Montserrat Iglesias (Pontevedra) es profesora de Teoría de la literatura y Literatura Comparada de la Universidad Carlos III, delegada del rector para las humanidades digitales y presidenta del Teatro de La Abadía.
Esta polifacética mujer ha sido vicerrectora de Comunicación y Cultura de la Universidad Carlos III de Madrid, directora del INAEM y directora de Cultura del Instituto Cervantes. “Como soy inquieta y activa, me gusta hacer y formar grandes equipos. Es muy satisfactorio ver resultados. Eso, en la soledad de lo académico, no lo encuentras”.
Montserrat Iglesias es de esas personas de mirada abierta, curiosa. Se decidió por las letras pese a su facilidad para las ciencias, obtuvo el Premio Extraordinario de Licenciatura y el Premio Extraordinario de Doctorado, y ha impartido cursos en algunas de las mejores universidades del mundo. Ahora, como delegada del rector para las humanidades digitales, trata de buscar vías de comunicación entre la ciencia, la tecnología y las humanidades.
¿Cuáles son esas vías?
Los que estamos dentro de las disciplinas de las humanidades tenemos que estar muy atentos al devenir científico-tecnológico. Y también creo que, por parte del ámbito de la ciencia y de la tecnología, las humanidades pueden aportar una mirada crítica, el preguntarse para qué, esa necesidad de pensar qué repercusiones tiene para la sociedad lo que hacemos.
Ha creado y dirigido muchísimos proyectos. ¿De cuáles está más orgullosa?
Estoy orgullosa de todos ellos, particularmente de los proyectos más pedagógicos, porque llevo una profesora en mí. Me encantan porque llegan a los jóvenes que se encuentran, a veces por primera vez, con el teatro, la música o la literatura.
También, cuando paso por delante del Teatro de la Comedia, me siento profundamente orgullosa. Me hice cargo de la rehabilitación, que llevaba tres años de retraso en la obra y ocho meses paralizada por una serie de problemas. Abrimos el teatro en siete meses, un tiempo récord. Nadie creía que lo íbamos a conseguir. Fue gracias a un intenso trabajo en equipo entre el INAEM y la Compañía Nacional de Teatro Clásico.
¿Le ha resultado fácil llevar a cabo estas iniciativas o ha tenido muchos obstáculos?
Obstáculos siempre hay. ¿Quién no los tiene? En el ámbito cultural es donde más se recortan los presupuestos, donde se hace todo con menos. Quienes están involucrados en una actividad cultural parece que tienen que ser vocacionales.
A mí me gustaría que hubiera más recursos, sin duda. Pero es verdad que, con creatividad, buscando campos en común y sumando voluntades y recursos, al final se llega.
¿El principal obstáculo es la falta de dinero?
Normalmente, sí. Siempre me ha tocado gestionar etapas económicamente difíciles, con recortes muy fuertes. Estoy muy orgullosa de haberlas sacado adelante. Si algún día puedo gestionar algo con un presupuesto aceptable, no sé cómo voy a hacerlo… (ríe).
Tampoco la Administración está bien preparada para la gestión cultural. Tenemos un exceso de burocracia en general, que lastra y que no entiende bien cómo es la gestión.
"En España tenemos mucho talento. Es una potencia cultural mundial"
¿Cómo se gestiona la cultura?
Hay situaciones muy diferentes, y también posturas distintas sobre cómo debe de ser gestionada la cultura. En mi experiencia, la suma de recursos público-privada funciona muy bien. Por ejemplo, en el programa Platea que tenía el INAEM, la colaboración entre las distintas administraciones, desde el ministerio a ayuntamientos y compañías privadas, pudo permitir giras teatrales que con la crisis no hubieran sido posibles.
Otro ejemplo muy claro es el Teatro Real, donde la colaboración pública-privada es excelente. La parte pública es un aval de independencia y también, aunque algunos no lo crean así, de una correcta gestión. Y la iniciativa privada de apoyo es fundamental para poder llegar realmente lejos.
¿Qué destacaría de España a nivel cultural?
En España tenemos, en general, mucho talento. Es una potencia cultural mundial. Durante mi estancia en el Cervantes, pude constatar el atractivo inmenso que tiene todo lo que lleva la marca cultural española: las artes plásticas, el teatro, la música, la literatura… Aprovechamos poco este prestigio internacional.
No olvidemos también que España tiene un patrimonio histórico artístico extraordinario. Si pusiéramos estrategias adecuadas para poner en valor y cuidar ese patrimonio, estaríamos generando un empleo de calidad en muchas zonas de lo que ahora llamamos la “España vaciada”. Además, generaríamos flujos de interés turístico también de calidad, nacionales e internacionales.
Recientemente ha sido nombrada presidenta del patronato del Teatro de La Abadía. ¿A qué retos se enfrenta?
Esta es una segunda etapa después de que su fundador José Luis Gómez, con tantísimo talento y trabajo y con la ayuda, por supuesto, de Gregorio Marañón -uno de los grandes actores culturales que tenemos- convirtiera el Teatro de La Abadía en un teatro de absoluta referencia en España.
Ahora se trata de acompañar a Juan Mayorga, reciente premio Princesa de Asturias, y favorecer todo lo posible que el equipo de La Abadía pueda desarrollar su trabajo en las mejores condiciones. Creo va a poder continuar ese legado de forma muy brillante.
