La periodista Rosa María Calaf ha sido una pionera en televisión y en reporterismo. Ha abierto el camino a muchas otras que vinieron y vienen detrás, aunque confiesa que también ella tuvo algún referente mujer en el que fijarse. Hoy es una de nuestras Top 100 Mujeres Líderes en España honorarias. Desde Magas le preguntamos qué supone para ella este reconocimiento.
[Las Top 100 Mujeres Líderes que participarán en 'Wake Up, Spain 2024!']
"Siempre se lo digo a Mercedes Wullich (fundadora de Top 100) que se lo agradezco infinito que me destacara en este ranking desde hace muchísimos años. Y, además, yo tengo esta querencia por Argentina, es como mi segundo país, y luego hemos hecho algunas cosillas juntas, siempre que he podido", asegura.
Y añade: "Estoy sorprendida. Ahora ya no tanto porque tengo unos años, pero cuando empezó toda esta cascada de reconocimientos me sorprendía mucho, porque aún no me había retirado y porque trabajo en algo que para mí es absoluta pasión. Lo haces lo mejor que sabes y puedes, y no consideras que te tengan que dar premios por ello. Los agradezco muchísimo, porque significa que ha habido personas que consideran que tu trabajo ha servido para alguna cosa, ya sea la lucha por libertad de expresión o por la igualdad".
Nos cuenta Rosa María que recientemente está más en la palestra, a raíz del estreno del documental La Calaf, intermediaria de guardia, dirigido por Víctor López y coproducido por RTVE que se emitió en el programa Imprescindibles.
"A raíz del documental me han llamado de muchos sitios. Las cosas de este país, normalmente, este tipo de documentales salen cuando te has muerto ya" (risas).
¿Cómo fue tu infancia?
Afortunadamente, muy feliz y privilegiada y soy muy consciente de ello. Tuve la enorme suerte de nacer en un tipo de familia, que si hubiera nacido en otra, probablemente nunca hubiera podido hacer lo que he hecho.
Ellos me dieron esos mimbres necesarios para poder construirme una carrera, sobre todo, la parte materna, que era tremendamente viajera. Mi abuelo Rosendo Solé, viajaba mucho en los años 40 cuando en España poca gente lo hacía. También era una familia de grandes lectores y melómanos. Había un caldo de cultivo y una mentalidad tremendamente abierta que siempre les agradeceré.
Por ponerte un ejemplo, solo había dos colegios en Barcelona mixtos y seglares. Y al que yo fui tenía integrado el método Montessori de enseñanza que significaba apertura de miras y un tipo de educación que te construía como persona.
Tener un entorno familiar que te apoyara en todo aquello que te apetecía y que me empezaran a mandar a viajar al extranjero en el año 59 era toda una extravagancia.
Cuando llegaste a la universidad, te decantaste por Derecho, supongo que no había Periodismo.
En Barcelona no había, pero sí en Madrid y en Navarra. Pero cuando hice Derecho, no había pensado en el periodismo para nada. Mi idea era hacer carrera diplomática.
Cuando terminé Derecho que soy de la promoción del 62 al 67, la Escuela de Periodismo se abrió en Barcelona en torno al 65, y me apunté a hacer Periodismo, pero para divertirme.
Era un momento de rebeldía, modernidad y lucha feminista. No pensaba en dedicarme profesionalmente a esto, es decir, que el periodismo me encontró a mi, más que yo al periodismo.
Fuiste una también pionera porque te marchaste a Los Ángeles, algo que no era tampoco nada común en aquel tiempo.
Sí. Había hecho ya un viaje por los Estados Unidos en autobús. En los autobuses Greyhound me crucé Estados Unidos de Nueva York a San Francisco y luego de vuelta por el Sur. En el 63 ya me hice un viaje haciendo autostop por Europa. Fui a hacer un curso a la Universidad Libre de Bruselas en verano y con algunos compañeros lo hicimos. La cosa viajera siempre la he tenido.
Y esto te ha llevado a ser corresponsal para Televisión Española en Nueva York, Moscú, Viena, Roma, Buenos Aires. ¿Qué destino recuerdas con más cariño?
Desde el punto de vista personal y por ser culturas más cercanas, siempre digo que Italia, y Sudamérica, especialmente Argentina fueron increíbles. La verdad es que Argentina, Chile y Uruguay eran países en los que disfruté personalmente y me ayudaron a crecer también mucho como persona.
Pero profesionalmente, una de mis de grandes fortunas, ha sido el momento en el que he estado en cada lugar. El aprendizaje, ocurrió, sobre todo, en EE UU. Fue la primera corresponsalía que me permitió conocer el periodismo, y que tiene lo mejor y lo peor del mismo.
