El auge descontrolado de las falsificaciones en Internet y la nueva tendencia de exhibir fakes con orgullo se ha convertido en un serio problema en España. Entre sus consecuencias desastrosas están la destrucción de miles de puestos de trabajo, los perjuicios para la salud y la sostenibilidad y el desprestigio del lujo y la artesanía.
Visionar con mirada atónita vídeos de TikTok como los del humorista y creador de contenido australiano Christian Hull, que se mofa sin escrúpulos de lo que cuestan artículos de firmas como Prada, Gucci o Luis Vuitton, mientras exhibe copias adquiridas en Bali y Tailandia, resulta una experiencia alucinante.
Incluso delirante. Lo que este tiktoker con casi dos millones de seguidores millones en la citada red social (más otros tantos en YouTube e Instagram) presenta en forma de parodia es el resumen perfecto de un curioso fenómeno que se está reproduciendo en Internet.
Nos referimos al que protagoniza cada vez más gente joven, la mayoría parte de la denominada Generación Z, compartiendo videos en los que muestran sin pudor decenas de artículos comprados que son falsificaciones perfectas –si es que se puede hablar de la perfección en algo que procede de la ilegalidad– de artículos de firmas prestigiosas.
Ninguna marca queda fuera del radar de los 'empresarios 'que operan en la sombra y son capaces de sortear con gran talento cualquier escollo legal que pueda acabar con esta actividad ilícita.
Las cifras del desastre
Según datos del informe 'Situación del comercio ilícito y fraude en España, Europa y resto del mundo', elaborado por SICPA, una empresa de soluciones de autenticación, identificación, trazabilidad y seguridad en las cadenas de suministro y apoyada por la Asociación para la defensa de la marca (ANDEMA), solo en el año 2019 las importaciones de productos falsificados en la Unión Europea ascendieron a 119.000 millones de euros. Lo que corresponde a un 5,8% del total de las importaciones comunitarias procedentes de terceros países.
Un estudio de la Oficina de Propiedad Intelectual de la Unión Europea (EUIPO según sus siglas en inglés) afirma también que España es el segundo país de la UE donde se compren más falsificaciones, solo por detrás de Bulgaria.
En el total de la UE, un 13% de los ciudadanos afirma haber comprado intencionadamente estos productos en los últimos doce meses, mientras que aquí ese dato alcanza a un 20% (en Bulgaria se situaría en el 24%). Además, un 43% de los consumidores españoles no está seguro de la legitimidad de los productos que adquiere.
Xandra Falcó, presidenta del Círculo Fortuny, una institución que es firme defensora de la marca como creadora de cultura y de la industria de la excelencia como generadora de riqueza, empleo y objetos únicos a partir de procesos muchas veces artesanales, aporta a Magas otro dato que es realmente preocupante.
"Las falsificaciones de bienes de alta gama provocan en la Unión Europea una destrucción media anual de 760.000 puestos de trabajo directos e indirectos derivados de los derechos de propiedad intelectual. Suponen una pérdida de más de 14.500 millones para los gobiernos de la UE en concepto de impuestos, según la Oficina de Propiedad Intelectual de la Unión Europea (UE)", afirma.
Además, la experta en lujo y excelencia añade que "las falsificaciones representan el 6,8% de todas las importaciones en la UE, lo que se traduce en 121.000 millones de euros al año, según cifras recientes de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Unos datos que resumen a la perfección los riesgos principales en el ámbito de las falsificaciones y que son la destrucción de riqueza y empleo".
¿Activismo antisistema o ignorancia?
Dejando a un lado las sangrantes cifras que arroja esta actividad delictiva, sorprende la actitud de estos prescriptores o influencers de fakes que están contribuyendo a que la adquisición de falsificaciones por parte de los más jóvenes ya no solo no avergüenza, sino que ahora se exhibe con orgullo virtual. Mientras, decenas de seguidores salivan ante de la evidente posibilidad de hacerse con semejantes chollazos.
Cabe puntualizar que no solo los jóvenes participan del mundo de las falsificaciones. Cualquier lectora habrá presenciado en más de una ocasión cómo un padre o madre de familia le compra una equipación de fútbol falsa a su hijo en un top manta o cómo 'señoras bien' no tienen el menor reparo en comprarse un Louis Vuitton falso en estos puestos callejeros (e ilegales) en pleno barrio de Salamanca madrileño.
Pero esta nueva tendencia popularizada por gente joven desactiva de cualquier sentimiento de culpa o vergüenza por falta de presupuesto la adquisición de falsificaciones, con la consiguiente contribución a la economía derivada de prácticas delictivas. Y pone también en circulación una interesante reflexión: los jóvenes que participan de este nuevo fenómeno tan extendido, ¿por qué lo hacen?
