Carmen Alborch (Castelló de Rugat, 1947- 2018) fue conocida como 'la ministra pop' del felipismo. Feminista hasta la médula, su melena roja aleonada fue una de sus señas de identidad.

[Así eran y vivían las primeras feministas del siglo XII, conocidas como las beguinas]

Alborch fue ministra de Cultura entre 1993 y 1996, diputada del Grupo socialista durante diversas legislaturas, presidenta de la Comisión de Control Parlamentario de RTVE y presidenta de la Comisión Mixta de Los Derechos de la Mujer y de la igualdad de Oportunidades en el Parlamento español.

Fue una incansable luchadora por los derechos de las mujeres, y su lucha por la igualdad de género durante toda su vida se vio recompensada con numerosos premios como el de Mujeres Progresistas, Premio Meridiana de la Junta de Andalucía, el Rosa Manzano, Gabriela Sánchez Aranda y el de la Federación de Asociaciones de Mujeres Rurales, entre otros muchos.

Carmen Alborch durante los actos conmemorativos del Día Internacional de la Mujer Trabajadora en Valencia, 1994.

Carmen consideraba el feminismo como una actitud vital y de él decía: El feminismo es reivindicación, pero también es la energía que necesitamos para participar de todo lo que nos concierne individual y colectivamente” y también, “somos feministas, responsables, alegres y libres. Y todo esto contribuye a la dignidad de las mujeres”.

Eliminar la violencia de género

Adelantada a su tiempo, Carmen quería erradicar la violencia que se ejercía en la mujer por todos los medios: “El feminismo quiere cambiar el orden social para conseguir la igualdad entre hombres y mujeres en un mundo equilibrado y sin violencia. Y el reto pendiente y dramático de la desigualdad es eliminar la violencia contra las mujeres. Eso pasa, entre otras cosas, por cambiar el concepto de la masculinidad. Educar a los hombres en la no violencia. Las mujeres, por su parte, han de vencer muchos miedos", aseguraba Alborch.

Quienes la conocieron de cerca, aseguran que era una mujer inteligente, atrevida, llena de luz, divertida... “Con capacidad de sorprenderse permanentemente y de aprender de cada conversación, de cada persona y de cada situación”, aseguraba Enriqueta Chicano, consejera del Tribunal de Cuentas.

De familia valenciana acomodada

Carmen nació y creció en el seno de una familia acomodada en Castellón de Rugat, en Valencia. Hija de un empresario, fue la mayor de cuatro hermanos (Carmen, Miguel, Vicenta y Rafael). Telas, patrones, hilos y dedales no le fueron ajenos, ya que veía coser a su madre cada tarde, y de ahí, probablemente, su gusto por la moda y el color. A su muerte, sus hermanos donaron al Museo del Traje sus vestidos y complementos.

Cuando apenas contaba con un año, sus padres se trasladaron a vivir a Valencia. Tras su paso por el colegio religioso de las Esclavas del Sagrado Corazón, realizó estudios superiores en la Universidad de Valencia.

En 1977 obtuvo una plaza como profesora adjunta de Derecho Mercantil en la Facultad de Derecho de la Universidad.

Posteriormente, amplió sus estudios jurídicos en diferentes instituciones de Roma gracias a una beca de la Fundación Juan March (1982-1984). De vuelta en Valencia, desempeñó funciones docentes como directora del Departamento de Derecho Mercantil. De esta etapa data su participación en la Asociación de Mujeres Universitarias y de la Asamblea de Mujeres de Valencia.

Decana de la Facultad de Derecho desde 1985, abandonó la Universidad al ocupar la dirección General de Cultura de la Generalitat Valenciana, en 1987. Seguidamente, fue nombrada directora gerente del Instituto Valenciano de Artes Escénicas Cinematografía y Música (1987-1990) y directora gerente del Instituto Valenciano de Arte Moderno (1988-1993).

Fue la denominada embajadora de la modernidad de Valencia hasta que en 1993, la victoria socialista en las elecciones le valió su nombramiento como ministra de Cultura (cargo que ocupó del 14 de agosto de 1993 al 3 de marzo de 1996), sin estar afiliada al Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y formando parte del primer gobierno de España, que contó con la presencia de tres mujeres.

En 2004, ocupó la presidencia de la Comisión Mixta de los Derechos de la Mujer y de Igualdad de Oportunidades del Congreso de los Diputados.

Alborch y Pedro Sánchez durante la recepción el Día de la Fiesta Nacional, 2014.

Ensayos de éxito

A finales de la década de 1990, publicó dos ensayos acerca de los retos y expectativas de la mujer en la sociedad moderna, obteniendo un importante éxito editorial.

Revolucionó el debate social con el lanzamiento de Solas. Gozos y sombras de una manera de vivir (Temas de hoy, 1999). "Las mujeres solas no nos conformamos. Vivimos acompañadas mientras nos sentimos queridas, mientras se mantiene el deseo, mientras perduran la complicidad y el respeto. Pero cuando no existe sincronización con nuestra pareja, preferimos estar solas que resignarnos al desamor. En cualquier caso, no somos militantes de la soledad", aseguraba Carmen en el prólogo de un texto sobre soledad y plenitud.

En Malas, rivalidad y complicidad entre mujeres (Debolsillo, 2003) hablaba de algunas cuestiones clave en las relaciones entre mujeres: de la rivalidad que les ha enfrentado históricamente; de la presunción de maldad extendida a casi todas ellas por las tradiciones culturales. Y también se refiere a la complicidad entre mujeres, donde las mujeres se encuentran para que sus voces sean oídas y respetadas.

Le siguieron: Libres, Ciudadanas del Mundo (Debolsillo, 2006) homenaje a nueve mujeres elegidas por su coraje, entrega y buen hacer con el que se enfrentaron a las distintas situaciones injustas o difíciles que les tocó vivir.



Y también Los placeres de la edad (Espasa, 2014) en el que Carmen reivindicaba el derecho a vivir con plenitud en la madurez: Una reflexión acerca de diversos placeres como la libertad, la amistad, la soledad, el buen humor, la familia, el cuidado, el buen amor, la participación que adquieren una intensidad diferente precisamente cuando la responsabilidad de la vida laboral activa va decreciendo, y se dispone de más tiempo libre para reencontrarse y reinventarse. Para Carmen se trataba de envejecer bien y de ser participes de una nueva cultura de la vejez.

Ella decía: “No hay una vejez, sino diversas vejeces. Envejecemos como hemos vivido, con multitud de matices, porque hay márgenes para el cambio en función de distintos condicionantes y circunstancia como la genética, la salud, el lugar donde has nacido o vivido, la formación, las circunstancias, la situación económica, y por supuesto, la suerte”. Murió a los 70 años enferma de cáncer en su casa de Valencia, rodeada de su familia.