Era otra época. Una, en la que algunas abuelas y bisabuelas tenían vestidores del tamaño del de Carrie Bradshaw en su piso de casada. O trasteros. O desvanes perfectamente organizados en los que se almacenaban auténticos tesoros.

[La Casa de Alba saca sus vestidos del armario dos siglos después: desde trajes de novia hasta fracs]

Fundas de tela que envolvían maravillosos vestidos de alta costura encargados para ocasiones especiales, sombrereras que preservaban intactos pamelas y tocados para todo tipo de eventos (desde bodas a funerales) y arcones, baúles o cajas con etiquetas que desvelaban su contenido (faldón de bautizo) y, a la vez que protegían su contenido, contaban la historia familiar.

En el caso de la Casa de Alba, el contenido de esos armarios cuenta, además del gusto exquisito de quienes lucieron esas prendas y accesorios, la historia de España y la de la moda femenina y masculina a lo largo de dos siglos.

Y si hoy la moda no puede entenderse sin las relaciones entre modelos, redes sociales, diseñadores, revistas y fotógrafo, la historia de la moda femenina moderna no puede contarse sin hablar de Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III, y su vinculación con el couturier Charles Frederick Worth y con el pintor Franz Xaver Winterhalter.

Eugenia de Palafox Portocarrero y Kirkpatrick o María Eugenia de Guzmán y Portocarrero, ha pasado a la historia como Eugenia de Montijo (1826-1920). La emperatriz consorte de los franceses fue “la primera influencer universal de la historia”, según se hace patente en la exposición La Moda en la Casa de Alba, que acaba de inaugurarse.

En ella podemos ver de cerca, por primera vez, la mantilla de encaje de Bruselas que llevó como velo la aristócrata española cuando se casó, en 1853, con el emperador de Francia y sobrino de Napoleón Bonaparte, en la catedral de Notre Dame de París, así como una litografía del evento.



Eugenia de Montijo, admiradora del estilo que la reina María Antonieta de Austria (1755-1793) introdujo en la corte de Luis XVI de Francia, expandió la moda neoclásica y tuvo en Charles Frederick Worth (1825-1895) a su diseñador de cabecera.

Considerado el “padre” de la alta costura, tal y como hoy la conocemos, en la muestra puede verse el retrato que le hizo Gaspard-Félix Tournachon, en 1895, firmado por el propio Worth, que guardaba el palacio de Monterrey en Salamanca.

También se exponen varios vestidos que le hizo a la emperatriz, que custodiaba el Château de Compiègne, y que por primera vez se muestran en nuestro país. Entre ellos, uno que formó parte del guardarropa que Worth creó para ella cuando fue a la inauguración del Canal de Suez, el 17 de noviembre de 1869.

Porque Eugenia de Montijo no solo influyó en el mundo de la moda, dando nombre, por ejemplo, al “sombrero Eugenia” –cuyo borde se doblaba a ambos lados, caía sobre un ojo y llevaba una larga pluma de avestruz inclinada hacia atrás–, que haría popular la actriz Greta Garbo en la década de 1930.

Asimismo se llamó en su honor el Paletó (del francés paletot) Eugenia, un abrigo de mujer con mangas acampanadas y cierre de un botón en el cuello, que provenía, como tantas otras prendas, del armario masculino. Y, a su manera, ayudó a liberar a la mujer: a finales de la década de 1860 se abandona el miriñaque para usar el polisón, mucho más cómodo.

La emperatriz puso de moda en Francia elementos de la llamada “moda goyesca” española, como los madroños y alamares e incentivó la industria textil gala. Como “guiño” a esa influencia, la exposición muestra dos chaquetillas toreras de Sol FitzJames-Stuart, condesa de Baños.

Y junto a ellas, otra que Lorenzo Caprile hizo para que Cayetana Rivera Martínez de Irujo luciera en la corrida goyesca de 2021. Pasado, presente y futuro unidos, como por obra de magia, en diferentes generaciones de una misma familia.

Gracias a la complicidad de Eugenia de Montijo con Charles Frederick Worth, la emperatriz promovió la alta costura hizo de París el motor de la moda internacional, como cuenta la historiadora Mª Pilar Queralt en National Geographic:

“Lo cierto es que la emperatriz se convirtió en un icono de la moda. No era por mera vanidad, sino que se tomaba su vestuario como una más de las obligaciones de su cargo (...) Lamentablemente, la mayoría de sus contemporáneos no supieron verlo así. La emperatriz era consciente de ello”.

Añade Queralt que, una vez exiliada, Eugenia de Montijo escribió a su amigo y biógrafo Lucien Daudet: “Me han acusado de frívola y de amar demasiado la ropa, pero es absurdo; eso equivale a no darse cuenta del papel que debe desempeñar una soberana, que es como el de una actriz. ¡La ropa forma parte de ese papel!”.

