Es fácil pensar en Gabrielle Chanel como un planeta o quizá como una estrella. En esos términos, ella estaría en el centro de una constelación o de un sistema planetario en el que orbitarían, alternando diferentes centros, algunas de las artistas y no pocos de los creadores más importantes del arte moderno.
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“La belleza comienza con la decisión de ser uno mismo”, afirmaba Coco Chanel, autora de algunas de las máximas más elegantes del siglo pasado. Pigmalión y filántropa, “Coco” [sobrenombre con el que intentó dedicarse a la canción antes de la moda] encarna una figura mítica del siglo XX, y su legado no siempre se ha reconocido de un modo cultural expandido.
Era huérfana desde que su madre falleció y su padre las abandonó: comenzó a buscar a su alrededor y el arte se convirtió en su principal vector. Más allá de su increíble aportación a la moda, Chanel es una mujer de la cultura.
Como explica a MagasIN Assunta Jiménez-Ontiveros, la directora de Relaciones Exteriores de Chanel en nuestro país, “Gabrielle cultivaba el auténtico sentido de la modernidad, de la vanguardia, de la audacia, y lo llevaba de manera natural a sus creaciones”. Consciente de su pertenencia a un ecosistema de talento, Coco afirmaba que “la edad depende de los días, pero también de las personas con las que te encuentras”.
Describe una noche concreta Paul Morand en “L’Allure de Chanel”, “la primera vez que entré en la rue Cambon, en la víspera de Año Nuevo de 1921”. Y explica con tono romántico cómo esa noche misma, Coco aparecía ante los ojos de todos con una doble consideración: observadora y partícipe al mismo tiempo de una escena efervescente en la que giraban todos los planetas y estrellas del sistema de las vanguardias: “Satie, Lifar, Auric, Segonzac, Lipchitz, Braque, Luc-Albert Moureau, Picasso, Cocteau…”.
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Chanel y el modernismo
Quizás el mejor modo de resumir aquel complejo universo sea la palabra “modernismo”: Chanel encarna este movimiento fundamental que comienza en el siglo XIX y dura quizá hasta mediados del XX.
Sin embargo, a diferencia de otros diseñadores de moda que estuvieron interesados en las artes, Chanel nunca imitó o citó a otros artistas, nunca copió a Mondrian, como hizo Yves Saint-Laurent, o a Monet, como hizo Christian Dior: para ella las líneas abstractas de inspiración provenían del cuerpo, no de pinturas creadas por artistas, y de momentos, situaciones y lugares que vivirían las personas que decidieran vestir su ropa.
Como añade Jiménez-Ontiveros, “no había nada de prepotencia en su propuesta, era todo personalidad e inteligencia”.
“Todo mi arte ha consistido en cortar lo que otros juntaban”, afirmaba Coco. Los paneles de sus chaquetas, por ejemplo, tienen “cierta relación con la pintura cubista” [como se podrá ver en la exposición en Madrid, en el Museo Thyssen, Picasso/Chanel, hasta el 15 de enero de 2023].
Chanel y el matrimonio Picasso se conocieron en 1917, en primavera, a través probablemente de Cocteau, y colaboraron en dos ocasiones, ambas mediadas por él, una en el año 1922 para la producción de Antígona, y otra en 1924 para el ballet ruso de Diághilev Le train Bleu.
Art Déco
“La elegancia está en la línea”, afirmaba Chanel. Su vestido negro, “le petit robe noir”, se puede ver ahora como una referencia a la pureza del Art Déco, y su ‘cintura libre’ como una reivindicación, en ese momento aún escandalosa, que coincidía históricamente con los nuevos movimientos de la danza moderna, que comenzaban a generar una reflexión alrededor del cuerpo de la mujer.
Como la bailarina Isadora Duncan y otras pioneras habían experimentado, la libertad de movimiento era en realidad el deseo de un cambio social, las mujeres comenzaban a moverse con libertad para incorporarse lentamente a la vida moderna y al mercado laboral, y su forma de vestir debía cambiar.
Sin embargo, los gestos de Gabrielle Chanel no fueron en su carrera literales ni permanentes: la auténtica obsesión de Coco era “la reinvención”, como explica Jiménez-Ontiveros, y por eso puede ser considerada “como una auténtica artista”, porque desde el principio consideró su creación como personal y propia, investigando en la silueta femenina que iba cambiando con la propia mujer de cada época.
