La escultora Esperanza D’Ors: “El cuerpo es un templo de pasión”
La artista, nieta del escritor Eugenio D'Ors, nos abre las puertas de su casa para charlar sobre el papel del arte en la sociedad, el humanismo y su proceso creativo.
1 septiembre, 2022 02:44La casa de Esperanza D’Ors canta. Es la casa la que canta, el resto de sus habitantes hacen otras cosas. Ella dibuja, esculpe, y su marido, en la planta baja, está escribiendo teatro rodeado de libros. “Esa caja de ahí está llena de cintas de entrevistas, más de mil yo creo que habrá. La última que publiqué fue a Rosa Montero, en tu periódico”, dice con una sonrisa Ignacio Amestoy, cómplice del “hecho mayéutico de la entrevista”, mientras se realizan las fotografías de su mujer en el jardín de estilo italiano. Entre las figuras humanas y el verde se escucha una musiquilla de fondo.
Resulta muy lógico que la casa de una escultora y un escritor cante, en este caso entona una melodía de centenares de objetos, una canción tan melodiosa y variada que proviene de las figuras y los libros, de los recuerdos y de las nuevas creaciones. Un canto a la cultura. Una sombra alargadísima de D’Ors, la de las ocho de la tarde del final del verano, se cuela entre los libros, y parece una de sus creaciones.
“Esta escultura de aquí”, señala ella con el dedo, entrando, “se titula Te quitarán tu sombra y está basada en un poema de César Antonio Molina”, dice la artista. Más bien recita: “Te quitarán tu sombra, te quitarán la sombra del árbol, te la quitarán, te quitarán la sombra del mar, te la quitarán’ [pronuncia cerrando levemente al final los ojos]. Ese despojamiento que está sufriendo el ser humano, si no tenemos cuidado puede llevarnos a una nueva ‘Edad Media’ cínica y brutal”, afirma contundente.
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D’Ors (Madrid, 1949) es escultora y su estudio está situado justo en la estancia anterior a la biblioteca, en la planta baja: un espacio encantador repleto de pequeños cuerpos, todos dispuestos alrededor de una mesa central que es donde ella los dibuja y los modela. En las paredes, cuelga su obra gráfica y llama la atención una de las imágenes que representa decenas de cuerpos entrelazados.
En la planta de arriba, nos recibe un sofá romántico e incómodo que canta quizá una canción lenta. “Este sofá es muy bonito, era de mi abuela, es romántico, pero la verdad es que para estar sentado mucho tiempo no es”, bromea ella. Como el sol de verano se vuelve dorado mientras sigue bajando, parece que estuviéramos incluso en una obra teatral, hasta que la artista nos devuelve al presente con una reflexión.
“¿Sabes?”, pregunta Esperanza D’Ors mirando algunas de sus esculturas de la estancia, “con el tiempo me he dado cuenta de que estoy muy contenta de practicar la figuración y de trabajar con la figura humana. Estamos entrando en el posthumanismo”, susurra, y su gesto se vuelve más serio, con la viva mirada enmarcada por el flequillo recto “y se quiere borrar al ser humano como centro del universo y yo creo que hay que reivindicar siempre al ser humano, ¿dónde si no?”.
Esperanza D’Ors es autodidacta y entró en el mundo del arte por casualidad. "Mi ingreso en el mundo del arte no fue el convencional. Soy una escultora autodidacta, pero como decía mi padre, lo mío era ‘herencia de sangre’. Mi abuela era escultora, y mi hermano Alfonso director de la escuela de cerámica de Madrid. Él traía piezas de barro a casa. Yo empecé a modelar como aficionada y mis amigas me decían ‘a mí no me compres nada, hazme una escultura’. Así que empecé a tener pequeñas esculturas en casas, terracotas que mi hermano me cocía".
Y continúa: "A una de estas casas fueron unas galeristas, de Gamarra&Garrigues, a la de un arquitecto que también es pintor y le preguntaron por un pequeño desnudo yaciente. Me contactaron, me propusieron una exposición y fue bien y me quedé con seis meses de encargos”.
¿En qué año expuso aquella primera vez?
En el 82. A partir de ahí me encontré siendo escultora. Cuando lo que yo quería era ser actriz, y de hecho trabajé con Ignacio, interpreté papeles en el teatro universitario primero y luego independiente, pero se me cruzó la escultura.
¿Y luego qué vino?
Luego vino la vida [hace una pausa más larga de lo normal, que resulta muy agradable], y ambos hicimos miles de cosas para vivir. Yo empecé a dar clases en Navarra, eran pocos alumnos y me gustó mucho hacerlo. Era muy joven y se sorprendían de que fuera su profesora de arte moderno. Empecé a hacer crítica de arte en Actualidad española, hacía entrevistas en La Casa de Marie Claire… pero la realidad se impuso y comencé a hacer una exposición cada dos años.
