La etiqueta de falangista la acompañó de por vida. Menos se pregonan sus críticas al régimen y a los postulados de la Sección Femenina de Pilar Primo de Rivera que solo concebían a la mujer en la cocina, como ama de casa, como ser incapaz para desempeñar puestos de responsabilidad.
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Y olvidada parece su asombrosa contribución a la libertad y dignidad de las españolas. Mercedes Formica (1913) fue una anomalía en la España patriarcal de Franco, una pionera que alumbró cambios legales que contribuyeron a derribar ese estigma de "ciudadano de segunda categoría", como se les decía en la época.
"La ley es una trampa dispuesta para que caigamos en ella las mujeres", escribía en 1955 la abogada, autora y articulista gaditana. La frase pertenece a una novela que publicó bajo seudónimo masculino, pero se revela en un fidedigno diagnóstico de la situación jurídica que la mujer gozaba en aquel entonces: estaba denigrada y equiparada a los criminales y dementes. Formica lo comprobó al conocer de primera mano numerosos casos de violencia de género, de esposas maltratadas por sus maridos y cómo la ley favorecía los excesos del fuerte.
Por eso impulsó en 1958 una reforma del Código Civil de los puntos que reducían la igualdad de las féminas. El éxito fue mayúsuculo: la conocida como 'refomica' eliminó el "depósito de la mujer", la "casa del marido" pasó a denominarse "domicilio conyugal", consiguió que, a nivel penal, se contemplara el acto perpetuado por el marido que mataba a su mujer un homicidio con "poderosos atenuantes de obcecación y arrebato"; y, a nivel civil, el artículo 105 del Código Civil consideró causa de separación "el adulterio de cualquiera de los cónyuges".
Miguel Soler Gallo, recuperador e impulsor del legado de Formica, resalta el espíritu de justicia altruista de la abogada en el prólogo de A instancia de parte y dos obras más (Editorial Renacimiento), que rescata tres piezas sumergidas en el olvido de esta pionera: "Ella, aunque había logrado ser libre, quiso la libertad para todas las mujeres, que eran quienes la necesitaban".
El problema de su figura viene a la hora de recordar sus vínculos con la Falange, partido en el que tuvo responsabilidad política entre 1933 y 1936 aunque parezca una contradicción ideológica. Formica se enfundó la camisa azul como delegada nacional del Sindicato Español Universitario (SEU). Con el estallido de la Guerra Civil y el fusilamiento de José Antonio se retiraría del movimiento y abogaría por su disolución, recuerda el investigador. Al régimen franquista victorioso y la unificación por decreto de todas las fuerzas de la derecha lo definiría como "albondigón".
"Quienes se jactan de recordar su falangismo —y la tildan incluso de fascista— omiten su evolución ideológica y, sobre todo, la actitud que tomó ante las injusticias, que la llevó a convertirse en un desafío constante, intrigante e inquietante para la Sección Femenina, organización que llegó a calificarla de no "ser trigo limpio" debido a sus actuaciones a favor de la libertad femenina, tanto en el derecho privado como en el público", recuerda Soler Gallo.
En la última etapa de su vida, Formica lamentaría los prejuicios sobre su pasado que pesaban casi más que su obra: "Me colocaron la etiqueta de fascista y nadie se preocupó en saber si lo era o no. Nadie se ocupó de mi labor". Coincidiendo con el cien aniversario del nacimiento de la escritora, Soler Gallo logró erigir en Cádiz, en la plaza del Palillero, un busto para rendirle homenaje. La escultura se encuentra ahora en la biblioteca de género del Centro Integral de la Mujer después de que el Ayuntamiento de Kichi aprobase retirarla.
Un artículo revolucionario
Mercedes Formica nació en Cádiz el 9 de agosto de 1913 en el seno de una familia acomodada. En el curso 1931-1932 ingresó en la Facultad de Derecho de la Universidad de Sevilla, convirtiéndose en una de las primeras alumnas matriculadas en esta carrera. El divorcio de sus padres en 1933 terminaría por cambiar su vida: con su madre y sus hermanas, fue obligada a trasladarse a Madrid por designios de su padre, al que respaldaba la ley y quien siguió gozando de una vida placentera con su amante.
Esa dramática situación, el detonante de su ideología —"Desconfié de los pretendidos beneficios que los republicanos iban a traer y mi admiración por conocidos y amigos de aquella ideología empalideció", le comentaría a la autora Concha Alborg—, la empujó a los brazos de la Falange en el tenso contexto de la Segunda República. Renegada durante la guerra y feminista en la posguerra, llegaría a abrir su propio despacho de abogados en Madrid para luchar por la igualdad de la mujer.
"A Mercedes Formica le debemos mucho más de lo que creemos", valora Christina Linares, editora de Renacimiento, sello que en los últimos años ha publicado tres volúmenes de esta escritora y ahora en marzo reúne en Pequeña historia de ayer los tres tomos de memorias que escribió. "Fue la tercera mujer en colegiarse abogada en Madrid y la primera persona en lograr modificar en Código Civil. Antes de ella, el marido podía depositar a su mujer en un convento y dejarla ahí, a la espera de un juicio que podía tardar hasta nueve años, sin ver a sus hijos, ante un supuesto caso de adulterio (delito exclusivamente femenino pues en los hombres no era punible)".
Linares destaca que Formica revolucionó este panorama con un texto periodístico publicado el 7 de noviembre de 1953 en el que denunciaba el asesinato de una mujer a manos de su marido: "El artículo causó tal revuelo internacionalmente que llegaron a sugerir el 7 de noviembre como el día de la mujer en España. Con ese artículo, Mercedes comenzó su campaña para cambiar el Código Civil y lo consiguió. Las ideas son bellas pero las acciones deberían valer mucho más y con Mercedes, que tanto ha hecho por nosotras, hemos cometido una gran injusticia que ahora, aunque tarde, debemos enmendar".
Autora de novelas, cuentos, artículos y memorias, la obra de Mercedes Formica, también comprometida con los niños según Miguel Soler Gallo "debe ser definitivamente valorada como un ejercicio de creación artística de indudable valentía, en el que, como autora, en lugar de mirar para otro lado, llevó a la ficción y denunció en plena dictadura la escalofriante situación en la que se encontraban las mujeres españolas de su tiempo". Francisco Umbral la denominó "la reina literaria de la nostalgia".