Al periodista Ángel Expósito, presentador de La Linterna de COPE, lo conocen los oyentes de emisora como aquel que les da las buenas noches. Su currículo incluye, además, tareas de columnista, reportero, enviado especial y videobloguero.

[El periodista Ángel Expósito recitará el soneto de la bendición del Nazareno del Paso este Jueves Santo]

Empezó de becario en Europa Press, agencia en la que llego a ser el director. Después se marchó a dirigir el diario ABC y ahora enciende La Linterna cuando no viaja, como enviado especial, a Ucrania, Chad, Congo, Irak, Siria o Afganistán, y otras misiones en las que a veces le toca hasta saltar desde un helicóptero.

Entre unas cosas y otras, ha sacado tiempo para escribir su segundo libro, Mi abuela sí que era feminista: Mujeres superheroínas que desmontan el empoderamiento de postureo, en el que nos descubre doce historias increíbles.

Cómo él mismo escribe en el prólogo, "vidas orgullosas, valientes, anónimas y ejemplares. De toda condición y de todas las generaciones".

Efectivamente, entre esas superheroínas están las monjas María, Antonia y María Jesús, que no querían abandonar su escuela infantil en Kiev, y la hermana Gloria Cecilia Narváez, "secuestrada durante cinco años por bandas de yihadistas en el corazón de África". 

Pero también la capitán enfermera del Ejército del Aire Cristina Justo, "que rescata y cura a inmigrantes en su helicóptero del SAR"; Hila Jamshedy, hoy refugiada afgana, "que, con 15 años, rescató a su familia de Kabul", y Remedios, maltratada durante años que sale adelante cosiendo y limpiando en el barrio sevillano de Las Tres Mil Viviendas.

Entre esas mujeres que ha compartido con él "sus recuerdos y su día a día", están también Sylvia García González, "la gimnasta que llora de emoción mientras entrena a sus atletas chadianas camino de los Juegos Olímpicos". Y Carmen Quintanilla, "luchadora incansable por los derechos de la mujer rural". 

En otros capítulos conocemos a Pilar Aural, que fundó hace más de 30 años la Asociación El Pato Amarillo en Villaverde, cuando su hijo murió de sobredosis, y hoy reparte comida, ropa, juguetes y productos de higiene.

Y a Juana Rodríguez, una canaria que se casó por poderes, emigró a Venezuela, de donde salió para volver a La Palma, justo cuando la erupción del volcán Cumbre Vieja y que su piso de Caracas dejó hasta "las toallas tendidas, secándose al sol del Caribe".

También encontramos a Gloria Ramos, una de las protagonistas de Campeones  (película por la que haría historia, al convertirse en la primera actriz con discapacidad intelectual nominada al Premio Goya a Mejor Actriz revelación en 2018) y a su madre, Loli de la Torre.

"Y mi admirada Conchita Martín, viuda del teniente coronel Blanco, asesinado por ETA en la puerta de su casa" que sacó adelante a su familia, sola, tras enterrar a su marido y ahora colabora con la Fundación Víctimas del Terrorismo.

Portada del libro.

La abuela de Ángel Expósito se llamaba Valentina pero, en Puente del Arzobispo (Toledo), donde nació a principios del siglo XX, todo el mundo la conocía como Macaria, porque era hija de Manuel Agüero, El Macario, y "se quedó con Macaria para toda la vida", escribe en el Epílogo de su libro.

Se casó con Rufino Mora, "republicano confeso" y tuvo catorce embarazos de los que, entre abortos espontáneos o muertos en el parto, quedaron siete hijos: Rafael, Lola, Paquita, Esperanza, Benito, Mari y Manolo. Ángel es hijo de la tercera, a la que llaman cariñosamente "la Paqui".

Para sacar adelante a la prole, durante la Guerra Civil y la posguerra, la abuela se dedicó al estraperlo, palabra que —como descubriría Expósito mientras escribía el libro sobre su abuela—, viene de la unión de los nombres de [Daniel] Strauss y Perle, su esposa, protagonistas de un fraude millonario en 1934.

A partir de aquel escándalo, estraperlo fue sinónimo de negocio fraudulento y así se denominó también al comercio ilegal o mercado negro de los artículos intervenidos por el Estado o sujetos a racionamiento durante la posguerra española (desde 1936 hasta 1952).