Con sus vestidos fue retratada la emperatriz, en muchas ocasiones, por el pintor Franz Xaver Winterhalter (1805-1873). El mismo que, en 1854, retrató a María Francisca de Sales Portocarrero (1825-1860), duquesa de Alba y grande de España, en un óleo que abre la muestra en el palacio de Liria.

La hermana mayor de la emperatriz estaba casada con Jacobo Fitz-James Stuart y Ventimiglia, XV duque de Alba. Tras la caída de Napoleón III, Eugenia de Montijo vivió el exilio en Inglaterra.

Pero, aunque su hermana había fallecido, muchas veces se refugiaba del húmedo invierno británico en casa de sus sobrinos, Carlos María Fitz-James Stuart y Portocarrero, XVI duque de Alba, y su esposa, María del Rosario Falcó y Osorio.

Y en el palacio de Liria murió, el 11 de julio de 1920, a los 94 años, aunque está enterrada en la Cripta Imperial de la Abadía de Saint Michael en Farnborough (Inglaterra), junto a su marido y su hijo.

Durante esas estancias en España, que la ayudaban a mitigar la soledad y el dolor de la muerte de su marido y su hijo, visitaba a la reina consorte Victoria Eugenia de Battenberg (1887-1969), esposa de Alfonso XIII, de quien era madrina de bautismo y muy amiga.

La exposición reúne por primera vez dos vestidos de ambas, según explica uno de sus comisarios, Eloy Martínez de la Pera, para quien “reunir esas dos piezas, y que el vestido de amazona de la emperatriz se exhiba junto al de la reina de Victoria Eugenia que nunca antes habían estado juntos y el diálogo entre ellos es uno de los grandes atractivos de esta exposición”.

Lo mismo sucede, añade, “con el corpiño de Compiegne que lucía Eugenia cuando todavía no se había casado y posó para el pintor Federico de Madrazo, y que en esta muestra se ha encontrado con ese cuadro Eugenia de Guzmán, condesa de Teba (1849)”.

Si algo demuestra la exposición La Moda en la casa de Alba, que acaba de inaugurarse, es que, en la moda, la teoría del eterno retorno es (casi) más cierta que en la filosofía. Para quien sabe ver, claro. Y los comisarios de la muestra, Lorenzo Caprile y Eloy Martínez de la Pera, no solo saben ver, sino también hacer.

El primero, según precisó en la presentación, es “modista y no modisto, que es una aberración gramatical; yo soy modista de la misma forma que se dice periodista y no periodisto, o dentista, taxista e independendentista, entre otras muchas palabras”.

Caprile es uno de los grandes de nuestra moda. Y ha aportado su conocimiento de tejidos, patrones y de la historia para lograr traer al palacio de Liria piezas nunca vistas hasta ahora en España o nunca expuestas al público.

El segundo, comisario habitual de exposiciones que unen moda y arte, ha logrado resumir los dos últimos siglos de esas disciplinas en una muestra que, abriendo los armarios de la Casa de Alba, muestra prendas y accesorios que ayudan a conformar “una historia completa no solo de la moda femenina sino también de la masculina”.

Como referente de esta última, aparece Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó, XVII duque de Alba y abuelo del actual, quien posa para Joaquín Sorolla vestido con frac, en 1908. Frente a él, reunidos por primera vez también en España, el cuadro que el pintor valenciano hizo del rey Alfonso XIII, buen amigo del duque.

El retrato del monarca, posando en 1907 con el uniforme de Húsares de Pavía, puede verse en la muestra junto a prendas y uniformes como el de la Real Maestranza de Sevilla, con el que los duques de Alba suelen casarse. Y si en la moda femenina París marcaba la pauta, era Londres, sin embargo, la capital de la moda masculina.

Aunque, como puso de manifiesto Lorenzo Caprile, “las capas eran siempre españolísimas y de la firma Seseña”. Entre los complementos, algunos hoy no tan habituales, como los sombreros de copa y chisteras de Lock&Co Hatters , que nos cuentan la historia de aquella época en la que había que vestirse, para cada momento del día, siguiendo un estricto protocolo.

Además del repaso a la moda que nos permiten los cuadros mencionados y otros de Ignacio Zuloaga o Fernando Álvarez de Sotomayor, de esculturas y grabados, entre las más de 100 piezas que forman la exposición, hay 30 vestidos. Como el de cóctel que Pertegaz hizo para Cayetana Fitz-James Stuart, XVIII duquesa de Alba, y que aparece en los carteles de la exposición.

