Rebeca Atencia (42 años) nombra a los chimpancés a los que ha rescatado como si fueran sus amigos de toda la vida. Son Derek, Macu, Congui o Lucy. Conoce sus reacciones y su personalidad, sabe lo que les gusta y lo que les da miedo y sería capaz de reconocer a cada uno de ellos. "Y no sólo por su cara, su complexión, o su forma de andar, sino que si alguien me dice que se ha escapado uno y ha hecho tal cosa, sé decirte inmediatamente quién es", dice.
Esta veterinaria gallega, nacida en Ferrol, lidera el Instituto Jane Goodall en el Congo hace casi 16 años y ha dedicado toda su vida profesional al rescate y reintroducción de cientos de chimpancés en la selva. "A muchos les conozco desde que eran unos bebés, les he visto crecer, integrarse en un grupo, volver a la selva... Son como mis hijos”, recuerda.
En el centro de rescate hay más de 140 chimpancés. La mayoría llega malherida, víctima de la acción de cazadores furtivos. "Matan a sus madres para quedarse con la carne y a los bebés los venden como animal de compañía". Muchas veces las autoridades consiguen capturar a los cazadores, rescatan a los chimpancés bebés y les llevan al instituto Jane Goodall en Tchimpounga. "Llegan heridos y traumatizados porque han asistido a todo tipo de atrocidades que le han hecho a sus madres y se fían poco de los humanos, como es normal".
Allí se les asigna una cuidadora, que está con ellos día y noche para darles cariño y apoyo emocional. Después del período de cuarentena, que suele ser de unos tres meses, se integran en grupos de chimpancés. Luego se procede a una evaluación psicológica para determinar cuáles se pueden reintroducir en la selva. "Cuando se consigue es un momento único. A mí me sigue emocionando mucho, estoy viviendo mi sueño de niña".
De Ferrol al Congo
Desde muy pequeña Rebeca tuvo claro lo que quería hacer: "Salvar animales", dice con una sonrisa. Ella es la sexta de siete hermanos y su infancia ha transcurrido entre la naturaleza de los montes gallegos. "Estábamos en el campo todo el día y nos cruzábamos mucho con el guardabosques, Jaime, que lo sabía todo sobre esos montes. Me fascinaba".
- P. ¿Recuerda cuándo decidió ser veterinaria?
- Un día hubo un incendio y se quemó todo el monte. Yo tenía 9 años y fue muy traumático. Al día siguiente fuimos a casa del guardabosques y él había rescatado a varias crías de animales, que curó y luego soltó. Ellos volvían por allí a veces y para mí era todo mágico, como una história de cuento. Ahí lo decidí: "Quiero ser veterinaria y salvar animales como Jaime".
Estudió la carrera en Madrid y durante la universidad hizo todo lo que pudo para aprender más. "Me fui de voluntaria a varias asociaciones, centros de recuperación, safaris, trabajé en el zoo de Madrid.... Quería aprender en todas partes. Cuando terminé la carrera sabía hacer cosas como anestesiar un león", dice.
Poco a poco, el contacto con animales salvajes en cautividad fue agrandando el deseo de Rebeca de trabajar con ellos pero en un contexto de libertad. "Siempre me había querido ir a África y los chimpancés siempre me habían producido mucha fascinación".
- P. ¿Por qué los chimpancés?
- Porque son tan cercanos a nosotros que te da escalofríos tenerles cerca. Las manos, la mirada, la forma como se expresan… y verles en cautividad me producía mucha tristeza. Quería trabajar con ellos en su entorno.
El sueño empezó a materializarse en 2004. Por esa época, Rebeca había conocido a Fernando Turmo, con quien luego se casaría, en el centro Rainfer de Madrid, que trabaja con chimpancés en cautividad. Fernando era diseñador gráfico y un apasionado de los chimpancés y cada año se iba a un lugar distinto de África a visitar santuarios de chimpancés.
