Las lilas de mi pequeño jardín estaban brotando a mediados de enero. Partes de Australia siguen ardiendo. Kenia está luchando contra su peor brote de langosta del desierto en 70 años, y esta vez la infestación –un gran paraguas gris oscuro en el cielo– se despliega también por la parte este del continente y por el cuerno de África. Lo sé. No querías leer sobre esto. Y me gustaría no tener que escribirlo.
Las langostas están desolando pastos y tierras de cultivo en Somalia y Etiopía, y barriendo todo Sudán del Sur, Yibuti, Uganda y Tanzania. Hay más de 80 millones de langostas adultas en cada metro cuadrado, y están desovando unos huevos que eclosionarán a mediados de junio y se convertirán en otro enjambre.
Los científicos ahora aseguran que tres cuartos del total de las aguas oceánicas del mundo han acelerado su ritmo en las últimas décadas. Un desarrollo masivo que no se esperaba que ocurriese hasta que el calentamiento climático estuviese mucho más avanzado, a finales de siglo.
El cambio está desencadenado por los vientos cada vez más rápidos, que incrementan la energía de la superficie oceánica. Ese fenómeno, a cambio, produce corrientes más rápidas y una aceleración de la circulación del océano. El aumento en la velocidad es más intenso en los océanos tropicales, y especialmente en el vasto Pacífico. Todo ello sugiere que la Tierra puede que, en realidad, sea mucho más sensible al cambio climático de lo que muestran las simulaciones actuales.
El 29 de enero de 2020, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN, por sus siglas en inglés) –conocida especialmente por monitorear especies en peligro– publicó un nuevo informe explicando cómo la degradación medioambiental impacta desproporcionalmente en las mujeres. Los investigadores usaron para sus conclusiones más de 80 casos de estudio globales, más de 1.000 fuentes y feedback de evaluaciones de sus pares. Todo ello lo convirtieron en uno de los análisis en profundidad más completos que existen sobre la compleja relación entre la violencia contra las mujeres y la degradación ecológica.
Los resultados confirman algo que ya sabíamos o, al menos, sospechábamos en base a nuestra propia vivencia y anécdotas. Las mujeres siempre han sido –y aún somos– las transportadoras de agua, recolectoras y granjeras del mundo. No es de sorprender que durante décadas el movimiento global de mujeres haya clamado –al cielo– por atención sobre estas cuestiones.
Por ejemplo, las mujeres del denominado mundo en desarrollo son las responsables de más del 50% de la producción de alimentos. En el continente africano, las mujeres realizan el 60% de los trabajos agrícolas, el 50% de la cría de animales y el 100% del procesamiento de alimentos.
En muchas lenguas africanas, la palabra mujer y granjero es la misma. Globalmente, el cáncer en los sistemas reproductores de las mujeres, los abortos espontáneos, los partos de fetos muertos y las deformidades congénitas son los primeros peajes a pagar por el uso de pesticidas tóxicos o herbicidas, y también de la guerra química, las filtraciones de los residuos nucleares, la lluvia ácida y otros contaminantes.
"En muchas lenguas africanas, la palabra mujer y granjero es la misma"
Pero las conclusiones de este informe de la IUCN añaden nueva información y conocimiento. Los políticos, quienes desarrollan programas, las oenegés y los activistas, los inversores y la ciudadanía normal y corriente del planeta harían bien en estudiarse a fondo este texto, pues revela la interconexión natural entre la violencia basada en el sexo y tres contextos básicos: 1) el acceso y control a recursos naturales, 2) las presiones y amenazas ecológicas, y 3) la acción medioambiental para defender y conservar ecosistemas y recursos.
Estos son algunos ejemplos significativos que puedo ofreceros de las 272 páginas del informe.
Aunque ya sabíamos que las mujeres tienen menos acceso a los recursos naturales y se enfrentan a mayores amenazas de violencia cuando los leñadores comerciales y los pesqueros llegan a sus comunidades, ahora somos conscientes de que también sufren más consecuencias directas de las amenazas medioambientales, especialmente si eligen o se ven obligadas a defender su tierra y sus recursos.
Por ejemplo, sabemos que los defensores del medioambiente, en concreto las personas indígenas, se enfrentan a tasas de asesinato muy altas. En los últimos 15 años, al menos 684 individuos han sido asesinados tratando de proteger sus tierras. Esta amenaza está presente para todos los defensores de la naturaleza, da igual su género, pero el informe detalla cómo las mujeres se enfrentan a un riesgo extra.
Sólo entre 2015 y 2016 hubo 609 casos de agresiones contra mujeres mexicanas y centroamericanas. Es más, los autores del informe, tras encuestar a expertos, aseguran que el 59% de los encuestados observaron violencia de género relacionada con las cuestiones medioambientales, incluidos en los temas relativos a los derechos al acceso de las tierras y la infraestructura de energía.
Los roles de las mujeres en la sociedad, ya ejecutados y fortalecidos, se convierten en armas contra ellas mismas si se involucran en el activismo ecológico y la protección de la naturaleza. La doble carga que las mujeres soportan como madres y activistas ha provocado que algunas comunidades las etiqueten como “malas madres” por dejar a sus hijos en casa mientras ellas trabajan en defender el medioambiente y sus propias comunidades. En algunos casos, las defensoras de la naturaleza han tenido que lidiar con amenazas de que les quitarían a sus hijos como consecuencia de su activismo.
