Son poco más de las 10 de la mañana de un lunes de noviembre. Un teléfono comienza a sonar en la tercera planta de la comisaría de Alcobendas, en la Avenida de España 52. La llamada la recibe el jefe de la UFAM, la Unidad especializada en Atención a la Familia y a la Mujer de la Policía Nacional, que comunica la noticia al resto del equipo: es otro caso de violencia de género.
Inmediatamente, se activa el protocolo. Una patrulla acude al lugar, acompañada de parte del equipo de especialistas que forman la brigada. Ya in situ, realizan una valoración de la situación. El resto de agentes se queda con el presunto agresor, pero ellos en ningún momento se despegan de la víctima.
Su trabajo es "muy duro" –según califica una de las policías de la unidad–, pero indispensable. En apenas dos días, el saldo ha sido de nueve hombres arrestados. "Pero estamos acostumbrados", añade un compañero. "Desgraciadamente, somos el servicio con mayor número de detenidos".
A pesar de ser un servicio local, encargado sólo de los casos que suceden en Alcobendas y San Sebastián de los Reyes, en lo que va de año han detenido a 394 hombres. De ellos, seis tenían menos de 18 años. Porque a esta comisaría, la única local de España que cuenta con servicio GRUME (Grupo de Menores de la Brigada Provincial de Policía Judicial), también llegan los menores que agreden a sus parejas.
"Estamos peor que el año pasado", revela el inspector, en lo que parece ser una radiografía completa de la situación que se vive también fuera de las fronteras de estos dos municipios madrileños.
A octubre de 2024, el sistema VioGén ha registrado en España un total de 834.745 casos, 58.489 más que el curso anterior. Por eso, su labor es igual de necesaria que hace nueve años, cuando en 2015 se aglutinaron bajo una misma unidad varios servicios destinados a las víctimas ante una necesidad "creciente" debida al número de casos.
No dejan de ser Policías Nacionales pero, para las mujeres maltratadas, son como sus 'ángeles de la guarda'. Realizan una labor de investigación y valoración que podría ser más 'técnica', pero también se ocupan de la labor de protección y, sobre todo, del acompañamiento.
Son 24 agentes que funcionan las 24 horas del día. Están en permanente contacto con las mujeres que llegan hasta ellos. Es un trabajo que se llevan siempre a casa, pero lo hacen "con todo gusto", porque en el momento en el que alguna no coge el teléfono o deja de acudir, "algo se ha torcido".
El valor del testimonio
Ninguna víctima es igual que la anterior. Sin embargo, el protocolo "siempre es el mismo". Cuando la UFAM recibe un aviso, lo primero que hacen sus agentes es evaluar la situación y recoger toda la información necesaria. Lo hacen a través de un cuestionario que forma parte del sistema VioGén y que hace una evaluación automática del riesgo que corre la mujer.
"Cuando entra aquí una víctima, lo primero que se le hace es una entrevista. No es un interrogatorio. Dejamos que ella nos cuente un poco su situación y, posteriormente, se completa el cuestionario con preguntas más específicas", cuenta una de las integrantes de la unidad.
Pero este cuestionario al que se refiere tiene nombre propio. Se trata de la Valoración Policial de Riesgo (VPR), y está incluida en el sistema desde el año 2007. En constante revisión, actualmente cuenta con 27 preguntas a las que la víctima debe contestar con la mayor franqueza posible para determinar si su situación es de riesgo "no apreciado, bajo, medio, alto o extremo".
"Las primeras preguntas se centran en el episodio por el que se acude a comisaría. Si ha sufrido agresión física, verbal, acoso... Acto seguido se incide en la relación de pareja: si existen episodios previos de celos o conductas de control. Luego se pasa a indagar sobre el perfil del agresor, preguntando sobre su situación financiera, si tiene adicciones, antecedentes... para terminar valorando la situación de ella. Si cuenta con apoyo familiar, si es económicamente dependiente, si tiene hijos a su cargo...", explica un agente.
Cuando es preguntado por el resultado más común entre sus casos, agacha la cabeza. "Tristemente, la mayoría son ya de riesgo alto", sentencia. Una vez obtenido, se establecen las medidas de protección necesarias en cada caso para garantizar la seguridad de la víctima. "Es prioritario detener al maltratador. Evidentemente, si el riesgo es alto, hay que actuar más rápidamente. En ese caso se emite lo que se llama una Orden de Servicio".
