Simon Porte Jacquemus presentó la colección Les Sculptures, una oda a la arquitectura y a las proporciones en la que redescubrimos el poder de una silueta estructurada, el pasado mes de enero. Schiaparelli, actualmente en manos de Daniel Rosberry, optó por un juego de volúmenes y texturas con su colección de Alta Costura 2024, mientras que Dolce & Gabbana desveló una colección homenaje a la mujer, con ecos estilísticos de los años 90, en la última Semana de la Moda de Milán. ¿Su punto en común? Un merecido protagonismo de la hombrera.
Esta tendencia, pese a no poner de acuerdo a todos los aficionados del mundo de la moda, se convirtió en un valor seguro, al igual que el estampado de pata de gallo o la falda de corte midi. ¿Pero de dónde viene y por qué sigue generando tanta fascinación? Lo analizamos con expertas.
Su evolución
Aunque su etapa de máximo esplendor llegó en los años 80, el origen de esta tendencia no es reciente: "Formalmente, no podemos olvidar el origen militar de la hombrera, tanto por su raíz en la forma decorativa de la charretera que dataría de la antigüedad grecorromana, como en las piezas de la armadura que, desde las simples semiesferas de acero del siglo XIV, protegían los hombros", nos explica Ana Llorente, Docente del Área de Moda de la Universidad de Diseño, Innovación y Tecnología (UDIT).
La experta añade: "Por otro lado, la historia de la moda masculina y femenina nos ha dado ejemplos de trajes centrados en la distorsión de la línea de los hombros y brazos, como los jubones del siglo XVI o, saltando a la llamada moda del romanticismo del XIX, con el estilo 'globular' (c. 1830-1839)".
El siglo XX, fue clave en su desarrollo: "Técnicamente, sin embargo, de acuerdo con Pellowski, el origen de las hombreras data de la década de 1920, cuando fueron usadas con regularidad en los uniformes de futbol americano que habían sido diseñados cuarenta años antes por L.P. Smoock para el equipo de la Universidad de Princeton. A partir de entonces, esta pieza comienza a ser habitual en la indumentaria del hombre, así como de la mujer", comenta la experta.
Su popularidad fue, sin embargo, desigual. En los años 30, la diseñadora italiana Elsa Schiaparelli propuso varias colecciones con hombreras exageradas, afianzando su presencia en el mundo de la moda: "En 1931, nos encontramos con la iniciativa de incluir hombreras por parte de diseñadores como Marcel Rochas o Elsa Schiaparelli. Curiosamente, en 1932, el icónico e influyente 'Letty Lynton' que creó el modista Adrian para subrayar los anchos hombros de la actriz Joan Crawford en la homónima película, se combinaba con la feminidad del organdí blanco y la cascada de volantes de la falda", recuerda la docente.
"Sin embargo, como es comúnmente sabido, el epítome del hombro exagerado en la ropa de mujer surgió en la Segunda Guerra Mundial. Fue entonces cuando la hombrera se hizo notar para trazar un triángulo invertido que representase el cuerpo de la mujer a partir de una chaqueta sastre y falda ajustada hasta las rodillas; silueta que rompería Dior con la caída de la línea del hombro del New Look, pero que marcó una década a partir, sobre todo, de las llamadas Utility Collections", asegura la experta.
Con la llegada del New Look en la década siguiente, pasaron efectivamente a un plano más discreto. "Aunque en los años sesenta, creadoras como Chanel emplearon pequeñas hombreras en chaquetas y abrigos de mujer, no fue hasta los setenta cuando empezó a resurgir la figura 'amazónica' por influencia de los treinta y cuarenta en diseñadores como Ossie Clarke o Yves Saint Laurent", recuerda la docente.