"El 59% de los encuestados observaron violencia de género relacionada con las cuestiones medioambientales"
Pero no sólo las mujeres activistas están en peligro. Todas las mujeres enfrentan riesgos ecológicos, especialmente en el Sur Global, donde las temperaturas extremas están llegando a nuevos máximos a la par que el planeta se calienta. El calentamiento de la Tierra está alterando los ciclos naturales en los que las comunidades dependen para cosechar y buscar comida.
En todos los lugares del mundo, las mujeres desempeñan las labores domésticas que sustentan la vida, y por eso son las que gestionan la escasez de comida cuando un evento climático extremo golpea. Cuando las cosechas desaparecen, las mujeres se enfrentan al duro reto de alimentar a sus familias. Además, la competitividad sobre recursos cada vez más escasos y degradados, y el estrés general de esas situaciones, exacerba la violencia de género, según confirma el informe.
Y también están los peligros específicos a los que se enfrentan las mujeres y las niñas cuando son desplazadas y se convierten en refugiadas: violaciones, secuestros, prostitución forzosa para sobrevivir o acabar siendo víctimas de trata para la esclavitud sexual, el trabajo forzado, la maternidad subrogada o el tráfico de órganos.
Pero la violencia rara vez se limita al Sur Global. Tras el huracán Michael en 2018, se produjo un aumento en los abusos en Estados Unidos, por ejemplo. Durante años, los líderes indígenas en EEUU, Canadá y más lugares han hecho sonar la alarma de los peligros que suponen los proyectos de petróleo y gas en las mujeres locales, pues atraen a hombres forasteros a comunidades muy unidas y cerradas. La violencia sexual, la desaparición de niñas y mujeres e incluso los feminicidios suelen sucederse después de la creación de “campamentos de hombres” para trabajadores de oleoductos y gaseoductos.
Esta es la desalentadora realidad, finalmente estudiada y reconocida por la comunidad científica, aunque aún no por el resto del planeta.
Y aun así la desesperación nos libera. Hay rayos de luz en todo esto. Uno es irónico. Nuevas investigaciones sugieren que los científicos deberían incrementar sus estimaciones de las actuales fugas de las perforaciones de gas y petróleo del 25 al 40%. Y no son malas noticias: si los campos de petróleo y gas tienen más fugas de las que pensábamos, ponerles fin podría ralentizar el calentamiento global y darnos un respiro cuando más lo necesita la Tierra.
El otro rayo de luz no es tan irónico. Más bien es tan claro como un día sin smog [o contaminación del aire que niebla la vista]. Las mujeres están recuperando su voz y llegando al poder.
"Es hora de dejar de preguntarnos por qué nadie hace nada. Y pregúntaselo al rostro que ves en el espejo"
Todas las mayores iniciativas encaminadas a la cordura medioambiental en el último medio siglo han venido de la mano de mujeres activistas, desde Rachel Carson hasta Greta Thunberg. Por mencionar algunas:
- El Movimiento Cinturón Verde en Kenia lo inició una mujer, Wangari Maathai, plantando árboles. Y se extendió a todo el continente africano hasta llegar al Sur Global en su conjunto.
- Los primeros desafíos a los agronegocios a través de teorías prácticas sobre las mujeres y la agricultura sostenible fueron de la activista y académica Vandana Shiva de India –conocida como la 'abraza árboles de India'–, quien montó una movilización masiva para proteger el bosque y asegurar la sostenibilidad de los árboles, porque durante generaciones se habían recogido las ramas caídas como combustible.
- Las amazonas contemporáneas: mujeres líderes reales de las comunidades indígenas que defienden el majestuoso río de las presas y el desarrollo, y que evitan que mineros y ganaderos destruyan la gran jungla, conocida como “los pulmones del mundo”.
- Las “ingenieras descalzas” del sudeste asiático, esas mujeres analfabetas autodidactas que instalan paneles solares donados para electrificar la región, para así poder estudiar de noche y aprender a leer.
- La coalición feminista de 10.000 Estados insulares en el Pacífico que hace 40 años se organizó para detener pruebas nucleares en sus islas. Desde entonces, esas mujeres han demostrado en sus comunidades y con sus propios cuerpos la relación entre las pruebas nucleares llevadas a cabo y la aparición de cáncer del sistema reproductivo femenino, partos de fetos muertos y nacimientos con deformidades.
No es momento para deprimirse. No podemos desperdiciar nuestra energía en tener miedo. El conocimiento es poder. Y si tanto tú como gente buena que conozcas habéis estado resistiéndoos al activismo directo relacionado con el cambio climático a pesar de que sabes que es real y te preocupa, o de alguna manera la relación entre esto y tu propio ser –tu día a día– parecía remota, es hora de actuar ahora.
Da igual la manera en que actúes –votando, apoyando o uniéndote a grupos ecologistas, a través del activismo comunitario o como sea–, es hora de dejar de preguntarnos por qué nadie hace nada. Y pregúntaselo al rostro que ves en el espejo.
Y para continuar la cadena de mujeres, recomiendo a la soberbia autora, feminista y activista chicana Cherríe Moraga. Porque es amiga, colega y brillante escritora. Una lectura esencial.