Se trata de una solicitud de protección, donde figuran los datos tanto de ambos. Se difunde por la comisaría y se crea una alerta para que las patrullas de la zona, en caso de no estar el agresor ya detenido, den batidas hasta dar con él. "Pero lo importante es mantener alejada a la mujer de su maltratador", añade.
"¿Y en un caso extremo?". Sara –una agente aún en prácticas y la única que se muestra abierta a mostrar su identidad– no tarda en responder: "Un policía 24 horas. Si la mujer quiere salir, el agente de turno sale con ella".
Con este imaginario, parece fácil ponerle solución al caso. Sin embargo, esta unidad se ve obligada aún a lidiar con un gran problema que se apodera de la gran mayoría de las mujeres que padecen esta situación: el miedo.
"A pesar de que un aviso de servicios sociales, de un vecino o de un familiar sirve para movilizar una actuación policial, muchos de los casos no prosperan porque finalmente la mujer no pone denuncia, retira la ya interpuesta o se niega a hablar con nosotros", explica otra de las agentes.
En este tipo de casos se activa el Protocolo Cero, pensado para las mujeres que no quieren o pueden denunciar, pero de las cuales hay indicios que prueban una situación de malos tratos. "Con esto se intenta minimizar el riesgo de la mujer pero, para una protección integral, es importantísimo su testimonio".
Cuando la agente habla de "muchos casos", no se refiere a un número indeterminado. En España, según los datos del Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género, más del 40% de las mujeres que sufren malos tratos nunca lo denuncian. De hecho, del total de víctimas asesinadas en 2023, sólo el 26,8% lo habían hecho.
Normalización de la violencia
"Mi marido me pegaba palizas, me agredía sexualmente, me intentó asfixiar y, aun así, yo no me daba cuenta de que estaba siendo maltratada". Sobre el papel sólo son cifras, pero detrás de cada número se esconde un rostro. Una historia. Como la de Ana Bella, una mujer superviviente de violencia de género que estuvo 11 años aguantando el maltrato al que le sometía su marido.
Nunca pensó en denunciar porque "no era consciente" de lo que estaba sufriendo. No fue hasta que vio un cartel por la calle de una fundación, a mediados de 2002, cuando tuvo el valor suficiente para poner punto final a su amargura.
"Hice algún intento por escapar, pero fueron en vano. Recuerdo hacer una llamada, escondida entre los asientos de mi coche después de otro episodio violento, en la que únicamente llamé para preguntar si yo me podía divorciar, aunque mi marido no me dejara. Me dijeron que me presentara para valorar la situación, pero nunca llegué a ir", relata Ana Bella.
En su misma situación se encontraba Efigenia. Fue cuado su marido intentó apalizarla a ella y a su hijo con un bate de béisbol cuando llamó a la policía. Antes de eso, muchos años de desprecios y vejaciones. "Te sientes ninguneada, y acabas por normalizarlo. Tienes la autoestima tan baja que sientes que te lo mereces".
El miedo a su maltratador, a no ser creídas, la vergüenza y lo normalizada que tienen este tipo de violencia son los elementos de un cóctel que puede suponer la "condena perpetua" que muchas mujeres padecen.
"Se meten en una vorágine de aguantar todo porque le quieren, porque va a cambiar... y la cosa empeora si tienen hijos en común. Acaban normalizando esos malos tratos. Vemos muchos casos de mujeres que denuncian y cuando vuelven a comisaría es para decirnos que han vuelto con él", revela una agente de la UFAM.
"Es importante estar atento a las señales. Las personas del trabajo, los amigos, la familia, los vecinos... a la mínima señal de alarma, ayudadla. Yo me vi completamente sola. No fue hasta que me separé cuando mis amigos me dijeron 'yo vi cómo te trataba', pero nunca me dijeron nada", cuenta Ana Bella.
El ángel protector
Si el entorno es esencial, contar con una fuerza de seguridad que te respalde es imprescindible. Las víctimas que acuden a Alcobendas tan sólo tienen que recorrer un estrecho pasillo para conocer al que será, en adelante, su 'ángel custodio'.
Ejemplo de ello es Ana –nombre ficticio–, una de las integrantes del servicio de protección que se encuentra dentro de la UFAM. El equipo lo forman tres personas y, actualmente, se encargan de más de 280 mujeres.