Para algunos autores, de hecho, se trata de una “escultora” [aunque ella prefería definirse como una artesana], por su deseo de ir acomodando los materiales sobre el cuerpo de las mujeres, buscando libertad, confort y fluidez.
La danza y el diseño
La danza la descubrió Gabrielle Chanel en París en compañía de Boy Capel y fueron los ballets rusos lo que primero la fascinó. En Venecia, Misia Sert le presentó a Diaghilev, el artífice de aquel artefacto de fascinación [que, por esas casualidades del destino, moriría el mismo día del cumpleaños de Chanel].
Fue Coco la que hizo que por primera vez en 1924 el público pudiera ver a bailarines en traje de baño o ropa de tenis en Le train Bleu de Cocteau, y hasta el final de sus días conservó una amistad íntima con el primer bailarín Serge Lifar, quien siempre la consideró su madrina.
El propio diseño del estuche blanco del conocido perfume Chanel nº5 se convirtió en un statement: sus líneas depuradas era una expresión de los códigos de la época, que otros artistas estaban experimentando, y Coco estaba abrazando y, más que eso, difundiendo de una manera muy exitosa.
Incluso en joyería, realizó proyectos escultóricos, que eran una visión nueva y escandalosa de los adornos. Incluso pidió a un conocido artista, Bresson, que fotografiara su colección de joyería fina titulada Bijoux de Diamants (1932).
Chanel, el cine y los libros
“Es a través del cine que la moda se puede imponer hoy”, afirmó en 1931, con evidente presciencia, sin imaginar aún que participaría la nueva edad de oro de Hollywood, la Nueva Ola francesa y el cine de vanguardia.
Ese mismo año, creó el vestuario para Gloria Swanson en Tonight or Never, creando para ella nueva imagen. Personalmente, Coco Chanel se encargó de presentar a Visconti al gran Renoir, además de conectar a continuación a Zefirelli con Visconti.
Chanel misma contaba que sus amigos decían que todo lo convertía en oro, y que el secreto de aquello era una cantidad de trabajo terrible [“tout ce que Coco touche, elle le change en or, disent mes amis. Le secret de cette réussite, c’est que j’ai terriblemente travaillé”].
Tuvo también malas épocas, pero fueron remontadas siempre con ayuda de esfuerzo, y la cultura casi como una religión. Como añade Jiménez-Ontiveros, “su momento álgido fue entre 1934 y 1935, cuando llegó a tener hasta tres mil trabajadoras. Tuvo un parón después de la Segunda Guerra Mundial, estuvo en Suiza y no regresa hasta mediados de la época de los cincuenta”.
Tras su regreso a la moda en 1955 [año en que se presenta su bolso 2.55], comenzó a estar cada vez más relacionada con la nouvelle vague por su relación con Jeanne Moureau, que se convirtió en su amiga íntima y apareció vestida por ella en numerosas ocasiones, como en las míticas Los amantes (1958) y Las amistades Peligrosas (1960).
El cineasta Alain Resnais le pidió a Gabrielle Chanel que en 1961 se encargara del vestuario de El año pasado en Marienbad, para conseguir evocar de nuevo los auténticos años 20. Además, Coco estuvo tras la nueva imagen de Romy Schneider que pronto se convirtió en icono: con unas pinceladas, lucía increíble con una silueta de mujer moderna en Boccaccio 70 (1962), dejando al público boquiabierto.
Asimismo, en relación a la literatura, Roland Barthes fue quien la reivindicó como una de las grandes autoras de “máximas”: ella fue lectora empedernida y parte de la comunidad de autores entre los que estaban Colette, Jean Cocteau, Michel Déon, Raymond Radiguet o Joseph Kessel.
Le confió a su amigo Paul Morand de hecho que la literatura la acompañó en toda su etapa final, en la que la soledad se cubrió por la idea que ella alentaba de “viajar sin viajar” por medio de la lectura.
“La verdadera generosidad consiste en aceptar la ingratitud”, llegó a afirmar al final de su vida, en un camino lleno de talentos que la habían acompañado, inspirado y decepcionado, pero acompañado al fin y al cabo. “La fama es eso, la soledad”, concluyó escribiendo, puesto que sus últimos días fueron solitarios y reflexivos. “No aspiro a la tranquilidad, espero que se me permita descansar en paz después de mi muerte”, había dicho.
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