Rosa Huertas
Publicada

El vértigo de los suicidas es un reto en mi carrera literaria. Se trata de mi primera novela policíaca, después de años dedicados a escribir para jóvenes y publicar varias obras para adultos. Entre ellas, una histórica: Lazos de Tinta (Ediciones B), sobre las escritoras del Romanticismo, y otra más intimista, Mujeres que leían (Tres Hermanas), sobre las madres de la generación de posguerra que debieron esconder su talento para dedicarse a la familia.

He sido docente durante muchos años, por eso la mayoría de mis libros se han dirigido a los adolescentes, aunque los adultos que los leen los disfrutan de igual manera. Estoy convencida. En varios de ellos he intentado acercar la literatura, la historia y el arte al lector juvenil.

Los jóvenes son muy exigentes, hay que atraparlos desde la primera página para que no quieran soltar el libro. Y ese objetivo, atrapar al lector, también preside mis novelas para adultos. Es la ventaja de venir de la literatura juvenil. Os puedo asegurar que no os vais a aburrir con ninguno ni de mis libros, sean históricos o policíacos.

Comencé a escribir El vértigo de los suicidas hace bastantes años, los avatares de la vida y otros proyectos se cruzaron por medio y tardé en acabarla. Asistí a varios festivales de novela negra acompañando a mi pareja, un reconocido escritor, y comprobé la vitalidad de tales eventos y la afición de los lectores por el género. Leí a muchos de aquellos autores, a los que conocí en persona, y comencé a darle vueltas a una trama que me sintiera capaz de desarrollar.

No me atraen las novelas rebuscadas de casos increíbles, fuera de la realidad; prefiero lo tangible, las historias que se acercan a lo cotidiano, aquellas con las que el lector se pueda identificar, que se parezcan a lo que nos ocurre cada día.

Entonces, recordé a una pareja que conocí hace tiempo, él era detective privado y ella le ayudaba en sus pesquisas. Los casos que resolvían nada tenían que ver con asesinos en serie ni enigmas criminales, ni vivían situaciones en las que corriesen auténtico peligro. Se limitaban a seguir a maridos y mujeres infieles o a trabajadores que decían estar de baja sin ser cierto. Era la realidad de la mayoría de los detectives como ellos. No eran tipos solitarios con gabardina de solapas hasta las cejas ni hombres amargados tras la barra de un bar.

Pero, ¿qué ocurre si un buen día uno de esos detectives de poca monta se topa, sin quererlo, con un crimen? Mi respuesta es que le resultaría irresistible investigarlo, aunque el caso ya no fuese suyo. Así empieza uno de los hilos de la trama de El vértigo de los suicidas.

El otro tiene cierta relación con mi propia experiencia. La narradora de estos capítulos es una escritora en horas bajas, algo que nos ocurre con frecuencia a los novelistas, sobre todo cuando llevas unas cuantas obras publicadas. Al principio, parece que no se te van a acabar nunca las buenas historias; pero llega un día en el que no sabes qué contar, y es el abismo. Luego se pasa y regresan las ideas, pero en esos momentos sientes el miedo de no volver a crear, de que los personajes y la ficción hayan huido de tu vida para siempre.

En esa situación se encuentra la protagonista del otro hilo de la novela. Igual que yo en ese mismo momento. A ese temor se añade la presencia de un vecino indeseable, de esos que te inundan la casa, no pagan la comunidad, son maleducados y sucios. La escritora se convence de que, sin duda, el tipo esconde algo oscuro.

Es también la historia de dos mujeres, en un momento complicado de sus vidas, que se encuentran y, aunque al principio se tratan con recelo, después se comprenden y se ayudan. Ellas se convertirán, al final, en las protagonistas de esta novela y quizá, dentro de un tiempo, de alguna otra.

Ambas tramas, que transcurren en el mismo barrio, se unen para llevar al lector, de la mano del detective y la escritora, a un tiempo plagado de preguntas, de suposiciones, de dudas como las que se plantearía cualquiera en una situación semejante. Las mismas que se hará el lector a lo largo de estas páginas, que no son demasiadas, solo las suficientes para contar una historia de doble cara donde el miedo se cuela en lo cotidiano.

Las lectoras que se acerquen a esta novela no se van a aburrir, quizá se reconozcan en algunas situaciones, quizá sientan cómo aparecen en sus vidas las preguntas sin respuesta y acaben mirando con recelo al vecino de arriba.