La mujer aparece abatida sobre una mesa, sujetándose la frente pálida con el brazo izquierdo. Su nombre es María Pacheco (c. 1496-1531) y la rodean otras dos figuras femeninas: una llora y la otra consuela su dolor. En la estancia también está presente un grupo de soldados que acaba de llegar a Toledo, portadores de pésimas noticias: ellos, los comuneros, han sido derrotados por las tropas imperiales de Carlos V en un choque fugaz en Villalar (Valladolid) acontecido el día antes, el 23 de abril de 1521. Allí ha caído su esposo, Juan de Padilla, y los otros líderes de la revuelta castellana, Juan Bravo y Francisco Maldonado. La revuelta agoniza.
Ese fue el momento que eligió el pintor valenciano Vicente Borrás y Mompó, especializado en pintura de historia, para plasmar sobre un lienzo la derrota de los rebeldes: el derrumbe de María Pacheco al escuchar que su hombre había sido ajusticiado y decapitado, y no una escena del campo de batalla. Pero sobreponiéndose a ese duelo e incertidumbre sobre el futuro reflejadas en esta obra, la brava mujer desafiaría la lógica de aceptar una claudicación evidente y lideraría la Revolución de las Comunidades de Castilla, de cuyo inicio se conmemoran estos días cinco siglos, casi un año más, hasta febrero de 2022.
De la misma forma que la insurrección comunera ocupa un lugar secundario en la historia de España —a pesar de ser una revolución moderna registrada a principios del siglo XVI, en palabras de uno de sus principales estudiosos, el hispanista Joseph Pérez—, la figura de María Pacheco, conocida como "la leona de Castilla" o "el tizón del reino", también discurre por las aguas del olvido.
Nacida hacia 1496 en la Alhambra de Granda, donde su padre Íñigo López de Mendoza vivía como virrey y capitán general desde la conquista cristiana de la ciudad, fue educada en un ambiente renacentista culto y tolerante. Como reflejó su capellán Juan de Sosa, fue "muy docta en latín y en griego y matemáticas y muy leída en la Santa Escritura y en todo género de historia, en extremo en la poesía. Supo las genealogías de todos los reyes de España y de África, por espanto, y después de venida a Portugal, por ocasión de su dolencia, pasó los más principales autores de la medicina, de manera que cualquier letrado en todas estas facultades venía a platicar con ella".
María Pachecho se casó en 1511 con Juan de Padilla, y se mudaron a Toledo en 1518, de donde era natural el hidalgo y al heredar de su padre el cargo de capitán de gentes de armas. Sin embargo, poco se conoce sobre las responsabilidades políticas desempeñadas por la mujer mientras su marido estaba guerreando contra las tropas realistas. Su figura emerge tras la muerte de los líderes comuneros en Villalar, revelándose en una férrea defensora de la resistencia frente a las opiniones de otros hombres de que era mejor claudicar.
"Para mantener el orden, María llegó a apuntar los cañones del Alcázar contra los que querían entregar la ciudad a las tropas reales", cuenta Jospeh Pérez en la entrada de la comunera en el Diccionario Biografíco de la Real Academia de la Historia. "No dudó en entrar en el Sagrario de la Catedral y en coger la plata que allí había para su marido, iba enlutada por la calle y para mover compasión traía a su hijo en una mula".
Exilio en Portugal
Rivalizó con el obispo Antonio de Acuña por la mitra de Toledo y comandó la defensa de la ciudad, asediada desde el 1 de septiembre de 1522 por las fuerzas imperiales. Los comuneros lograrían resistir hasta el 25 de octubre, cuando lograron la firma del armisticio de la Sisla, favorable a sus intereses: debieron de abandonar el Alcázar pero conservaron sus armas y el control parcial de la localidad. María, oliéndose los disturbios que estallarían en las semanas posteriores, fortificó y dotó su casa de artillería.
Una nueva sublevación estallaría el 3 de febrero, pero Gutierre López de Padilla, hermano menor de Juan de Padilla, y María de Mendoza, condesa de Monteagudo y hermana de María Pacheco, lograron de los combatientes una tregua al acabar el día. Ese impasse fue aprovechado por la última comunera para abandonar Toledo: la revolución había llegado a su fin. Lo hizo de madrugada, disfrazada de aldeana y con su hijo de corta edad, gracias también al dinero, las mulas y los alimentos que le brindó su tío Diego López Pacheco, II marqués de Villena. Su destino fue Portugal, primero Braga y luego Oporto.
Después de varios meses de represión contra los comuneros, el emperador Carlos V, ya de regreso en España, concedió un Perdón General, una amnistía a los rebeldes. Pero hubo excepciones, como la de María Pacheco, condenada a muerte en rebeldía en 1524. Por fortuna para ella —tampoco reclamaría nunca el indulto— Juan III, el monarca portugués, no atendió las peticiones de la corte castellana para extraditarla.
Malviviría gracias a la caridad del obispo de Oporto hasta marzo de 1531, fecha de su fallecimiento a causa de un dolor en el costado. Esta "brava hembra" y "centella de fuego", según sus contemporáneos, fue enterrada en la catedral de la ciudad lusa. Su hermano menor, Diego Hurtado de Mendoza, le dedicó un precioso epitafio como breve resumen de su vida:
Si preguntas mi nombre, fue María,
Si mi tierra, Granada; mi apellido
De Pacheco y Mendoza, conocido
El uno y el otro más que el claro día;
Si mi vida, seguir a mi marido;
Mi muerte, en la opinión que él sostenía.
España te dirá mi cualidad
Que nunca niega España la verdad.