Así era Carolina Murat, la hermana más enigmática de Napoleón que transformó la relojería mundial
- La reina de Nápoles marcó la historia por su pragmatismo y habilidades políticas, pero también por un gran sentido de la estética y su relación con la prestigiosa casa Breguet.
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El apellido de casada de Carolina Murat oculta una procedencia familiar de innegable peso histórico: el de los Bonaparte. Nació el 25 de marzo de 1782 en Córcega. Hermana menor de José I, Napoleón, Luciano, Elisa, Luis Bonaparte y Paulina; y mayor de Jerónimo, la que sería también conocida como reina de Nápoles, no tuvo una infancia fácil.
Obligada a huir de la isla debido a las sospechas de que su familia había sido traidora de la independencia corsa, los Bonaparte se establecieron primero en Marsella en 1793. Ante el éxito profesional del general, la familia se mudó a París.
Considerando que la educación de su hermana era insuficiente, Napoleón tomó la decisión de ingresarla en el internado de Saint-Germain-en-Laye de la Señora Campan, cerca de la capital. Allí conoció a Hortense, hija de Joséphine de Beauharnais, que se casaría con Napoleón en 1796.
Al poco tiempo, su destino cambió por el general de brigada Joaquín Murat. Este había ayudado a Napoleón durante el golpe de estado del 9 de noviembre de 1799. Su flechazo desembocó naturalmente en su boda, el 20 de enero de 1800. Junto tuvieron cuatro hijos: Achille, Letizia, Lucien y Louis.
Una ambición ilimitada
Al margen del triunfo militar de Napoleón, la pareja afianzó su poder en las altas esferas, organizando fiestas de gran calado social. Joaquín acumuló numerosos éxitos militares, que permitieron su ascenso a general de división, contribuyendo a asentar la posición de la pareja ante la corte real.
Cuando Napoleón se coronó emperador en 1804, Carolina exigió el título de Alteza Real Imperial, el mismo que el otorgado a sus hermanos y a sus respectivas esposas. Pero no fue suficiente: en 1806, reclamó que se le concediera, tanto a ella como a su esposo, el Gran Ducado de Berg y de Clèves.
Apenas dos años más tarde, fueron nombrados rey y reina consortes de Nápoles. Para asegurar su continuidad, Carolina pactó el mantenimiento de su título incluso después de la muerte de su cónyuge.
No solo se involucró en la vida política, también en la económica y cultural del reinado. Decidió apoyar a los fabricantes textiles, esencialmente de seda y algodón, priorizar la educación infantil con la apertura de una escuela para niñas en el antiguo convento de Santa Maria della Providenza y fomentar las excavaciones arqueológicas de Pompeya, entre otras iniciativas. También se propuso renovar las residencias reales en Nápoles.
La carrera de la monarca no parecía tener límites. En 1810, decidió, junto a su esposo, luchar por la independencia del reino de Nápoles, con el objetivo de eliminar la influencia rectora del emperador.
En esa década, Carolina pensó que Nápoles corría el riesgo de ser atacada por los estados europeos que se habían unido contra Napoleón. Por ello, intentó negociar con Austria, que gozaba entonces de una importante presencia en Italia. A principios de 1814, pese a la amenaza, logró mantener su condición de reina. Solo faltaban unos meses para la primera abdicación del emperador: ocurrió el 6 de abril de 1814. La relación entre Napoleón y la pareja se agrietó un poco más.
La derrota del emperador en Waterloo el 18 de junio marcó el punto y final del sueño de la reina de quedarse en el poder. Se mudó a Austria, donde se enteró de la muerte de su esposo, ejecutado en Italia en octubre de 1815.
En 1817, Carolina pudo establecerse en el castillo de Frohsdorf. En 1824, obtuvo nuevamente el derecho a quedarse en Trieste, pero no el de entrar en la península italiana. Seis años más tarde, Luis Felipe le permitió realizar algunas estancias en Francia y obtuvo permiso para instalarse en Florencia, en el Palacio Griffoni.
Carolina Murat murió de cáncer de duodeno y una infección del hígado el 18 de mayo de 1839, a la edad de 57 años.
Un estilo inconfundible
La reina de Nápoles no solo marcó la Historia por su ambición y habilidades políticas, también se convirtió en un referente de buen gusto. La amplia colección de relojes de Abraham-Louis Breguet que alimentó durante años es una prueba fehaciente.
El relojero suizo nacido en Neuchâtel decidió establecer su negocio en el 51 Quai de l'Horloge en la Isla de la Cité de París en 1775. Obligado a aparcarlo temporalmente por la Revolución, regresó en 1795. Su éxito no se hizo esperar entre las altas esferas: en 1798, Napoleón Bonaparte compró un reloj de repetición, uno de viaje y otro de perpetuo.
Carolina, también cautivada por la maestría del relojero, entabló una relación de confianza y admiración mutua. Esta originó el primer modelo especialmente diseñado para lucirse en la muñeca. La reina lo encargó en 1810, lo pagó en 1811 y recibió su revolucionaria creación en 1812: un reloj repetidor ultraplano, de forma rectangular, equipado con un termómetro y montado en una correa de pelo entrelazado con hebras de oro.
Durante el verano de 1813, cuando la crisis europea estaba en su punto más álgido y el relojero había perdido a sus mejores clientes, la reina adquirió doce nuevos modelos (ocho repetidores y cuatro simples), lo que dio un impulso financiero necesario en este momento de gran tensión. En total, adquirió treinta y cuatro relojes de sobremesa y de pulsera entre 1808 y 1814, convirtiéndose en una de las clientas más fieles del taller.
Murat completó su ya amplia colección con una serie de termómetros, barómetros y varias docenas de relojes comerciales menos costosos que compró con la intención de regalarlos. Permaneció fiel al relojero a lo largo de su vida, haciendo alarde de su exquisito sistema y apariencia. No solo se enamoró de la maquinaria de Breguet por su estética, también por su carácter vanguardista.
De forma natural y agradeciendo la implicación personal de Carolina, el taller desarrolló numerosos modelos en su homenaje. Entre ellos, Reine De Naples 8938 a Queen's Splendour, Reine de Naples 8918 Grand Feu Enamel y por supuesto Reine de Naples 9835 y 9838.
Estos últimos destacan por la aguja de los minutos, que adopta formas diversas a lo largo de su recorrido por la esfera, tomando ejemplo de una reina que nunca pudo dejar indiferente por su versatilidad.