Coincidió con algunos cambios tecnológicos muy importantes, sobre todo en televisión que permitía hacer periodismo de otra manera, más cercana y bastante más rápida.
En Estados Unidos era el momento de la reelección de Ronald Reagan con todo lo que eso significó, de cambios en la economía, en la agenda política y en las estructuras sociales, que es de lo que estamos viviendo ahora todavía.
En la Unión Soviética viví la etapa Gorbachov y también la de Boris Yeltsin. Después me fui a Sudamérica justo cuando caen las dictaduras y comienza una etapa de esperanza democrática, pero con severas desigualdades.
En Italia viví la época de Silvio Berlusconi. Y cuando llegué a Oriente, el eje geoeconómico oscila y deja de estar en el Atlántico, Europa-Estados Unidos, para pasar al Pacífico, con China a la cabeza.
Vivir todos esos momentos en directo es tremendo. Estando allí, no ves la importancia de todas esas transformaciones, te das cuenta después, porque en ese momento no eres consciente del alcance.
En aquel tiempo había muy pocas mujeres en los servicios informativos más allá de presentadoras y desde luego pocas viajando y siendo corresponsales. ¿Cómo conseguiste abrirte camino en ese mundo tan masculinizado?
Empecé a trabajar como periodista en 1970 en Televisión Española, en Barcelona.
En ese momento no había ni en Radio Nacional de España, ni en Televisión Española de Barcelona ninguna mujer. Había locutoras, presentadoras, pero no periodistas, ni reporteras.
Afortunadamente, poco después empezaron a llegar, pero fui durante un tiempo la única. Entonces, evidentemente tuve otra vez suerte al tropezar con la dirección en aquel momento, tanto en la radio como en la televisión con José Joaquín Marroquín, que justamente era un gran conocedor de los medios en el extranjero y que, además, era un innovador nato y un gran visionario. Buscaba precisamente una mujer que pudiera hacer eso. Y ahí aparezco yo.
En Madrid en el año 70 en total en Televisión Española éramos tres mujeres haciendo internacional.
¿Pasaste dificultades?
De Barcelona ya me tuve que ir a Madrid porque no se podía hacer internacional y por tanto, ya en el año 75 me voy a la capital, pero fue difícil sí. Primero porque tienes que demostrar tu capacidad, porque la capacidad no se te supone y eso todavía hoy sigue siendo materia opinable.
Cuando una mujer ha alcanzado una trayectoria profesional relevante, se buscan mil excusas y se discute ese puesto que ha conseguido, etcétera. Y casi nunca entran en la ecuación los méritos, sino que siempre el género está por delante.
Imagínate, si ahora todavía tenemos que seguir demostrando que somos capaces, imagínate entonces...
Te enfrentabas al rechazo de los que creían que eras una intrusa, una anomalía... Y también enfrentarte a los de la curiosidad, aquellos que estaban pensando: A ver qué hace... y los de la condescendencia, y todas esas posturas no eran fáciles.
También tuve compañeros estupendos. Por un parte, tuve una serie de apoyos y por otra, la habilidad para aprovecharlos.
En aquellos comienzos sufriste un episodio machista con una minifalda...
(Se ríe) Pues sí, llamaron desde Madrid a Barcelona diciendo que cómo salía haciendo un reportaje con esa minifalda. Empezaron a discutir. Yo he dicho siempre que soy reportera y a mí me gusta estar en la calle. Corría el año 1971 y ahí me planté. Les dije que así se vestía en toda Europa, y que yo no estaba ahí para ser valorada por cómo iba vestida, sino por mi trabajo, y se acabó. Era una reivindicación de mi libertad.
A mí me han ofrecido cargos y el telediario y no quiero, yo siempre quiero pisar terreno y lo sigo haciendo. Me he hecho 6.000 kilómetros en coche por Arabia Saudita. Y acabo de volver de un viaje de 8.000 Kilómetros por el sur de Estados Unidos.
¿Consideras que aún estamos muy lejos de esa igualdad real en el trabajo?
Creo que estamos todavía bastante lejos. Sí, hemos avanzado. Sabemos que las comparaciones siempre son injustas porque hay lugares en los que sí, otros lugares que no, pero digamos que teniendo en cuenta nuestro entorno natural, democracias europeas, etcétera, hemos avanzado mucho.
Pero cuando se parte de cero, avanzar mucho cuesta poco. Hay muchas reticencias y grandes fuerzas que intentan frenar ese avance. Pero ha ocurrido a lo largo de la historia de la humanidad, con todos los avances en derechos universales de las personas, no solo en el de género.
