Hay muchos motivos por los que las relaciones de pareja pueden no funcionar. La otra persona no nos escucha, no nos respeta, tiene gustos que chocan con nuestros ideales o, directamente, no es nuestro tipo. Siempre pensamos en la otra persona como parte del error y nos olvidamos de todo lo demás.

Para que una relación funcione, no solo la otra persona debe poner de su parte, sino que nosotros debemos esforzarnos por poner la nuestra y, entre ambos, llegar a un nexo común. Los límites se crearon para ello; sin embargo, desde hace años, estas mismas delimitaciones parecen disolverse sin nosotros darnos cuenta.

El filósofo Arthur Schopenhauer fue uno de los primeros en ser conscientes. A lo largo de la vida, cada individuo debe encontrar su propio equilibrio en las relaciones, ajustando la distancia que mantiene para obtener el 'calor' emocional, pero evitando al mismo tiempo los 'pinchazos' que pueden causar daño. Para entenderlo, nos habla de los erizos.

En qué consiste el 'dilema del erizo'

El dilema del erizo, planteado por Schopenhauer, es una metáfora que trata las dificultades en las relaciones, especialmente en cuanto a la cercanía y el distanciamiento emocional. La teoría trata el dilema al que nos enfrentamos en nuestros momentos más íntimos, tanto en pareja como en la soledad, sin darnos cuenta.

Para entender la teoría, Schopenhauer describe una situación en la que un grupo de erizos intenta acercarse entre sí para obtener calor durante el invierno. Sin embargo, al hacerlo, se pinchan con sus espinas, lo que les provoca dolor. Ante esta situación, se ven obligados a distanciarse para evitar el daño, pero al hacerlo, vuelven a sentir frío.

En consecuencia, los erizos tienen que encontrar una distancia intermedia: lo suficientemente cerca para sentir algo de calor, pero lo bastante alejados para no hacerse daño. Algo así nos pasa a nosotros como seres humanos: buscamos proximidad emocional, apoyo y afecto, pero también cierta distancia para no herirnos.

Sin embargo, esta distancia en ocasiones nos impide conocer a la otra persona de verdad. El padre del psicoanálisis, Freud, se interesó mucho por este dilema y desarrolló una serie de preguntas al respecto: ¿Por qué nos alejamos de nuestros seres queridos? ¿Por qué tenemos tanto miedo de que nos hagan daño? 

Así, entra en juego el dilema del erizo: cuanto más nos abrimos, más probabilidades tenemos de derrumbarnos, lo que nos lleva a construir muros y negarnos a nosotros mismos la conexión que deseamos, y finalmente sucumbir a un ciclo de indecisión y soledad.

A pesar de los grandes beneficios que tiene marcar nuestros límites y saber cuándo debemos parar, es cierto que, en la realidad, no siempre vamos a poder vivir en un punto intermedio. En ocasiones querremos alejarnos, para no sentir dolor, pero en otras querremos acercarnos para saber a qué nos exponemos.

La solución del 'dilema del erizo'

Con este dilema, Schopenhauer intentó explicar los comportamientos humanos y nuestras relaciones. En su versión pesimista, el filósofo cree que nuestra distancia es el resultado cultural de un largo y doloroso proceso en un intento de encontrar la distancia ideal a la que poder experimentar la calidez y el placer de la intimidad humana. 

Encontrar la distancia ideal nos permitiría alejarnos lo suficiente como para no salir herido, pero acercarnos para no sufrir de frío. Aunque creamos lo contrario, muchas personas se privan de las necesidades fundamentales en las relaciones, como la conexión y la intimidad, porque no quieren enfrentar las repercusiones.

Relación de pareja. Istock.

El dilema del erizo nos hace darnos cuenta de la importancia de los límites. Es crucial establecer una línea entre lo que deseamos y lo que consideramos excesivo. Necesitamos una distancia prudente, al igual que los erizos, pero una cercanía que nos sea beneficiosa y placentera.

A lo largo de la vida, cada uno de nosotros debemos encontrar un equilibrio en las relaciones. Schopenhauer menciona que esta distancia de seguridad reside en la 'cortesía' y las 'buenas maneras': la capacidad de reconocer los límites de los demás y respetarlos.