La abuela Valentina fue estraperlista mientras hubo bocas que alimentar y luego, cuando los hijos crecieron y llegaron los nietos, se dedicó a disfrutarlos y darles unos "besos ruidosos [...] cada vez que te plantaba los labios en la mejilla era para soltar una ráfaga de cuatro o cinco sonoros y jugosos muacs", cuenta el periodista.

"Empoderadas de verdad por ellas mismas, no por eslóganes y políticas de quinta división", escribe Ángel Expósito, quien añade: "Este no es un libro sobre la igualdad, sencillamente, porque ellas son mucho mejores".

¿Por qué era feminista tu abuela?

Cometemos la injusticia de no reconocer la labor del feminismo de la transición, de la modernización que hizo aquella generación. Y yo pienso que mi abuela, mi madre, nuestras abuelas, nuestras madres, son las que en verdad nos inculcaron a nosotros los valores del respeto, de la democracia, de la pluralidad y del feminismo auténtico.

Y creo que ellas son las que, sin saber leer ni escribir, pasando más hambre que Dios talento, en una posguerra terrorífica, seguramente muertas de miedo, sacaron adelante sus familias de manera increíble mientras los hombres trabajaban, guerrean o cosas peores.

Por lo tanto, el auténtico feminismo es el que hizo esa gente para sacar adelante este país y esas mujeres para educarnos.



Y luego hablas del empoderamiento de postureo.

Sí, es el que nos invade oficialmente. Yo lo siento mucho, pero el feminismo que yo mamé en casa con mi madre o con mi abuela, el feminismo que yo considero con mi mujer y con mi hija, no tiene nada que ver con el feminismo que nos venden en los informativos por parte de los políticos.

El feminismo de verdad no es decir, soldados y soldadas, miembros y miembras. Amigos y amigas, trabajadores y trabajadoras... El feminismo de verdad es la igualdad total, no la demagogia. Esa es la gran diferencia.

En el libro dices de estas mujeres: "¡Qué lecciones de feminismo! ¡Qué capacidad de lucha y superación! ¡Qué poca demagogia! 

Sí, seguramente no tenían tiempo. Claro, la abuela es una percha. Es la imagen de lucha y de la mujer que se me viene a la cabeza al hablar de feminismo. Podría haber sido mi madre perfectamente, pero la abuela lo pasó peor porque vivió la guerra y la posguerra.

El resto de mujeres, desde las misioneras hasta la soldado, pasando por una niña víctima de la guerra, una mujer víctima del terrorismo o una gimnasta que trae niñas del Chad o una madre de la droga que saca adelante su ONG...

Esa gente no necesita demagogias para vender. Sencillamente todo lo que hacen es tan increíble que me parece una lucha mucho más encomiable que el blablablá de la política. 

Esa es la diferencia entre los que hacen y los que dicen que hacen.

Sí, pero eso pasa en muchos órdenes de la vida. Aquí te sale un ministro poniendo a parir a un empresario, pero luego el que paga los empleos, los seguros sociales y el que arriesga la pasta es el empresario.

Aquí te sale un político hablando de justicia y de penas, y el que tiene que poner las penas es el juez o es el fiscal. Y aquí te salen unas mujeres hablando de feminismo y quien nos enseña el verdadero feminismo son nuestras madres, no son ellas. Y claro, que me hable de feminismo una señora que ministra porque la ha puesto su marido, pues qué quieres que te diga...

Valentina era tu abuela materna. ¿De cuál de sus siete hijos eres tu hijo? 

Sí, era la madre de mi madre. Y por eso el libro lo dedico, por orden de aparición en este mundo: a mi abuela; a la Paqui, que mi madre; a Pilar, que es mi mujer, y a Marta Wang, que es mi hija. Se llama Wang porque es china.

Y tú hablas de 12 superheroínas, es decir, que son más que heroínas: ¿qué plus caracteriza a una superheroína?

Son totalmente increíbles. Al igual que hay hombres increíbles. Yo soy un hombre normal, pero también hay hombres increíbles. En este caso, creo que las 12 —con el epílogo de la abuela—más otras cientos que no caben en el libro—, son absolutamente superheroínas.

Yo tuve un serio problema de selección. Yo he tenido la suerte de poder viajar por el mundo entero y seguir haciéndolo. Y allá donde voy me encuentro, el denominador común es que siempre, siempre, me encuentro tías increíbles.