Los dos soñaban con trabajar con grandes primates pero en un contexto de libertad y la oportunidad surgió entonces. "La única organización que hacía reintroducción de chimpancés era Help Congo. Yo fui a visitarla y me ofrecieron quedarme allí trabajando un año así que nos mudamos". Ella para dirigir el centro durante un año y él como voluntario.
El centro de rescate de Help Congo estaba literalmente, en mitad de la selva. Vivían en casas de madera y la única conexión que tenían con el resto del mundo era una radio de baja frecuencia. "Que la mayoría de veces ni funcionaba", recuerda Rebeca entre risas. "Al principio fue muy impactante y enseguida me obsesioné con todo lo que tenía que ver con la selva. Quería verlo todo, conocerlo todo".
Aprendió los nombres de todos los árboles que le rodeaban, los frutos que se podían comer y los que no, las plantas que los chimpancés usaban para curarse y las que no se podían tocar. "De repente todo tenía su vida propia, hasta los olores me despertaban emociones", explica.
- P. ¿Y cómo era su relación con los chimpancés?
- Me enamoré completamente de ellos. Casi sin darme cuenta ellos mismos me empezaron a meter en su mundo. Ya no era una extraña sino una más. Sabía cuando estaban contentos, enfadados… Me metía con ellos en la selva y me avisaban de los peligros, si había un serpiente, si venía un elefante… De una manera totalmente natural empezaron a comunicarse conmigo y yo empecé a entenderles. Era como estar en otro planeta.
Rebeca es un torbellino: habla rápido, gesticula mucho, imita los sonidos de los chimpancés, sus gestos... Como si lo estuviera viviendo todo otra vez. Se ríe mucho y todo lo que cuenta sale en ese acento gallego que no ha perdido. Es una apasionada de lo que hace y eso se nota. Y fue esa pasión la que cautivó a Jane Goodall.
La heredera de Jane Goodall
"Fue un día a ver el centro y yo no sabía ni qué decirle. Llevaba un año aprendiendo francés y el inglés se me había olvidado, lo mezclaba todo, casi no me podía comunicar con ella… un cuadro. Pero bueno, le conté lo que estaba haciendo, y aunque sabía que Jane no creía en la reintroducción, le hablé de ella, porque era lo que hacíamos y lo que yo estaba viviendo. Y hay momentos en los que estás muy enamorado de lo que haces y creo que eso fue lo que yo le transmití".
Al terminar la visita, la conocida primatóloga le ofreció dirigir el centro de rescate del Instituto Jane Goodall en Tchimpounga. "Y yo, que no sé ni cómo me atreví, de esas cosas que te salen porque eres joven, le suelto: ‘Vale, me voy, pero sólo si hacemos reintroducción de los chimpancés’. Y ella accedió".
Llegar a Tchimpounga fue un shock. "Era un problema tras otro. Nos llegaban 10 o 12 bebés chimpancés al día, el centro estaba masificado, veía, cada día, los efectos de la deforestación de la selva y las acciones de la caza furtiva, los trabajadores se revolucionaban… era un caos".
Rebeca entró a liderar un grupo de 130 trabajadores donde sólo un 10% eran mujeres. "Al inicio los hombres me hicieron alguna como no venir a trabajar. Yo me puse muy seria, no cedí un milímetro pero en el fondo me moría de miedo".
- P. ¿Por qué?
- Porque es otra cultura, es otro país, no sabes como van a reaccionar, yo no hablaba bien el idioma y encima ellos eran los que conocían la selva. Yo tenía que meterme con ellos en la jungla y muchas veces pensaba que como me dejaran sola a mitad de camino, a ver qué hacía.
- P. ¿Pasó alguna vez?