Hay quien asegura observar cierta actitud antisistema basada en la reapropiación del concepto del lujo evidenciando un desprecio al trabajo artesanal, la exclusividad, la originalidad y los altos precios en pos de comprar más y más barato este tipo de artículos.
Para Maya Hansen, diseñadora reconocida por sus artesanales corsés y profesora habitual de distintos cursos y talleres con jóvenes alumnos, más que de un activismo contra el lujo en sí creo que se trata de una moda de la ley del mínimo esfuerzo. Exhibir cómo han conseguido gangas a precios irrisorios y cuantas más mejor", asegura.
Afirma también que los jóvenes que adquieren fakes sin ningún tipo de culpabilidad ya no entienden el lujo en términos de una artesanía o exclusividad que requiere tiempos prolongados para producir una sola pieza.
"Lo vivo día a día con mis alumnos más jóvenes: les cuesta hasta enhebrar una aguja. Está claro que son otros tiempos, porque hasta una canción de más de tres minutos se les hace pesada por mucho interés que les genere. Hay que desacelerarles un poco para que empiecen a comprender. Pero no es tarea fácil".
Y apunta la creadora que esta nueva forma de no comprender el lujo y sus valores añadidos "procede de la cultura de 'si es gratis, dame dos', influenciada en gran parte por las redes sociales y sus colaboraciones con influencers. Valoran más la cantidad de usar y tirar frente a calidad. Todos sabemos de dónde viene el fast fashion, pero luego a los diseñadores de moda nos toca hacer upcycling (reciclaje)", puntualiza claramente molesta.
Universo 'fake': ¿batalla perdida?
Xandra Falcó insiste en que en Círculo Fortuny trabajan activamente para ayudar a erradicar las falsificaciones en el entorno digital. "De hecho, participamos en una consulta pública lanzada en 2020 por la Comisión Europea en torno a la Ley de Servicios Digitales (DSA por sus siglas en inglés), que introdujo novedades como la extensión de su alcance a los vendedores establecidos fuera de la UE, el aumento de los requisitos de identificación del vendedor o el incremento de las obligaciones de transparencia para los intermediarios online".
Por su parte, Maya Hansen, que ha sido víctima de la falsificación de varios de sus corsés, tiene una visión menos optimista acerca del fin de esta lacra. "Hoy en día es una guerra perdida. La primera vez que vimos nuestros corsés en plataformas masivas tenían el título de Autenthic Maya Hansen Corset, e incluso robaron nuestras fotos entre las que había algunas en las que posaba yo misma. Acabaron retirando las imágenes y copiando los productos a bajo coste. Un día me planté en una tienda de Madrid que vendía nuestras copias y le dije a la dependienta: 'Hola. Soy la diseñadora de estas piezas que tienes aquí colgadas'. La respuesta fue: 'Yo sólo trabajo aquí'.
Hansen, que tiene colgados en su perfil de Instagram varios vídeos muy interesantes en los que explica al detalle las enormes diferencias entre sus corsés y las falsificaciones que se han encontrado, afirma que "si te copian significa que eres bueno. Pero que generen cientos de miles de euros a costa de tus diseños no le puede gustar a nadie".
Y aporta necesidades reales: "Se debe hacer que el registro de marcas no sea un proceso tan largo y costoso, ya que sortear cada uno de los diseños puede ser un proceso casi inviable para pequeñas y medianas empresas, sobre todo a nivel internacional. Y también se debe proteger a las marcas a nivel global, endureciendo y agilizando la legislación para luchar contra las plataformas que usan diseños y fotografías que no son suyas, aunque sean de otros países".
La tentación del logo
Cuando hablamos de plataformas donde la adquisición de falsificaciones está a la orden del día nos referimos a empresas populares como AliExpress, Temu, Shein o Alibaba. Aquí se pueden adquirir fakes con más o menos acierto –algunos diseños no existen ni en sus versiones originales– y que suelen resultar de una calidad cuanto menos cuestionable.
Pero también resulta una experiencia hipnótica hacer scroll por las decenas de perfiles de Instagram en los que se ofertan artículos falsos exactamente iguales a los originales y cuyo packaging también está perfectamente copiado. Cinturones de Celine, bolsos de Bottega Veneta o bailarinas de Chanel, todo ello falso. Con un parecido al original realmente escalofriante y a precios de Zara, se venden en estas cuentas de estética similar a cualquier otra, pero con una curiosa diferencia: para comprar hay que ponerse en contacto vía Whatsapp, mensaje directo o links de dudosa procedencia.
Y es ahí cuando la persona tentada suele plantarse. No ya pensando siempre en los puestos de trabajo que se destruyen con esta práctica ilícita –seamos honestos–, sino temiendo dejar su número de cuenta en manos de vaya usted a saber quién. Porque debemos recordar: adquirir falsificaciones es un problema no solo de destrucción de puestos de trabajo sino también de seguridad. Y ahí nos la jugamos todos.