La resiliencia fue una de las palabras del 2020, tanto, que hasta la Fundéu la propuso para ser la palabra del año. Todos escuchábamos hablar de ella y algunos, incluso, se la tatuaron por su gran significado: la capacidad psicológica para adaptarse a las circunstancias estresantes y recuperarse de los acontecimientos adversos.
En la actualidad, este rasgo de personalidad es muy solicitado, ya no solo en los lugares de trabajo moderno, sino también a la hora de conocer a alguien. La resiliencia relacional busca trabajar conjuntamente, asumir sensibilidad interpersonal y generosidad, además de establecer límites y dar espacio para confiar en que la acción adoptada tiene un beneficio para el bienestar psicológico.
Por muchas ventajas que tenga, en ocasiones puede volverse en nuestra contra. Tal y como puede pasar con la positividad, la resiliencia en ocasiones puede convertirse en un motivo de infelicidad y puede traspasar a las relaciones interpersonales. Y ocurre cuando damos el 100%, incluso los días que no podemos darlo.
Qué es la resiliencia tóxica
La cultura del esfuerzo está presente en la vida de todos nosotros, de hecho, lo aprendemos desde que somos pequeños y crecemos con base en ello para formar nuestra personalidad. En la época adulta, aunque parezca que nos olvidamos más de ella, la asociamos al éxito sin darnos cuenta, haciendo alusión a que esta es la única forma de conseguir algo.
La resiliencia tóxica se basa en ese mismo esfuerzo, pero a cambio de nada. Cuando aprendemos que debemos dar el 100% y más en todos los ámbitos de nuestra vida, incluidas relaciones, amistades, familia y trabajo, incluso cuando hay circunstancias agotadoras y estresantes.
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Este tipo de tendencia se da principalmente en el trabajo, cuando priorizamos nuestras tareas, incluso los días que no podemos o cuando nos esforzamos sin parar y no recibimos nada a cambio. Esto da lugar a trastornos como ansiedad, estrés crónico o, incluso, depresión.
La resiliencia extrema lleva a las personas a ser demasiado persistentes con objetivos inalcanzables. Aunque solemos celebrar a las personas que apuntan alto o sueñan a lo grande, normalmente, es más eficaz ajustar las metas a niveles más alcanzables, lo que significa renunciar a las demás.
Y aunque en los últimos días esta tendencia se haya relacionado únicamente con el trabajo, lo cierto es que este tipo de personalidad también se da en las relaciones de pareja. Cuando ponemos a la otra persona por encima de nosotros, damos todo y no recibimos nada a cambio.
Resiliencia tóxica en las relaciones
Tal y como ya hemos comentado, la resiliencia es uno de los pilares fundamentales en las relaciones. Es uno de los factores que provoca que el amor perdure en el tiempo, incluso a pesar de todo lo malo, ya que si adoptamos este tipo de personalidad implica el conocimiento y poder enfrentarnos a lo peor.
La resiliencia nos ayuda a confrontar todo tipo de retos en las relaciones: la distancia, discusiones, conflictos, enfermedades, cuestiones de familia e, incluso, la crianza de los hijos. Por todos estos motivos, cuando este pilar se vuelve en nuestra contra, puede perjudicar gravemente a la relación.
Por mucho que durante toda la historia y principalmente en las relaciones, el lema "dar sin recibir nada a cambio" tenga especial protagonismo por ser un acto de amor, lo cierto es que puede terminar convirtiéndose en lo contrario: dar constantemente puede provocarnos un gran desgaste a todos los niveles.
En el momento en el que damos constantemente más que otra persona, es posible que acabemos cansándonos de la situación, incluso, desarrollando sentimientos opuestos como enfado o rabia por no recibir lo que querríamos, transformándonos en una persona egoísta.
Añadido a ello, el estrés que podemos sentir al ver que en cierta forma no estamos siendo correspondidos puede dar lugar a una crisis. Algunas investigaciones sugieren que el estrés diario contribuye a que las relaciones sean menos satisfactorias.
En este punto, es posible que se dé una situación diferente: la resiliencia tóxica no se da en la relación, pero sí en el trabajo. Aunque parezca que esto puede no tener consecuencias, lo cierto es que más de la mitad de la población se lleva todo el estrés del oficio a casa.
Terminamos arremetiendo todos los problemas que tenemos en el trabajo a nuestra pareja, hijos o, incluso, mascota, aunque no tengan ninguna culpa. Acabamos convirtiendo nuestra zona de confort en aquello de lo cual buscamos desconectar.
Cómo evitar la resiliencia tóxica
La resiliencia tóxica se trata de forma diferente dependiendo en qué ámbito se da —aunque tienen ciertas similitudes—. En el trabajo, es fundamental saber nuestro valor y determinar hasta qué punto queremos dar más, sin recibir nada a cambio.
Es crucial fomentar una cultura de trabajo que fomente la comunicación abierta y proporcione un espacio seguro para poder expresar nuestras preocupaciones. En estos puntos, una de las mejores opciones consiste en normalizar nuestra vulnerabilidad, con el fin de tener seguridad mientras prosperamos.
Los límites, tanto en el oficio como en las relaciones personales, son relevantes. Debemos saber qué líneas no pueden traspasar otras personas para que no perjudiquen nuestro bienestar, así como debemos saber cuánto valemos para no conformarnos —de forma habitual— con menos.