A decir de Caprile, una de las joyas es "el vestido que Louise Boulanger confeccionó para Hilda Fernández de Córdoba y Mariátegui (1908-1998), duquesa de Montellano, cuando fue presentada en palacio como última dama de honor de doña Victoria Eugenia, y la más joven, porque es impresionante que se haya conservado con una guerra civil por medio".

La modista francesa, añade Caprile, “es uno de los nombres que hoy no se recuerdan tanto y que sin embargo pertenecen a la época, en que la moda estaba dominada por mujeres como las hermanas Callot, madame Gres, Jeanne Paquín, Louise Chéruit, Madeleine Vionnet, Elsa Schiaparelli… además de Chanel”.

El recorrido por la exposición termina en una sala en la que se pueden admirar los trajes de novia de la duquesa de Alba, obra de Flora Villareal, “una diseñadora injustamente olvidada y oscurecida por la a veces alargada sombra de Cristóbal Balenciaga”, comenta Lorenzo Caprile.

Junto a esa “obra de arte” con la que Cayetana Fitz-James Stuart y de Silva, la XVIII duquesa de Alba, se casó, en 1947, con Luis Martínez de Irujo y Artázcoz, está el que Emanuel Ungaro creó para la boda de su hija Eugenia con Francisco Rivera, en 1998.

Y, como colofón, el espectacular vestido de novia de Sofía Palazuelo, duquesa de Huéscar y futura duquesa de Alba, firmado por Teresa Palazuelo, a quien Caprile rindió un emotivo

homenaje durante la presentación a prensa: “Era una compañera excepcional, de esas que son competencia leal y buena, que te hacen crecer como persona y como profesional”.

En la muestra hay también hay fotografías, en las que podemos ver, por ejemplo a María del Rosario de Silva y Gurtubay, esposa de Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó y madre de “doña Cayetana”, posando para la revista Vogue, en 1930, con un vestido de encaje blanco de Chanel; y en otra imagen, con un modelo de Louise Cheruit.

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Y a través de fotografías en blanco y negro somos testigos también del desfile que la duquesa de Alba organizó en el Palacio de Liria, el 11 de abril de 1959, a beneficio de las Escuelas Salesianas, en las que aparece con un jovencísimo Yves Saint Laurent, que solo llevaba 18 meses como diseñador de la Maison Christian Dior.

En la exposición La moda en la Casa de Alba colaboran también otras instituciones, como el Museo del Traje, Patrimonio Nacional, la Colección Francisco Zambrana y un gran número de coleccionistas privados que ceden objetos artísticos y complementos que, ahora, pueden verse públicamente por primera vez.

Los comisarios han tenido total acceso a esa “enorme colección de la Fundación Casa de Alba”, según explicó su director cultural, Álvaro Romero Sánchez-Arjona, para seleccionar los retratos, litografías, esculturas, fotografías y otros objetos (“los hemos movido todos de sitio”, desveló entre risas Caprile”) que forman esta nueva exposición temporal.

Así, este tandem de apasionados de la historia de la moda y el arte que son Lorenzo Caprile y Eloy Martínez de la Pera ha logrado mostrar las indudables relaciones de las distintas generaciones de la familia Alba con el mundo de la moda y la historia de la indumentaria, a lo largo de los siglos XIX y XX, y conectar estos con el presente y el futuro, mediante algunas piezas del siglo XXI.

Y ello ha sido posible, según explicaron, gracias a la Fundación Casa de Alba, presidida por el XIX Duque de Alba, Carlos Fitz-James Stuart y Martínez de Irujo, que ha abierto la colección de la Casa de Alba, sus palacios y residencias de Liria, Las Dueñas y Monterrey y, ahora también, sus armarios, para dar a conocer un legado que se extiende al arte, la política y la moda.

“Me importa mucho más la historia que cuenta cada una de estas piezas que las prendas en sí, porque, al fin, son paños, de algodón, de raso… que puede haber mil vestidos tan bellos, mejores o peores, pero esas complicidades, esas historias que nos desvelan, es lo que sorprende cuando hemos estado trabajando en la exposición”, explica Eloy Martínez de la Pera.

A diferencia de otras exposiciones sobre moda que ha comisariado anteriormente, como la de Balenciaga en el Thyssen, asegura que “ésta ocurre en los mismos salones donde estos vestidos se movieron, esta no solo es arte y moda, sino que es arte, moda y patrimonio, es decir, que los personajes que están en estos cuadros pasearon estos salones y han amado, han sufrido y han vivido entre estas paredes, que podrían contarlo”.

Por lo tanto, añade, "esta exposición tiene algo único, que el visitante va a estar paseando con el aura de los mismos personajes de los cuadros que está viendo, porque todos ellos se movieron, con estas prendas y accesorios, por estos mismos suelos". ¿Quién puede resistirse a algo así?

*La moda en la Casa de Alba permanecerá abierta hasta el 31 de marzo.