Hay personas de las que nunca veremos su muerte, aunque hayamos asistido a su entierro. García Lorca lloraba a Sánchez Mejías escribiendo “porque te has muerto para siempre”. Pero esto no funciona así nunca más en la era de Google, especialmente, para las personas de la esfera pública.
Por su propia definición, las efemérides suceden una y otra vez. Con ellas, hay seres humanos que vuelven y nos visitan periódicamente por varios lados, incluso por todas partes, como si fuera simplemente que se hubieran ido a vivir a un lejano bajío y regresaran sin un rasguño.
Lady Di murió justo los mismos días que nació Google y se convirtió en la celebridad global, cuya vida estaría perfectamente ordenada y accesible para siempre. Perteneciendo a esa nueva categoría de seres humanos que -mientras no exista un apagón mundial- no dejarán de mostrarnos su rostro con distintas mímicas desde su inmortalidad digital. Más que eso, puede que Lady Diana Spencer (1961-1997) encabece esa categoría transhumana por diferentes razones.
1. Muere Lady Di, nace Google
Retrocedamos un poco, justo al día 6 de septiembre de 1997, cuando tras su funeral, Diana de Gales se convertía en 'inmortal'. Como explica el profesor de la Universidad Complutense, Lucio Blanco, en un paper de investigación, Diana de Gales ya era un icono pop a principios de los noventa, de hecho, “ostenta el récord Guiness de ser la persona que más portadas de revistas ha acaparado”. El cambio de Shy Di [tímida Diana] a Lady Di había sido espectacular, y su incómoda biografía tenía todos los componentes de la mejor ficción imaginable, lo que la había convertido en un fenómeno de masas.
Pero ese día, su estatus mediático se multiplicaba hasta el paroxismo. “Según las cifras del British Audience Research Bureau [organismo encargado de controlar la audiencia], 31 millones y medio de personas presenciaron por televisión el funeral de Diana en Gran Bretaña”. Se trata del “acontecimiento televisivo más seguido de su historia”, como explica Blanco. En otros países europeos como Italia se llegó a superar el share del 88%, y en nuestro país, “casi veintitrés millones de telespectadores españoles” lo vieron, con una media de “45 minutos” por persona, según datos de Sofres.
El terrible acontecimiento había sucedido a finales del verano del 1997: un brutal accidente en extrañas circunstancias bajo el Puente de l’Alma. Justo un año antes, comenzaba a gestarse en la costa oeste de Estados Unidos algo que ella nunca pudo imaginar y que sería su contenedor absoluto y vectorizado a los pocos días de su muerte: Google. La globalización pop estaba cerca, y en su biografía se reunían todos los mimbres: había dejado un acervo de titulares e imágenes en color que, una vez escaneadas, serían fácilmente accesibles desde ese mes de septiembre, listas para el siguiente siglo.
2. Las matemáticas de su rostro
Como explica el profesor Blanco, su catálogo de expresiones faciales es inmenso. “Se puede decir que la expresión facial-anímica de Lady Di abarca un arco dramático que va de la felicidad al dolor profundo, de la sonrisa a la profunda tristeza”. Según el especialista, “hay suficientes muestras de la personalidad de Diana teniendo en cuenta que como dijo Kretschner ‘el rostro es la expresión comprimida de la fórmula constitucional psíquico-física’”.
Sus expresiones fisonómicas fueron evolucionando en paralelo a su afición a la moda: según iba ganando en seguridad, sus gestos se afirmaron y comenzó a dejar de mostrarse temerosa, a mirar de frente. Lo cierto es que conocemos, al fin, todas sus reacciones psíquicas, y eso genera una empatía online absoluta. “Diana sufre una depresión postparto, no oculta sus llantos, se habla de desequilibrio mental, incluso de un intento de autolesión que ella no niega”, explica Blanco.
En una ocasión, el fotógrafo Patrick Demarchelier fue elegido por la princesa Diana, después de retratarla en 1989 junto a sus hijos -los príncipes Guillermo y Harry-, como el primer artista no inglés en inmortalizar a la Familia Real de Gran Bretaña. “Diana tenía una belleza clásica”, explicaba en entrevista el probablemente mejor fotógrafo de las últimas décadas. Afirmaba cómo en cada imagen ella rezumaba “un increíble espíritu. Ella era encantadora y muy generosa”, describía.
¿Por qué algunas bellezas resultan 'clásicas'? La explicación puede encontrarse en la dimensión áurea: en un reciente estudio, el Dr. Julian De Silva, director del Centro de Cirugía Estética y Cosmética Facial Avanzada en Londres, comunicaba a VOGUE su estudio sobre proporciones faciales en relación a la regla áurea y el número phi (en esta teoría la máxima puntuación correspondería a cuando la oreja mide lo mismo que la nariz y el ancho de cada ojo coincide con la distancia entre ellos) y Lady Di resultó la royal más cercana a esta perfección facial clásica “con una puntuación de 89.05%”.