Cuando estás en una guerra, cuando estás en una catástrofe, cuando estás en una hambruna, en un terremoto, en un atentado, siempre te encuentras hombres trabajando, luchando.

Pero el denominador común es que siempre están ellas, porque son ellas las que tiran de los hijos. Y ese lazo natural de la maternidad y del amor infinito, de la solidaridad infinita hasta la vida lo tenéis vosotras, mucho más que nosotros, es de naturaleza pura.

Y decías que Valentina era una mujer muy refranera. 

Es que otro punto interesante de aquella generación, a lo mejor hasta por supervivencia, era el sentido del humor. Esa gente vivía en el campo, no tenían nada, no sabían leer ni escribir.

Solo la famosa frase de "las cuatro reglas" que eran "sumar, restar, multiplicar, dividir" ya les costaba un huevo —eso sí, con la cabeza lo hacían, pero no sabían la técnica—  y no sabían firmar porque tampoco les valía para nada, ni siquiera para ir al banco.

Y mi abuela era de Castilla-La Mancha y la gran bolsa de los refranes de la literatura española está en El Quijote. En Castilla-La Mancha hay una tradición de concluir, de poner moralejas con refranes. Y si unes los refranes, con el sentido del humor de Sancho Panza, te sale un personaje de Castilla-La Mancha.

Al igual que en Castilla y León o más para arriba eran más sobrios. En Castilla-La Mancha son más quijotescos. Y mi abuela, tenía esa sorna quijotesca.

Mi abuelo me enseñó un refrán que decía "mujer refranera, mujer puñetera", en el sentido de incómoda, preguntona y de no conformarse... 

Sí, es muy posible. A mí me encantaba una frase de un refrán que decía mucho mi madre y también mi abuela, que era "casi lo del ojo y lo llevaba en la mano". ¡Imagínate! Ese era muy bueno.

Viene muy bien recordarlo porque ahora creo que nos quejamos de vicio.

Absolutamente. O sea, no somos conscientes de lo que pasó esa generación (mientras el abuelo trabajaba de ferroviario, ella estaba haciendo virguerías para poder hacer unas judías esa tarde...).

Ni de lo que está pasando en el mundo, por unir historias de ella con historias de hoy. Pero es que eso está ocurriendo hoy, está ocurriendo en Ucrania, y te lo cuentan las monjas; está ocurriendo en El Chad, y te lo cuenta Silvia que trae niñas de allí para hacer gimnasia.

Está ocurriendo al sur de Madrid y te lo cuenta Pilar Aural, que está allí repartiendo comida; está ocurriendo en el barrio de Las Tres Mil viviendas de Sevilla, que es el barrio más pobre de Europa. Por lo tanto, sigue ocurriendo mucho, ¿nos quejamos de vicio? En general, sí.

Dices de ella "siempre tirando del carro o sacando adelante un país, una familia". 

Es que es esa gente la que hace la transición. Por supuesto que aparece Suárez y Gutiérrez Mellado y Abril-Martorell y Felipe González y el Rey. Por supuesto que sí. Pero son gente como mi abuela los que sociológicamente hacen la transición, que salen de la guerra, que viven la dictadura y que terminan inculcándonos los valores de la transición.

Nosotros nacimos con una gente que nos enseñaba a través del humor, a través de la normalidad o a través del amor infinito, esos valores y ese respeto hacia ellas. Por eso me parece tan injusto que se las olvide.

Hay una injusticia especialmente flagrante en la sociedad, que intentas paliar en el libro, y es que ese 'olvido' se ceba especialmente con las militares y las monjas.

Bueno, es que eso forma parte seguramente de los complejos. Siempre que viajas por el mundo te encuentras un militar o guardia civil. Si te encuentras un misionero o una monja misionera y te encuentras un diplomático. Siempre. Diplomáticas no me han cabido, pero también tengo algunas para el siguiente.

Entonces, al final forma parte de los complejos. Cuando conoces el caso de la hermana Gloria, la misionera colombiana: cinco años secuestrada por el Daesh —y lo que no cuenta que le hicieron y que te puedes imaginar—; cómo ella se entrega para que no se lleven a la joven.

Y se va ella con 50 y tantos años —que la ves y parece que tiene 80, de lo que sufrió— piensas que no puede haber nadie más superhumano ¿no? Por lo tanto, es tremendamente injusto, tremendamente doloroso, pero es así.

