Pepa Roma presenta a Eugenia Tusquets y elogia a "las heroínas silenciosas" de la guerra civil
La escritora Pepa Roma invita a unirse a la cadena de mujeres a su amiga Eugenia Tusquets, a la vez que pone en valor a las mujeres invisibles.
1 febrero, 2022 02:11Noticias relacionadas
Cuando a los 20 años me lancé a la carretera con una mochila a la espalda dispuesta a dar la vuelta al mundo, me proponía ser la primera mujer capaz de tal gesta. Hasta que por el camino fui encontrando las huellas y leyendas sobre esa o aquella viajera europea que había estado en el Tíbet, Madrás, Borneo o las fuentes del Nilo siglos años antes que yo. Entre ellas, la austriaca Ida Pfeiffer quien a principios del XIX dejó su acomodada vida de ama de casa para viajar por todo el mundo, convirtiéndose en escritora de viajes y en la primera mujer europea en recorrer la isla de Borneo.
Un siglo antes, Lady Mari Montagu, había emprendido su propio viaje transformador en Constantinopla, dejándonos su testimonio inigualable sobre Turquía en numerosas cartas y diarios; igual que haría años después Mary Kingsley sobre África o, a principios del siglo XX, Alexandra David-Néel sobre el Tíbet e Isabelle Eberhardt sobre Argelia, entre otras.
Hemos tardado en asociar aventura y viaje con la condición femenina, pero a medida que va aflorando la visibilidad de la mujer en tantas actividades y artes en las que se había omitido su nombre o presencia para ser apropiados por el varón, las vamos viendo como pintoras en los talleres italianos del Renacimiento; y, más allá, como las creadoras de la literatura escrita en las primeras cortes del Japón de la llamada era Heian en el siglo VIII. La estética poética del waka creada por Izumi Shikibu, o la novela, con la clásica Gengi Monogatari de Murasaki Shikibu, considerada la primera novela mundial, han marcado la estética japonesa hasta hoy.
Allí donde hay una gran civilización, las mujeres han tenido un papel creador en la música, la literatura y las artes que no se limita precisamente al de musa con la que se empeña en seguir presentándolas la historia del arte. Los grabados centenarios, cuando no milenarios, de los palacios y templos indios, o de la vida en las cortes y el harén oriental, dan testimonio de ello.
"Las mujeres se inventan la vida de mil maneras con la sola ayuda de su ingenio"
Pero nada me ha sorprendido tanto del protagonismo de las mujeres en los distintos países y culturas como el desempeñado en las guerras. Mientras los hombres destruyen, ellas, como Sísifos incansables, levantan cada día la gran roca de la vida cuesta arriba. Por los libros de historia tanto como por las noticias de los periódicos, sabemos de las batallas, del número de soldados enviados al frente, de cuantos tanques, aviones o submarinos de ultimísima generación, de cuantas victorias y derrotas, es decir, de cuantas gestas libran los hombres para destruirse día a día.
Poco se nos informa de la gran gesta cotidiana que libran las mujeres para mantener con vida la tierra quemada. Y si no fuera por la red de mujeres que lleva tejiéndose como un agua profunda y silenciosa que recorre el subsuelo del planeta, poco sabríamos de esos páramos en África donde hay una escuela o dispensario gracias a las mujeres que se han quedado con los niños y enfermos en los poblados despojados de sus jóvenes por las guerrillas locales; por no hablar de los proyectos de desarrollo rural puestos en marcha por mujeres en la India o las viudas de la guerra en Guatemala.
Fueron esas mujeres que conocí en los viajes las que me hicieron mirar con más atención a las de casa.
La guerra civil era un tema recurrente, especialmente para mi padre, quien recordaba batalla a batalla, y no sólo aquellas en las que él había luchado en el frente del Ebro, sino en las de toda España; el general al frente, los aviones alemanes y fuerzas desplegadas por los enemigos y los propios, derrotas y retiradas de los soldados, número de caídos en cada encuentro bélico y las nevadas rutas del exilio. Los héroes, en sus victorias y en sus derrotas, eran los hombres con fusil.
"Las mujeres crecemos juntas, nos miramos las unas en las otras, nos empujamos"
Hasta que me decidí a escuchar la versión de las mujeres de la familia y descubrí la épica de la supervivencia. En una zona del Segre donde quedó detenido el frente durante casi un año y donde se libraría la última gran y definitiva batalla en la defensa republicana de Cataluña, es la población civil la que era sometida a cuatro bombardeos diarios por los cazas alemanes e italianos, hasta no dejar nada en pie. Una saña de la que las mujeres serían las principales víctimas hasta el final, con las violaciones en masa y los asesinatos de cuantas mujeres encontraron o pudieron echar mano las tropas regulares de Franco a su paso por los campos y pueblos de Ponent. Acaso porque la verdadera resistencia habría sido imposible sin todas aquellas mujeres desarmadas de la retaguardia.
Los hombres van a la guerra siguiendo órdenes o consignas. Las mujeres se inventan la vida de mil maneras con la sola ayuda de su ingenio. Van con las alpargatas agujereadas o descalzas en busca de setas o conejos salvajes. Descubren potajes riquísimos con hierbas del campo, encuentran la forma de criar a una gallina para cambiar huevos por medicinas o un trozo de bacalao con los soldados en tránsito. En cada casa hay una abuela que sabe de hierbas, una curandera. Eso en los pueblos de la Cataluña más remota. En Barcelona, esas mismas mujeres entre las que se encontraban mis tías, se hacen enfermeras. Los hombres vuelven a casa en ataúd o derrotados, algunos locos y enfermos como niños que han perdido la cabeza. Y allí encuentran una mujer para sanarlos de muchas maneras.
Al terminar la guerra, son muchas de esas mujeres que han sobrevivido en los pueblos las que toman la iniciativa de emigrar a la capital, Barcelona, en busca de una vida mejor, y tras de ellas va la hermana, el marido, los hijos.
Son las que no se conforman. Y de ese inconformismo surge un mandato que repiten de forma machacona a las hijas: estudia, trabaja para que puedas valerte por ti misma. Sé independiente.
Sin la iniciativa de las mujeres para reinventarse la vida de mil maneras, acaso no habríamos heredado más que un pueblo vencido, al que han robado el alma.
De esta gesta de las mujeres salió mi novela Una familia imperfecta.
Las mujeres crecemos juntas, nos miramos las unas en las otras, nos empujamos, por lo que a menudo me pregunto donde estaría hoy sin mis abuelas, tías, madre, o sin amigas, como Isel Rivero, quien me pasó el testimonio en esta cadena, o Eugenia Tusquets, a la que paso el relevo. Compañeras, confidentes y apoyo constante en la vida y en la creación. Haciendo de la amistad el cemento más poderoso que une a las mujeres en el camino del desarrollo personal y colectivo.