Consultando Google Trends, se confirma que desde 2004 [año en el que se pone en marcha la herramienta de análisis de tendencias], la vigencia de la búsqueda online de Lady Diana no decae, sino que crece, con picos regulares cada vez que se presenta un nuevo producto audiovisual o se cumple un aniversario de su muerte.
Es singular la comparativa con otros mitos del siglo XX: se comprueba un interés creciente por la princesa en Google superior al que suscitan otros iconos femeninos de su siglo, como Audrey Hepburn o Grace Kelly. Según la consultora Personality Media, “pocas celebridades fallecidas tienen una explotación de imagen interesante desde el punto de vista de derechos, como es el caso de Marilyn que sería el gran ejemplo femenino del siglo XX, pero hay que recordar que Diana de Gales no era artista, lo cual la hace un caso único”.
Quizá no sea aventurado afirmar que con Lady Di se inaugura a nivel global una nueva categoría que Warhol anunciaba, una mujer hiperfamosa (hiper de hiperlink) cuya fama estaría basada en su biografía. La red Instagram prefiere llamarla #ladydiana frente a #ladydi: para ambos, el tag conjuntamente más repetido es el que tiene que ver con su aplicación comercial más global y exitosa: el icónico bolso #ladydior, un producto fácilmente globalizable llamado con ese nombre en honor a ella.
3. La moda como arma
Una de las búsquedas más habituales entre sus fotos icónicas es la del “vestido venganza”. Miles de links hoy albergan la imagen de su archicomentado “revenge dress” [vestido venganza], un vestido negro que ella elige llevar el día que el príncipe Carlos anuncia públicamente su adulterio con Camilla Parker Bowles. Diana sale de su coche envuelta en esa seda oscura, con un collar muy corto, y sonríe a la prensa camino del evento en el que no se la esperaba. Esa imagen no es sólo moda: es historia del final de una época y una declaración de intenciones que daría la vuelta al mundo.
¿La primera royal en vaqueros? En efecto, en 1988 Diana se puso unos Levi’s para asistir a un torneo de polo y el mensaje era evidente: se trataba de un gesto de normalidad. ¿La primera en poner de moda como elegantes los polka dots [lunares]? Sí, y parece ser que lo hacía para ser más cercana y desenfadada. ¿La primera en reivindicar el uso de los calcetines altos? Sin rubor, y el uso de sudaderas universitarias oversize, y muchos otros gestos urbanos.
A la princesa, le gustaba la moda, todo le quedaba bien, y se divertía con cada uno de esos guiños. Lo que quizá no imaginaba es que seguirían impactando a la moda actual en los 2020s, una industria que con su ansia semestral de novedades, necesita las ideas revival de los ochenta y los noventa que perfectamente ella encarna.
En su entorno más cercano, inevitablemente quedó su impronta. Podemos suponer que debe de ser difícil para sus nueras emularla, pero ambas hacen guiños a sus estilismos más conocidos, el impacto es inevitable. No hay que olvidar que Kate lleva puesto hoy en día su anillo como alianza, algo sin duda simbólico; y cada vez que decide aparecer, por ejemplo, cuando ella elige un vestido azul de lunares con cuello blanco para la celebración del 70 cumpleaños del príncipe Carlos, resulta imposible pensar que no es consciente de que esa fotografía va a ser entendida en los medios y redes como un homenaje.
El caso de Meghan Markle es aún más craso, puesto que la duquesa de Sussex también ha iniciado una ofensiva mediática desde el interior de su familia política, así que cuando hace uso de atuendos similares, es conocedora de que eso tiene un significado: en determinados niveles, la moda deja de ser sólo tendencia para convertirse en arma. Su sobrina Kitty Spencer, reconocida influencer, también es consciente del poder viral de sus elecciones y las fomenta en numerosas apariciones [aunque parece probable que en su reciente boda no quiso homenajearla, para no agitar malas energías esponsales].
4. La primera royal que daba la mano
Hace pocos días y con motivo del 25 aniversario de su muerte, la periodista Julie Heiland presentaba un nuevo libro titulado Reina de Corazones (Planeta). Para Heiland, “el mundo necesitaba más mujeres que prendieran fuego a la jaula en la que estaban encerradas”. Hasta ese punto. Heiland recuerda cómo “en el año 2017 le fue concedido póstumamente el Premio Legacy de la revista Attitude por su lucha por los derechos de los portadores de VIH y los enfermos de sida, premio que aceptó el príncipe Enrique, su hijo”, recuerda en el epílogo.
Se la conoce como la primera royal que “daba la mano”, gestos constantes que demostraban que no había impostación, sino verdadero interés por luchar contra los estigmas sociales, como explica un reciente documental de RTVE.
