La historia suele recordarlas como meros apéndices, como hijas de o hermanas de. Tal vez se les dedique unas breves líneas si sus matrimonios, normalmente forzados, impuestos, sirvieron para forjar o afianzar una alianza entre la monarquía española y otra corona europea. Casi como cromos de intercambio. Las infantas fueron las protagonistas en contadas ocasiones —véase Isabel Clara Eugenia, gran apoyo de Felipe II—, y todas se reunieron en un mismo lugar: a la sombra de los varones de la familia, los que debían reinar.
Mucho se ha recordado últimamente el exilio de Alfonso XIII y su hijo don Juan de Borbón, padre de Juan Carlos I, ahora que este último se ha asentado en Abu Dabi tratando de evadirse del escándalo de las cuentas en Suiza y el cobro de comisiones. Menos menciones habrán suscitado las infantas Beatriz y María Cristina de Borbón y Battenberg, que como su padre y su hermano, tuvieron que huir de España tras las elecciones municipales de 1931, embrión de la Segunda República.
Las vidas de estas dos mujeres, mucho más desconocidas que la de los varones Borbones de su alrededor, la reconstruye el periodista Martín Bianchi Tasso en Baby y Crista. Las hijas de Alfonso XIII (La Esfera de los Libros). No se trata de una biografía sino de una "historia novelada" marcada por "el exilio, la tragedia y la muerte": el autor avisa en la introducción de que, aun siendo fiel a los hechos históricos y su significado, la ficción sobrepasa a la realidad en determinados pasajes.
Baby y Crista, como se las conocía cariñosamente, fueron la tercera y cuarta de los hijos del matrimonio real, un enlace marcado desde el principio por los infortunios. A los 25 muertos registrados el día de la boda por la bomba que arrojó el anarquista Mateo Morral al paso de la comitiva por delante de Casa Ciriaco, en su camino de regreso al Palacio Real, pronto se sumó el descubrimiento de una enfermedad hereditaria, la hemofilia, por línea materna, que iba a marcar el futuro.
La padeció el primogénito, Alfonso, a quien nunca le interesó eso de reinar y fue inhabilitado al trono tras casarse en 1933 con una mujer que no pertenecía a ninguna casa real. No le fue mejor al segundo vástago, el infante Jaime, que quedó sordo y casi mudo cuando todavía era muy niño. Los derechos dinásticos fueron traspasados a don Juan de Borbón, saltándose tanto a Beatriz como a María Cristina. Y eso que la ley sálica ya no imperaba en España. Al sexto hijo, al benjamín, aún le esperaba un destino más aciago.
Infantas deportistas
Beatriz de Borbón y Battenberg nació el La Granja de San Ildefonso en 1909. Su hermana María Cristina lo haría dos años más tarde en Madrid. A la edad que actualmente tienen la princesa Leonor y la infanta Sofía, ya hablaban perfectamente inglés y francés, se desenvolvían en alemán y manejaban la lengua de signos para poder comunicarse con Jaime. Crecieron en el Palacio Real entre lujos y cenas de gala y recibieron una educación exquisita, como si estuviesen predestinadas a ser reinas.
"Nunca fueron a la escuela, pero tenían clases diarias en palacio y eran examinadas por el rey. Una profesora británica les daba matemáticas, geometría, astronomía y ciencias naturales y otra francesa les impartía lecciones de geografía, historia, lengua y literatura", desvela Martín Bianchi en la introducción de su libro. "La institutriz gala llegó a reconocer que no valía la pena enseñarles historia, porque las niñas sabían más que ella".
Todas esas cuestiones —sus lecturas, sus gustos, sus vacaciones de verano en San Sebastián y Santander, sus sesiones de pintura y de mecanografía o sus trabajos en el hospital de la Cruz Roja— las relata el periodista en su novela con una prosa muy amena y directa. Gracias a esta ficción también se descubre la gran pasión de Baby y Crista por los deportes, que hacían gimnasia a diario con su padre en la terraza del Palacio Real que da al Campo del Moro o en el salón del trono. Incluso llegaron a ganar varios torneos de tenis y golf tanto en España como en Reino Unido e Italia.
Las dos recordarían siempre el día del exilio como el más duro de sus vidas, aunque en el caso de Beatriz pudo haber uno peor. Fue durante las vacaciones de verano de 1934, en Austria. El infante Gonzalo, el más pequeño de la familia, que estudiaba en Bélgica para ser ingeniero agrónomo, se subió al coche con su hermana y tuvieron un accidente al esquivar a un ciclista. Ella era quien supuestamente conducía. Aunque los primeros diagnósticos identificaron simples rasguños, el joven murió en un hospital pocos días después por sus problemas para coagular la sangre.
Baby se casaría al año siguiente en Roma, en la basílica de Santa María del Trastevere, con Alessandro Torlonia, que ostentaba el título vaticano de príncipe de Civitella- Cesi. Su hermana María Cristina hizo lo propio unos años más tarde, en 1940, con Enrico Marone, un rico industrial italiano dueño de la fábrica de vermut Cinzano. Aunque pudieron volver a España durante la dictadura de Franco o con su sobrino Juan Carlos I ya coronado, ninguna decidió asentarse definitivamente en su tierra natal.