Que se entienda, que no es una lucha contra los hombres, que es lo que se quiere vender. Es una lucha a favor de la sociedad al completo, a favor de todas las personas, porque mejor le va a ir a la sociedad, si todas las personas ponen su esfuerzo, su talento, y su trabajo a disposición de la comunidad, que si solo lo pone la mitad del grupo.
Lo que no hay duda, es de que has creado una escuela por tu manera distinta de contar la información.
Eso me enorgullece mucho, no porque yo haya inventado nada, porque creo que lo que hice quizás es fijarme mucho en referentes. Las que estaban antes que yo aquí, pocas y desconocidas, porque habían sido invisibilizadas. Carmen de Burgos, Sofía Casanovas... mujeres extraordinariamente valiosas.
Siempre había creído que te habías fijado en referencias de Estados Unidos…
En televisión era obvio que sí, porque aquí no había referentes en la pequeña pantalla. Evidentemente claro, mis referentes femeninos hay que buscarlos fuera, porque no había ninguna, pero por suerte, otra vez mi padre, ya me había puesto en contacto con libros de Carmen de Burgos que estaban prohibidos y que me traía de Perpignan. También con los artículos de Sofía Casanovas en el ABC, todo esto fue importante aprenderlo como narrativa de contenido.
¿En qué momento te planteó Llongueras el look revolucionario para la tele con pelo rojo y mechón dorado?
Ya cuando empecé siempre llevaba el pelo de forma muy original. Llongueras también estaba empezando, tenía una peluquería en el año 70 en Barcelona. Llevaba 4 años, lo suficiente como para que él, que era un innovador, hablara de estilismos.
Ya empezó poniéndome el pelo diferente. Llevé mechas cuando aquí nadie las llevaba, luego me puso el pelo rizado, al estilo afro, completamente frito y así me mandó a Moscú. Él siempre fue muy avanzado.
El pelo rojo, al principio no era tan estridente. El cobrizo con un mechón blanco lo lucí a finales de los 80 y era muy rompedor. En la etapa asiática fue cuando lucí totalmente rojo mi cabello. Me tenía que llevar el tinte para mantenerlo y me salía de todos los colores, desde anaranjado a fucsia. Llongueras me dijo: ‘No te lo puedes sacar porque es tu seña de identidad’.
No te has jubilado del periodismo porque según dices, uno no se puede jubilar de la vida. ¿A qué se dedica la Calaf su tiempo ahora?
Hasta la pandemia, estuve como una posesa dando conferencias, talleres, universidades, actos de ONG, con una media de cinco ciudades por semana. Muy enriquecedor para mí.
Tras la pandemia decidí bajar el ritmo y me rompí una vértebra. Me pareció que no estaba aprovechando la posibilidad del tiempo de ocio.
Así que decidí dejar todos los años entre tres y cuatro meses para viajes personales.
Llevo viajando en un todoterreno con mi compañero desde hace casi 60 años, teniendo grandes aventuras el coche no es el mismo naturalmente, pero nosotros sí.
Sigo en lo que creo, que en este momento no es la primera línea del periodismo, porque eso ya lo abandoné cuando me jubilé, pero si en la primera línea de la defensa de lo que yo creo que debe ser en el periodismo y por lo que creo que hay que luchar: un periodismo de calidad, de servicio y, sobre todo, sin protagonismos y de ceñirse al relato, quitar la distracción y la espectacularización.
Sigo acudiendo a las universidades y a aquellos foros en los que, creo que ese mensaje puede ser necesario.
¿Cómo estás viendo la guerra de Ucrania y los conflictos actuales?
Como siempre, tenemos un problema en este momento en la sociedad y en la civilización. Nos llamamos países civilizados, pero no somos capaces de resolver nuestras diferencias. Salvo con la violencia. Hemos sabido utilizar la tecnología para anular las distancias, pero no hemos querido anular las diferencias. Sin justicia, jamás va a haber paz.
Nosotros no estamos a salvo de eso y tenemos que darnos cuenta de que somos responsables, en gran parte, de lo que ocurre en el mundo, porque en el mundo estamos todos.
Hay tantos conflictos olvidados de los que no hablamos y con los que tenemos una responsabilidad directa también. Sería bueno que nos preguntáramos por qué está sucediendo esto y a quien realmente le beneficia.
Hay que tomar conciencia de las crisis de las democracias en este momento, y de que hay muchos intereses creados que quieren que la democracia no funcione, y esto es importante para que consigamos un mejor futuro para para nosotros y para nuestros hijos y no solamente para los nuestros…