Hay que estar muy atentos a las nuevas propuestas literarias de Pilar Álvarez (Gijón, 1967). Descubridora de la La España vacía (Turner, 2016), en esta entrevista nos ilustra acerca de su labor como directora literaria de Alfaguara Hispánica, de los pecados veniales de los autores y del auge del libro en papel a falta de lectores.
[Cuatro novelas y cuatro vinos por y para mujeres: "Ambos llevan un proceso de tiempo y dedicación"]
Pilar habla de manera clara, natural y concisa. Lectora infatigable y rápida, su truco es no leer tumbada. “Empecé a trabajar muy joven. A mí lo que me gustaba era leer libros, pero tardé en enterarme de que se podía trabajar en una editorial.” A los 35 años cambió la publicidad por el sector editorial. Según sus cálculos, por cada libro que publica, lee seis manuscritos. “Si publico unos 20, 25 libros al año, he leído 120”. Eso sin contar libros publicados.
Pregunta: En España se publican al día 246 libros. ¿Hay suficientes lectores en España para tanto libro?
Respuesta: No, nos faltan muchos. Lo que hay es un sector muy vivo en el que todo rota muy rápido, cada vez más. Yo entiendo que todos los libros merecen existir, mientras la editorial, como empresa, lo soporte. El gran desafío que tenemos en este momento en el sector editorial es conservar a los lectores y crear muchos más, sobre todo gente joven.
¿Qué haría para fomentar la lectura?
Todo se basa en la educación. No hay un plan de fomento de la lectura que no pase por Secundaria. La Primaria la tenemos bastante bien cubierta porque los padres regalamos libros a los niños. Pero entre los 12 y 16 perdemos a los lectores. Se nos van a TikTok, a los videojuegos… El cambio generacional es ese. Ahora los niños tienen un dispositivo propio.
El ocio es muy dinámico y atractivo. Hay que hacer un esfuerzo para atraer a esos lectores que demandan que se les entretenga y divierta. Todo el éxito que tengamos en el sector cultural pasará por tener una sociedad mucho más culta. Y eso se hace en la primera juventud. Es imposible crearlo luego.
Como directora literaria de Alfaguara Hispánica, ¿qué proyectos tiene?
Estoy buscando un cierto relevo generacional en las grandes voces de Alfaguara. Es un trabajo privilegiado. No se trata solo de encontrar un libro, sino encontrar un autor. Nuevas voces que, a largo plazo, sostengan ese catálogo que esperamos sea la suma o por lo menos una sugerencia muy bien decantada de lo que hay que leer en español.
¿Qué busca cuando lee?
Un libro que te enganche desde el principio, te metas dentro y apague el ruido a tu alrededor. Ese es el libro que busco. A veces, perseveras con algo que no te está convenciendo —tengo 50 cosas en la cabeza, no me estoy concentrando…— y vuelvo a empezar. Mal síntoma.
Hay libros que son buenos y no tienen éxito, ¿a qué se debe?
Hay una gran parte de azar. Si supiéramos por qué un libro funciona, no haríamos falta los editores y pondrían el algoritmo de Amazon. Prefiero pensar por qué algo que no te esperas funciona. Por qué un libro como El infinito en un junco (Siruela, 2022), te pongo un ejemplo que no es de mi editorial —un estudio sobre la historia de los libros en el mundo antiguo— crea el fenómeno que ha creado. No se sabe, y menos mal, porque si no, no surgirían esos libros, sería una tendencia editorial y habría 80.
Pero dicho esto, la vida de los libros es larguísima. Y la historia de la literatura está llena de ejemplos de éxitos tardíos, como Kafka. Creo que las editoriales queremos pensar, para no sufrir demasiado, que ningún buen libro se queda sin publicar. Otra cosa es sin leer.
"El editor no puede tener ego. ¿Qué ego vas a tener si no has hecho nada? Sentarte a leer es un regalo"
Si no le gusta un libro, pero piensa que va a encajar bien, ¿lo publica? ¿Le influyen las tendencias del mercado?
No. Nunca he publicado un libro que no me encante pensando que se va a vender. Además, me parece una receta perfecta para el fracaso.
