Conjuga cualidades aparentemente contradictorias que confluyen en una personalidad irrepetible: reflexiva y apasionada, caótica y disciplinada, silenciosa y expresiva, Marisa Lull es aire y tierra, talento y esfuerzo dentro de una mujer excepcional dedicada a las artes escénicas en múltiples facetas. Licenciada en Sociología, es directora de teatro, actriz, bailarina, coach de actores, profesora de danza, creadora de espectáculos escénicos y de proyectos de creación multidisciplinares.
Marisa es artista a pesar de que esta definición, o manera de estar y ser en la vida, no es su preferida para autodefinirse. Es extremadamente sensible e inquieta, ha viajado por medio mundo, ha vivido y trabajado en Londres, Madrid, Roma, Nueva York y Uganda, preparándose y preparando proyectos, mirándolo todo y a todos con sus enormes ojos castaños abiertos a empatizar, a comprender y transformar el mundo, y con su cuerpo disponible hacia el diálogo social, político y poético, emocional y físico, entre todas las culturas.
Desde hace cuatro años, Lull es comisaria del ÍDEM Festival Internacional de Artes Escénicas de La Casa Encendida, donde trabaja mano a mano con un equipo al que valora profundamente. ÍDEM celebra este año su décima edición, desde el 10 hasta el 30 de septiembre, “crea un espacio para la reflexión entre ciudadanía, público y artistas, un lugar de escucha y de cuidados para todos los colectivos, visibiliza la diversidad y la accesibilidad universal en el campo de las artes escénicas y adyacentes, rompe barreras en el ámbito de la discapacidad, apoyado por la ONCE”, tal y como ella misma explica.
¿Cómo fue su acercamiento y vínculo inicial con las artes escénicas?
El teatro siempre ha sido mi amor secreto, aunque en mis inicios estaba más enfocada hacia el cine. En Madrid, luego viviendo en Londres y después en Roma, siempre estaba recibiendo formación de teatro y cine, antes, durante y después de mis estudios de Sociología, pero realmente todo cobra sentido cuando me voy a vivir a Nueva York, cuando todo se ordena con una visión profesional y firme.
Nace el compromiso, mi forma personal de comunicarme, encuentro referencias y a otras personas que entendían el trabajo como yo lo entiendo, ahí floreció y despertó mi forma de creer y vivir las artes escénicas de un modo radical. Eso era: la vida.
En Nueva York, a través de mis maestros y de la gente con la que me relaciono, confirmo la idea que me interesa, la del actor como creador, y es entonces, en 1996, cuando formamos la compañía The Lull Group. Ese es el foco, ser creadores de nuestro propio trabajo, nuestra energía, nuestra sensibilidad y trabajo, los depositábamos en ese proyecto.
Después de viajar, formarse, trabajar y vivir en diferentes países, a su regreso a España en el año 2000, con el siglo XXI recién nacido, ¿qué contrastes, diferencias y dificultades encuentra?
Me costó mucho adaptarme, sentía la melancolía de no poder repetir aquí una experiencia similar a la vivida fuera. Lo que hicimos fue montar una escuela que tenía muchos ecos de todo lo vivido en Nueva York, un espacio para la formación, actuación, y para crear proyectos, donde también pude aplicar mis conocimientos en danza africana tradicional y cultura Mandjani en la que me había formado con diversos maestros en Nueva York.
Yo había estudiado danza clásica y contemporánea y ya tenía esa disponibilidad física. El foco seguía estando en crear nuestra propia voz en las artes escénicas.
De entre todas las iniciativas y proyectos que ha puesto en marcha, hay uno en concreto, Yo me experimento, que sigue vigente a día de hoy. ¿En qué consiste experimentarse a uno mismo y ofrecer esas herramientas físicas, emocionales y artísticas a los otros, para que se experimenten?
Realmente yo nunca me he experimentado a mí misma en ese sentido, el camino está en que los demás lo hagan. Todo empezó a raíz de ver una obra en la que trabajaba mi amiga Giovanna Calvino, la hija de Italo Calvino, en la que se hablaba de la belleza, me interesó muchísimo y estuve trabajando con la directora en Nueva York, aprendí técnicas de trabajo colaborativo y de creación colectiva.
A raíz de esa experiencia me di cuenta que todo tenía mucho que ver con mi formación como socióloga y podía volcarlo en la investigación en artes escénicas, ligándolo a temas universales pero íntimos, a personas, porque en estos proyectos la creación oscila y camina desde lo individual a lo colectivo.
Actualmente sigue transmitiendo conocimientos y experimentando, en Madrid. Háblenos de Escena 311, el espacio de creación y escuela que ha puesto en marcha junto a la actriz, cineasta y docente Carla Calparsoro.
Se trata de un espacio donde Carla y yo impartimos clases regulares de interpretación y clases de coach para actores, donde sigo desarrollando mi proyecto personal Yo me experimento pero en una nueva etapa en la que me estoy acercando más al cuerpo. Un lugar para investigar y descubrir, que también queremos que sea un lugar de encuentro entre creadores.
¿Cómo aparece y qué significa para usted, la propuesta de comisariar el Festival ÍDEM en La Casa Encendida?