- No. Recuerdo un dia en que un trabajador se había enfadado conmigo y nos metimos juntos a la selva. Él iba delante, muy rápido y yo casi no podía seguirle. Era una selva llena de elefantes y yo iba casi corriendo detrás de él. Estaba muerta de miedo pero no dije nada. Recuerdo llegar al centro totalmente reventada. Como mujer tuve que dar esas muestras de valentía, demostrar que no me achantaba, y al final me gané su respeto.
Más difícil fue lograr que aceptaran la promoción de compañeras congoleñas a puestos de jefatura. "Yo, al fin y al cabo, era extranjera y me miraban de otra manera, pero cuando empecé a promocionar a mujeres tuve muchos problemas. No las aceptaban, les decían que tendrían que estar en casa, limpiando sus ropa o sus platos, que nunca las respetarían".
Lo mismo pasó cuando sus funcionarias empezaron a hacer trabajos que antes solo hacían los hombres, como conducir los 4x4 del instituto. "Les financiamos el carné y las pusimos al volante. Nos contaban que los propios policías las paraban y muchos les mordían el carné para cerciorarse de que era verdadero. Alguna de ellas se llegó a rapar el pelo y a vestirse de chico para que no la pararan en la carretera".
- P. ¿Y cómo consiguió que las aceptaran por fin?
- Pues no dejando pasar ni una. Por cada insulto, mala palabra o mal gesto les mandaba una amonestación. Y si tenían muchas, al final del año no cobraban un bónus. Al final, todo es dinero.
Volver a nacer
En otoño de 2010 Rebeca se enteró de que estaba embarazada. No sólo eso, sino que esperaba mellizos. "Lo encaré con bastante normalidad. Nunca se me pasó por la cabeza dejar de hacer cosas porque iba a ser madre. Lo acoplé a mi vida y ya está", recuerda. En abril de 2011 nacieron, separados por veinte minutos, Carel y Kutu, que debe su nombre al chimpancé que salvó la vida a Rebeca.
"Kutu era un chimpancé dominante que llegó al centro con muchas heridas. Estuve una semana curándole y pese a que ya era un chimpancé adulto, sentí que teníamos una relación especial", recuerda.
La sospecha se confirmó cuando, meses después, otro chimpancé atacó a Rebeca. "Estaba marcando árboles cuando vi a Chinoy, muy enfadado, detrás de uno de ellos. Yo no reaccioné bien. Le dije ‘¿qué pasa?’, así, en español y tirando los hombros hacia atrás. Fue un error, porque crecí hacia él y él se sintió amenazado".
El chimpancé pegó un salto, se subió encima de sus hombros y le mordió la cabeza "Escuché un ‘crack’ y sentí como empezaba a caerme la sangre". Rebeca sacudió el animal, que se cayó al suelo. "Entonces escuché como empezaba a emitir sonidos de caza y a dirigir el grupo de chimpancés contra mí".
Rebeca pensó que no viviría para contarlo. "Sólo me venía a la cabeza que quién me mandaría a mí venir al Congo a salvar chimpancés para terminar muerta por un grupo de ellos. Qué vida más absurda". Y fue entonces cuando el primer chimpancé del grupo se paró delante de Rebeca y empezó a redirigir los demás hacia el primate que había atacado a la veterinaria. "Me miró y le reconocí enseguida: era Kutu. Y yo sabía perfectamente lo que me estaba diciendo: corre".
Rebeca huyó hacia el centro de rescate y "por el camino iba pensando que si algún día tuviese un hijo, le llamaría Kutu". Cuando ese día llegó, Rebeca cumplió la promesa. "Lo pienso y aún se me ponen los pelos de punta. Otra especie me salvó la vida. Se puso delante de su amigo para salvarme a mí. Es algo que te rompe todos los esquemas".
Maternidad en la jungla
Carel y Kutu se han criado entre naucleas, chimpancés y una vida más propia de los cuentos infantiles que les leen sus padres antes de dormirse. "Parece muy romántico esto de que les lleves a la selva, pero en realidad te despierta muchas inseguridades como madre".
