Si el viajero o la viajera todavía necesitan motivos para acreditar su necesidad constante de movimiento deben de saber que existe un estudio publicado por la revista Evolution and Human Behavior donde afirma que el 20% de la población posee altos niveles de DRD4-7r. ¿Qué significa esto? 

La persona que disfruta del receptor de dopamina denominado DRD4-7r presenta un profundo deseo de explorar y experimentar nuevas aventuras. Estas hormonas, bautizadas como "el gen del espíritu viajero", regulan el nivel de curiosidad y determinan las ganas de salir a investigar el mundo. El escritor Hans Christian Andersen decía que la nostalgia del hogar es un sentimiento del que muchos saben y se quejan. Él, por el contrario, sufría de un dolor menos conocido. Su nombre era "la nostalgia de afuera".

La 'saudade' viajera

Añorar el hogar cuando se vive lejos de él es un sentimiento tan fácil de identificar como difícil de gestionar. En Portugal existe un vocablo de costosa definición que, normalmente, va unido a una emoción afectiva próxima a la melancolía, la tristeza: la saudade. Este sentimiento estimulado por la separación de algo amado, que bien puede ser un lugar o una persona, implica el deseo de resolver la distancia creada por la ausencia y la necesidad de entrelazar los vínculos creados.   

Planificar y pensar sobre el viaje estimula el cerebro. iStock.

 

Sin embargo, de la misma manera que sucede con la saudade portuguesa, muchos viajeros sienten nostalgia por sitios en los que jamás han estado y a los que, por cualquiera que sea el motivo, desean viajar. ¿De dónde nace esta necesidad y porque teje, constantemente, los hilos de los corazones ambulantes? 

Viajando reducimos los niveles de estrés

Hay múltiples y variados motivos por los que viajar crea adicción. Los turistas lo llaman vacaciones; los viajeros, aventura. Lo que está claro es que practicando las escapadas se busca el tipo de relajación necesaria para afrontar la vida desde otra perspectiva

El ritmo frenético que marca el sistema no permite desconectar el tiempo suficiente para volver a conectar saludablemente. Por ese motivo, hay que plantearse con seriedad viajar para poder seguir viviendo. Aunque la escapada sea breve y el destino parezca cercano, aparcar la rutina es fundamental para recargar la energía que, poco a poco, se va escapando entre las responsabilidades del día a día. 

Todo movimiento necesita de una orden igual que toda acción requiere de actitud. Si con los viajes se pretende aparcar el estrés generado con anterioridad no sería recomendable angustiarse con los preparativos, las inseguridades y las dificultades que se planteen pre, post y durante este periodo concebido para el disfrute. ¿Puede el viajero olvidarse de la perífrasis de obligación escondida en el "hay que hacer" y sustituirla por el pensamiento-acción "si puedo, lo haré"? 

Viajar suma años de salud

La ciencia ha demostrado que, a partir de la edad adulta, las neuronas son capaces de crear nuevas conexiones y de que, en vez de atrofiarse, pueden modificarse y alargar su vida. El neurólogo y miembro de la junta directiva de la Sociedad Española de Neurología, José Manuel Moltó justificó este dato añadiendo que, para que este fenómeno se produzca "es fundamental entrenar y estimular nuestro cerebro".

"Existen tres elementos clave: enfrentar nuestra mente a la novedad, expandirla con la variedad y lanzarla al desafío. Viajar cumple con las tres". Situaciones tan simples como adaptarse a un nuevo entorno, leer un mapa o esforzarse por hablar en otro idioma, vuelven al cerebro más plástico y creativo. Viajar requiere memorizar todos los elementos que resultan extraños hasta que parezcan normales y conocidos. Si con estos datos se demuestra que viajando se alarga la salud mental y física, ¿Cuál es el siguiente destino? 

Viajar acentúa la curiosidad 

¿Cuántas preguntas le surgen al viajero antes de ponerse en marcha? ¿A cuántos desafíos se enfrenta cuando imagina el lugar que ha elegido para viajar? Sin ser conscientes, el cerebro comienza a programar, a pensar, planificar e, incluso, a soñar sobre el destino que en ese momento le ha cautivado. Cuando la maquinaria se pone en marcha, nace la curiosidad viajera. 

Viajar, sin ningún tipo de dudas, incentiva esta cualidad y la proyecta hasta alcanzar niveles que ni la persona implicada en el proceso sospecha. Con estos mimbres en los bolsillos, se ahoga el conformismo y se ayuda a los sentidos estimulándolos para adaptarse rápidamente a los cambios que sobrevienen en el destino. Viajar recuerda que, mientras se hace, existen las ganas de vivir y, por lo tanto, descubrir el mundo.

Viajando se aprende a valorar el entorno

Cuando el viajero se desplaza a otros lugares diferentes de su origen se interna en ambientes desconocidos que, a menudo, le ayudan a evaluar su personalidad y a comparar las tradiciones del destino con sus costumbres locales. Sin embargo, la observación detallada del medio que lo rodea también favorece la percepción que se tiene de uno mismo, lo que puede permitir una corrección y mejora de la interacción con su personalidad. 

Este aprendizaje viajero viene cargado de enormes dosis de empatía que, practicándola, se convierte en un profundo respeto hacia el lugar visitado. Acercándose al entorno a través de la naturaleza, las tradiciones, la cultura o la religión, se amplían los conocimientos y se agranda el crecimiento personal

Es importante esforzarse en crear una conexión sana, porque dentro de toda la cantidad de sociedades distintas que existen se presentan de manera regular ideas y pensamientos preconcebidos que tienden a prejuzgar lo desconocido. La forma de observar que tenga el viajero pondrá de manifiesto los valores aprendidos durante la infancia y aplicados durante la madurez.

Viajar desarrolla la comprensión, la integración y la empatía

Cuando el viajero se aleja de su zona de confort, percibe cuáles son los detalles realmente importantes de la vida y cuáles los secundarios. Estableciendo una buena comunicación interior, será capaz de desarrollar nuevos vínculos con personas desconocidas que le pueden orientar sobre el país, la ciudad o el lugar que está visitando. La interacción con el medio es fundamental para la integración.

Conocer mundo favorece la empatía y el conocerse a uno mismo. iStock

La idea de querer comprender las costumbres extranjeras dentro de un viaje crea una oportunidad única para identificarse con otras personas que, en un primer momento, parece que no tengan nada que ver con el viajero. ¡Sorpresa! Muchas de las percepciones han resultado ser agradablemente erróneas y han saltado de la mochila junto con los estereotipos y las ideas preconcebidas

Viajar es vivir 

En la actualidad, el único miedo que crea miedo (de verdad) es dejar pasar las horas y los días sin vivir lo que realmente se quiere vivir. Curro Cañete, licenciado en Derecho y Periodismo, y experto en proyectar la felicidad en todos sus campos, explicó en un coloquio deportivo la necesidad de espolsarse la rutina para disfrutar de un juego que él llamaba Vida. "Nunca, nunca, nunca, hay que privar a la propia alma de lo que necesita", asegura.

Hay personas que aplazan sus deseos por no encontrar a las personas que le ayuden a realizarlos como, por ejemplo, un viajero que quiera dar la vuelta al mundo u otro que desee hacerlo con mochila. Cuando se esconden en el fondo de los pensamientos las ideas que nacen a bombillazos, una parte de la mente crea un vacío difícil de llenar. Es en este momento cuando hay que luchar por lo sueños, por lejanos y difíciles que se proyecten, y hacer de la frase de Cañete un lema. "En lo nuevo está la libertad y, en la expansión, la vida".