Realmente no me lo esperaba, fue una sorpresa, eso me hizo reflexionar mucho acerca de lo que yo podía aportar al Festival. En el momento en el que me llegó la propuesta, yo había aplicado para ir a estudiar a Ecole des Sables, en Senegal, fui a un curso de cuatro maestras africanas, interesada especialmente en conocer a Nora Chipaumire, la maestra de Zimbabue, una artista internacional destacadísima que investiga sobre la descolonización del cuerpo de la mujer negra a través de un trabajo político muy fuerte y provocador, estéticamente deslumbrante.
Pensé que Nora debía ser la persona que inaugurara el Festival. Desde ese momento todo confluyó. Hubo mucho entendimiento entre mis propuestas y el modo en el que el equipo deseaba enfocar la nueva etapa de ÍDEM. Siento que he tenido una suerte inmensa de poder empezar un proyecto de comisariado en un lugar tan emblemático como La Casa Encendida, con un equipo excepcional.
El Festival lo hacemos entre todas. Yo propongo una idea, porque cada edición nace de algo concreto, y a partir de ahí voy desarrollando, pero en diálogo constante con el equipo, un grupo de personas que pertenecen al departamento de cultura y al departamento de solidaridad, con las que he aprendido muchísimo.
El Festival aporta un formato de carácter híbrido, entre lo virtual y lo presencial, ¿a raíz de la pandemia o más bien por su carácter internacional, para facilitar el diálogo entre artistas y público?
Tiene un carácter híbrido porque siempre se ha querido así, desde su origen, en el año 2013, se decidió que ya se abriría a todos los formatos. El año antes de la pandemia, en el 2019, cuando yo inicio el comisariado, lo que planteo es una dramaturgia, una conexión clara entre todas las piezas, porque para mí lo esencial es que el público pueda hacer un recorrido, que puedan atravesar lugares inesperados pero relacionados entre sí.
Los artistas plantean sus propuestas con el fin de poder transformar la realidad, se trata de exponer varios temas actuales, candentes pero que están en los márgenes, que son los temas que están ocurriendo y nos preocupan, ahora. La visión de esos temas, como puede ser la inmigración o la guerra u otros, temas que en las noticias han dejado de tocarnos, al ser planteados desde el punto de vista de los artistas, a través de otras visiones y formas estéticas, provocan en el espectador un “vuelco” por dentro, nos hacen reflexionar y nos transforman. Es un despertar.
Lo que queremos crear en el Festival es precisamente ese lugar de encuentro y de diálogo, como una plaza. Nos interesa crear lugares de interacción inéditos, como serían, por ejemplo, en la presente edición, Monnula, las muñecas que migran, un performance que consiste en la compra de un objeto, una muñeca que va acompañada de un diario con un texto de la creadora de este proyecto, una coreógrafa y artista visual formidable, Tamara Cubas, con un formato innovador. Los artistas tienen que contar, compartir, por eso surgen propuestas muy diversas y formatos nuevos.
En este presente artístico, social y político que nos concierne, ¿cuál es el hilo conductor o tema principal, el centro del debate en el que los artistas ponen el foco? ¿Son los cuidados, en estos tiempos duros que vivimos, una necesidad ineludible que el arte expresa?
Sí, los cuidados es uno de los temas esenciales de esta edición, que atraviesa varias piezas, no sólo la pieza Cuidadorxs Invisibles, de la artista Marta Fernández Calvo, que además se ha convertido en un archivo sonoro, sino también la película sobre la compañía Peeping Tom, que deja ver el backstage de sus proyectos planteando cuestiones cruciales de nuestro tiempo: cuidar y ser cuidado, envejecer…
O la instalación performática Mejor que saludarse con los codos de Fernando Rubio y Alfredo Ramos, que habla del tacto, de tocar y ser tocado, de sentirse, cuidarse. Para mí el objetivo, el resumen es: ¿cómo ponerse delante del otro y mirarse realmente? Escuchar, atender al otro, estar frente al otro sin más, presente para otra persona, ese es el verdadero cuidado.
¿Los artistas pueden enseñarnos a convertir las dificultades en oportunidades?
Sí, claro, los artistas plantean propuestas muy valientes por una cosa esencial: retan al miedo, están constantemente retando al miedo que se genera, por ejemplo, con las noticias, el miedo lo que hace es bloquearnos. Ellos dan un paso más allá y proponen, nos permiten abrir perspectivas, mirar, abrir la visión, confrontarnos con el otro y sobre todo con uno mismo.
¿Cómo pueden, las artes escénicas, ayudarnos a seguir adelante, a inspirarnos, a respirar?
Hay un teatro que transforma, que conmueve. Lo que sí me gustaría es que hubiera más gente que pudiera o quisiera acceder a este tipo de proyectos, porque hay una especie de prejuicio o resistencia. Por eso son importantes los talleres de creación que se acercan a la ciudadanía en muchos lugares, museos, escuelas...
Y por supuesto en La Casa Encendida, donde estas propuestas se abren a personas de todo tipo, no necesariamente actores, gente interesada en procesos de creación, talleres donde no solo artistas sino otros profesionales como científicos, arquitectos, médicos, ingenieros… aportan mil cosas a las artes escénicas. Por eso es tan importante el territorio, el lugar, poder crear un espacio, un ambiente, para que las cosas sucedan.