El sistema del arte y D'Ors
El mundo del arte, caprichoso e injusto, exuberante y radical, se define como un sistema de opiniones cruzadas en la que aquellos con posición preponderante priman. Aún en ese marco, hay una serie de hechos que uno no debe olvidar para hablar con, o sobre Esperanza D’Ors.
Primero de todo, que es, como ella misma explica, “una outsider: mi trabajo no es apoyado ni por los grandes museos, aunque tenga obra en museos [se refiere por ejemplo a la exposición estos días en una importante colectiva en Museo Wurth de La Rioja], ni por muchos comisarios”.
Segundo, que pese a ello, su obra pública se encuentra en muchos lugares de España y es fácil encontrar alguna de sus esculturas públicas en muchos más rincones de los que uno cabe imaginar. Ella fue apoyada desde el principio por popes como Calvo Serraller, que escribió sobre “el descubrimiento de Esperanza D’Ors” y que consideraba que su obra no parecía primeriza, que apoyó su trabajo y lo hermanó con la tradición española de Juan Muñoz.
“Ya en el cole, decían ‘que escriba Esperanza, que es nieta de escritor’”, recuerda con gracia la autora, “y eso a mí me repateaba en aquella época… con la edad he comprendido cuánto bien me hizo, porque ese esfuerzo me conformó y me hizo ser más exigente conmigo misma. Aunque claro, yo tengo una parte alemana y una parte D’Ors”, explica.
“Soy muy afortunada, he tenido una suerte tremenda, de haber nacido en una familia de intelectuales, entre miles de volúmenes y piezas de arte. Leía a los rusos y lloraba cuando tenía catorce años”.
¿Qué tiene de cada apellido?
De los alemanes, no lo sé, a lo mejor el tesón. Seguir a pesar de las dificultades. De los D’Ors, la exigencia…
Exigencia y tesón son palabras muy duras…
Sí [sonríe]. Siempre que se resume algo, somos injustos [hace otra pausa, cómplice]. Porque las cosas que te han apesadumbrado, a menudo comprendes con la edad que son absolutamente necesarias, que la vida no es un camino de rosas y que llorar por tener que hacer puede ser magnífico.
¿Cómo era su padre?
Mi padre era muy exigente y muy generoso. Él nos llevaba al Museo del Prado y nos sentaba en el suelo frente a las obras, algo que hoy se hace mucho, pero en aquella época no, llamábamos la atención porque éramos siete hermanos. ¿Sabes? Se inventaba canciones con las escuelas de pintura que conformaban la historia del arte, en vez de con los pitufos, nos reíamos de aquellos nombres…
¿Se alegró de su vocación entonces?
Que va, se enfadó porque salimos todos artistas y teníamos una vida un poco irregular, pero en el fondo él sembró eso, aunque era médico. Mi madre era un ser adorable, que daba el equilibrio, aunque la parte alemana también estaba llena de exigencias.
Lo que más le interesa es la figura humana…
La escultura figurativa, que se basa en el cuerpo humano. No es una cosa que haya elegido. Como dijo Miró "es el estilo el que me ha elegido a mí", no al revés. A mí me ha elegido la figura. Lo puedo razonar diciendo que como actriz yo he utilizado mi cuerpo y sé el valor de las emociones que puede transmitir un cuerpo… con una inclinación de los hombros, con un gesto del cuello, el cuerpo tiene una capacidad expresiva de emociones y sentimientos en sí mismo que por muy hermosa que sea la forma que un ser humano invente, nunca será superior. Es un templo de pasión, lo expresa todo. Es muy potente como elemento expresivo, para mí, insuperable.
La medicina trabaja con el cuerpo, quizá en su obsesión por la figuración está también eso…
Puede ser, sí. Tuve muchas influencias todo el tiempo. En escultura, cuando el hombre crea la primera figura, es un tótem y se abraza a él, el hombre no quiere estar solo y se abraza a esa figura que él ha creado. Siempre he visto y creo profundamente que la escultura posee un carácter de eternidad. O por lo menos lo busco. Y precisamente por eso la desnudez de las figuras. El ropaje te remite a una cotidianidad, del XVII o del XX, en cambio la desnudez es eterna, está fuera del tiempo.
¿Alguna anécdota?
En Asturias cuando puse mi Monumento a la Concordia, se me acercaron unas señoras mayores de Oviedo y me dijeron "esto está muy bien, sí, pero ¿qué necesidad hay de que vayan desnudos?". Eran siete figuras, la última enarbolando unos pliegos de firmas que llega a los tres metros y pico, es muy potente y sí, están desnudos. "Es que quiero que sean de todos los tiempos y de ningún tiempo", les dije.
¿Y lo entendieron?