Como directora literaria, una vez aceptado el manuscrito, usted propone cambios. ¿Hay algunos cambios que proponga de manera recurrente?
Depende. He trabajado muchos años en ensayo y libro de no ficción. Ahí he tratado de intervenir en el orden del libro para que sea fácil de leer y que los capítulos estén equilibrados.
Yo soy muy de coger el boli rojo y dejar el original lleno de anotaciones, siempre diciendo a la autora o autor que son sugerencias. Pero en narrativa, tengo la impresión, después de muchos años de creer lo contrario, que el editor puede hacer muy poco. O hay novela o no la hay.
Como decía nuestro compañero Claudio López Lamadrid que murió en el 19, la labor del editor no debe verse. Tiene que ser una labor invisible, incluso para el propio escritor. Cuando quitas un anacoluto brutal, el escritor tiene que leerlo y decir ¡qué bien escribo!
¿Hay mucho ego?
Mucho, en todos los trabajos artísticos. Además, el ego de los escritores nunca está satisfecho. El editor no puede tener ego. ¿Qué ego vas a tener si no has hecho nada? Sentarte a leer es un regalo.
En los manuscritos que rechaza, ¿hay una serie de defectos contemporáneos que se repiten?
Sí. La lejanía respecto al lector. No lo puedo definir mejor. Los escritores piensan que tienen la conversación empezada con su lector y no es así. Tienen que empezarla y ganarse la atención de ese lector.
Siempre que rechazo un libro es porque, dicho rápido y mal, no lo he entendido. La acción es críptica, está mal contado, no entiendo quién es este personaje ni por qué sale aquí ni qué está haciendo… pierdo el hilo.
Ese libro que rechaza, ¿está bien o mal escrito?
Un libro que no se sigue bien, que no se entiende bien y que se te cae de las manos cada tres páginas, no está bien escrito, sea quien sea su autor. Hay libros de los que se han vendido millones de ejemplares que no están bien escritos.
Cuando rechazas un manuscrito es porque tu primera obligación como editora es transmitir el entusiasmo que sientes por ese libro a tus propios compañeros de la editorial, a la red de ventas, a los de marketing, de comunicación, a los periodistas a quienes vas a estar dando la lata seis meses para que entrevisten a tu autor, a los libreros, a los lectores… Tienes que ser la máquina de entusiasmo que dice: este libro hay que leerlo.
De los libros que ha editado, nombre algunos que le hayan producido especial satisfacción.
Para mí fue muy importante La España vacía (Turner, 2016) de Sergio del Molino. Ha tenido mucha repercusión. Creó una tendencia editorial que estaba ahí y no la veíamos. En aquella época editaba sobre todo ensayos traducidos y el trabajo intenso con el autor fue muy fecundo. De hecho, seguimos trabajando juntos y está en el catálogo de Alfaguara.
Y de los más recientes… Es que si pongo uno, me meto en un lío porque no nombro a otro. Me gusta mucho la nueva generación de escritores que está llegando a Alfaguara: Noemí Sabugal, Manuel Jabois, Manuel Guedán… Tengo para el año que viene dos mujeres que creo van a ser… En fin, hay muchos, pero estoy orgullosa de las nuevas voces.
¿La literatura contemporánea española está en buena forma?
Tenemos la suerte de estar en un momento en que los lectores quieren narrativa española. En los años 90 y 2000, en España imperaba la literatura traducida. El fenómeno era, cada año, el libro de Paul Auster o de Jonathan Franzen. Ahora, es el libro de Landero, Jesús Carrasco, Manuel Jabois o de Arturo Pérez Reverte.
"A principios de 2000, los gurús de la profesión nos aseguraban que el papel iba a desaparecer. Nunca se han editado tantos libros en papel y tan bonitos"
Trabajó durante años de redactora publicitaria. ¿Eso ayuda a sintetizar las ideas y hacerlas atractivas? Tiene una manera de expresarse clara y precisa.
Muchas gracias. Hago lo posible. Antes hablábamos de que formar lectores pasa por la educación. Si algo se debiera enseñar es a hablar. Creo que el saber hablar, defender tu trabajo, presentar tus libros y a tus autores es importantísimo. Cada día más.
