Cuando María Altmann era tan solo una niña en Viena, exploraba las vastas habitaciones de la casa de sus tíos, donde entre porcelanas, tapices y antigüedades, destacaba un deslumbrante cuadro al óleo y oro. En la obra, resplandecñia la figura de su tía Adele Bloch-Bauer, engalanada con sus mejores joyas, las cuales, al igual que su retrato, terminarían cayendo en poder de los nazis.
La pequeña María no podía imaginar entonces que, años después, ella y su esposo huirían del arresto domiciliario en esa misma casa, impuesto por los nazis, ni que escaparían de milagro de un destino trágico, viajando por toda Europa, embarcando hacia Estados Unidos para instalarse, en 1942, en California.
Adele Bauer nació en 1881. Su padre, Moritz Bauer, era director de un banco y la pequeña Adele creció entre algodones en la decadente Viena de finales del siglo XIX. No pudo ir a la Universidad, como habría querido, pero logró una buena formación autodidacta en casa, donde lee muchos libros en alemán, inglés y francés, idiomas que hablará con fluidez.
A los 17 años, en la boda de su hermana Teresa con Gustav Bloch, conoció al hermano de este, Ferdinand. Un año después de aquel enlace, en 1899, la hermana de la novia y el hermano del novio se casaban en Viena. Ferdinand, industrial azucarero, era 17 años mayor que su mujer, de la que siempre estuvo muy enamorado.
Tanto, que no quiso que ella abandonara su apellido de soltera y se convirtiera en Adele Bloch. Por ello, los dos adoptaron ambos apellidos, convirtiéndose en Adele y Ferdinand Bloch-Bauer. Se instalaron en una gran casa en Elisabethstrasse, muy cerca de la Ópera de Viena.
Y allí, en la Viena que estrenaba el siglo XX, la joven Adele, de 18 años, abre sus salones a los intelectuales y artistas que otorgaron a la capital austríaca el sobrenombre de la “ciudad de genios”, los que revolucionaron la cultura occidental desde todos los campos posibles.
Entre ellos, el escritor Stefan Zweig, el filósofo Ludwig Wittgenstein, los músicos Alma y Gustav Mahler, el psicoanalista Sigmund Freud, el físico Erwin Schrödinger (que más tarde ganaría el Nobel), los arquitectos Adolf Loos y Otto Wagner y, por supuesto, los pintores Gustav Klimt, Egon Shiele y Oskar Kokoschka.
Estos últimos, encuentran sus mecenas en los miembros de la alta burguesía industrial, dispuestos a financiar a los miembros de la Secesión vienesa, un grupo de artistas que rompieron con la forma tradicional de pintar y demasiado revolucionarios para la aristocracia de la época.
Durante años, Adele los reunirá y recibirá en su casa, apoyando también causas como el sufragio femenino. "Era muy diferente a mi madre, la mariposa social. Adele quería rodearse de cerebros, de artistas e intelectuales. No creo que fuera muy feliz en casa", declaró a The Washingotn Post su sobrina María Altmann, que nació en 1916.
Adele y Ferdinand lo intentaron pero no pudieron tener hijos. Ella sufrió los abortos y la compasión de una época hacia las mujeres que no podían ser madres. Gustav Bloch y Teresa Bauer acuden con frecuencia a ver a sus hermanos con sus tres hijos.
El primer retrato
En 1903, Ferdinand le encarga al pintor Gustav Klimt que pinte un retrato de su esposa. Adele tiene 22 años. El artista, que se inspiró en los mosaicos bizantinos de Rávena (ciudad italiana que había visitado), tardó más de tres años en terminar la obra, titulada Retrato de Adele Bloch-Bauer I (1907).
Eso, y la reputación libertina de Klimt, desató los rumores que cuentan que entre pintor y modelo surgió una relación más que amistosa. El pintor escandalizó a la sociedad de su tiempo al convivir con su cuñada (nada más fallecer el marido de esta y hermano de Klimt) y otras modelos ocasionales, a las que retrató en poses claramente eróticas.
