y la hilera de coches destrozados, apilados uno encima de otro, hacen sentir que el paisaje ya te está dando la bienvenida dirigiéndote hacia el desastre. La glorieta de entrada al municipio te lleva directamente a la Avenida de Ricardo Capella, una de las calles que construyen el grueso del pueblo y que acompaña de incio a fin al barranco durante su curso. 

Justo al borde, a la altura del punto que hace esquina con Calle de Colón, se encuentra Amparo, una mujer de 85 años, con la mirada un tanto perdida. "Es que ya ni me acuerdo de dónde estaba exactamente mi casa", exclama. Y es normal. A su alrededor todo son ruinas.

Lleva la misma ropa con la que salió la noche del martes 29 de octubre de su domicilio, sin saber que ya nunca podría volver. De la vivienda "no quedan ni los cimientos". Tan sólo un par de ladrillos apilados que, se intuye, formaban parte de un muro. Pero no hay ni una pequeña pista que haga sospechar de que antes, ahí, había un hogar.

Amparo señala lo que queda de su casa, a los pies del barranco. Pablo Miranzo El Español

En este momento vive con su hija, de 61 años, en una casa de dos plantas que se encuentra tan sólo a una veintena de metros y que, a pesar de que sí que resultó algo dañada, no ha tenido el mismo destino. Amparo no sabe qué va a pasar ahora. Confiesa que lo ha "perdido todo" y que se ve obligada a empezar de cero pero, después de varios días de "shock", empieza a tener una actitud de resiliencia y agradece, por lo menos, que está viva.

"Cuando entró el agua, estaba tranquila"

Se trataba de la única vivienda construida a orillas del barranco. Parece poco seguro pero, antes de que Amparo adquiriera su propiedad hace 60 años, esta pequeña edificación ya sobrevivió a la riada del 57. "Nos lo dijeron cuando compramos la casa mi marido y yo. Pero, aparte de eso, a esta casa muchas veces ha entrado agua cada vez que llovía de más y nunca ha pasado nada... y mira ahora", confiesa. 

Recuerda que estaba en casa, colocando un par de cosas y dando de comer a los pollos y conejos que tenía en la parte del corral, como habitualmente hacía antes de irse a dormir. De pronto, de debajo de la puerta principal, empezó a brotar agua, pero admite que no le dio importancia. "Cuando vi que el suelo estaba encharcado, yo estaba tranquila".

Sin embargo, la preocupación la invadió de lleno cuando vio que de la puerta trasera, la que daba a la parte de los animales, también salía agua. "Eso ya no me pareció normal. Ahí supe que algo iba a ir mal". Pero para cuando quiso ponerse pesimista, su hijo ya estaba en la puerta para recogerla. "Vive a un par de manzanas de aquí y me dijo que nos teníamos que ir. Yo le contesté 'sí hijo, vámonos', porque la cosa se estaba poniendo fea". 

Esto es lo único que queda de la casa de Amparo. Pablo Miranzo El Español

La zona del barranco de Picanya, completamente arrasada. Pablo Miranzo El Español

Cuando Amparo puso un pie en la calle, el agua ya estaba empezando a invadirlo todo. Pero, por suerte, pudieron llegar a casa. El resto, ya es historia. La DANA del siglo arrasó con todo lo que se encontró a su paso sobre Picanya. De los cinco puentes que conectaban las dos zonas del municipio, ya sólo queda uno.

Pero Amparo eso pudo verlo ya a salvo, desde la segunda planta del edificio donde vive su hijo. "Si me hubiera llegado a llevar el temporal pues bueno, ya tengo una edad. Pero me alegra estar viva sobre todo por mis hijos, porque sé que para ellos es una tranquilidad tenerme aquí".

Empezando de cero

"Sabía que algo iba a perder, pero pensé que al menos la casa quedaría en pie". Dice que ya no llora al recordarlo, pero se siente en su tono de voz la emoción al recordar el día siguiente. Admite que la noche la pasó como en "estado de shock". Pensaba en sus animales, en sus pertenencias... "pero sobre todo en mi bañador, y en mis arcones congeladores llenos de comida", dice esbozando una media sonrisa. "Pero bueno, ya se comprarán más". 

De camino a casa de su hija, ya por la mañana, fue cuando sus ojos vieron lo que nunca se habría imaginado. "Estaba todo destrozado. La vecina de aquí al lado no tiene puerta, las calles estaban llenas de barro y agua... Y fue entonces cuando me enteré de que lo había perdido todo", confiesa.  

Al llegar al que es ahora su hogar, la casa de su hija en la Calle de Colón, vio que ahí la cosa también estaba "complicada". "Hemos tenido unos días de bastante faena pero, por suerte, sólo ha afectado a la planta baja, donde está el garaje y el patio. Mis hijos y ahora mi nieta han estado achicando agua, barro... y yo pues esperando en el piso de arriba, porque estoy operada de la pierna de hace poco". 

Amparo entrando a la casa de su hija. Pablo Miranzo El Español

Ahora recompuesta y en pie, no utiliza ni el andador cuando sale de puertas para fuera a echar un vistazo para ver cómo avanza el pueblo. O también para hacer "algún que otro recado". Aún no sabe a qué tipo de ayudas opta pero, de momento, este será su día a día hasta que poco a poco el pueblo de Picanya se vaya reconstruyendo después de los efectos de la tormenta. 

"No sé lo que me darán por la casa, supongo que algo sí. Y también por el terreno, que al final sigue siendo nuestro". A expensas de lo que pase, ya están hablando en su familia de los planes del futuro. "No sé si ya me quedaré aquí, o compraremos una casa en otro lado para que me pueda ir yo sola... Aún es pronto, pero ya sabes, siempre está mejor cada uno en su casa y Dios en la de todos". 

Amparo se ve fuerte a pesar de lo sucedido. Ansía de nuevo su independencia, aunque dicen que donde está ahora la cuidan la mar de bien. A pesar de su dura situación tiene en mente a su vecino, al que vio por última vez en la mañana de ese martes, barriendo la puerta de su casa, y del que aún no se sabe nada. "Era más joven que yo, eso es lo peor de todo. Y la desesperación de la familia, que no para de buscarle". 

En el momento de la despedida, a Amparo la aborda un vecino. "¿Cómo andáis por aquí?", preguntado preocupado, con un semblante lleno de barro. "Por aquí bien", dice Amparo. "¿Pero cómo bien? ¿Qué pasó con la casa?", le dice el hombre. "Bueno hijo, a unos les ha pasado esto y a otros lo otro. Una u otra será, qué se le va a hacer", responde en un ejercicio de serenidad absoluta. 

Con gesto resignado, eleva los hombros y mira fijamente. "Es lo que me ha tocado"