Lo primero que hizo Rebeca fue asegurar su vivienda. "Jane Goodall me decía que hiciera unas jaulas pequeñitas y metiera ahí a los niños y así siempre estarían protegidos, pero ¿cómo iba a meter a mis hijos en una jaula?".
Así que construyó una terraza enorme, completamente vallada, para que los chimpancés, en el caso de que se escapara alguno, no pudieran entrar. Además, había tres puertas falsas de entrada, cada una con su truco, para que los chimpancés, que saben utilizar llaves y abrir puertas, no pudiesen pasar.
"Era complicado porque era una selva que ellos no podían tocar. Todo era peligroso. Recuerdo un día que les llevamos al pueblo y de repente veo a Kutu con un palo y una serpiente en él… Venía a enseñármela y yo: ‘Kutu, que no juegues con serpientes’”, dice riéndose. "Y luego vivíamos lejos del pueblo, cuando se ponían malos había que ir al hospital corriendo. Era complicado pero han sido muy felices allí", dice.
Desde hace año y medio los dos viven en Madrid a donde han regresado para empezar el colegio. Sus dibujos en clase mezclan los árboles de raíces fuertes que rompen la tierra con los pinos que empiezan ahora a conocer, y dan abrigo tanto a perros como a pangolines. "Llaman mucho la atención porque dibujan cosas que aquí no existen. Y luego son niños muy observadores y muy pacientes… se han criado sin tanta tecnología y eso al final se nota".
Desde entonces, Rebeca tiene su base en Madrid y viaja a menudo, para seguir el centro de rescate de chimpancés de cerca. "He tenido que aprender a delegar. Estos años me han hecho darme cuenta de que no puedo controlarlo todo. Porque si no delegas, cuando tú desaparezcas, todo lo que has construido se va contigo. Y si es así, no has construido nada. Lo bonito es compartir ese conocimiento para que, cuando no estés, todo siga funcionando", dice.
Compartir conocimiento y experiencias. Desde siempre, una de las cosas que más le gusta a Rebeca es dar charlas en la Universidad. "Yo soy muy tímida pero he luchado contra esa timidez para compartir mi experiencia, porque cuando yo tenía esa edad me hubiese gustado escuchar algunas cosas".
- P. ¿Por ejemplo?
- Pues que se puede. Que está bien tener sueños y luchar por ellos. Porque al final, yo lo único que hice fue eso: tener un sueño y tocar a muchas puertas a ver si alguna se abría. Tienes que trabajar pero se puede, que nadie deje que otra persona le diga que no va a ser capaz.
- P. ¿Te han intentado frenar?
- A mí me han dicho muchas veces que no era posible, cómo quería irme a África a trabajar con chimpancés, sin saber hablar francés ni inglés… Todo eran barreras. Te meten en un agujero de donde es muy difícil salir pero no es real. Se puede. Yo lo hice y, por ejemplo, aprendí el idioma estando allí ya. Lo importante es tener un objetivo, ya irás buscando la manera de solucionar los problemas que surjan en el camino.
Dieciséis años después de haber empezado este camino, Rebeca se sigue sintiendo como la niña de nueve años que soñaba con salvar animales. "A los 40, no sé si es porque te salen arrugas, parece que ganas credibilidad, que la gente te escucha con más atención", dice riéndose. "Pero yo sigo haciendo lo de siempre: tener sueños y luchar por ellos. Y eso trata simplemente de tener un objetivo y buscar las vías para lograrlo. Una y otra vez. Y no escuchar a la gente te dice que no es posible".
*A la hora de elegir a la persona que le ha inspirado en su vida, Rebeca elige a Jaime, el guardabosques. “Siempre hay alguién que te sirve de modelo, de inspiración y a mí me inspiró un guardabosques apasionado por su trabajo. Ver su amor por esos montes y los animales que vivían allí me fascinaba”, dice.