Aunque los libros de ciencia no hablen de ella, hubiera pasado a la historia como la madre del cambio climático. Se trata de Eunice Newton Foote, una sufragista con un desbordante amor por el conocimiento que, gracias a cuatro termómetros, dos cilindros de vidrio y una bomba de vacío, sentó precedente en su ámbito.
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Nuestra protagonista nació el 17 de julio de 1819, en un pequeño pueblo llamado Goshen (Connecticut). Su familia estaba formada por su padre —agricultor y empresario—, su madre —ama de casa—, sus seis hermanas y sus cinco hermanos.
En el año 1841, la investigadora se casó con Elisha Foote, con el que además de su vida también compartió vocación. Las semillas de esta inclinación por la ciencia brotaron en el Seminario Femenino de Troy, donde se le impartieron sus primeras materias relacionadas con biología y química.
Además de investigadora, Foote también destacó por su labor sufragista. Formó parte del Comité Editorial para la Convención de Seneca Falls de 1848 —uno de los primeros actos en EE. UU. que abogaba por el feminismo— y firmó, junto a su marido, la Declaración de Seneca Falls que amparaba los derechos civiles, sociales, políticos y religiosos de las mujeres.
La desgracia del olvido
Era la mañana del 23 de agosto de 1856, cientos de científicos, inventores y expertos se congregaron en Albany, Nueva York, para asistir a la 8º Reunión Anual de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia. Allí, varios profesionales del campo compartirían y debatirían sus investigaciones.
En este evento, un informe se coló entre las decenas de reportes y no fue hasta el año 2010 cuando se le confirió el mérito científico que merecía. Titulado Circumstances Affecting the Heat of Sun's Rays, este estudio hablaba sobre el efecto invernadero —un fenómeno para entonces desconocido— y lo firmaba, para sorpresa de todos, una mujer.
Debido a las restricciones de la época, toda mujer tenía vetado el acceso a exposiciones de aquel tipo, por lo que tuvo que ser Joseph Henry, profesor en la Smithsonian Institution, quien presentara la investigación. Curiosamente, ni el paper de Foote ni la aportación de Henry aparecieron en las actas de aquella conferencia.
Al año siguiente, el periodista David A. Wells reseñó el trabajo de Foote y escribió lo subsecuente: "A continuación, el profesor Henry leyó un artículo de la señora Eunice Foote, precediéndolo con unas pocas palabras en las que dijo 'que la ciencia no era de ningún país ni de ningún sexo. La esfera de la mujer abarca no solo lo bello y lo útil, sino lo verdadero'".
Pese a esta crónica, no se encontró cita alguna del trabajo de Eunice Foote en la publicación que John Tyndall elaboró tres años después, cuyos experimentos —más sofisticados que los de nuestra protagonista— discurrían que las moléculas de gases como el metano, el dióxido de carbono o el vapor de agua bloquean la radiación infrarroja.
No obstante, escapa de nuestro conocimiento si Tyndall conocía o no el trabajo de la científica, ya que el Atlántico separaba a ambos pensadores y las comunicaciones de la época no destacaban por su excelencia.
Como en casa en ningún lado
El ingenio era algo que caracterizaba a Foote y para confirmarlo no hacía falta más que fijarse en su singular experimento. Utilizando cuatro termómetros, dos cilindros de vidrio y una bomba de vacío, consiguió retener los gases que componen la atmósfera y los expuso tanto al sol de manera directa como a la sombra.
Cuando estudió el cambio de las temperaturas, descubrió que el CO₂ y el vapor de agua absorbían una cantidad de calor suficiente como para que esta pudiera afectar el clima: "Una atmósfera de [CO₂] le daría a nuestra Tierra una temperatura alta; y si, como algunos suponen, en un período de su historia, el aire se había mezclado con él en una proporción mayor que en la actualidad, […] de ello debió de resultar una temperatura necesariamente mayor".
Adelantada a su tiempo, Foote fue la primera en teorizar sobre lo que hoy conocemos como cambio climático y, como muchas otras mujeres, fue arrancada del gran éxito que ello le hubiera conferido en la época.