Todos queremos ser felices. Sentir el bienestar absoluto, sonreír constantemente y saber que podemos con todo lo que nos propongan, porque si no pudiésemos significaría que somos unos débiles o que estamos sobrepasando ese límite de ser unas personas tristes, que se ven condicionadas por cualquier mínimo matiz, y, por tanto, no pueden conseguir sus objetivos.
Las personas que vemos a nuestro alrededor son felices. Tienen relaciones largas, el trabajo de sus sueños, el perrito que llevaban años queriendo y han viajado al país de nuestros sueños. Nosotros no podemos ser débiles o estar poco a poco acercándonos a la tristeza. Porque no existe un intermedio, es estar feliz o sentir la pena absoluta, que nos impida salir de casa y por la cual lloraremos todos los días.
Eso es lo que dicen todos los "especialistas" que seguimos en redes. Y esa es la mentalidad que durante años ha sido fundamental. Nos hemos centrado en buscar una felicidad idílica, que hemos consumido en películas, libros e internet, y en el momento en el que nos alejamos de ese sentimiento que creemos perfecto, hemos caído en picado en un hoyo de tristeza, estrés, ansiedad, nostalgia e, incluso, depresión o trastornos similares.
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La hipocondría es un trastorno de ansiedad por enfermedad, reconocido por expertos y que, en ocasiones, debe ser tratado por ellos. En estos últimos años, los profesionales médicos han visto como todos los pacientes que han pasado por consulta han pasado a autodiagnosticarse, ya no patologías o afecciones, sino estados de ánimo o trastornos mentales graves.
La felicidad se ha convertido en una especie de religión que todos debemos de seguir a rajatabla, y de la cual no nos podemos alejar, porque entonces supondría una enfermedad. Esta reflexión puede crear hipocondriacos emocionales, es decir, personas que están en constante autoexamen.
En qué consiste la hipocondría emocional
En la era de la información instantánea, resulta muy habitual que las personas busquen sobre los síntomas y comportamientos que tienen. Este sencillo acceso a la información ha llevado al fenómeno del autodiagnóstico en salud mental, una práctica que, aunque comprensible en su origen, implica un alto nivel de cautela.
La hipocondría emocional no está reconocida por los expertos, pero sí que hay estudios que la tratan. Se ha convertido en un modo de señalar a quienes se identifican con síntomas de patologías mentales diversas, hasta el punto de pensar que les ocurre a ellos mismos. O incluso, pueden llegar al límite de diagnosticar a otras personas, por lo que se entra en un bucle que no termina si ambas personas alimentan los pensamientos y reflexiones.
El principal error de la hipocondría emocional es autodiagnosticarnos. La psicología es una ciencia compleja y el etiquetar cómo nos sentimos no puede reemplazar la evaluación experta de un profesional de la salud mental, ya que puede empeorar la situación. Además, en este punto, no solo podemos hacer de un sentimiento un grano de arena, sino que puede suceder exactamente lo contrario, que simplifiquemos en exceso una complejidad psicológica.
La motivación detrás del autodiagnóstico emocional puede nacer de la necesidad de dar sentido a emociones y sentimientos que no hemos experimentado nunca. O son muy poco habituales en nosotros. Estamos constantemente en la búsqueda de unas etiquetas que puedan explicarnos de una vez por todas por qué nos sentimos así, o por qué no podemos ser tan felices como los influencers que vemos en redes.
Entre los trastornos que más tendemos a diagnosticarnos son la ansiedad y la depresión. Estas condiciones, aunque sean muy comunes y una gran parte de la población esté pasando por ellas, afectan a cada individuo de manera única. La variabilidad en la presentación de síntomas y la influencia de factores contextuales hacen que el autodiagnóstico sea una tarea compleja y propensa a errores. Así como puede pasar de forma contraria, ya que un hábito que tenemos como diario, como el dolor de pecho o las nauseas, pueden ser el motivo de una visita a los expertos.
Además, cuando interpretamos erróneamente unos síntomas y acabamos leyendo algo que no queríamos, puede resultar en ansiedad real. La búsqueda constante de síntomas y la preocupación por la salud mental pueden crear un ciclo perjudicial que agrava los problemas en lugar de aliviarlos. Añadido a ello, la hipocondría emocional puede suponer que el diagnóstico nos cree una falsa sensación de seguridad o resignación, impidiendo que busquemos ayuda profesional cuando es necesario.