Sí, porque hay mucha cultura del arte en nuestro país. Lo entendieron y lo respetaron. Sobre el pueblo español, yo podría escribir un libro de anécdotas porque tengo muchas de lugares geográficos. Recuerdo que contemplé la conversación entre dos vascos mayores, al borde del puente, que había que levantar, para colocar la escultura. Uno le dijo al otro "¿y esto para qué?" [pone acento vasco]. Y le respondió su amigo "para hacer bonito". Y asintió porque le pareció la mejor razón del mundo.
¿Qué otras influencias además de la puramente humanista reconoce en su obra?
Pues es curioso que mi trabajo sea tan mediterráneo, porque el momento en que yo ingresé en el mundo del arte, toda mi generación se iba a estudiar a Londres y lo que más se importaba no era lo nuestro. Pero, para querer beber, está el Mediterráneo, que es una cultura riquísima y cultísima, y ahí los españoles nos tendríamos que encontrar, con nuestro gusto por vivir, reír, por comer, por bailar, eso es mediterráneo…
¿Cuáles son los mejores momentos de su proceso creativo?
El momento más maravilloso es el momento en que eres la primera espectadora de tu obra. Cuando sale fuera del estudio, empieza un momento muy interesante, pero mucho más duro porque el exterior puede ser desolador si la obra no es comprendida. Algo necesario, por otro lado. Como decía Oscar Wilde, son los ojos de los demás los que completan y dan sentido a tu trabajo. A mí la gente me cuenta muchas historias de mis propias esculturas. Nosotros creamos de una forma ciega muchas veces, pero somos luz para los demás. A lo mejor suena muy romántico, ¿no?
Eugenio D'Ors
Quizá falte aclarar algo más: que Esperanza D’Ors trabaja sin cesar. La música de su casa debe de ser trepidante por las mañanas. Estos días está inmersa en un proyecto que tiene sus raíces en una pieza de 1999 sobre las sirenas que provocaron a Ulises. “Acabo de empezar este cuaderno de voces. Veintiuna poetisas españolas elegirán el nombre de cada una de aquellas sirenas y escribirán un texto poético en prosa o verso. Estos desnudos de dos metros y medio sobre las rocas, aún en proyecto, tendrán esas voces”, explica.
“Eugenio D’Ors decía que un artista construye un edificio: si tiene suerte pone los cimientos y hace el primer piso, si tiene un poco más de suerte hace el segundo piso, y si tiene mucha suerte lo corona con un ábside hermosísimo. Tú estás haciendo un edificio, yo creo que estoy en la primera planta”, explica Esperanza citando a su abuelo (1881-1954).
“Si vas a las ferias te desmoralizas muchísimo, porque lograr que tu trabajo tenga un cauce es cada vez más complicado. Pero lo verdaderamente difícil es que haya silencio a tu alrededor. Que no se boicotee tu creatividad con palabras y sobre todo con las modas, que nos persiguen en la sociedad de consumo, que no se te mediatice”.
¿Se considera usted ambiciosa?
Mi intención es ambiciosa, imagínate, acompañar con belleza el camino del ser humano y darle armas en sentido espiritual, porque el mundo que vivimos y que vamos a vivir es muy duro. Es un momento en el que la boca se llena hablando de solidaridad, y somos menos solidarios que nunca. Somos capaces de pasar al lado de un muerto y no pararnos. Me interesa que mis esculturas tengan un carácter compasivo y colocar al ser humano en el centro del universo.
¿Le gusta sobre todo la obra pública?
Me gustaría ser fundamentalmente una escultora de obra pública porque creo, como los griegos, que el arte "o es público, o no es". Estar en la calle y ser gozado. Pero hay un desprestigio de la obra pública. "Este dinero se podría haber gastado en tal o cual", se dice inconscientemente, cosa que no es tan simple.
¿Y qué opina de Picasso, con su efemérides actual, que no ha salido en toda la entrevista?
Picasso… mi abuelo se relacionó con él y luego se indignó mucho y tuvieron un enfrentamiento. Picasso iba a su aire y hacía muy bien, me parece que tenía un temperamento y un talento fuera de lo normal. Aunque también tiene otras lecturas no tan positivas.
¿Sigue el arte teniendo una función entonces?
Más que nunca.
¿Y los artistas?
Modestamente tenemos que intentar la tarea de ser maestros de eternidad, no somos taquígrafos, aunque tengamos que dar testimonio de nuestra época, no es nuestra función. Tenemos que, modestamente, dar armas a los demás para atravesar cada tiempo. Hace poco Krystian Lupa, el gran director de escena europeo, vino a montar un Beckett y en la rueda de prensa dijo: "Estamos demasiado aterrorizados" y "hay que crear un campo nuevo para un hombre nuevo". Esa frase no la he olvidado porque, con mis pequeñísimas armas, es lo que intento: yo busco justo eso.