En los años 80, años de mayor extravagancia y osadía estilística, Thierry Mugler, Ralph Lauren, Donna Karan, Giorgio Armani y sobre todo Yves Saint Laurent fueron algunos de los diseñadores responsables de su reaparición masiva: "A finales de esa década (los 60), la tendencia a los anchos hombros ya fue indiscutible y marcó unos años ochenta en los que la moda se definió en buena parte por el llamado power dressing".
"Con los precedentes de los setenta, es discutible que la inspiración fuese Margaret Thatcher quien, como Primera Ministra de Reino Unido, tendía a usar grandes hombreras incluso en blusas para comunicar fuerza en un entorno masculino", concluye la docente.
Símbolo de poder
De fuerte impacto visual, la hombrera cuenta con un poder estético propio y al igual que muchas tendencias, resguarda una simbólica muy fuerte. "Las hombreras son una armadura estilística, tienen poder y empoderan a la mujer, además de perfilar siluetas", según la experta en comunicación de moda Pepa Fernández, consultada por EFE.
Ana Llorente recuerda asimismo: "Los hombros, como diría Colin McDowell, son un significante cultural de fortaleza emocional y psicológica, de resiliencia y perseverancia. Con todo ello, la apropiación por parte de la moda femenina de la marcada línea de hombro de la masculina se convierte en todo un manifiesto sociopolítico".
La experta añade: "Así sucedió en la década de 1890, cuando el número de mujeres empleadas fuera del hogar casi se duplicó coincidiendo con el movimiento sufragista, y el estereotipo de la que se llamó la 'Nueva Mujer' se caracterizó, entre otros elementos, por un almohadillado más vertical en el hombro para enfatizar las mangas gigot o de cordero".
Las hombreras absorbieron este imaginario de girl boss o working girl: "Lo cierto es que la idea de que la mujer podía llegar a ocupar puestos de poder contribuyó al asentamiento de una tendencia visible en las colecciones de Giorgio Armani, Gianfranco Ferre o Thierry Mugler. Es para mí destacable de este último quien, además de gran creador de moda fue un extraordinario fotógrafo, la serie de imágenes en las que establecía una correlación entre el cuerpo de la modelo, enfundada en los trajes power dressing de su firma o los de Gaultier, y fálicos rascacielos como el Empire State Building", explica Ana Llorente.
La cultura popular se hizo inevitablemente eco de esta tendencia: "Las grandes hombreras vistas en Joan Collins o Linda Evans en la serie de televisión Dinastía hasta las llevadas por Melanie Griffith o Sigourney Weaver en Armas de Mujer (1988) eran un manifiesto visual de la fortaleza de mujeres capaces de manejarse en entornos tradicionalmente dominados por los hombres", recuerda la docente.
Se asoció, de forma inevitable, a otra simbología de fuerte impacto en el imaginario colectivo: "A pesar de ello, no se renuncia a la sexualización de la mujer en estos años, combinando los anchos hombros con cinturas de avispa o grandes escotes. Tess, el personaje de una no tan inocente secretaria interpretada por Griffith en el film de Mike Nichols, resumió perfectamente la dualidad del power dressing cuando afirma eso de que tiene una mente para los negocios y un cuerpo para el pecado. Ya en la década del 2000, Tom Ford para Gucci o Roland Mouret, entre otros, devolvieron las hombreras al primer plano de la moda".
En los últimos años
Su éxito se mantuvo con el paso del tiempo. En febrero de 2024, Saint Laurent, Dolce & Gabbana y Alberta Ferretti volvieron a incorporar las hombreras, a través de abrigos y chaquetas, en su propuesta, cual reminiscencia de los años 80. En trajes, pero también cárdigan o incluso vestidos, siguen firmando siluetas poderosas y atemporales.
Para la primavera-verano 2023, tanto la firma italiana Max Mara como la inglesa Stella McCartney incorporaron los hombros-pagoda -que imitan a las cornisas de los templos- en sus propuestas. Su exceso es proporcional a su estilo. Y como bien decía Coco Chanel: "La moda es arquitectura: es una cuestión de proporciones".