Las ausencias en la coronación del rey Carlos III de Inglaterra están dando mucho que hablar. Especialmente la de Meghan Markle, quien ha decidido quedarse en California con sus hijos Archie y Lilibet Diana para celebrar el cumpleaños del primogénito.
En este tipo de eventos, se especula mucho sobre la causa de las ausencias y es que han llegado a sucederse casos en los que el propio rey ha vetado a la reina consorte asistir.
Esto fue lo que le ocurrió a la reina Carolina de Brunswick-Wolfenbüttel. Su marido Jorge IV se convirtió en su peor enemigo. Hizo que tuviera que exiliarse y el día de la coronación le prohibió la entrada.
La duquesa prometida
Carolina de Brunswick-Wolfenbüttel nació el 17 de mayo de 1768 en Alemania con el título de duquesa de Brunswick-Wolfenbüttel. Fue la tercera de los siete hijos del duque Carlos II Guillermo de Brunswick-Wolfenbüttel y la princesa Augusta de Gran Bretaña, hermana del rey Jorge III de Reino Unido.
Apenas existe información sobre su infancia. Según Hola, la duquesa siempre mostró una querencia por el país natal de su madre e incluso habría tenido un idilio con un oficial británico. Sin embargo, sus padres comenzaron a planear en ese momento el matrimonio de Carolina con Jorge, el príncipe de Gales, con quien estaba emparentada. En 1794 el compromiso con su primo fue anunciado.
Era uno de los 16 hijos de los reyes Jorge III y la reina Carlota. Según Monarquías.com, se cuenta que cada vez que Jorge conquistaba a una mujer, cortaba un mechón de su cabello y lo colocaba en un sobre con el nombre de la dama a modo de trofeo y que, al fallecer, había 7.000 sobres. Su comportamiento jugador y mujeriego irritaba a su padre.
El príncipe tenía un pasado turbulento, según la revista Hola, además de haber mantenido un tórrido romance con la actriz y poetisa Mary Robinson (1757-1837), se casó en secreto con Maria Fitzherbert (1756-1837), si bien el enlace no fue válido al no haber sido autorizado por el rey.
Además, su estilo de vida derrochador le llevó a tener deudas de más de 60.000 libras de la época. Para sanear las cuentas debía contraer matrimonio y la elegida fue Carolina de Brunswick.
Un matrimonio separado
El 8 de abril de 1795 se celebró el enlace matrimonial en el palacio de St. James, sin que se conocieran antes y la primera impresión fue terrible. Varios textos cuentan que el príncipe pidió un vaso de brandy para sobrellevar la situación, le pareció poco agraciada y sucia, y ella también se quejó.
Su matrimonio fue un desastre, de hecho, la correspondencia del príncipe revela que solo tuvieron tres encuentros íntimos y de uno de ellos nació Carlota Augusta, la única hija legítima de Jorge. Tras el nacimiento de su hija el 7 de enero de 1796, los príncipes de Gales nunca volvieron a vivir juntos y las apariciones oficiales las hicieron separados. Él, casi de inmediato, se echó a los brazos de la condesa de Jersey (1753-1821).
La situación era insostenible. El príncipe llegó a plantear el divorcio, pero su padre se lo negó. El 30 de abril mandó una carta a su esposa en la que le decía que pese a seguir casados, harían vidas separadas y así ella sufrió la humillación de ser repudiada por su marido.
Carolina se trasladó a Blackheath, a 'La Pagoda', y allí llevó una intensa vida social. Empezaron, según la revista Hola, a correr entonces rumores de todo tipo y esas noticias llegaron a palacio. Algunas fuentes apuntan que tuvo relaciones adúlteras con el político Jorge Canning y el almirante Sidney Smith. Esto le impidió con frecuencia ver a su hija.
En 1806 se dañó especialmente su reputación, ya que se creó una investigación para estudiar si era cierto que había tenido un presunto hijo ilegítimo: William Austin. Según Monarquías.com era un rumor extendido por Lady Douglas. Se concluyó que no existía evidencia, pero el daño estaba hecho y la sociedad británica hizo el vacío a la princesa, víctima de una campaña de desprestigio orquestada por su marido, quien buscaba anular el matrimonio por cualquier medio.
En 1814 la presión se volvió tan insoportable que Carolina de Brunswick-Wolfenbüttel abandonó Reino Unido y se instaló en Italia, a orillas del lago Como. Allí contrató los servicios de Bartolomeo Pergami, un mayordomo local de quien se volvería inseparable. Mientras, en Reino Unido, se hablaba del presunto romance de la heredera y este supuesto amante italiano.
El príncipe quiso aprovecharse de la situación y mandó buscar pruebas del adulterio. La investigación concluyó que la princesa y el mayordomo hacían vida de casados. Por ello, el heredero ofreció a su mujer reconocer el adulterio y facilitar el divorcio. Pero la princesa se negó a aceptarlo.
Por aquel entonces, Carlota, la única hija del matrimonio, murió al dar a luz a su único hijo, que nació muerto.
Vetada de la coronación
En plenas discusiones sobre el divorcio, falleció el rey Jorge III y los príncipes de Gales se convierten en los soberanos del Reino Unido. La reina Carolina se dispone a regresar a Londres de su exilio, pese a que el Gobierno le ofreciera una pensión por mantenerse en Italia. El Gobierno trató de introducir la Ley de Dolores y Penas para despojarla del título de reina y disolver su unión con el monarca. Pero la ley no fue aprobada.
En estos años, el pueblo la quería. Era considerada una víctima del rey y por ello se echaban a la calle para defenderla. El rey, sin embargo, continuaba insistiendo al Parlamento para que buscara pruebas de su infidelidad y difundía rumores falsos sobre su mujer.
Llegó el 19 de julio de 1821, fecha de la coronación, que se celebraría en la Abadía de Westminster. Ese día se produjo la mayor humillación que sufrió la reina Carolina de Brunswick-Wolfenbüttel. Se le negó la entrada a la investidura de su marido.
Esa misma noche cayó enferma y diecinueve días después falleció a los 53 años en Brandeburg Hoys (Hammersmith, Londres). Algunas fuentes apuntan que sus informes médicos desaparecieron, otras que la misma Carolina, sabiendo que se moría, pidió que no se le realizara autopsia. Pese a su posición de reina, fue enterrada en Brunswick y no en Westminster, siguiendo sus deseos. En su lápida hoy se puede leer: “Carolina, la agraviada Reina de Inglaterra”.