Muchas son las mujeres a lo largo de la historia que han formado parte de grandes revoluciones, hombro con hombro con sus compañeros, y que han acabado siendo sacrificadas en las primeras de cambio. Y la Revolución Francesa no iba a ser una excepción, como demuestra la vida de luchadoras como Claire Lacombe.
Claire era una actriz que nació en Pamiers en 1765. Para cuanto estalló la revolución, ya había alcanzado cierto éxito, como recuerda el libro Feminismos: la historia (editorial Akal). De hecho, desde 1792, frecuentaba el Club de les Cordeliers, una agrupación vinculada con los sans-culotte, que la marcó políticamente en su lucha por los derechos de los más desfavorecidos y de las mujeres, de quienes defendía su participación activa en los actos revolucionarios como cualquier hombre.
En agosto de 1792 se ganó el título de la 'Heroína del 10 de agosto' al participar en el conocido asalto al Palacio de las Tullerías, donde recibió un tiro pero siguió en pie horas y horas peleando hasta ganar la batalla.
Al año siguiente, en 1793, fundó con Pauline León uno de los clubes femeninos más combativos, el de la Sociedad de Mujeres Republicanas Revolucionarias, que se encuadraba en los sectores revolucionarios conocidos como enragés (furiosos o furiosas). Desde este club, Claire Lacombe defendió el derecho de las mujeres trabajadoras y sobre todo exigió un precio máximo de los alimentos para acabar con la pobreza y la hambruna.
De acto y de palabra siempre defendió que los batallones femeninos llevaran armas y tuvieran el derecho a portar el gorro frigio, ese complemento que los hombres lucían como símbolo de la libertad y del republicanismo por un error histórico y que se ha convertido en todo un símbolo. (En realidad, los revolucionarios de esta época lo confundieron con el gorro píleo, que era el símbolo de los esclavos que luchaban por su libertad durante el Imperio Romano.)
Curiosamente, en la Revolución Francesa, las mujeres no podían llevar esa capucha roja hecha de fieltro o lana y se le fue negado incluso a luchadoras como Lacombe. Era sólo una muestra de una traición que iba a acabar con muchas mujeres como Claire al borde de la guillotina, en la cárcel o desahuciadas.
Ese mismo año, el Comité de Salud Pública decretó el cierre de los clubes femeninos, como la Sociedad de las Republicanas Revolucionarias, acusando a las mujeres de radicales que ponían en peligro la revolución.
Lacombe y el resto de líderes femeninas apelaron a la Comuna de París y sólo consiguieron que se les prohibiera explícitamente utilizar el gorro rojo, como muestra de que ya no eran de los suyos, ya tenían que volver a sus casas a cuidar de sus familias, como se atrevió a aconsejar el procurador general en ese momento.
Incluso se les negó a esas revolucionarias que llevaban años peleando por la libertad, la igualdad y la fraternidad, que acudieran si quiera como espectadoras a las sesiones del Parlamento. De nuevo la igualdad sí, pero sólo la del hombre blanco.
La 'Rosa roja' no estaba dispuesta a verse relega sin al menos pelear. Y, junto con otras mujeres de otros clubes organizaron una manifestación el 17 de noviembre de 1793 portando cada una de ellas el gorro frigio. Les sirvió de poco.
Claire fue encarcelada en 1974 acusada de contrarrevolucionaria, desprestigiando su figura y su lucha. Pasó 18 años en prisión, librándose por los pelos de pasar por la guillotina simplemente por su defensa de los derechos de la mujer porque, según insistía en sus discursos, eran los derechos del pueblo.
Cuando salió en libertad se dio cuenta de que la Revolución Francesa había esquilmado y apartado a las compañeras revolucionarias y su historia desaparece en 1798. Nadie sabe a dónde se marchó, cómo murió ni siquiera cuándo falleció. Lo único que queda es el recuerdo de sus palabras: "Nuestros derechos son los del pueblo y, si nos oprimen, sabremos oponer resistencia a la opresión". Nunca pensó que quienes las oprimirían iban a ser sus propios compañeros de lucha.