Ana lleva más de 20 años dentro del cuerpo, y reconoce que muchas veces le afecta. "Inevitablemente es un trabajo que te llevas a casa. Tengo un teléfono activo las 24 horas del día al que las víctimas pueden llamarme cuando consideren y, al final, entablas relación con ellas", cuenta.
El sistema es el siguiente. Una vez la víctima denuncia, el propio equipo de la UFAM puede solicitarle, o no, protección. Pero al equipo de Ana "eso no le afecta para nada" porque, una vez que la mujer denuncia y entra dentro del sistema VioGén, se convierten en los "encargados de hacer el seguimiento del caso".
Las mujeres llaman "para todo". "Al principio, para avisarte de que han tenido un problema, de que han vuelto con el maltratador, de que él se ha saltado la orden de alejamiento... y acaban llamándote hasta para preguntarte qué compañía telefónica usar", explica. Y es normal. La relación que entablan las mujeres con Ana puede durar meses o, en la mayoría de los casos, años. Porque en el servicio de protección, hacen seguimiento "hasta el final".
¿Y cuál es el final? Nunca se sabe. El final puede llegar porque "la mujer ha conseguido rehacer su vida o porque ya no necesita llamar ni acudir". Sin embargo, en alguna ocasión, el final no es tan feliz. "Hubo un caso en el que la mujer no volvió, pero no porque no necesitara más nuestra ayuda, sino porque la habían matado".
Cuando los sistemas fallan
Los sistemas no son perfectos. Los protocolos, el entorno, la familia, fallan. Incluso, los que deberían ser los buenos a veces son los malos. El comisario jefe y el jefe de servicio de la UFAM hablan, en particular, de cuando el agresor es uno de los suyos.
"Es algo que nos repugna. No sólo dañan la imagen del cuerpo, nos dañan a nosotros a nivel personal. Porque un dentista se va a su casa y deja de ser dentista. Pero un policía es policía las 24 horas del día durante el resto de su vida. Hasta cuando se jubila", afirma el comisario.
"Por suerte, es algo que no pasa mucho. Pero yo sí que me he visto en la tesitura de tener que detener a un compañero y no es agradable", confiesa el jefe de la UFAM.
Sin embargo, no sólo los que llevan placa pueden convertirse en los malos de la historia. Pueden, incluso, ser rostros conocidos. En el caso de Efigenia, su familia nunca estuvo a la altura. "Me abandonaron y nunca volví a saber nada de ellos. Ni siquiera cuando se enteraron de lo que me había ocurrido", confiesa.
Pero el asunto se vuelve aún más grave cuando te destruye quien supuestamente te tiene que reconstruir. "Yo no voy a terapia ni tengo pensado hacerlo, a pesar de que el maltrato me ha dejado muy tocada. Pero recuerdo que cuando denuncié me recomendaron una psicóloga que me dijo en la primera consulta que por qué lloraba, que esto les pasaba a muchas mujeres y que no era para tanto. Y no volví", explica.
Aún así, Efigenia ha logrado recomponerse y encauzar su vida. "Ahora tengo un amigo con derechos, como yo lo llamo. Y estoy feliz y contenta". Como señal de su nueva vida, se deshizo de su vestido de novia y, con los trapos, se hizo unos cojines para el sofá. "Como los cojines por los que tanto me gritaba por colocarlos mal. Ahora los coloco como quiero", expresa liberada.
Ese mismo sentimiento de libertad es el que vive Ana Bella, que ahora mantiene una relación con un hombre "maravilloso". "Muchas mujeres sienten rechazo después de su vivencia a tener otra relación con un hombre. Y lo entiendo pero, quién me iba a decir a mí que un hombre me robaría la vida y que, años después, otro me la daría", exclama.
Como recuerdo imborrable mantiene la sensación del día que llegó a la casa de acogida donde estuvo seis meses. "Lo primero que escribí cuando llegué fue la palabra libertad. Porque, aún estando entre cuatro paredes, nunca me había sentido tan libre", confiesa.
Para ayudar a otras mujeres, creó la Fundación Ana Bella, una red de supervivientes que actúa en 82 países con distintos programas de ayuda. Quiere terminar con un mensaje dirigido hacia todas las que están pasando por esto: "De donde estáis se sale, y la vida que os espera es maravillosa".