Ha entrevistado y tratado a muchas personalidades, ¿podría nombrar a algunas que admire?
(Se ríe) Te podría dar tantos, pero sería incorrecto destacar a alguien… He sido muy afortunada, he conocido gente maravillosa e interesante. En general, las grandísimas personalidades culturales saben escuchar y mirar. Por ejemplo, me hizo mucha ilusión conocer en persona -ya estaba bastante mayor- a Ernesto Sábato. Le dimos la Medalla de Oro de la Universidad Carlos III de Madrid.
O conocer a mi admirado Caetano Veloso o a Tim Robbins, una persona muy valiosa y a la que quiero mucho. Fundó en Los Ángeles una compañía de teatro, “The Actor’s Gang”, con la que hace una labor social extraordinaria y en los últimos años ha desarrollado un programa de teatro en las cárceles con unos resultados conmovedores. Hay muchas personas con este talento, comprometidas en intentar mejorar, en la medida de lo posible, su entorno.
En 2021 eligió el lema del amor para dirigir el Festival Ñ. ¿Por qué?
Cuando te ofrecen dirigirlo, te piden que elijas un tema que sea el hilo conductor de las charlas. Yo en seguida pensé en el amor. Me interesaba explorarlo con escritores, cineastas, músicos, antropólogos…, y lectores. No es el amor romántico, estrictamente hablando, sino el amor en todas sus dimensiones.
Era noviembre del 21 y empezábamos a recuperar un poco la presencialidad, aunque con cuidado. Tocaba quererse, había ganas de verse, de volver a sentir esos vínculos que nos unen. El amor, el respeto y la amistad, que es una forma de amor, siempre sacan lo mejor del ser humano.
Para su tesis estudió el teatro de Valle-Inclán, que era, como usted, gallego. ¿Qué destacaría de este genial escritor?
Quizá una de las facetas menos conocidas de Valle-Inclán es que es uno de los padres de la literatura hispanoamericana del siglo XX. Tirano Banderas es probablemente una de las obras más influyentes en todo lo que se llamó la “novela del dictador” en Hispanoamérica, de donde beben desde Carlos Fuentes a García Márquez o Vargas Llosa.
¿Por ser mujer ha tenido más dificultades?
He tenido las dificultades que cualquier mujer trabajadora puede tener; y más si tienes hijos. No tenemos un país fácil para la conciliación. Yo siento una admiración extraordinaria por esas mujeres que han sido nuestras madres, nuestras abuelas. Sacaron las familias adelante, renunciaron a tantas cosas de sí mismas porque la propia sociedad no se las permitía. Lucharon porque sus hijas e hijos tuvieran una educación que muchas veces ellas no habían podido tener. Son generaciones admirables.
"La ciencia ficción es donde construimos nuestros imaginarios sobre los desafíos que la tecnología nos pone por delante"
¿Ahora qué dificultades encuentra?
Creo que estamos viviendo un periodo muy difícil para el feminismo, aunque no lo parezca. Es contradictorio en apariencia, no en la realidad. Lo noto en mis clases universitarias. Nunca ha habido tanta censura como ahora. Hasta los propios estudiantes, a la hora de manifestarse, temen ser cancelados en sus propios grupos según la opinión que manifiesten.
Creo que esta famosa “cultura de la cancelación” con los productos culturales, con la literatura, con el cine, con la historia misma, solo lleva a dos cosas: a la ignorancia y al fanatismo. Ambas cosas son los primeros peldaños para un régimen totalitario, con lo cual me encuentro con esta perplejidad de ver que, en algunos ámbitos, hay menos libertad ahora que hace 30 años.
Está escribiendo un libro sobre los desafíos que presentan las nuevas tecnologías. ¿Para cuándo?
Ay, no sé. Para cuando pueda, estoy en ello. Mientras, estoy enseñando un curso que comparto con un compañero catedrático de bioingeniería, Juan José Vaquero. Se llama Ciencia y ficción: relatos para un futuro incierto. La ciencia ficción, que ahora se empieza a llamar ficción especulativa, es el género del siglo XXI, porque es donde construimos nuestros imaginarios sobre los desafíos que la tecnología nos pone por delante: la inteligencia artificial, los robots androides, las distopías, el diseño genético de seres humanos.
Cuando explico a mis alumnos, tanto a los más jóvenes como a los mayores, porque tengo toda la gama, cosas que ya se hacen, me miran como diciendo: “¿Qué me estás contando?”. Por ejemplo, están investigando, empezando por Google, cómo traspasar el cerebro a otro tipo de material o de envoltorio no perecedero. Es interesante ver cómo reducen a la persona a mero cerebro. El cuerpo y el alma han desaparecido. O el cuerpo, el alma y la sombra, como diría Alejo Carpentier.
Sí, parece ciencia ficción.
No estamos lo suficientemente alerta sobre las cosas que tecnológicamente se están desarrollando y las implicaciones que ello supone. Yo creo que el historiador Yuval Harari lo dice de una manera muy brillante. Podemos llegar a un mundo en que terminemos divididos una masa de población en muy malas condiciones, frente a unos hiperprivilegiados. De todo esto, ya nos alerta la cultura.