Sucediera lo que sucediera entre Klimt y Adele, lo cierto es que ella fue la única mujer a la que Klimt pintó en dos ocasiones pues, en 1912, terminó un segundo cuadro, titulado Retrato de Adele Bloch-Bauer II. Es cierto que a algunas modelos si las utilizó como inspiración para diferentes cuadros, pero Adele fue la única que no se dedicaba a posar para pintores a la que retrató dos veces.
¿Significados ocultos?
Los expertos en arte han tratado de buscar el significado oculto en ambos retratos, de estilos y poses muy diferentes. Cuando Klimt acabó el primero, Adele tenía 26 años. Cuando el pintor acabó el segundo, 31.
En el primero, de inspiración egipcia, hay quien ve a una mujer abrazada por el oro mientras que otros la intuyen sepultada en él. Donde unos ven opulencia e indolencia, otros la ven prisionera en una jaula de oro que la aleja de la naturaleza. En su cara, unos ven paz y otros resignación.
En el segundo, de estilo más occidental, hay quien la ve más feliz que cinco años antes. Otros, sin embargo, la sienten apesadumbrada y constreñida por el vestido y los accesorios.
Ciertos expertos destacan, además, el parecido físico entre la modelo de la pintura Judith con la cabeza de Holofernes (1901) y Adele Bloch-Bauer, y el collar es muy parecido al que lleva Adele en su retrato. Esta es una de las pinturas más eróticas del artista, según la experta Laura Payne, autora de Klimt, Essential Art (2001).
Klimt murió de un ictus, en 1918, a los 56 años. Nunca se casó, pero convivió con muchas de sus modelos y, a su muerte, varias de las que habían sido amantes suyas alegaron que el pintor era el padre de sus hijos.
Adele murió de meningitis en 1925, a los 43 años. En su testamento pedía a su marido que, cuando este falleciera, sus dos retratos pintados por Klimt fueran donados a la Galería Austriaca en Viena. La ciudad a la que ella tanto amaba personifica el paso del siglo XIX al XX, de la modernidad a la posmodernidad, que busca nuevas formas de expresión en la arquitectura, las artes, la literatura y la música, mientras se producen trascendentales cambios sociales, económicos y científicos.
El robo de los nazis
Una época de progreso que terminará abruptamente, en 1938, cuando la Alemania nazi se anexiona Austria: cientos de miles de vieneses reciben entusiasmados a Hitler sin saber que muy pronto comenzará la persecución de los judíos y los nazis confiscarán todas las propiedades de estos.
Para borrar cualquier rastro de su pasado, los expertos en arte nazis cambian el título de la obra, rebautizándola como Woman in Gold (La dama de oro). El cuadro será instalado en la Galería Belvedere de Viena, donde permanecerá durante casi seis décadas, convertido en el equivalente a la Mona Lisa para Austria.
The Lady in Gold: The Extraordinary Tale of Gustav Klimt's Masterpiece, Portrait of Adele Bloch-Bauer se llama también el libro de Anne-Marie O'Connor sobre la historia del famoso retrato, y Woman in Gold (La dama de oro) es el título de la película que, en 2015, llevó al cine la historia de Maria Altman, interpretada por Helen Mirren.
Para la sobrina de Adele y Ferdinand Bloch-Bauer, el cuadro no era una obra maestra de la pintura universal sino, simplemente, el retrato de su tía Adele, una mujer decidida y elegante a la que, cuando María era una niña, soñaba con parecerse cuando fuera mayor.
Por eso, 56 años después de que el cuadro fuera robado, en 1998, María decidió hacer justicia y recuperar lo que era suyo, iniciando una batalla legal contra el gobierno austriaco.
Cuando el marido de Adele murió, en 1945, en su exilio suizo (donde pasó numerosas penurias), dejó escrito en su testamento que legaba los cuadros de Klimt a sus tres sobrinos, a los que quiso como si fueran sus propios hijos. En 1998, de los tres, solo María Altmann seguía viva.