A algunos escritores la promoción les cuesta mucho. Parece que ahora hay que ser joven y guapo y quedar bien en YouTube. No, pero tienes que saber contar lo que haces. Me da igual si eres comercial de seguros o escritor de novelas. Hoy no se puede ser un escritor oculto.
¿Diría que hay un estilo contemporáneo occidental?
Si hay alguna característica es la autoficción y la autoexploración. Igual que en el siglo XIX y primera mitad del XX, la literatura social intentaba contar el mundo de alrededor, la sociedad y los cambios, las últimas décadas están centradas en el sujeto que narra en primera persona. Creo que estamos a punto de un cambio de época.
También ha habido una enorme eclosión en los últimos años —quizás, un poco excesiva— de la narrativa de mujeres que hemos irrumpido en masa a contar las experiencias del yo de la mujer.
¿Está el libro en decadencia?
La pandemia, por suerte y por sorpresa para todos, nos ha demostrado que no. Llevo 20 años trabajando en este sector. A principios de los 2000, los gurús de la profesión nos aseguraban que el papel iba a desaparecer en el próximo lustro. Y nunca se han editado tantos libros en papel y tan bonitos. Cada vez se valora más la estética.
Los libros son libros en cualquier formato. Últimamente me estoy metiendo más en el mundo de los audiolibros. Se están haciendo bien, sin dramatizar demasiado. Me lo pongo en la piscina y al cabo de un rato es como si lo estuvieras leyendo para ti. También leo en el teléfono.
El prototipo de lector español es una mujer de 40 a 50 años con estudios superiores. Hay quejas recurrentes de que no hay suficientes mujeres escritoras. ¿Qué respondería?
Claro que hay muchísimas escritoras, muy leídas y teniendo logros muy relevantes en el mundo literario. ¿Por qué sigue el ranking dominado por hombres? Porque estamos más cómodos con la cosmovisión de los hombres. Nos hemos educado en un mundo de mirada masculina. Eso está cambiando rápido y las mujeres están todavía conquistando su lugar.
¿Podría diferenciar un libro escrito por una mujer o por un hombre?
No. Muchos me han engañado. Creo de todas maneras que es un ejercicio muy interesante, tanto para hombres como para mujeres, escribir con un narrador del otro sexo. Se aprende mucho leyendo y se debe aprender mucho escribiéndolo.
¿Qué ventajas tiene trabajar en un grupo tan grande como Penguin Random House?
Al final, todos somos pequeños editores. Dentro de este enorme grupo, Alfaguara es un sello, pero hay otros 50. Dicho esto, en un grupo como este tienes unas ventajas maravillosas; una de ellas, disponer de muy buen análisis de mercado. Aunque a los editores nos guste decir que seguimos nuestro gusto y nuestra intuición, tener esa información, la uses o no, es un apoyo maravilloso. También el intercambio de ideas con otros compañeros editores.
La segunda ventaja y la más importante es tener una red comercial propia. El gran problema de los pequeños editores es la distribución. La red comercial la integran personas maravillosas que llevan en el grupo años y conocen a los libreros por su nombre.
¿Qué relación tiene Alfaguara con América?
Alfaguara tiene casa en todos los grandes países de habla hispana, incluido EE.UU. Tenemos muchísima relación. Compartimos los programas editoriales. Una parte importante —como el nuevo libro de Vargas Llosa— la sacamos todos. Luego, cada uno tiene sus apuestas locales. Además, estamos en un momento en que los españoles quieren escritores españoles; los peruanos, escritores peruanos…
¿Después de la globalización hay un cierto repliegue?
La tendencia es que los lectores buscan literatura cercana. Luego hay excepciones como en todo. El desafío de que un autor/a que funciona muy bien en España se lea en Chile es casi igual a que se lea en Alemania.
¿Hay una barrera lingüística entre España e Iberoamérica?
Yo creo que no. Hay autores a los que les preocupa mucho, por ejemplo, que no se entienda en España lo que se ha escrito en un argot muy coloquial de Colombia. Todos hemos leído el boom iberoamericano y los chicos ven series en español de ambos lados del Atlántico. Incluso mi hijo dice que tiene un chingo de deberes. No existe un español normalizado y no tiene por qué haberlo. De hecho, nosotros hemos leído a Kafka traducido por Borges.