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Jennifer Hermoso, en un partido de la Selección española de fútbol femenino contra Países Bajos
2023, Sídney. La Selección española de fútbol femenino quedó campeona del mundo, una hazaña histórica que provocó un gran sentimiento de euforia; aunque en ese momento nadie intuyera que, en un futuro, la alegría serviría de pretexto para explicar muchas conductas en sede judicial. Ese 20 de agosto, todavía en el campo de juego, acompañados por la Reina Letizia y las Infantas, Luis Rubiales besa a Jennifer Hermoso, la capitana de las vencedoras.
A partir de aquí se suscitan muchas preguntas, la mayoría desde la perplejidad de quienes no conciben el motivo del escándalo. ¿Un beso es constitutivo de delito contra la libertad sexual? ¿De verdad que es para tanto? Según el Título VIII, Libro II del Código Penal, la agresión sexual engloba todos aquellos actos que atentan contra la libertad sexual sin consentimiento.
Tomando literalmente su artículo, empecemos con la libertad, o lo que es lo mismo, tener capacidad para elegir. Y, honestamente, si visualizamos la escena, es inconcebible pensar que Jennifer podría haberse retirado, o afearle el gesto públicamente. Pero ¿a quién?, ¿a su jefe? No estamos ante un rango menor, porque se trata del presidente de la Real Federación Española de Fútbol, formada por 140 miembros: presidentes, a su vez, de las federaciones autonómicas, sin olvidarnos de los jugadores profesionales, clubes y entrenadores.
Toda una maquinaria de lealtades y mutuos favores. Bien es cierto que, como todas las grandes organizaciones, dicho sea de paso, que le refrendó sucesivamente en su cargo.
Al margen de su gran sueldo, 371.669 euros anuales, con una ayuda a la vivienda de 3.000 euros brutos, porque el poder también se mide en términos monetarios, Luis Rubiales es un gigante a hombros de otros sujetos con una enorme capacidad de decisión. La propia Federación tomaría la iniciativa, cuando se pidió la dimisión del presidente, una Asamblea Extraordinaria para abordar "asuntos de integridad". Resulta curioso que no se vieran motivos para convocarla antes, dado que ya se habían escuchado palabras obscenas sobre las jugadoras, de las que tampoco se hicieron eco los guardianes —en diferido— de la integridad. O cuando durante una final contra Inglaterra, Rubiales levantó a la jugadora Athenea del Castillo y la llevó sobre sus hombros, cargándola a la vista de todos en el campo de juego.
La vergüenza es un sentimiento común a todos, mujeres y hombres, lo vivimos en multitud de situaciones, bien por momentos inexplicables, o cuando estamos atrapados entre la cortesía y las ganas de salir huyendo de lugares, o personas, hostiles. Pero cuando la vergüenza se vuelve inmensa, sin admitir camuflajes, es cuando el cuerpo recibe la afrenta de ser la diana de una intromisión indeseada.
Aparece una clara reacción física, ante la cual de poco vale disfrazar lo ocurrido. Se le identifica, pero resulta muy difícil dar la propia versión y hacerse entender, porque contar lo ocurrido está cautivo de lo que los demás puedan interpretar y juzguen tomando partido.
Tenemos muchísimos ejemplos, sobre cómo la vergüenza ha servido para silenciar lo ocurrido, para hacer del secreto, la falsa receta de minimizar los daños. Lo más habitual es retroceder y cambiar de opinión con la intención de olvidar lo sucedido. Todos los protocolos de abuso y de agresión, pretenden advertir de la importancia de hablar de ello, pedir ayuda a profesionales, buscar evidencias.
La agresión sexual se calibra en función del consentimiento, pero ningún autorización se abre paso cuando se vulnera el límite personal. Y todo sucede en cuestión de segundos. La iniciativa y la precipitación siempre corren a cargo de quienes se saben los dueños del contexto. Y, en este caso, Rubiales se sabía con derecho a controlar la situación, pero a su manera. Ese fatídico y extraordinario día, la capitana del equipo se encontró con un trato inconcebible hacia un jugador.
El 3 de febrero, dos años después de la celebración del Mundial Femenino, Jennifer Hermoso ha declarado que el beso no fue consentido, se lo encontró y luego apareció el malestar. Posteriormente, recibió muchas presiones para hacerla callar y rectificar; el colmo de estos chantajes fue instarla a prestar apoyo a su perseguidor, a su jefe. Borrón y cuenta nueva.
Pero las alianzas eran fuertes, porque ya no era solo Rubiales, sino todos aquellos que le recordaban que "no había mala intención", quienes todo lo hacen por el bien del deporte; incluso, por tu "propio bien". Pero el malestar es metálico, se resiste a diluirse por más que pase el tiempo, y por más que se pretenda camuflar por aquello que no fue: un beso.