¿Esa es la verdadera Marca España?

Sí, seguramente. Y todo lo que hay alrededor. Porque la historia de Hila, la niña de Afganistán, cuando cuento cómo los boinas verdes la sacan literalmente de un inmenso pozo fecal. ¿Te imaginas una fosa séptica en Kabul?

Cómo la sacan en volandas a ella, al padre, a la madre. ¿Te imaginas ese soldado, que te lo cruzas en el 27, ahora, subiendo por la Castellana? ¿Te imaginas esas monjas, huyendo protegidas por los GEO, durante cinco días de madrugada y de noche cayendo bombas?

Claro, es que junto a esta gente [en el libro] aparece un montón de gente alrededor. Y son esos superhéroes también, de los que hablamos muy poco, pero eso forma parte de nuestros complejos.

Lo que me gusta del libro es que das voz a quien no la tiene.

Es que se cumplen dos cosas en esto del periodismo, que manda narices que haya que recordar. Primero, hay que estar en los sitios. Esta entrevista que estamos haciendo no saldría igual si fuera por teléfono. Así me estás mirando porque ves el tono, ves los ojos, te la crees o no...

Y segundo, los políticos y los periodistas nos retroalimentamos en exceso y hay muchísima gente mucho más importante que los políticos y que los periodistas. Damos demasiada importancia a la tertulia, cuando en el fondo es un artículo de opinión con cinco tíos a la vez.

Por lo tanto, me interesa mucho más el análisis de Ucrania que me hagan las monjas que el análisis de Ucrania que me haga un ministro. Lo siento mucho, que hay que tener al ministro, por supuesto, pero me interesa mucho más eso.

Me interesa mucho más el análisis de la crisis que me hace Pilar Aural, la señora del Pato Amarillo en Villaverde, que el análisis que me haga Nadia Calviño, que tengo que tener a Nadia Calviño, por supuesto, pero me parecen mucho más reales esos personajes y claro, son los que habitualmente no tienen voz.

Dime algo de tu abuela que no hayas contado en el libro, además de que cocinaba muy bien.

Sí, sus famosos huevos con bechamel, lo que hoy sería huevos Villaroy... ¿Sabes qué pasa? que ella murió de un cáncer de pecho cuando yo tenía 14 o 15 años y, claro, hay muchísimas cosas de las que no me acuerdo. Y mi madre murió también ya hace unos años.

A lo mejor sus otros hijos, los pocos que viven tampoco se aclaran demasiado, porque ya son muy mayores, obviamente. Pero no recuerdo nada más que no esté en el libro... Pregunté a mis hermanos también, y entre todos hicimos hoy un collage.

Cuando vi la foto de tu abuela, me sorprendió que tiene esa elegancia recia que tenían en general nuestras abuelas, que sale de dentro...

Dos cosas una, la edad, y dos, la dignidad. La edad. Tú ves la foto, y mi abuela en esa época tenía 50 y tantos, y es como hoy una mujer de 90 años. Es que un tío de mi edad, con 58 años, en aquella época, ¡era un anciano! 

Pero ellas, aparentaban más, entre que iban de negro... Mi abuela ¡nunca tuvo un bañador! Iban a la playa con la bata de verano y se metían en el mar con ella remangada, venía la ola, se mojaba un poco y salía... Ahora, cuando mejor estáis es con 50 y tantos años. 

La imagen de la edad demuestra lo mucho y bien que han evolucionado este país y este mundo. Y luego, la dignidad. Esa mirada, esa dignidad, sin saber leer y escribir... Es una mujer empoderada de las que dice: "A mí no se me pone nada por delante".

Ni el hambre, ni la miseria, ni la guerra, ni la dictadura, que es lo que había en su época. Por lo tanto, la dignidad y el cambio y la evolución de la edad es lo que me llama la atención de esa foto también. 

En esta época del postureo instagramer o tiktoker, en la que la gente se mira demasiado en el espejo, hace falta recordar estos ejemplos también a nuestras propias hijas.

Es que cuando se habla de recordar la historia y no olvidar el relato y mirar hacia atrás en la historia reciente y tal, es para eso. No deberíamos olvidarnos ni de nuestra familia. Y en el día a día tiktokero o tuitero lo estamos olvidando, es un desastre.