Y así fue cómo, a los 82 años, con la ayuda de su abogado, Randol Schoenberg (descendiente de Arnold Schoenberg, compositor judío que frecuentaba la casa de su tía Adele y que también logró huir de la persecución nazi), María comenzó un proceso sin precedentes, viajando hasta Viena para tratar de recuperar lo que le había sido arrebatado a su familia.
Uno de los recuerdos más dolorosos que conservaba María era el de su padre, que falleció dos semanas después de que los nazis entraran en su casa y se lo arrebataran todo, especialmente, su querido violonchelo de Stradivarius.
Austria retrasó cuanto pudo el proceso, avergonzada al tener que recordar ese oscuro episodio de su historia. Fueron siete años de investigación, demandas, burocracia, pelea y desánimo, en los que el gobierno austriaco se aferraba al primer testamento de Adele para defender su derecho a conservar una obra que era un icono nacional.
Finalmente, en 2006, un tribunal de Estados Unidos dictaminó que María Altmann era la propietaria legal de las seis pinturas pintadas por Klimt (los dos retratos de su tía y cuatro paisajes) que pertenecieron a Bloch-Bauer. Austria aceptó el veredicto con resignación y envío los cuadros a Los Angeles.
María Altmann contó con el apoyo de Ronald S. Lauder, hijo de Estée Lauder, la creadora de un imperio cosmético. En 1986, Ronald Reagan le había nombrado embajador de Estados Unidos en Austria, y conocía bien el cuadro, el país y el caso.
Bill Clinton designó una comisión para examinar los casos de robos de obras de arte del gobierno nazi, a la que también pertenece Lauder, así como a la World Jewish Restitution Organization que, durante años, se ha dedicado a intentar recuperarlas.
Más de 100.000 siguen hoy en paradero desconocido o en manos de quienes no son sus verdaderos propietarios, según se cuenta también en la película The Monuments Men (2014). Otras sí fueron restituidas a los herederos de sus legítimos dueños.
Expuesto en Nueva York
El 16 de noviembre de 2001, Ronald S. Lauder inauguró la Neue Galerie en Nueva York, ubicada en la Quinta Avenida (a la altura de la calle 86), en la llamada “milla de oro de los museos”, frente al Museo Metropolitano de Arte (MET). Dedicada al arte alemán y austriaco de principios del siglo XX, atesora una de las mejores colecciones del mundo de cuadros de Egon Schiele y otras obras recuperadas del expolio nazi.
María Altmann vendió el Retrato de Adele Bloch-Bauer I a Ronald S. Lauder por 135 millones de dólares (la cantidad más alta pagada por un cuadro hasta esa fecha), con la condición de que se exhibiera en la Neue Gallery, para que todo el que quisiera pudiera contemplarlo y disfrutarlo, como su tía Adele hubiera querido.
El resto de las piezas se subastaron en Christie's por unos 190 millones. Entre ellas, el Retrato de Adele Bloch-Bauer II, vendido en 2014 por 88 millones dólares a Oprah Winfrey. Dos años después la presentadora y periodista lo vendió, por 150 millones de dólares (casi el doble de lo que había pagado) a un comprador chino no identificado.
María Altmann murió en 2011, a los 94 años. Ella y sus hijos crearon, con parte de lo recibido por la venta de los cuadros, la Fundación de la Familia de Maria Altmann, para apoyar al Museo del Holocausto de Los Ángeles y otras causas de la comunidad judía.
"A mi tía le habría encantado vivir como lo hacen hoy las mujeres en Estados Unidos. Habría ido a la universidad y se habría dedicado a la política" aseguró su sobrina, antes de morir. "No era mujer de estar encerrada en meriendas y fiestas de damas de la alta sociedad".
Nunca sabremos si Adele Bloch-Bauer habría hecho todo eso que pensaba María Altmann, lo único seguro es que su retrato es hoy uno de los cuadros más famosos del mundo, y que su vida sigue siendo un misterio sin resolver.