Con su labor social, “tras su divorcio del príncipe Carlos”, explica Heiland, Diana “hizo todo cuanto estuvo en su poder para activar su carrera como embajadora de buena voluntad. Cómo olvidar su campaña en contra de las minas antipersona: en 1997, en Angola, delante de las cámaras. Diana abrazó a niños mutilados y caminó por un campo de minas en activo. Cuatro semanas antes de morir, visitó en Bosnia a víctimas de las minas”. La tragedia tras su muerte lo inundaba todo, tenía banda sonora superventas y la casa real británica sin duda sufría una crisis de imagen inaudita.
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No sólo estarían al alcance de cualquiera ya las fotografías de Diana, también decenas de textos sobre su vida y opiniones sobre su muerte de autores de diferentes nacionalidades, siendo las más conocidas las de Pasternak, Dunlop o Morton. En concreto, destaca el libro de Morton, descrito por la periodista Concha Calleja como “la biografía de más éxito de todos los tiempos, y también el mayor escándalo que ha vivido nunca la casa real británica”.
Concha Calleja, en su libro Diana: Réquiem por una mentira (Almuzara,2017), llega a afirmar que “Diana se había convertido en un personaje de sobras incómodo para el establishment británico que observaba con gran susceptibilidad cómo la cercanía de Diana con la gente, su popularidad y su importante labor benéfica, superaba de lejos a cualquier otro miembro de la familia real”. No era una outsider, como recuerda Calleja, “cuando su padre se convirtió en conde, ella pasó a tener el título de Lady”. Era algo mucho más interesante mediáticamente: una insider que rompía el molde que la había creado, algo realmente inaudito de contemplar.
5. El impacto en monarquías europeas
“¿Qué si está vigente?”, responde Rosa Villacastín, “ayer mismo estuvimos viendo un documental de cómo cambió su forma de vestir, hay mil series y películas ahora [se refiere a The Princess, en HBO, y a Diana en CNN, Diana de Gales, en Netflix, además de The Crown, The Windsors, Spencer…].
“Cuando muere, como su muerte fue tan atroz, y el comportamiento de la reina de Inglaterra fue tremendo”, señala Villacastín, “porque no quería ni hacer un funeral, hasta que ven ese movimiento a favor… Nosotras dedicamos en Extra Rosa dieciocho horas de programa, en las audiencias arrasamos, y podríamos haber dedicado mil más”.
¿Por qué tanto interés mediático? “Primero, por ser la mujer de Carlos de Inglaterra, lógicamente. Yo creo que la gente inmediatamente intuyó que era muy desgraciada, luego poquito a poco ella va marcando territorio hasta que se divorcia y a partir de ahí, la mujer que lleva dentro sale afuera. Comienza con su labor social y se veía que era sincera, a visitar enfermos de sida, campos de minas, se fue a ver a la madre Teresa, pero en definitiva empieza a hacer lo que le daba la gana, diciendo ‘me importa el mundo tres narices, ahora quien manda en mi vida soy yo’, es un mensaje de empoderamiento femenino, y en ese sentido se ha convertido en un icono, además de por su elegancia”.
“La gente la quería porque era capaz de enfrentarse a lo establecido”, continúa. “En vez de dedicarse a las fiestas, todas sus apariciones eran a favor de algo, y se veía que era auténtica y que se había liberado de esas cadenas que pone la casa real, de pura hipocresía. Cuando salió en el barco de Dodi Al-Fayed en bañador… Creo que Carlos tuvo muchos celos de ella”.
¿Qué implicaciones ha tenido su biografía en el ecosistema de las casas reales europeas? “Tuvo un impacto muy grande en sus sucesoras. Letizia, Máxima, Mary… no están dispuestas a tragarse el sapo, y sus suegros lo tienen mal, porque Diana marcó el camino a seguir a todas las futuras reina de Europa. Ellas son al final las que están sosteniendo las monarquías modernas, todas han vivido como ciudadanas, y la educación que están dando a las futuras generaciones es la de mujeres muy potentes”.
“No mueren los dioses, muere la fe”, escribía Cavafis, ‘el Lorca griego’. El mito de Lady Di renace con cada efeméride y volverá a hacerlo mientras la época que la reviva tenga fe en su existencia como un símbolo. Lady Di sigue caminando -como explica el profesor Lucio Blanco en su paper que la califica de ‘diosa mediática’ y la compara semióticamente con Sisí Emperatriz y hasta con Nefertiti-: no sólo en los múltiples consumibles que genera en un mundo que sigue girando, sino que incluso hay diversos testimonios de su fantasma (en los palacios familiares, en el gimnasio que frecuentaba, existe hasta un video en una vidriera de una iglesia de Glasgow grabado por unos turistas chinos, en el que aparece hasta con su diadema). Porque Diana ha muerto, como diría Lorca quizás, para nunca.