La guerra entre 1939 y 1945 fue cosa de hombres. No se permitía a las mujeres, salvo en algunas milicias y en las filas de la Unión Soviética, combatir contra el enemigo. En este sentido, las mujeres se dedicaron a suplir a los hombres en sus puestos de trabajo y a curar a los heridos. También hubo figuras ocultas y olvidadas a día de hoy que permitieron a los varones luchar en el campo de batalla. Virginia Hall fue una de ellas. Gracias a su espionaje, ayudó a sus compañeros a ganar la guerra.
Virginia Hall Goilott nació un 6 de abril de 1906 en Baltimore (Estados Unidos). Antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial, la vida de Virginia no indicaba que fuera a convertirse en toda una heroína para los Aliados. Alta, delgada y con unos brillantes ojos castaños, su embriagadora sonrisa atraía a todos los hombres de su alrededor. Pero poco a poco, la joven comenzó a interesarse por el mundo que había afuera.
Pese a haber perdido su pierna izquierda por debajo de la rodilla tras un accidente, tuvo la oportunidad de ver mundo e instalarse en lugares como Turquía o Venecia. La periodista y biógrafa Sonia Purnell acaba de publicar Una mujer sin importancia (Crítica), un libro en el que se profundiza en cómo Virginia Hall se convirtió en espía para la Dirección de Operaciones Especiales británica durante la Segunda Guerra Mundial y más tarde para la Office of Strategic Services y la División de Actividades Especiales de la CIA.
La Europa con la que la joven había soñado se había convertido en un mar de radicalismos políticos. "El extremismo, tanto de derecha como de izquierda, parecía estar por todos lados, detrás de la propaganda, las consignas y la manipulación mediática despiadada", escribe Purnell.
Nada más empezar la guerra, Virginia se encontraba en Francia. No dudó en ayudar a los heridos y trasladarlos allá donde se requería. La joven, pese a su cojera, sabía que podía ayudar enormemente a los más necesitados: su nacionalidad estadounidense, neutral en el conflicto en aquel momento, le permitía mayor movilidad y más libertades que las que tenían sus compañeros galos. Aquel privilegio le abrió la mente para actuar.
Menospreciada
Churchill buscaba crear toda una red de espionaje que pudiera ayudar a los estrategas a planificar sus ataques. No obstante, Virginia, ya desde los primeros contactos con los Servicios de Inteligencia se vio afectada por el hecho de ser mujer. "El gabinete de Churchill había prohibido que las mujeres sirvieran en el frente de cualquier forma. Los abogados del gobierno señalaron que las mujeres eran especialmente vulnerables si las atrapaban, pues no se las reconocería como combatientes y, por lo tanto, las leyes internacionales de guerra no las protegerían", explica la autora.
Finalmente, la cúpula reculó y los partidarios de recurrir a Virginia Hall se salieron con la suya. Se le enseñaron los fundamentos de codificación, a ocultar su identidad, a registrar documentos y demás requisitos para no levantar sospechas.
Decepcionada por la escasa resistencia francesa, no dudó en sacrificar su vida bajo los constantes disparos de la aviación alemana. Tras los primeros meses conduciendo una ambulancia de la milicia francesa, llevó a cabo "una misión casi suicida contra la tiranía de los nazis y sus títeres franceses". De hecho, en más de una ocasión se le ordenó abandonar el país, ya que su rostro había sido distribuido por todo el país en carteles que prometían una recompensa por capturarla. Al pie del anuncio, se leía lo siguiente: "La espía más peligrosa del enemigo, ¡debemos encontrarla y destruirla!".
Al final, tuvo que abandonar el país y cruzó la frontera de los Pirineos. Estaba en España y su nueva identidad era la de una corresponsal del Chicago Times. Su misión era organizar en secreto rutas de escape y conseguir pisos francos para los refugiados de la Resistencia francesa.
Normandía
Virginia Hall sabía que España no sería sino un destino temporal. Pronto volvió a Francia y ayudó a los Aliados en la misión más importante del frente occidental. Fue una de las operaciones más importantes y más sangrientas, aunque dos semanas más tarde únicamente habían tomado la ciudad de Caen.
Mientras tanto, Virginia informaba a sus superiores de Londres los avances y localizaciones de los alemanes. La espía allanó el camino de los Aliados para que estos pudieran llegar a París con mayor facilidad. Gracias a las redes que había creado Virginia y a los granjeros, maestros, estudiantes y obreros que financió, organizó y armó, liberó el Alto Loira sin ayuda militar profesional.
Nadie sabía que detrás de la liberación de París estaba el arduo trabajo de Virginia Hall. Han tenido que pasar 44 años para la desclasificación de los archivos, a los cuales ha accedido Sonia Purnell. "Una vez más, la decisiva participación de Virginia en el desarrollo de la guerra no tuvo el necesario reconocimiento. Pero Virginia no era una mujer cualquiera, y todavía le quedaba mucho por demostrar", escribe la autora.
Después de la guerra
El final de la Segunda Guerra Mundial no significó el final de la carrera de la espía. Recibió de manos del general Donovan la Cruz por Servicio Distinguido, una condecoración que se entrega por acciones de extraordinario heroísmo contra un enemigo.
El fascismo había desaparecido de Europa, pero su trabajo como espía no había terminado. A partir del año 1945 comenzó a trabajar para la CIA en diferentes operaciones de riesgo. El propio servicio de inteligencia expone su Cruz de Servicio Distinguido en su museo, lo cual refleja la importancia de la estadounidense que, pese a su cojera, consiguió pasar desapercibida en la mayoría de sus misiones.
Todo ello lo logró pese al menosprecio de muchos de sus superiores. "El hecho de que las mujeres peleen junto a los hombres en la línea de combate aún genera mucha controversia. Sin embargo, hace casi ocho décadas Virginia ya dirigía a hombres en las profundidades del territorio enemigo. Experimentó seis años de la guerra europea de una manera en que muy pocos estadounidenses lo hicieron. Arriesgó su vida una y otra vez, pero no empujada por un nacionalismo ferviente, sino por el amor y el respeto a la libertad de los demás", concluye Sonia Purnell.