En contra de la creencia extendida en la historia de los corsarios, desde la antigüedad las mujeres piratas han luchado junto y contra sus compañeros masculinos y, en algunos casos, han tenido tripulaciones más grandes a su cargo que los bandidos con los que combatían.
Tras volver de su viaje a Islandia en el año 1852, la viajera, escritora y ama de casa, Ida Pfeiffer, escribió en el prefacio de su obra: "Y tú, querido lector, ruego que disculpes mi amor por la aventura que, a ojos de muchos, no concuerda con lo que se espera de mi sexo".
Pedir perdón antes de viajar, de disfrutar, de vivir igual que sus coetáneos, los hombres, es lo que las mujeres a lo largo de la historia —y desgraciadamente todavía en diferentes lugares del mundo— han hecho y siguen haciendo. Ese primer paso, insignificante, inadvertido cuando lo daban ellos, ha supuesto una verdadera revolución para avanzar en la adquisición de los derechos de la mujer y un salto cualitativo en la forma de concebir el viaje.
Persona non grata
En la historia del viaje y la exploración, el mundo marino es quien más se ha esforzado en excluir a la mujer de su entorno. Los piratas, corsarios, bucaneros o contrabandistas incluso llegaron a inventar una superstición para excusar la ausencia del sexo femenino entre la tripulación: una mujer a bordo traía mala suerte o, como se dice en latín, la mujer era personae non gratae (persona non grata) entre ellos.
Los piratas han existido desde que existe un mar en el cual navegar y a su mala fama se le une la pata de palo, los parches en el ojo, el ron o los pericos verdes, parlanchines y filibusteros como ellos. Sin embargo, la verdadera piratería se extiende más allá de los atributos caricaturescos. El corazón de los piratas reside en la libertad sin leyes que se apartan del concepto tradicional del hogar y en la comodidad de una vida situada más allá de los confines de la sociedad; una decisión que se toma independientemente del sexo de la persona que la ejecute.
Guardar las enaguas
Muchos capitanes y piratas caribeños dictaron artículos que prohibían expresamente la presencia de mujeres a bordo para evitar cualquier disputa por favores sexuales o comportamientos abusivos en sus barcos, por eso, la historia de las mujeres piratas es tan fascinante: ellas tuvieron que luchar con una fuerza superior para que se las respetara y, en la actualidad, se las llegue a reconocer en los libros de historia.
En una sociedad patriarcal y machista, parece inconcebible que una mujer guardara su identidad junto con las enaguas y se echara al mar para tomar las armas, pero muchas de ellas lo consiguieron encargándose personalmente de que su existencia no pasara inadvertida. Pero, ¿quiénes son estas mujeres piratas y cómo consiguieron serlo?
Mujeres a bordo
Desde personajes de la realeza hasta mendigas, pasando por adolescentes, mujeres de comandantes o vengadoras. Ellas, a diferencias de los hombres, tenían poco en común entre sí, exceptuando su género y su deseo de escapar de los convencionalismos tradicionales. Dependiendo de la época, el lugar, la cultura y, sobre todo, la oportunidad, se enrolaron de diferentes maneras en el mar y siguieron a sus maridos escondidas en barcos navales o se convirtieron en las esposas de capitanes mercantes.
También existen documentos que acreditan cuantas de ellas se hicieron pasar por jóvenes varones y cuantas lo hicieron de cocineras o sirvientas en buques de guerra. Otras financiaron a los hombres para que se convirtieran en piratas por ellas, y muchas más se unieron abiertamente para trabajar en las industrias pesqueras que se dedicaban a la captura y caza de ballenas.
En el mar de la China Meridional
Es difícil saber cuántas marineras se convirtieron en piratas, sin embargo, se conocen casos concretos de mujeres de leyenda que dejaron su huella en la extensa historia de las mujeres del mar. En Asia las mujeres llegaron a ser grandes capitanas y, sin ningún tipo de duda, Ching Shih fue la pirata más famosa del lugar.
Nacida en 1775, fue la persona que comandó una de las flotas más grandes del siglo XIX, compuesta por 2.000 barcos. Tras ser capturada por el pirata Zheng Yi en el año 1801 mientras ejercía la prostitución, la joven se casó con el bucanero y juntos libraron múltiples batallas, entre ellas, la que se batalló en Vietnam, y de la que el matrimonio obtuvo una doble victoria adoptando a un varón llamado Zhang Bao.
Una pirata indestructible
Tras la muerte de su marido, la pirata se enamoró de su hijo adoptivo y se casó con él al poco tiempo para asegurar el dominio familiar sobre la coalición marinera. De esta manera, capitaneó más de 50.000 hombres bajo un estricto código de conducta: no se podía atacar a una aldea que los hubiera ayudado, no se podía violar a las mujeres prisioneras y estaba completamente prohibido no obedecer a los líderes de la flota. Cualquier persona de su tripulación que incumpliera estas normas era decapitada de forma inminente.
Sus barcos transportaban mercancías como seda, especias y porcelana desde Cantón, la actual Guangzhou, hasta Malasia. El control de Ching Shi sobre estas aguas fue tan exhaustivo que los capitanes de otras flotas se vieron obligados a pagar para obtener protección y garantizar la inmunidad de sus barcos. Aunque el gobierno chino fracasó en sus intentos de destruir este ejército del mar, en 1810 la bucanera solicitó el perdón a las autoridades para abandonar esta vida y retirarse a tierra firme con su esposo e hijo. China aceptó el alto el fuego y Ching Shih se dedicó a regentar un burdel y una casa de apuestas en Cantón hasta el final de sus días.
La Edad de Oro
Mary Read vestía como un hombre dispuesto para la batalla. Luchó con valentía mientras sus compañeros varones se escondían debajo de las cubiertas y fue, junto con Anne Bonny, una de las dos mujeres piratas de la Edad de Oro.
Su tendencia a la supervivencia va ligada a la infancia y, aunque poco se sabe de su adolescencia, los libros de historia que la mencionan narran su nacimiento y crianza en una familia necesitada. Es por eso por lo que su madre, a los cuatro años, la vistió de niño para poder acercarse a su suegra y pedirle una manutención debido a que el progenitor de su primer hijo fallecido había desaparecido en altamar y se desconocía el paradero del padre de Mary.
El engaño funcionó y la madre de Mary recibió una corona por semana para criar a su hija-hijo, sin embargo, a los dieciséis años, la joven buscó trabajo en el mar sin conseguirlo y se tuvo que volver a disfrazar para entrar como lacayo en un buque de guerra británico.
Dos mujeres históricas
Después de luchar en la Guerra de los Nueve Años, defender a su enamorado en un duelo y enrolarse en la tripulación de la balandra William en la que coincidió con Anne Bonny, Mary Read se enamoró de "Calicko Jack", el pirata más temido del Caribe. Juntos navegaron durante años hasta que en 1720 Mary Read fue capturada por las autoridades y sentenciada a la horca por piratería junto con su amiga y compañera de tripulación.
Aunque ambas mujeres fueron llevadas a juicio, las ejecuciones se aplazaron porque se demostró que estaban embarazadas y que el feto era inocente de los actos vandálicos de sus respectivas madres. El destino de Bonny se perdió con el tiempo, aunque se encontraron unos papeles que acreditaban el fallecimiento de una persona con el mismo nombre en el año 1733.
Mary Read falleció en la prisión de Jamaica. Según el registro parroquial del distrito de Santa Catalina, su defunción se debió a unas fiebres altas para las que no obtuvo tratamiento. Era el 28 de abril de 1721 y, con su muerte, desaparecía una de las muchas mujeres que marcaron la historia de la piratería femenina.